martes, 23 de diciembre de 2014

Regalos de Navidad

Es curiosa la fiebre de comprar regalos que se produce en Navidad. Sería mucho mejor sentarse a recibirlos, sin tener que dar nada a cambio. Es cierto que eso podría hacer que uno quede mal frente a los demás, pero la solución es simple: recordar al que regala sin recibir un regalo similar de vuelta que es mejor dar que recibir y que es meritorio dar sin esperar nada a cambio (¡qué bueno que haya gente como uno, para que los demás puedan ser virtuosos!). Pero por muy conveniente que fuera tomar esa actitud, resultaría poco popular, no tanto por una cuestión de generalización, aunque es verdad que si todos se comportaran así ya nadie haría regalos y el comercio navideño se vería afectado (es que son pocos los que en verdad creen que es mejor dar que recibir). Eso no sería tan malo: podríamos pasar los días previos a la Navidad sin tanta ansiedad y la nochebuena sería muy tranquila, una verdadera noche de paz. Lo más punzante es que recibir un regalo sin entregar otro a cambio lo pone a uno en una situación de deuda, de dependencia, y a nadie le gusta ser dependiente, estar en deuda con otros.

Ahora, no se regala en Navidad para evitar los bochornos sociales o no parecer apretado, se supone que se regala para expresar y compartir la alegría por el nacimiento de Jesús en Belén, pero hace tiempo que la carreta está delante de los bueyes: el frenesí por los regalos muchas veces imposibilita expresar y compartir la alegría de la natividad del Señor. Es ese mismo frenesí el que a veces impide darse plena cuenta de lo que se celebra: el hombre siempre ha tenido conciencia de su estado de deuda respecto de Dios (o de los dioses). Sabe que todo lo recibido es un regalo inmerecido; la vida, la salud y la creación en torno. (Para algunos hombres esta situación de dependencia hacia Dios ha sido causa de humillación y de rebelión.) Además, el hombre sabe que muchos de sus actos van en contra de lo que Dios quiere, por lo que la deuda crece aún más, y es una deuda que no hay posibilidad de pagar. Pero Dios perdona la deuda, con un regalo inimaginable, que empieza en Navidad (y aun antes, en la Anunciación). Frente a ese tipo de regalos sólo queda una cosa que hacer: dar gracias de todo corazón por lo que gratis se ha recibido.

martes, 9 de diciembre de 2014

La pendiente resbaladiza

Los manuales de retórica y argumentación  suelen nombrar entre las falacias la llamada “de la pendiente resbaladiza”: una cosa pequeña lleva a otra y así hasta llegar a consecuencias tremendas. En política se llama a esto “campaña del terror”. Tiene sentido: no se puede concluir, lógicamente, que si se da un paso una dirección se seguirá hasta el final. Pero la experiencia enseña otra cosa. Por ejemplo, no había por dónde inferir –ateniéndose estrictamente a la lógica–que la ocupación alemana de los Sudetes en 1939 llevaría a la invasión de Francia, pero algunos fueron capaces de anticiparse.

No se trata de que las leyes de la lógica no se apliquen en el mundo real; si se  habla de una falacia, es porque implica conectar de manera necesaria dos cosas que no tienen por qué estarlo, como un alza de impuestos temporal que se vuelve permanente (no tiene por qué ser así, pero siempre es así). Pero las leyes de la lógica pueden aplicarse, o descubrirse, en distintos niveles. Si bien no es necesario que una vez dado un paso en una dirección haya que dar otro y otro más, es interesante notar si acaso un primer paso implica algo más que un mero movimiento. En efecto, si el primer paso es el quiebre de un principio, entonces todo lo que aquel principio protegía o impedía queda expuesto a ser modificado. No es que necesariamente tenga que ocurrir así, pero se hace más probable. Es decir, si la pendiente es real es posible deslizarse por ella. Es por eso que la historia está llena de pendientes resbaladizas.

Se debaten en Chile una serie de leyes polémicas, que atañen principios intactos hasta ahora: el matrimonio entre personas del mismo sexo, el aborto, la eutanasia, la eliminación de feriados religiosos. Quienes las proponen afirman que se trata de un solo paso y nada más: que el matrimonio entre personas del mismo sexo no implica nada contra la familia tradicional, que el aborto será sólo para casos extremos, que la eutanasia será sólo para situaciones estrictamente calificadas, etc. No ha sido así en otros países; si se cruza un límite, ya no importa por cuánto se lo cruce. En Bélgica se ha aprobado la eutanasia para niños: nosotros no llegaríamos tan lejos, para los belgas ha sido sólo un paso más. En Holanda se ha propuesto que los órganos de las personas que piden la eutanasia se usen para trasplantes: a nosotros nos repugnaría hacer del cuerpo un bien de consumo, para los holandeses ha sido sólo un paso desde donde ya estaban. En Canadá y Europa ya se habla de “aborto post-nacimiento”. En Estados Unidos se preguntan algunos si acaso restringir el matrimonio a parejas, a sólo dos personas, no constituye una forma de discriminación contra los tríos amorosos.

En fin, las pendientes resbaladizas son reales, y en cuanto a las campañas del terror, hay cosas que debieran horrorizarnos ahora, porque después no lo harán.

martes, 2 de diciembre de 2014

Aborto, libertad y derechos

Si hay algún absoluto moral que hoy sea aceptado, es que la libertad de uno termina donde empieza la del otro. No es mucho, pero es algo. Dónde queda ese misterioso lugar donde se encuentran ambas libertades, qué se hace en caso de un conflicto irreconciliable y por qué se ha de respetar la libertad del otro, son cosas no resueltas. Algunos, más concretos, dicen que la libertad de uno termina donde empiezan los derechos del otro, y por supuesto, queda por resolver cuáles son esos derechos y quién cuenta como un "otro" que pueda tener derechos. Si bien estas formulaciones no consideran una buena parte de la vida moral del hombre, son relevantes para la discusión actual sobre el aborto, que hace tiempo dejó de ser un asunto de salud.

La pregunta por el "otro" es la primera; desde la respuesta que se obtenga podrá resolverse la cuestión de sus derechos. Ya es un problema plantearse quién es sujeto de derechos, y si alguien tiene el derecho de determinar quien cuenta como un "otro". Si los derechos son algo meramente otorgado por unos a otros entonces no son verdaderos derechos. Si se entiende el derecho como aquello que a uno le pertenece, como lo propio, no puede ser algo recibido sino poseído desde que se es. Después de todo, quien otorga también puede quitar. La libertad de uno o de una, entonces, ¿termina dónde empieza el derecho del feto a no ser destruido? ¿Es el feto un sujeto de derechos? Es tentador disminuirle los derechos al embrión humano (¿con qué derecho?), al fin y al cabo, un embrión puede ser molesto y si se lo quita de en medio no hay quien reclame por él. Además, él es diferente. Sin embargo, proceder de esta manera lleva a algunas posiciones que pueden llegar a ser insostenibles.

Está claro que el ser humano adulto es sujeto de derechos. La pregunta es dónde radican esos derechos humanos. Siguiendo la definición, podría responderse que radican en misma humanidad, en el hecho de ser humano y no otra cosa. Siendo así la situación, dado que el embrión que es tan miembro de la especie Homo sapiens como cualquier adulto, también es sujeto de derechos humanos y esos derechos constituirían un límite a la libertad de otros. Para quitar o disminuir los derechos del embrión, entonces, es necesario hacer que los derechos humanos no radiquen en la humanidad misma, sino en alguna característica de ella, como la auto-conciencia, la capacidad de proyectarse al futuro y tener intereses propios, la capacidad de sentir dolor, el desarrollo del sistema nervioso central, ser querido o deseado por otros, etc. El problema es que es si se procede así hay otros que caen o pueden caer en la categoría de los sin derechos, como los niños recién nacidos o los enfermos mentales severos. Si bien en el Chile actual es insostenible afirmar que un niño de pocos meses no tenga derechos, por no tener auto-conciencia, intereses propios, etc. ya hay profesores de prestigiosas universidades que proponen esto en revistas académicas. Es el "progreso" lógico de una posición a otra. 

Pero eso no es lo de fondo. El asunto es que las características de un ser humano, como la capacidad de tomar decisiones sobre su vida, su inteligencia, el desarrollo o deterioro de su sistema nervioso, etc. son todas características que admiten de grados, de más o menos. Si los derechos de la persona radican ahí, se abre la puerta a distintas categorías de seres humanos, con más o menos derechos según sea mayor o menor su desarrollo cognitivo, capacidad para proyectar el futuro, etc. La humanidad, en cambio, no admite de grados, o se es humano o se es otra cosa, pero no hay seres humanos que sean más humanos que otros. Esos nos hace a todos iguales, igualmente humanos, iguales en humanidad, también, a los recién nacidos, a los niños prematuros y a los embriones.

jueves, 27 de noviembre de 2014

La Teletón, un blanco fácil

Desde hace un tiempo se ha puesto de moda criticar a la Teletón. Los argumentos suelen ser que la salud es un derecho y por lo tanto no corresponde que las personas que necesitan rehabilitación tengan que esperarla de la generosidad de otros. Además, las empresas lucran con la publicidad que les hace la Teletón y esta misma publicidad exige que se expongan a la mirada pública las personas necesitadas de rehabilitación. Algo de razón hay en esto, pero no deja de recordarme lo que decía Ebenezer Scrooge, que se negaba a ayudar personalmente a los más necesitados porque para eso estaba el Estado y él ya pagaba sus impuestos. En estricto rigor la salud no puede ser un derecho, puesto nadie puede garantizarla; nadie puede exigirle al Estado o a otra persona que le devuelva la salud perdida. Lo que sí puede ser un derecho es el acceso a ciertos cuidados y tratamientos, pero un derecho así está limitado por las circunstancias y por lo mismo sujeto a ciertos límites, el alcance de los cuales se puede debatir.

