Los bombazos en el metro y en otros lugares, los
ataques a camiones y buses en la Araucanía han llevado a algunos a hablar de
una falla del Estado. Pero hay que tener cuidado con las palabras, que llevan
implícitas ciertas imágenes e ideas. Decir que el Estado ha “fallado” puede dar
la impresión de un defecto material, inevitable con el tiempo (como la falla de
un motor). Pero el Estado está compuesto de personas y muchas veces las fallas
de este tipo tienen que ver con la voluntad.
Frente a bombas e incendios se afirma el derecho a
vivir en paz, se dice que el primer deber del Estado es la protección de las
personas, pero hay algo que no se toma en cuenta: en este momento nuestras
autoridades están de parte de quienes ponen bombas e incendian, por eso, entre
otras cosas, vacilan en llamarlos terroristas.
Por supuesto que lo anterior no se aplica a todas
las autoridades, ni a todo el aparato estatal. Tampoco es que haya una
declaración, o actitud declarada, en favor de quienes alteran el orden. No. Se
trata de la visión, el espíritu, que anima a los actuales gobernantes. No
olvidemos que su talante es revolucionario: aplanadora, derrumbe,
retroexcavadora son las palabras de su vocabulario. Algunos fueron miembros de
organizaciones como el FPMR o el MIR. Hoy siguen celebrando a esas
organizaciones en sus aniversarios.
La izquierda, renovada o no, siempre tiene una alguna
simpatía (mayor o menor, dependiendo de la persona) por cierto tipo de
violencia. El agricultor es un terrateniente, y si le toman un campo que ha
trabajado por años, el socialista entiende que el país no puede funcionar así,
pero en sus adentros está más del lado del que se toma la propiedad ajena que
del que defiende la propia, la reforma agraria no está completamente olvidada.
Un propietario de camiones es un empresario, y si un exaltado los quema, bueno,
mientras no acabe con toda la maquinaria del país, el izquierdista encontrará
una manera de disculparlo (estructuras de opresión, violencia sistémica,
etc.).
En el fondo, nuestras autoridades actuales sienten
algo de añoranza, admiración y envidia por quienes hoy siguen la vía violenta. Son
los viejos que no pueden ver las travesuras de los jóvenes sin un dejo de simpatía.
No es que el Estado haya fallado o fracasado en la protección del ciudadano de
a pie. El Estado ha estado simpatizando, de una manera u otra, con los mismos
violentos de siempre (y con algunos nuevos). Los ha encubierto, los ha
indultado, les ha pagado y ahora los mira sin decidirse si le conviene poner su
lealtad con los compañeros o con la ciudadanía.
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