martes, 7 de octubre de 2014

Las autoridades y el terrorismo

Los bombazos en el metro y en otros lugares, los ataques a camiones y buses en la Araucanía han llevado a algunos a hablar de una falla del Estado. Pero hay que tener cuidado con las palabras, que llevan implícitas ciertas imágenes e ideas. Decir que el Estado ha “fallado” puede dar la impresión de un defecto material, inevitable con el tiempo (como la falla de un motor). Pero el Estado está compuesto de personas y muchas veces las fallas de este tipo tienen que ver con la voluntad.

Frente a bombas e incendios se afirma el derecho a vivir en paz, se dice que el primer deber del Estado es la protección de las personas, pero hay algo que no se toma en cuenta: en este momento nuestras autoridades están de parte de quienes ponen bombas e incendian, por eso, entre otras cosas, vacilan en llamarlos terroristas.

Por supuesto que lo anterior no se aplica a todas las autoridades, ni a todo el aparato estatal. Tampoco es que haya una declaración, o actitud declarada, en favor de quienes alteran el orden. No. Se trata de la visión, el espíritu, que anima a los actuales gobernantes. No olvidemos que su talante es revolucionario: aplanadora, derrumbe, retroexcavadora son las palabras de su vocabulario. Algunos fueron miembros de organizaciones como el FPMR o el MIR. Hoy siguen celebrando a esas organizaciones en sus aniversarios.

La izquierda, renovada o no, siempre tiene una alguna simpatía (mayor o menor, dependiendo de la persona) por cierto tipo de violencia. El agricultor es un terrateniente, y si le toman un campo que ha trabajado por años, el socialista entiende que el país no puede funcionar así, pero en sus adentros está más del lado del que se toma la propiedad ajena que del que defiende la propia, la reforma agraria no está completamente olvidada. Un propietario de camiones es un empresario, y si un exaltado los quema, bueno, mientras no acabe con toda la maquinaria del país, el izquierdista encontrará una manera de disculparlo (estructuras de opresión, violencia sistémica, etc.).

En el fondo, nuestras autoridades actuales sienten algo de añoranza, admiración y envidia por quienes hoy siguen la vía violenta. Son los viejos que no pueden ver las travesuras de los jóvenes sin un dejo de simpatía. No es que el Estado haya fallado o fracasado en la protección del ciudadano de a pie. El Estado ha estado simpatizando, de una manera u otra, con los mismos violentos de siempre (y con algunos nuevos). Los ha encubierto, los ha indultado, les ha pagado y ahora los mira sin decidirse si le conviene poner su lealtad con los compañeros o con la ciudadanía.

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