Dada la realidad de la enfermedad y de la práctica médica, los cuidados y tratamientos siempre podrán ser más y mejores, y es muy difícil que el Estado esté en la vanguardia en esto, sobre todo si se trata de prestaciones a un gran número de personas. ¿Quién llega dónde el Estado no alcanza? Parece una pregunta sin sentido, teniendo presente que el control, poder y recursos del Estado moderno son algo nunca antes visto. Pero la pedestre realidad es distinta: muestra que el Estado a pesar ser poderoso nunca puede dar todo lo que los políticos prometen y es extremadamente ineficiente incluso cuando se trata de garantizar la seguridad de las personas y la integridad del territorio nacional (derechos básicos).

Por lo demás, si se ataca a la Teletón porque deja a la caridad algo debiese ser un derecho, también debiera decirse lo mismo de otras instituciones como la fundación Las Rosas, el Hogar de Cristo, Un Techo para Chile (hay empresas -¡un banco!- que han asociado su nombre a esta iniciativa), etc. Eso ya no estaría tan bien visto. En todo caso, si en un mundo o en un país ideal este tipo de instituciones no son necesarias, no es nuestro caso. Pero hay algo más, y es que las asociaciones voluntarias para la ayuda de otros hacen algo por la sociedad que el Estado difícilmente puede hacer, que es precisamente promover la solidaridad, la unión entre las personas. El Estado puede usar la fuerza para abrir el bolsillo de los contribuyentes, sacar dinero y usarlo para pagar infinidad de programas sociales, pero el Estado no puede sacar a nadie su egocentrismo y hacer que se abra al necesitado que está a su lado.

¿Y si la educación fuera un derecho?

En su columna “La mentira del Derecho a la Educación”, Gustavo Soto de la Plaza cuestiona uno de los mantras más populares de hoy: que la educación sea un derecho. Cuestionar la consigna de turno probablemente lo convierta en un hereje entre los bien pensantes, pero la realidad es más compleja de lo que él mismo insinúa. Es cierto que en el breve espacio de una columna no se puede establecer una teoría de los derechos y de la sociedad, pero una consigna no se derrota reemplazándola con otra.

Si se toma la vida como el primer derecho, ya que sin él no puede haber otros, y si se toma la libertad como el fundamento de los derechos, ya que a través de ella se es dueño de la propia vida, la propiedad privada surge naturalmente como derecho, pues sólo contando con algo propio puede sustentarse la propia vida y ejercerse la libertad. Pero esta subordinación a otros derechos muestra que la propiedad no es un derecho absoluto. La vida humana no tan simple; el hombre existe como individuo pero su vida es social (de hecho, el comienzo de toda vida humana no está en el individuo, sino en una sociedad o asociación previa). Frente a las demandas que pueda hacer la sociedad frente al individuo es tentador desestimarla como una simple colección o agrupación de individuos, dado que éstos son lo que existe primeramente. Pero de la misma manera podría negarse la existencia del individuo, si lo considera sólo como una agrupación de órganos, y así... Se trata de ver qué es lo que mantiene unidas a las partes, y análogamente, qué es lo que une a los individuos en una sociedad. Los vínculos sociales no son sólo los generados libremente; en el momento en que el individuo se hace consciente de su individualidad ya ha recibido mucho de la sociedad en que vive. La columna en cuestión, por ejemplo, está escrita en castellano y no en un lenguaje privado. La sociedad no es un límite para el individuo y sus derechos, sino el ámbito dónde pueden darse ambos.

En la contingencia diaria, la cosa se complica aún más. Por una parte, como dice Gustavo Soto, los derechos están para proteger al individuo ante las imposiciones ajenas, pero por lo mismo imponen al resto el deber de respetarlos. No es mucho el problema, los derechos negativos son básicos: para respetarlos no hace falta hacer nada, sólo abstenerse. Sin embargo esto no funciona de igual manera para todos: si el derecho a la vida de un adulto se respeta no matándolo, en el caso de un infante su derecho a la vida impone a sus padres el deber de alimentarlo, limpiarlo, abrigarlo, etc. Para ese mismo infante, la libertad expresión no significará nada si no se le enseña a hablar. Esto muestra que aún los derechos negativos pueden imponer deberes positivos sobre determinadas personas. Y el asunto no termina aquí, los derechos a la vida y a la propiedad son custodiados por la sociedad mediante instituciones, ya que no todo individuo es capaz de hacer valer sus derechos frente otro más agresivo. Establecer este tipo instituciones requiere del aporte de los que se benefician. La contribución material o personal a la sociedad no es, entonces, una imposición arbitraria de unos sobre otros.

¿Y el derecho a la educación? Por una parte la vida humana es social, y por otra, racional. Para vivir humanamente el ser humano necesita de alimento tanto para el cuerpo como para el intelecto. Si en sus primeros años el derecho a la vida implica el derecho a recibir alimento de otros, puede considerarse que el derecho a ser educado surge como una exigencia de la racionalidad humana. Ahora bien, de esto no se sigue que el deber de educar recaiga sobre el Estado; al igual que el deber de sustentar la vida física, es deber de quienes dieron inicio a esa vida preocuparse de que continúe en la mejores condiciones posibles. Aun así, a toda comunidad le conviene que sus miembros estén bien educados.  

martes, 25 de noviembre de 2014

El Colegio Cumbres y las libertades

Algunos sectores políticos afirman que en Chile  la libertad está amenazada. Se refieren principalmente a la libertad económica, pero hay otras libertades más básicas o más importantes, como la libertad religiosa, la libertad de expresión o la libertad de asociación. Si bien la libertad económica se ve afectada por la regulación, eso no es lo más grave: se puede vivir humanamente y ser libre en otros aspectos aunque el gobierno de turno agobie a los que generan riqueza (porque la riqueza material no es la única riqueza ni la libertad económica la única libertad), tal como se puede vivir humanamente y conservar la libertad interior aunque la libertad económica genere tal cantidad de bienes que el consumismo materialista llegue a ser agobiante. Pero las amenazas a la libertad de enseñanza, de expresión y de asociación son una forma más grave y profunda de control que la planificación económica: es un totalitarismo que apunta a lo más íntimo del hombre. 

Estos ataques a la libertad interior del ser humano se ven principalmente en el campo de la educación, que es donde se forma la persona. Quien educa a los jóvenes moldea el futuro. El núcleo de la actual reforma educacional no es educacional, como ya se ha dicho, es social. Es sobre todo un asunto de libertad de asociación. El Estado quiere ser quien determine con quien se juntarán los niños y qué aprenderán, e impedir que los padres puedan hacer mucho al respecto. Pero los ataques a la conciencia no vienen sólo del Estado, vienen también de grupos de presión minoritarios, que generan gran influencia social y se sirven del poder coercitivo del Estado para promover su agenda privada.

Un ejemplo claro de esto es la “explicación” que exigió el Movilh al Colegio Cumbres, por enseñar actitudes “homofóbicas” en clases de religión. No basta con la tolerancia en el espacio público, se busca la adhesión en el ámbito privado, pasando por encima de la religión que se profesa. No es suficiente acomodarse en el acto externo, se prohíbe hasta pensar distinto: la policía del pensamiento políticamente correcto (la “gaystapo”) supervisa el panorama para llamar al orden a todo el que se desvíe. El derecho a un proyecto propio, a una identidad corporativa, se desmorona, seguido por el debilitamiento de la libertad religiosa y los derechos a la libertad de conciencia, pensamiento y expresión.

La supresión de las libertades más importantes para el ser humano puede convivir con una economía bastante próspera. Es casi una condición necesaria, pues parece que mientras el estómago esté lleno, a pocos les importa qué les metan en la cabeza y el corazón. Pero para llegar a eso, es necesario que antes la cabeza y el corazón hayan estado vacíos.

martes, 18 de noviembre de 2014

¿Es tan grave lo que dijo Nicolás Correa?

La hipocresía a veces impresiona. Si un alumno de la universidad Arcis hubiera dicho algo así como “aquí todos pensamos parecido, somos todos trabajadores, deberíamos juntarnos más seguido” ni siquiera hubiera sido noticia. Pero como el que habló era estudiante de la UDD, mereció el desprecio de todo el mundo y el repudio generalizado. Es que Chile es un país clasista: espera de su clase alta un comportamiento distinto (¿mejor?) que el de sus otras clases, al mismo tiempo que la hace el blanco de sus burlas y el chivo expiatorio de sus males.

El problema no es que un tal Nicolás Correa haya dicho que la gente como él deba juntarse más seguido a hacer “su asadito”, ni que haya llegado hasta pedir disculpas públicas por lo dicho, en vez de decir que eso es lo él que piensa y que en Chile todavía hay libertad de expresión y de asociación, y nadie tiene por qué andar juzgando al resto por sus preferencias sociales.  Probablemente la falta de respuesta no muestra tanto una falta de intelecto sino más un servilismo impropio de hidalgos castellano-vascos.

Ocurre que lo dice o piensa el tal Nicolás Correa es lo que piensan casi todos los estudiantes universitarios de Chile, que de estudiantes tienen poco. Dejemos de lado eso de juntarse con los que son del mismo estrato social o piensan parecido. Es muy enriquecedor buscar lo(s) diferente, pero al final del día lo que une es lo similar, no lo distinto; para que haya amistad tiene que haber una cierta igualdad. Por lo demás, no se me ocurre ninguna razón por la cual alguien quisiera ser parte del grupo de amigos de Nicolás Correa, como para llegar a sentirse excluido. La idea de la Universidad como parque de entretenciones y centro de eventos no tiene nada de raro, es el credo de nuestra época: el hedonismo utilitarista.

No todos viven ese credo, muchos maduran en algún momento de la vida y dejan de actuar como si lo más importante en la vida fuera el pasarlo bien, pero éste sigue siendo el credo de nuestra época. Si no se puede afirmar –más allá de la subjetividad– ningún bien mayor (como la búsqueda del honor o contemplación de la verdad), el placer sensible prolongado se erige como la única meta comúnmente aceptada. Sólo así se explica, por ejemplo, la coexistencia de la promoción de la marihuana y la prohibición de la sal, o la disolución del matrimonio y la obligatoriedad del uso del casco para ciclistas. ¿Es tan grave lo que dijo Nicolás Correa? Él sólo estaba expresando el sentimiento y aspiración de una sociedad: es tremendamente grave.

martes, 11 de noviembre de 2014

El problema con los “papás” de Nicolás

El libro Nicolás tiene dos papás (que suena muy parecido a uno en inglés llamado Heather has two Mommies) sigue dando que hablar pero a pesar de todo lo que se dijo, la mayoría de los comentarios al libro y a su intento de distribución hicieron el quite al fondo del asunto. Se dijo que suponía una injusticia para los más pobres, que no pueden elegir a qué jardín infantil mandan a sus hijos; que implicaba mentirle a los niños, puesto nadie nace de dos papás; que se estaba adoctrinando a quienes no podían decidir por sí mismos; que se estaba instrumentalizando a los niños en una disputa aún no resuelta entre adultos, etc.  Por otra parte, se argumentó que el cuento mencionado lo que hace es mostrar la diversidad de la realidad, o que se trata de enseñar tolerancia y respeto.

Las posturas de uno y otro lado evitaron hacer y defender un juicio sobre las uniones y prácticas homosexuales. Con otros supuestos, sin embargo, las conclusiones serían distintas. Nadie se inquieta porque en Chile se enseñe que Bolivia inició la Guerra del Pacífico; eso no es adoctrinamiento ni tampoco instrumentaliza a los niños en una disputa no resuelta entre las Cancillerías de ambos países. Tampoco nadie diría que un cuento titulado El papá de Nicolás es narco simplemente muestra una realidad social que otros quieren esconder y que lo que importa es mostrar respeto hacia los hijos de narcotraficantes.

 En ambos casos ya hay un juicio moral previo. Entre los que se opusieron a la distribución del libro, salvo pocas excepciones (y honrosas, porque se atrevieron a manifestar su conciencia), nadie hizo pública su opinión acerca de las uniones y práctica homosexual. Parece que hay miedo en el ambiente y que ese miedo llega a la política, la academia y los medios de comunicación. Eso no es bueno para el diálogo y el debate entre personas, ni para la comprensión de temas complejos.

Tampoco es fácil hacerse entender en un tema que despierta pasiones tan fuertes y que divide aguas tan profundamente entre tolerantes y odiosos, entre buenos y malos. Sin embargo se puede hacer una consideración, entre muchas posibles, que ayude a aclarar aguas tan revueltas. Se trata de la distinción entre personas y grupos de personas. Que todos los seres humanos seamos iguales en dignidad, o que un ser humano sea igual a cualquier otro, no implica que las uniones entre seres humanos sean iguales unas a otras. No es lo mismo un grupo de jóvenes que se junta para ir de trabajos de verano que un grupo que se junta para carretear. No hace falta decir que cada uno de esos jóvenes merece el mismo respeto que los otros, pero que los respectivos grupos no. De la misma manera, las uniones de personas del mismo sexo no son equiparables a uniones entre personas de distinto sexo, porque las primeras no pueden –por mucho que lo intenten– hacer lo que hacen las segundas: actos de tipo reproductivo, para los cuales es necesaria la complementariedad de los sexos. Eso no es menoscabo, es la realidad de las cosas.

Una segunda consideración, y que se deriva de lo anterior, es la consideración moral de la práctica homosexual. Si es positiva, entonces no habría problema en entregar el libro a niños pequeños, pero es precisamente por esto que existe oposición. La cuestión es compleja, ya que exige pensar más allá de las consignas y categorías de esta época.

Pareciera que la moral individual no existe, que él único criterio de bondad es la ayuda (material) a otros y que el único criterio de maldad es el daño (material) a otros, como si no hubiera previamente una armonía interna que ordena la relación con los demás. En este contexto es obvio pensar que lo que hagan dos adultos en privado con previo consentimiento no puede ser malo, y por lo mismo nada se les puede decir a los “papás” de Nicolás.

Por lo mismo, en el ámbito sexual sólo se considera inmoral una conducta que dañe a otro. La noción de que exista una función propia de las inclinaciones humanas, y por lo tanto un buen o mal uso o gobierno de ellas es algo que está fuera del horizonte. Sin embargo habría que reconsiderar si el criterio de bondad o maldad, de patología o normalidad, está dado sólo por el daño. Si se considera que el impulso sexual del ser humano tiene un fin propio, independiente de la voluntad del individuo, la desviación de este fin es un desorden. Enseñar a los niños que lo que es un desorden es algo normal está mal. Pero hoy en día casi nadie acepta nociones  de naturaleza, fin y orden que la voluntad o el deseo personal no puedan cambiar, menos en el ámbito sexual. Al final, el debate no es acerca de la homosexualidad propiamente tal, es sobre el hombre y la estructura de la realidad, y es un debate muy largo, que comenzó mucho antes del ‘68.

martes, 4 de noviembre de 2014

Contradicciones de la Eutanasia

La eutanasia parece ser un problema de inconmensurabilidad irreductible. Si se toma como punto de partida la autonomía individual, es casi completamente lógico afirmar el derecho a tomar la propia vida cuando parezca conveniente (aunque implique hacer una distinción entre la vida y la persona, considerando la vida como un bien de la persona y no como el sujeto mismo). Más todavía, el suicidio podría tomarse como la manifestación máxima y definitiva de la propia autonomía: disponer de uno mismo hasta la propia destrucción. Si acaso acabar con el propio “yo” implica también la anulación de la autonomía y por lo tanto una contradicción en términos, es otro problema.

En cambio, por otra parte, si se considera que la autonomía personal no es absoluta, que el individuo no puede disponer completamente de sí mismo,  ya sea por vínculos sociales previos o por la dependencia del Creador, entonces el suicidio no parece algo lícito. De hecho, cuando Santo Tomás de Aquino trata del suicidio en su consideración de la justicia, nota que el individuo tiene deberes con la comunidad y que el suicida haría abandono de esos deberes. Ambas posiciones, al tener puntos de partida tan distintos, no parecen reconciliables; no sería posible un punto de encuentro ni diálogo entre ellas.

Sin embargo, aunque el suicidio implicase una injusticia para con la comunidad se entiende que no tendría mucho sentido legislar en su contra: quien quiera tomar su propia vida puede hacerlo sin mayor impedimento y una vez realizado el acto éste no puede ser castigado. Pero no es este el problema de la eutanasia. La eutanasia, tal como se la concibe hoy, no es un suicidio a la Hemingway: un trago de whisky, un escopetazo sin pedirle permiso ni perdón a nadie y al infierno con todo. La eutanasia busca la asistencia en el suicidio, ayuda en el acto, reconocimiento de un derecho por parte del resto y hasta la aprobación de los demás en la decisión de morir.

La eutanasia busca el apoyo de las leyes y mira a la sociedad (a la que se renuncia). ¿No se trataba de la autonomía personal? La eutanasia, en la medida que busca la asistencia material en el acto del suicidio de quien está impedido para hacerlo por sí mismo, en la medida en que busca la aprobación social mediante las leyes y la afirmación de la comunidad, hace patente que el ser humano no es completamente autónomo. Es un animal racional dependiente, como dice Mac Intyre, por mucho que le pese, y si no lo fuese, no sería humano.

martes, 28 de octubre de 2014

Una derecha marxista

No, no me refiero al “materialismo histórico de la derecha” (una de la frases más agudas del último tiempo). No se trata de Karl Marx aquí, sino de otro Marx, Groucho. Una de las frases que se le atribuyen podría caracterizar a la derecha más todavía que el materialismo histórico: “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”.  Y podríamos dejarlo aquí.

Los partidos de derecha insisten en revisar sus principios, lo cual implica que dejarían de ser lo que son. El principio, el punto de partida o de apoyo, por definición, no puede cambiarse sin comprometerlo todo. Es decir, si se cambia el punto de partida, hay que partir de otro lado, o empezar de nuevo. Pero si el punto de apoyo, que ha de ser inamovible para que sea realmente un fundamento, es mutable, se puede suponer que el nuevo principio también lo será. Es cosa de tiempo para cambiarlo. Por eso los principios que se cambian no son principios. Se puede decir eso de que los tiempos cambian y hay que adaptarse. Por supuesto, pero la adaptación tiene que ser eso, no disolución.

La cuestión no es de principios, es sobre el juicio que se hace sobre la historia: el quiebre de la democracia en Chile y el gobierno militar. Y sin entrar a discutir en detalle los principios o los hechos, uno se pregunta si acaso más allá de principios o de juicios históricos la cuestión real es una de votos. No es que no haya principios involucrados: el político que se da vuelta la chaqueta es un hombre con un principio muy sólido, sólo que ese principio es el de ganar a como dé lugar.

No deja de ser interesante examinar cómo se llegó hasta aquí. La derecha se encuentra al borde de renegar de su origen reciente, al parecer no por un convencimiento interno y un estudio detallado de los hechos, sino por la presión directa de la izquierda. Ésta en cambio, no ha hecho un reexamen de sus principios o de su juicio sobre el período conflictivo: los homenajes a Allende se suceden sin interrupción a pesar los nuevos datos que muestran su racismo, su corrupción y su desordenada vida personal. Miguel Henríquez sigue siendo celebrado, el FPMR dicta charlas en el Instituto Nacional, etc.  El aparato intelectual de la izquierda trabaja para justificar todo aquello que pueda ser cuestionable (la violencia contra el “opresor” no es terrorismo, sino liberación, y cosas por el estilo), y como resultado la izquierda no siente vergüenza de lo que ha hecho y hace. Lejos de cuestionar, transforma a sus representantes en mitos y a sus hechos en gestas.

No se trata de que la derecha llegue a esos extremos, pero un poco de sana autoestima no le vendría mal. Después de todo, si los motivos que tiene para cambiar o traicionar sus principios son electorales, ha de tener en cuenta que a nadie le gusta votar por un perdedor inseguro que ha perdido hasta su manera de ver el mundo, o por un insincero.

martes, 21 de octubre de 2014

El nombre del cerro

Concluida la consulta ciudadana sobre el cambio del nombre del cerro Santa Lucía-Welén hay un par de cosas que notar. La primera es la frivolidad de la mayoría de los comentarios al respecto: preguntaban si acaso el consejo municipal no tenía cosas mejores que hacer. Indudable, pero lo que se juega en el cambio de nombre de un pedazo de tierra es mucho más profundo, se trata de la identidad. Se trata de rechazar la herencia hispana (cristiana) y de implementar una identidad nueva (el pasado indígena, que evoca al buen salvaje, es siempre una reconstrucción ideológica). Eso lo saben bien quienes promueven este tipo de cosas, pero quienes la rechazan no alcanzan a darse completa cuenta. El manejo de los símbolos, como los nombres de los cerros y de las calles, es más importante que el manejo económico. En un caso se trata de cuánto se tiene y qué tan cómodo se está, en el otro se trata de cómo se ve el mundo. Quienes entienden la importancia de los nombres pueden, con un poco de habilidad, hacer lo que quieran con los que sólo están pendientes de los números (cosa que quedó demostrada de manera absoluta en la última elección).

Pero este asunto del cerro muestra también los límites de la ley. Se puede intentar controlar la realidad por medio de leyes, pero hay realidades que se resisten a morir. De hecho, aunque el nombre oficial del cerro sea “Santa Lucía-Welén” nadie se refiere a él así: es un fracaso de nombre.

La cuestión termina con dos lecciones de política práctica. Los buenos burgueses de Santiago se mostraron conservadores, se inclinaron por el nombre de siempre. La gente es bastante más conservadora que lo que se cree, sobre todo a la hora de actuar en serio. Pero los líderes no. Como el resultado no fue el esperado, la “consulta ciudadana” se quedó en eso, una opinión no tomada en cuenta. Como el cerro no puede llamarse “Welén”, tampoco va a volver a llamarse sólo “Santa Lucía”. Téngase presente: ése es el valor que la progresía da a cosas como democracia, consultas y diálogo social: sólo si me conviene, sólo si el resultado es el que espero, y cuando no, autoritarismo.

jueves, 16 de octubre de 2014

En defensa del Cardenal

Es notable la cantidad de elogiosas alabanzas que han recibido los sacerdotes Aldunate, Berríos y Puga por estos días. El Congreso, la Conferencia Episcopal, los medios de comunicación y mucha gente de a pie los han puesto por cielo. Seguro que esto les ha causado alguna incomodidad ("¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas."). El cardenal Ezzati, en cambio, no ha recibido más que condenas, excepto por una declaración del padre Puga.

¿No era malo andar condenando a la gente? Ironía: al cardenal se lo acusa por acusar; eso lleva más allá de las formas y remite al fondo del asunto, pero ya llegaremos a eso. El inicio fue una noticia con información falsa, una supuesta “denuncia” a Roma que no era tal, sólo un informe pedido por el Nuncio. Como otras veces, la prensa ha dañado la reputación de una persona y no pide las disculpas del caso. ¿Ante quién responden los periodistas?

Los ataques al Cardenal han sido predecibles. Se lo ha llamado Gran Inquisidor, se ha dicho que de vivir Jesucristo en Santiago, él lo habría condenado por revolucionario. Es delicado decir estas cosas: a Cristo lo condenó el poder político, religioso, y hasta el pueblo lo rechazó prefiriendo precisamente a un revolucionario.  Quizás la mayoría de quienes han comentado esta noticia no han tenido la oportunidad de hacer una lectura cuidadosa de los evangelios. El Cardenal sólo estaba siendo obediente a la Sede de Pedro, pero parece que la obediencia ya no es una virtud cristiana. Ha sido reemplazada por el “diálogo”, pero nadie se molestó en dialogar con Ricardo Ezzati antes de condenarlo.

Más allá de denuncias, condenas y diálogos está el contenido de todo esto: las enseñanzas de la Iglesia. A uno se lo denuncia por informar, pero sobre otros se informa lo que dicen. Y resulta que algunos sacerdotes han sostenido públicamente posiciones contrarias a la enseñanza tradicional de la Iglesia a la que pertenecen. Sus autoridades deciden recabar más antecedentes y arde Troya. Probablemente estos sacerdotes, y los laicos que los siguen, tienen esperanzas de que las enseñanzas contenciosas cambien, pero ha pasado mucho tiempo desde 1968 y las piedras de escándalo siguen ahí, inamovibles.

Una actitud más coherente sería abandonar aquella institución con la que no se está de acuerdo (alguno lo ha hecho, no hace mucho). Quizás dirán que las discrepancias no son en cosas fundamentales, pero hasta en eso no  hay acuerdo: es muy profundo el desacuerdo entonces. Abandonar la Iglesia sería una acción radical (¿pero no es el radicalismo lo que muchos admiran en los sacerdotes cuestionados?), pero es de la misma Iglesia que critican (y porque la critican), de la que se distancian (y porque se distancian de ella) de la que derivan su fama y su influencia, tanta, que revisar lo que han dicho en público equivale a una condena de todos los sectores de la sociedad.  

martes, 14 de octubre de 2014

La libertad, más en serio todavía

Se ha dicho que hay que tomarse la libertad en serio. Que eso implica respetar las opciones que, libremente, toman los demás. Que la libertad no es sólo económica, sino también moral, o sea completa. Y sin duda que la libertad es importante: es a través de esa capacidad de decidir que se puede ver la dignidad humana, puesto que sólo un ser que de alguna manera sea inmaterial puede escapar la determinación. Es a través de la libertad, ese dirigirse desde dentro, que el hombre es dueño de sí mismo, y por lo tanto un sujeto y no un objeto.

Pero la pregunta por la libertad es inseparable de la pregunta por lo bueno (aunque la libertad como facultad sea, también, un bien). La libertad es siempre intencional, no existe en el vacío: se elige algo, y siempre que se elige alguna cosa es porque se considera buena, o al menos, mejor que la alternativa. Y la pregunta es “¿por qué?”, ¿por qué se elige una cosa por sobre otra?, ¿qué es lo que hace que algo sea mejor que su alternativa? No basta decir que algo es mejor precisamente porque se lo elige libremente. Si la libertad diera valor a lo que se elige, si bastara elegir para que lo elegido fuese bueno, no habría ninguna razón para elegir una cosa por sobre otra, sería igual quedarse en la cama que levantarse para ir a clases. La libertad sola es insuficiente, no alcanza a ser el bien supremo.

Aquí se ve la dependencia de la libertad respecto del intelecto (que busca razones), y del intelecto, por su parte, de la realidad. Esto es sabido y aceptado en un nivel físico -nadie diría que la comida más saludable es la que uno libremente elige- pero es más difícil de reconocer en un nivel superior.

Ahora bien, se podría pensar que lo que se elige, que lo que parece bueno, se elige por la educación recibida, por los impulsos de la propia constitución, por los hábitos formados a temprana edad, pero esto sería anular la libertad volviendo a un determinismo. No es la idea de los defensores de la libertad. Tiene que haber alguna razón para decir que algo es mejor que otra cosa, para elegir, y esa razón no puede ser ni el impulso, que no es razón ni es libre, ni la libertad que no producir razones ya que las necesita para actuar.

El problema de anteponer el bien a la libertad es el de definirlo, sobre todo en una sociedad como la nuestra. La prudencia exige respeto por las distintas concepciones de lo bueno, por los distintos proyectos de vida, precisamente porque la tranquilidad y la paz social son mejores que sus alternativas. Pero este respeto no dispensa por la pregunta por el bien, al contrario, la hace más acuciante, más compleja, a la vez que supone ciertos bienes distintos de la misma libertad. Pasarla por alto es tomarse la libertad a la ligera.

martes, 7 de octubre de 2014

Las autoridades y el terrorismo

Los bombazos en el metro y en otros lugares, los ataques a camiones y buses en la Araucanía han llevado a algunos a hablar de una falla del Estado. Pero hay que tener cuidado con las palabras, que llevan implícitas ciertas imágenes e ideas. Decir que el Estado ha “fallado” puede dar la impresión de un defecto material, inevitable con el tiempo (como la falla de un motor). Pero el Estado está compuesto de personas y muchas veces las fallas de este tipo tienen que ver con la voluntad.

Frente a bombas e incendios se afirma el derecho a vivir en paz, se dice que el primer deber del Estado es la protección de las personas, pero hay algo que no se toma en cuenta: en este momento nuestras autoridades están de parte de quienes ponen bombas e incendian, por eso, entre otras cosas, vacilan en llamarlos terroristas.

Por supuesto que lo anterior no se aplica a todas las autoridades, ni a todo el aparato estatal. Tampoco es que haya una declaración, o actitud declarada, en favor de quienes alteran el orden. No. Se trata de la visión, el espíritu, que anima a los actuales gobernantes. No olvidemos que su talante es revolucionario: aplanadora, derrumbe, retroexcavadora son las palabras de su vocabulario. Algunos fueron miembros de organizaciones como el FPMR o el MIR. Hoy siguen celebrando a esas organizaciones en sus aniversarios.

La izquierda, renovada o no, siempre tiene una alguna simpatía (mayor o menor, dependiendo de la persona) por cierto tipo de violencia. El agricultor es un terrateniente, y si le toman un campo que ha trabajado por años, el socialista entiende que el país no puede funcionar así, pero en sus adentros está más del lado del que se toma la propiedad ajena que del que defiende la propia, la reforma agraria no está completamente olvidada. Un propietario de camiones es un empresario, y si un exaltado los quema, bueno, mientras no acabe con toda la maquinaria del país, el izquierdista encontrará una manera de disculparlo (estructuras de opresión, violencia sistémica, etc.).

En el fondo, nuestras autoridades actuales sienten algo de añoranza, admiración y envidia por quienes hoy siguen la vía violenta. Son los viejos que no pueden ver las travesuras de los jóvenes sin un dejo de simpatía. No es que el Estado haya fallado o fracasado en la protección del ciudadano de a pie. El Estado ha estado simpatizando, de una manera u otra, con los mismos violentos de siempre (y con algunos nuevos). Los ha encubierto, los ha indultado, les ha pagado y ahora los mira sin decidirse si le conviene poner su lealtad con los compañeros o con la ciudadanía.

martes, 30 de septiembre de 2014

Una respuesta a los anarcos, desde Chesterton

La “Conspiración de la Células de Fuego”, el grupo que se adjudicó el bombazo en la estación Escuela Militar del Metro de Santiago,  tuvo la delicadeza de explicar su acto, además de excusarse parcialmente por las molestias y daños, en un manifiesto publicado en internet. Llama la atención la capacidad teórica de gente que se expresa tan violentamente; la educación no parece ser la solución a todos los problemas de la sociedad. Tal manejo de conceptos recuerda al loco de Chesterton (en Ortodoxia), cuyo sistema es completamente coherente consigo mismo y, por lo mismo, completamente cerrado en sobre sí. No tiene falencias y todo lo explica, pero para lograrlo tiene que reducir a la realidad, para que quepa dentro de su propio marco. El resultado de esa compresión es una explosión (generalmente mental).
Más allá de lo anterior, me parece que la el manifiesto merece una breve respuesta, porque si bien las ideas de los anarquistas que ponen bombas son bastante extremas, algunas parecidas pueden encontrarse más moderadamente en otros lados. La declaración comienza con una afirmación y unas preguntas, tomadas de otro colectivo anarquista, que sirven como clave.
"La vida es tan aburrida que no tenemos otra cosa que hacer que gastar nuestro sueldo en la última falda o camisa. Hermanos y hermanas ¿cuáles son vuestros deseos reales? ¿Estar sentados en un bar, la mirada distante y vacía, aburrido, bebiendo un insípido café? ¿O quizás volarlo y pegarle fuego? (angry brigade)".
La respuesta corta es que no. Ni la vida es tan aburrida, ni mi deseo real no es volar o pegarle fuego a un café o a un bar, y tengo mejores cosas que hacer que gastarme el sueldo en camisas. No creo que sea la situación de la mayor parte de las personas tampoco. De ser así, habría muchos más bombazos en los bares y muchos menos bares, pero no es el caso. No creo que eso sea por la alienación del pueblo (alienación que sólo puede ser resuelta por un bombazo). Es que los cafés y los bares no son malos. ¿Se puede leer Mendel el de los libros, de Stefan  Zweig (un autor burgués como pocos) sin tomarle cariño a un café como el “Café Gluck”? ¿Es que acaso una cerveza no sirve para reunir a los amigos y dar lugar a la conversación? Ahora bien, si la respuesta negativa es rechazada de plano por la supuesta alienación del que responde, tampoco tiene sentido hacer la pregunta (“Si te crees libre es porque aún no has volado lo suficientemente alto para chocar con los barrotes” decía un rayado en una pared cercana a mi casa: el loco de Chesterton tiene una respuesta para todo).
Por otra parte, esa actitud destructora no deja de traer a la mente al burgués de Chesterton (en Lo que está mal en el mundo), que todo lo encuentra tedioso y por eso necesita aventuras. Desprecia lo cotidiano, por aburrido. Su desprecio termina abarcando materialmente a personas comunes de carne hueso que son destruidas para difundir el mensaje de odio. La persona corriente, en cambio, encuentra solaz en su hogar, en torno a la mesa, incluso. No quiere destruir, porque tiene algo que amar. Quizás eso es lo que les falta nuestros anarquistas criollos.

martes, 23 de septiembre de 2014

Educación e instrucción

No termina de cerrarse el debate en torno a la educación universitaria gratuita. Es de admirar la perseverancia de sus proponentes. Seguro que si se propusieran conseguir cualquier otra cosa con ese mismo empeño, lo lograrían. Pero este debate se trata de algo más que de plata, y eso ellos lo saben bien, por eso la perseverancia. Además está el interés particular de un grupo que dispone de tiempo y medios para presionar. El interés general, al ser más difuso, tiende a ceder siempre ante presiones de grupos.

La educación sería un derecho de las personas, por lo mismo, nadie debería verse privado de ella por falta de recursos. El Estado, por tanto, debería  garantizarla, gratuita y de calidad (lo primero se define por sí mismo, lo segundo es muchísimo más confuso). Pero este debate descansa, en gran parte, en una confusión; falacia de la ambigüedad, dirían los retóricos.

Una cosa es la educación, aquel conjunto de conocimientos y hábitos que permiten a una persona alcanzar su desarrollo como persona, cosa compleja de definir, y otra cosa distinta es la instrucción, aquellos conocimientos y habilidades que permiten a una persona ganarse la vida. En general se asume que una persona educada es instruida, pero eso no es necesariamente así, y  lo opuesto aún menos.

Si bien se puede afirmar que la educación es un derecho de la persona, porque es tan necesaria para vivir humanamente como el alimento es necesario para simplemente vivir, es más complejo poner a la instrucción, qué es más bien una herramienta para ganarse la vida, en esa misma categoría. Además, no es en modo alguno claro que sea un deber primario de la comunidad política, del Estado, educar a una persona joven en este sentido, como no lo es el alimentarla.

Como ya se ha mencionado en otro lugar, si la instrucción fuese un derecho que debiera estar universalmente garantizado, el Estado tendría que subsidiar cursos de conducción, de operación de maquinaria y de tantas otras cosas que permiten ganarse la vida honestamente. Yendo más lejos todavía, si los medios para ganarse la vida fuesen un derecho social, el Estado tendría el deber de sustentar los emprendimientos de aquellos que decidieran no ir a la universidad.

El problema profundo, el origen de esta ambigüedad, es que en nuestro país la educación se concibe casi completamente como instrucción. El cultivo de lo humano, los saberes liberales, existen en un plano muy secundario. Esto una gran pérdida. Respecto de ellos, dada la función social que cumplen –que no es una función utilitaria– la comunidad política tendría algunos deberes. Pero en Chile no sabemos lo que decimos cuando hablamos de educación.

martes, 16 de septiembre de 2014

Rodeo y relativismo

“Septiembre sin crueldad” dicen algunos carteles en el campus y en la calles de la ciudad. La oposición al rodeo tiene cierta visibilidad, pero genera poca reflexión. En fiestas patrias uno no está para que lo molesten con ese tipo de cosas. Sin embargo, esta oposición al deporte nacional puede ser de utilidad para ejemplificar algunas verdades eternas.

Comencemos citando al gran Allan Bloom, que dice en el Cierre de la Mente Moderna que “hay una cosa de la que un profesor puede estar absolutamente cierto: casi todo estudiante que entra a la universidad cree, o dice que cree, que la verdad es relativa”. En mis clases la situación no es tan extrema como la que describe Bloom, pero el relativismo campea. Si uno le pregunta a los alumnos si acaso lo que hacían los Aztecas con los prisioneros de guerra estaba bien o mal, la respuesta suele ser “para ellos estaba bien, era su cultura”. Si se insiste, siempre hay alguno que responde diciendo que “nosotros no somos quienes para juzgarlos a ellos” o que “no podemos imponer nuestra concepción de lo bueno a otra sociedad”.

Es aquí donde el rodeo viene a mano. Si se plantea el tema, en toda sala de clases hay algunos opositores. El cuestionamiento se ve venir: ¿Acaso somos quienes para juzgar a los miembros del Club Huasos de San Felipe? ¿No es el rodeo parte de la cultura de la zona central de Chile? Eso debería bastar para hacer caer el relativismo cultural, al menos entre los opositores al rodeo. Es mejor hacerles ver, sin embargo, (con ayuda del gran Robert Spaemann, más grande que Allan Bloom, pero menos conocido) que si una sociedad se reforma desde dentro es porque existe una noción de lo bueno independiente de las condiciones sociales imperantes.

Después de clases pueden venir las consideraciones más contingentes. Este tipo de cambios suele venir desde arriba, desde una elite que de una manera u otra lo impone al pueblo, que suele ser conservador. (La masa, en contraste con el pueblo, es más voluble.) El rodeo es una pasión en los sectores rurales; su abolición, una preocupación citadina de gente que poco tiene que ver con caballos y vacas en su vida cotidiana.

La moralidad del rodeo no importa mucho, hay cosas más importantes de qué ocuparse. Lo que sí importa es que la lo bueno y lo malo no están definidos por la sociedad o cultura, por autóctona y auténtica que sea, cosa que queda demostrada por la oposición al rodeo por parte de algunos chilenos. Las posibilidades que abre esa afirmación sí que son importantes. 

martes, 9 de septiembre de 2014

El sueño y la pesadilla

Leo la prensa en la mañana y los líderes de la derecha dicen que ya no hay que mirar al pasado, sino al futuro. Lo mismo que vienen diciendo durante años. Se han quedado pegados. Me bajo del bus esa tarde y un hay grupo de personas en vigilia frente a un gran lienzo con la imagen de Salvador Allende. No hacía muchos días que la Presidente se había referido también al “sueño de Salvador Allende”. Curioso: los líderes de la derecha quieren mirar al futuro, mientras que los de la izquierda continuamente vuelven al pasado. (¿Quiénes son los momios?)

Pero esto mismo muestra la superficialidad de la derecha actual. Mientras la mayoría política, el gobierno, siga anclada espiritualmente en 1973 es simplemente liviandad declarar superado un período que es fundante en nuestra historia reciente. Hay que entender las diferencias. El gobierno militar fue, para la derecha, una reacción a unas determinadas circunstancias. Corrió su curso y terminó. Hubo una nueva constitución, plazos, un plebiscito y elecciones. Después de dos gobiernos democratacristianos y de dos gobiernos socialistas vino el gobierno de Sebastián Piñera y pareciera que todo quedó superado.

En cambio, para la izquierda, al menos para la izquierda dura (pero toda la izquierda admira y se pliega a la izquierda dura), la revolución socialista, el gobierno de Salvador Allende, es una herida abierta porque es un proceso interrumpido, que no pudo correr su curso (quizás era imposible que lo hiciera, lo que hace la situación más dolorosa aun). Los gobiernos de la Concertación, que tuvieron su final natural por agotamiento, no cuentan porque no fueron revolucionarios. La revolución todavía está inconclusa.

Lo que agrava la situación es que mientas la izquierda chilena soñaba en el exilio, la revolución se desmoronó en el resto del mundo. Cayó el muro, Alemania oriental, dónde tantos buscaron refugio, pasó a la historia. La Unión Soviética, que con su imperialismo apoyó a los revolucionarios de todos lados, se desintegró sin que se disparase un tiro; se desintegró agotada. Sólo queda Cuba, aislada, desencantada, gobernada por una gerontocracia que ya no fue capaz de cumplir sus promesas. (¿Y Venezuela? Nadando en petróleo se muere de hambre.) Incluso el estado de bienestar europeo se tambalea. La izquierda chilena vive de un sueño de un pasado inconcluso, del cual todos han despertado. No es raro no querer despertar, porque los sueños suelen más agradables que la realidad.

¿Podrá despertar la izquierda, sin dejar de ser izquierda? Para eso la derecha tiene que sacudir la modorra de su propio sopor. Podría hacer explícito el sueño de Allende, explicitándolo más allá de su retórica. Habría resistencia, por supuesto (como la que hay al tratar de sacar de la cama a un adolescente). Tendría que dejar de mirar tanto al futuro y mirar al pasado, ese pasado donde se forjó el presente que ahora domina la izquierda casi sin contrapeso.

martes, 2 de septiembre de 2014

Algunas notas sobre el ranking de notas

La intención era buena y la idea también. Cuando se tomó la medida de incluir dentro del puntaje para la selección universitaria el “ranking” de notas de cada alumno, se consideró que los hábitos de estudio reflejados en la posición relativa de cada alumno en su curso eran algo deseable para las universidades (los hábitos son un buen predictor de éxito académico). Además, el “ranking” ayudaría a alumnos de malos colegios, es decir, de escasos recursos: siendo jóvenes de esfuerzo, se verían recompensados a pesar de su mala preparación.

Estas consideraciones preliminares muestran la insuficiencia del puntaje de la PSU (más las NEM) como medio de selección, pero el monopolio que de facto ejerce el Estado por medio del sistema de admisiones, créditos, etc. no permite mayor despliegue de proyectos originales.

A pesar de la buena intención hubo consecuencias inesperadas, es algo que suele ocurrir al aplicar políticas sociales. La realidad es dinámica, no estática: al aplicarse una política a una situación particular no se obtiene la situación original más la política aplicada (la solución), sino una situación completamente nueva, con problemas propios (es algo que los planificadores no acaban de comprender, porque implicaría el fin o la prolongación indefinida de la ingeniería social). La realidad es demasiado compleja para poder ser manejada con tanta facilidad, más si se trata de la realidad humana.

No es que el comportamiento de las personas sea impredecible, sino más bien que no sigue los patrones esperados por los planificadores. Las personas tienden, de manera comprensible, a defenderse de que aquello que parece amenazarlas. Si hacen sacrificios, suele ser por cosas concretas más que por abstracciones.

En el caso del “ranking” lo inesperado fue la fuga de alumnos de liceos emblemáticos (algo parecido ocurre, a menor escala, en los colegios privados dirigidos a alumnos de escasos recursos: en IV medio se van a colegios fiscales para poder optar a becas). Esto ha provocado todo tipo de protestas, reclamos y peticiones. El comportamiento realmente inesperado es el de los alumnos de los colegios que reciben a los “fugados”: ellos se ven perjudicados con la llegada de otros estudiantes que los desplazaran hacia abajo en el “ranking” pero no dicen nada, los más perjudicados sufren en silencio los efectos del experimento. Quizás algunos de ellos se vayan a otros colegios, de inferior calidad aun, para poder quedar en la cúspide.

En cualquier caso, una intervención genera una reacción en cadena. Lo que sería realmente inesperado es que los planificadores e ingenieros sociales aprendieran algo de humildad y prudencia frente a una realidad que siempre los supera. 

martes, 26 de agosto de 2014

Marino, sin vacilar

Hace unos días, en la sede del Movilh y recibiendo un galardón de la embajada de Finlandia, un funcionario de la Armada reconoció públicamente su condición homosexual. Todo un hito, recalcaron algunos medios, pero la noticia no se comentó mayormente porque el país está entrando nuevamente en una fase en que la economía es lo que más importa. Aun así, es asunto merece un poco de atención.

Si bien Mauricio Ruiz actuó con permiso de la institución, no sabremos realmente qué piensan los marinos de esto; en Chile las Fuerzas Armadas no son deliberantes y ningún marino hará comentarios, salvo que quiera terminar su carrera. Nos queda, pues, a los civiles decir algo.

No vale la pena entrar a hablar de la homosexualidad, ya sabemos que hay sólo un discurso públicamente aprobado y la disidencia es duramente penada por la policía del pensamiento. Está demás entrar en las complejidades que implica introducir tensión sexual en un ambiente de convivencia estrecha, como puede ser un buque o un regimiento en campaña, y además altamente jerarquizado. Pero sí se puede hablar de las Fuerzas Armadas y lo que este tipo de cosas puede significar para ellas.

Comencemos por lo básico: la función de las Fuerzas Armadas es la defensa de la soberanía de la nación. Esto implica que la integración de la sociedad, el reflejo de la diversidad y otras buenas aspiraciones no son parte esencial de su función. Esas pueden ser funciones de la política, no de la defensa, pero la política tiende a ocupar más de lo que le corresponde.

Como la función de las FF. AA. es la defensa todo lo que reste de esta función debe ser evitado por ellas. Ahora bien, quién decide lo que suma y lo que resta en este ámbito es un tema delicado. En principio, deberían ser los propios integrantes de las FF.AA. ya que son ellos quienes mejor conocen su oficio. Pero los militares, marinos y aviadores no pueden hablar libremente sobre esto porque dependen de los políticos. El tema de las mujeres en las FF.AA., por ejemplo, ya es bastante delicado, pero no se puede tocar.

Los políticos, que deciden las leyes que gobiernan a las FF.AA., nombran a los comandantes en jefe y controlan el presupuesto, no suelen tener en mente la defensa de la soberanía, sino más bien la próxima elección y, por lo mismo, la sensibilidad del momento. De hecho, al juzgar por la injerencia de organismos internacionales en asuntos chilenos y la reciente pérdida de territorios, la soberanía parece importarles muy poco.

En este caso, un sector minoritario en Chile, con el apoyo moral de otros países, se ha servido de una de las ramas de las FF.AA. para promover una causa que nada tiene que ver con la defensa. Qué efectos pueda tener esto en la cohesión de las unidades militares y navales o en el compromiso de las FF.AA. con el resto de las instituciones del país, los civiles no lo sabremos: sólo nos enteraremos de lo que los interesados quieran mostrarnos. Probablemente no sea nada apocalíptico, pero sí un pequeño debilitamiento de las instituciones, que en vez de cumplir su misión, son usadas en pos de agendas ideológicas particulares.

martes, 19 de agosto de 2014

Los deberes de los estudiantes

Es curioso notar la cantidad de deberes (y el profundo sentido del deber) que tienen algunos de mis alumnos. El lenguaje en que los expresan es el más fuerte posible: “no puedo asistir a la próxima clase, porque tengo que jugar un partido de fútbol”, “no pude llegar a la prueba porque tuve que viajar” y cosas por el estilo. Llama la atención que la imposibilidad moral sea tan fuerte como una imposibilidad física. Kant, sin duda, estaría orgulloso de ellos.

Parte de mis propios deberes es liberarlos, mostrarles que lo que tienen que hacer no es tal. Son libres, o al menos, a partir de los dieciocho años, bastante libres. No tienen que asistir a clases, ni deben estudiar. Se supone que lo hacen porque quieren, pero es propio de la gente joven no saber muy bien lo que quiere.

La primera revelación viene cuando se dan cuenta de que no están obligados a ir a la universidad, ni a una universidad o carrera en particular. Algunos se sienten obligados por las circunstancias, lo cual hace desagradables sus estudios, pero poco a poco llegan a darse cuenta que esa obligación es condicional: tienen que ir a clases porque quieren titularse, tienen que titularse porque quieren ser profesionales y quieren que ser profesionales porque prefieren eso a la alternativa. Es el momento en que empiezan a verse como dueños de sus vidas.

El paso del “tengo que” o “debo” al “prefiero” o “quiero” es particularmente importante. Implica pasar de ser un objeto que es gobernado la necesidad de las fuerzas externas, a ser un sujeto que se gobierna a sí mismo. Asumir la propia libertad también implica empezar a hacerse responsable, puesto que uno es dueño los actos que van conformando la propia vida.

El querer, además, puede darse en distintos niveles. Puede referirse al momento (quiero o no quiero estudiar, quiero o no quiero ver un video), a un espacio de tiempo  más largo (quiero pasar el ramo) o a la vida como un todo (quiero ser una persona educada). Esta idea no es algo inmediatamente digerible. El querer de un momento puede ir contra lo que se quiere a largo plazo; libremente se puede hacer lo que en realidad no se quiere. Limitarse, a su vez, puede ser liberador.

Esto no hace las cosas más fáciles, en ningún caso. Hace que las excusas sean muy fuertes: “no quiero asistir a la próxima clase, porque quiero jugar un partido de fútbol, porque prefiero no quedar mal con mis compañeros”. Pero al menos hace que la realidad de las cosas y de la propia conducta sea más clara, y que esa compleja palabra, “deber”, se devalúe un poco menos. 

jueves, 14 de agosto de 2014

La Edad de Hierro en Chile

Hace unos días fui con unos amigos al visitar el antiguo fuerte de Penco, que es una de las construcciones más antiguas de la Región del Bío-Bío. Casi en la playa, con sus cañones apuntando al mar, evoca tiempos violentos, en los que los ataques de corsarios y piratas eran una amenaza real para la Capitanía General. No hace falta decir que el antiguo fuerte se encuentra completamente rayado, incluso el escudo de Castilla y León (una adición posterior), que está en la parte del frente, tiene algunas inscripciones hechas con punzón.

Y ahí vino el comentario de mi amigo: “en Europa esto no estaría así”. Estudiar largo tiempo en el extranjero hace que se extrañe la amistad, simpatía y calidez de los chilenos, pero a la vuelta, la comparación de paisajes urbanos puede ser una experiencia muy fuerte. El cuidado de los pocos monumentos históricos no es un tema de recursos; no hace falta ser rico para abstenerse de firmar un cañón. No sé si es un asunto de educación formal; una persona iletrada tendría menos motivos para dejar sus mensajes en un muro público. ¿Cómo se educa el sentido estético?

Pero un comentario así no podía dejarse pasar sin réplica. “Bueno, en la catedral de Santa Sofía (ahora la mezquita de Estambul) también hay algunos grafitis hechos por algún vikingo que quiso inscribir su nombre en caracteres rúnicos, con un punzón.  Sin olvidar lo mismo en el León del Pireo, en Venecia ”. Pero la respuesta fue rápida e inapelable: “Los vikingos que hicieron eso estaban en la Edad de Hierro”.

Quizás ese es el problema: la barbarie. Una barbarie sin épica ni heroísmo, que se limita a los actos vandálicos, muy lejana del mundo del honor descrito en las sagas. ¿Habrá descendido Chile, desde que se esculpió el escudo de Castilla y León en el antiguo fuerte de Penco? ¿Sería Chile un país más “moderno” en el s. XVII que en XXI? ¿Se puede ser un país “desarrollado” si los pocos monumentos históricos y casi todos los espacios públicos están rayados, si esos grafitis son el único horizonte de trascendencia de quienes los hacen?

Estudiar largo tiempo en el extranjero puede hacer que se llegue a pensar que los habitantes de los países del norte son más individualistas que los chilenos amistosos, simpáticos y cálidos. Pero el cuidado de los espacios públicos, el abstenerse de afirmar la propia individualidad rayándolos, muestra un sentido del bien común y de respeto por los otros que aquí se echa de menos. ¿En qué consistirá el tan ansiado “desarrollo”?

martes, 12 de agosto de 2014

Debate sobre matrimonio homosexual: nada que hacer. A propósito de un intercambio de opiniones.

Hace unos días leí el intercambio de opiniones sobre el matrimonio homosexual entre Robert P. George (en contra) y Jameson W. Doig (a favor) publicado en The Public Discourse. Los breves artículos se pueden encontrar aquíaquíaquí, y aquí. Me interesaba especialmente leer a Doig, para conocer mejor los argumentos de quienes aprueban el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Me di cuenta de que en este debate no hay nada que hacer, o muy poco. El argumento de Doig–si es que llegaba a eso– se apoyaba casi completamente en el sentimentalismo (“¿cómo negarle el reconocimiento a dos personas que se aman, y más si se benefician con ello?”), ilustrado desde el primer momento con un caso conmovedor. Doig no fue capaz de hacerse cargo de ninguna de las objeciones de su contradictor, principalmente el porqué de la limitación del matrimonio a sólo dos personas.

Esto no quiere decir que no pueda haber un caso más sólido a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, pero Jameson W. Doig es profesor emérito de Princeton, una de las más prestigiosas universidades de los EE.UU., no era su primera incursión en el tema y se enfrentaba a uno de los principales defensores del matrimonio tradicional. No sé si se puede esperar algo más.

Para que haya un debate tiene que haber razonamiento, pero en la postura favorable al matrimonio homosexual había poco de eso. No hay malo en sí mismo en tener una posición basada en la subjetividad, el sentimiento o el gusto personal, pero una posición así no puede ser discutida o comprobada o falseada por medio de razonamientos, sólo compartida en la medida que el interlocutor comparta o asuma la misma sensibilidad. Es lo que ocurre cuando se habla de equipos de fútbol, comida o música, pero es distinto si se trata de cosas serias que afectan a la sociedad entera. 

Ahora bien, con el sentimiento no se puede argumentar. No hay debate posible. El sentimentalismo subjetivo es el mal de nuestra época, conclusión necesaria para un sujeto autónomo y cuya razón es la simple esclava de sus pasiones. ¿Qué hacer? Si no se puede argumentar se puede recurrir a la reducción al absurdo, que es lo que hizo Robert P. George en parte del intercambio. La ironía puede forzar a la inteligencia a ver conexiones hasta entonces ocultas y despertar la capacidad de discutir. Pero en este debate, como en otros, la cuestión de fondo no es sólo algo puntual, si dos personas del mismo sexo pueden casarse o no, sino si acaso existe una realidad independiente del sujeto que la inteligencia puede conocer y a la cual debe adecuarse, o si el sujeto mismo es el árbitro de la realidad. Es la cuestión en que se sustenta todo debate.

martes, 5 de agosto de 2014

El impulso conservador

“No experimenten con nuestros hijos” ha sido la declaración de la Confederación de Padres y Apoderados de Colegios Particulares Subvencionados. Es natural: lo que se puede ganar es incierto y lo que se puede perder, mucho. Ante una situación así surge el impulso conservador, nadie juega de esa manera con lo propio, con lo que se ama.

Quizás el ciudadano de a pie, ese que no lee a los intelectuales de moda en los medios de prensa alternativos y no puede darse el lujo de salir a marchar muy seguido porque tiene un horario que cumplir, no se comprometa con muchas causas. Es lógico, no se puede estar en todas las peleas, menos si se tiene que mantener una familia. Pero si ese ciudadano está dispuesto a dejar pasar muchas cosas, no quiere decir todo le dé lo mismo. Hay algunas que quiere conservar, las que siente como más propias.

El impulso conservador, aunque no esté muy a flor de piel en Chile -es cosa de ver lo poco que se cuida el paisaje o el lenguaje-, es propio de todo ser vivo, o de toda entidad moral, que no quiere desaparecer. Nace del amor que se tiene a uno mismo, o a lo propio –cercano a uno, que se quiere conservar. En la medida que falta ese amor la tendencia a la conservación se pierde: ahí es cuando se asumen riesgos de resultados inciertos, o simplemente se destruye.

La tendencia a conservar no puede ser ciega al hecho que la permanencia en el tiempo implica cambios, el inmovilismo puede llevar a la destrucción y el embalsamamiento presupone la muerte. Pero los cambios que se hacen en vistas a permanecer no pueden ser tan bruscos, extensos y repentinos que desfiguren radicalmente lo que se quiere conservar.

Los cambios radicales –revolución, retroexcavadora, etc. – al ser totales, suelen ir acompañados de riesgos difíciles de minimizar. Puesto de otra manera, una vez realizado el cambio radical, no hay vuelta atrás y si se perdió algo, es irrecuperable. El “Transantiago” es quizás el mejor ejemplo reciente de esto. Además, los cambios sociales radicales, como suelen venir de una elite intelectual y generan resistencia, tienden a destruir algo muy preciado, la paz social, que es uno de los bienes que se puede tener en común con otros. Los padres de niños de colegios subvencionados se dan cuenta de esto: lo que hay no es óptimo, pero al menos es real. Lo que viene puede ser cualquier cosa, sin derecho a devolución. La tendencia conservadora se centra en lo concreto existente y aprecia lo bueno que puede encontrar ahí, desconfía supuestos futuros que siempre prometen ser mejores.

El impulso conservador está latente, amenazas directas a algo tan cercano al corazón de las personas como son los hijos hacen que surja. Pero la reforma educacional no es la única que está en curso. ¿Seremos capaces de llegar a decir a los ingenieros sociales, que se apoyan con frecuencia en burocracias internacionales, “No experimenten con nuestro Chile”? Para eso hay que tener el corazón un poco más grande.

martes, 29 de julio de 2014

La pelea por el mínimo

"¿Si usted no tuviera que trabajar y, por lo mismo, no necesitara venir a clases para obtener un título, qué haría con su vida?" El alumno se mostró un poco confundido. Su primera respuesta fue "no sé". Luego: "Disfrutar, pasarlo bien". Así las cosas, la educación –en la manera en que se da aquí y ahora– es un mal necesario, al servicio de una supervivencia que ni siquiera es gozosa en el modo de obtenerse.

Este breve intercambio con el alumno me recordó un cuento, o fábula, bien conocido por todos: Un hombre de negocios, de cierta edad, pasa diariamente por la plaza donde ve un joven tomando sol. Un día decide interpelarlo y le pregunta si acaso no estudia alguna carrera. "¿Para qué?" Contesta el joven. "¿Para que puedas tener un trabajo?". "¿Para qué?". "Para ganar plata". "¿Para qué?". "Para poder ahorrar". "¿Para qué?". "Para que puedas tener una buena jubilación y descansar". "Eso hago".

Y si eso es lo que buscan muchos, no hay mucho que hacer. El síntoma más claro es lo que un amigo llama "la pelea por el mínimo": contentarse con pasar con un 3.9 (eso sí que es jugar al empate), asistiendo al mínimo de clases exigidas –y ojalá a un poco menos que el mínimo, estudiando lo mínimo posible –y a veces se ufanan algunos de pasar un ramo a punta de copias, sin estudiar nada. Es que la academia es un trámite para adquirir un certificado que permita hacer algo que a su vez permita hacer lo que de verdad se quiere hacer, que la mayoría de las veces es algo que no se sabe muy bien y otras veces es nada. La vida está en otra parte, y la vida consiste en “pasarlo”, es decir, dejar que se vaya con el menor dolor posible. Lo que contribuye, lo que permanece, lo que queda –cosas como el crecimiento, del tipo que sea– tienden a doler y a costar un poco.

Pasa hasta con los alumnos de buen rendimiento: “¿Pero ustedes quieren comprender la materia u obtener la información necesaria para contestar la prueba?”. Silencio. Pero no siempre es así. Hay algunos que buscan comprender y van a la biblioteca en busca del material necesario. Otros –a veces son los mismos– leen los libros que se mencionan al pasar, y los comentan. Esos no siempre sacan la nota máxima, porque no siempre son expertos en responder evaluaciones. Si la educación superior fuera de verdad para los que buscan educación, probablemente habría más profesores que alumnos en las universidades. Mientras tanto el “movimiento estudiantil” avanza, nadie sabe bien hacia dónde.

martes, 22 de julio de 2014

“Los animales son amigos, no comida”

Los espacios públicos de mi ciudad, como de tantas otras en Chile, son propiedad de grafiteros, que –creando conciencia– extienden su solidaridad a diversas causas con pequeñas contribuciones forzosas de los vecinos.

Hace unos días me llamó la atención un “stencil” que proclamaba que “Los animales son amigos, no comida”. Para ver si era verdad, decidí preguntarles a los mismos animales. Un gato confesó que para él las lauchitas y los pajaritos sí eran comida y que no sentía ningún remordimiento al matarlos. La tortuga de agua que vive en una pileta cercana me informó que no era amiga de los peces que viven con ella y que, más aún, intentaba devorarlos cada vez que podía. Los peces, por su parte me dijeron que no eran amigos de la tortuga. Así las cosas en el maravilloso mundo de los animales. Juzgué innecesario seguir con mis averiguaciones.

¿Serán capaces de amistad los animales (incluyendo a las lombrices, por ejemplo)? ¿Quién hace la división entre tipos de animales? Sin duda hemos avanzado algo en nuestra comprensión de los seres vivos desde el mecanicismo Cartesiano, pero regirse por la emocionalidad que despiertan ciertas criaturas en ciertos momentos no es ningún avance. Es enternecedor –por ejemplo–  ver en un documental a un cachorrito de oso polar jugando en la nieve; pero su madre, con las fauces chorreando de sangre después de una jornada de caza, es otra cosa. Sin embargo, la muerte cruenta de muchas focas es necesaria para la vida de los ositos polares que nos conmueven con su ternura.

La naturaleza es increíblemente cruel, cuando se la antropomorfiza. Pero nociones de crueldad, justicia y misericordia son nociones humanas, y el hombre, mal que le pese, está, de cierto modo, fuera del mundo natural. Es el problema del animalismo: es inevitablemente antropocéntrico (tal como el indigenismo y el multiculturalismo son, al final, una forma sutil de eurocentrismo, pero de eso hablaremos en otra ocasión).

Si está mal para un ser humano comerse a un animal, como lo indicaba el “stencil” visto en una plaza de mi ciudad ¿Estará mal para un animal hacer lo mismo? ¿Entiende un animal conceptos como bondad o maldad? ¿Qué se le dice a un animalito que mata y come a otro animalito? La respuesta es que nada: no entiende. Ahí está la diferencia.