martes, 25 de diciembre de 2012

Navidad

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

La memoria –individual y colectiva– engaña. Es común creer que algunas cosas, por llevar mucho tiempo de cierta manera, siempre han sido como son. Pero el mundo ha sufrido cambios radicales, tanto, que es difícil llegar a imaginarse como era antes. Del pasado queda una memoria vaga y filtrada por el presente.

Sin embargo, se puede acceder al pasado remoto, sólo hace falta un poco de lectura y capacidad de ponerse en una situación muy distinta a la propia. Si se leen textos como el Gilgamesh, la Ilíada, o incluso el Beowulf, se puede ver el mundo como era antes,  uno puede darse cuenta que ciertas prácticas del mundo antiguo, que hoy nos parecen intolerables e incomprensibles (aunque siempre están rebrotando), como el infanticidio, los juegos de gladiadores, la tortura pública, la esclavitud o los sacrificios humanos, se aceptaban sin el menor cuestionamiento.  Además reinaba la incertidumbre y, sobre todo, la desesperanza acerca del destino final del ser humano. Todo eso en medio del mayor refinamiento y civilización.

Así era Roma, por ejemplo, hace poco menos de dos mil años. En la ciudad que creó, y perdió, la forma republicana de gobierno el padre podía decidir sobre la vida del hijo recién nacido. Las otras sociedades antiguas no eran muy distintas. En la Atenas de Pericles, donde brevemente floreció la democracia, se podía comprar un esclavo como quien compra un caballo. En Cartago, próspero puerto e imperio comercial, se ofrecían sacrificios de niños a Moloc. Los pueblos germanos hacían de la guerra una forma de vida, y los otros pueblos -salvo uno- al oriente y en la América no descubierta, no lo hacían mucho mejor.

Pero el mundo cambió. De la antigüedad nos queda lo bueno: la filosofía y el arte en todas sus formas. Los dioses terribles (de la violencia, de la lujuria y de la avaricia) están relativamente domesticados. Ya no nos parece natural que unos hombres puedan comprar a otros, que el espectáculo de dos matándose en combate sea una diversión adecuada para una multitud o que la venganza sea la ley que debe regir a los hombres.

Cambió el mundo, entre otras cosas, porque cambió nuestra imagen del hombre. ¿Hace falta decir qué fue lo que hizo que prácticas milenarias de inhumanidad comenzaran a ser abandonadas hace poco menos de dos mil años? Nació un niño, que nos hizo reconocer al hombre, pero para eso, antes, nos mostró a Dios. Y eso es lo que celebramos el 25 de diciembre.

martes, 11 de diciembre de 2012

Fraude Académico

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Causó sorpresa que se descubriera fraude en la acreditación de ciertas universidades. Pero que algún funcionario del CNA haya recibido sobornos para poner una buena nota no debería sorprender a nadie: en Chile el fraude académico es algo tan común que es casi parte de nuestra (falta de) cultura.

Es grave, además, que estas irregularidades se hayan descubierto no por la calidad de los egresados o porque alguna persona honesta haya decidido poner fin al abuso, sino porque los problemas financieros de una universidad motivaron una investigación más profunda. Este tipo de cosas suelen aparecer sorpresivamente, no porque nadie sospeche, sino porque es más cómodo mirar para el lado y hacer como que no pasa nada, hasta que la situación revienta.

Pero nada llega a grande sin tener pequeños comienzos. El fraude académico empieza en la sala de clases, entre copias y torpedos. Muchas cosas contribuyen a esto, pero me parece que un momento como este conviene concentrarse en uno: una gran cantidad de personas simplemente no tiene otro fundamento para actuar bien que la presión social. Sin embargo, la presión social no opera mucho cuando se trata de cosas que por su naturaleza se mantienen ocultas.

Lo anterior es patente cuando se pregunta a los alumnos algo como “¿por qué está mal copiar en un examen?” Si la pregunta es parte del examen, la reacción es de risa – una risa corta y nerviosa. Pero las respuestas suelen dejar bastante que desear. “Porque lo prohíbe la ley” dice uno. No estoy seguro si entre las miles de leyes que imperan sobre el territorio haya alguna que prohíba la copia. “Porque es mal visto por la sociedad” dice otro, pero resulta que al menos en la sociedad estudiantil es una práctica completamente aceptada, incluso podría decirse que en algunos casos es bien vista. Algún otro dice que copiar está mal porque implica mentira, y la mentira, porque implica engaño, pero no es capaz de explicar por qué está mal engañar. (El que va más lejos indica que con esas prácticas se disgrega la sociedad, pero no puede articular por qué hay que preservarla).

No es que los alumnos, copien o no, sean malas personas: todos aceptan que el fraude es algo malo, ninguno dice que se puede engañar mientras uno no sea descubierto. Pero no pueden dar razón de lo que afirman. No parece ser tan grave, en general se portan bien, pero como no hay un fundamento sólido, la disposición a actuar bien es débil y puede derrumbarse en la primera dificultad. Si ha habido poco tiempo para estudiar, si el mejor alumno del curso está sentado justo adelante, si la nota de presentación es baja, si el profesor se distrae… la tentación es demasiado fuerte para quien se mueve sólo por lo que es bien visto.

Por eso nadie debiera sorprenderse que haya fraude académico entre los garantes de la calidad de la educación. Lo hay desde la enseñanza básica hasta el último de año de universidad. Es común y se lo castiga poco. Muy pocos pueden explicar bien por qué debieran abstenerse de engañar al resto si nadie se va a dar cuenta, y algunos, de hecho, lo hacen al más alto nivel.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Información y participación

por Federico García (publicado en ChileB)

Hablar de la crisis cívica en Chile ya es un lugar común, del cual no parece haber mucha salida. Curiosamente esta crisis tiene dos manifestaciones contrarias: por un lado la apatía que hace que la mayoría de las personas no sólo no vote, sino que tampoco asista a actividades como una reunión de la junta de vecinos o tome medidas como escribir un correo electrónico al diputado de su distrito. Al otro lado tenemos la actividad frenética y muchas veces violenta: marchas, rayados de paredes, bloqueo de caminos y cualquier cosa que llame la atención de la prensa y presione a las autoridades con urgencia. Es frecuente que para reclamar por derechos legítimos algunos pasen a llevar los de otros, sin mayores miramientos.

Podría añadirse, además, que hay muchas otras manifestaciones de la crisis de civismo, como el descuido por el cuidado del entorno físico, u otras más graves, como los casos de corrupción a los que nos estamos acostumbrando.

¿Será que hay un par generaciones a las que nadie les enseñó a vivir en sociedad? ¿Será que después de su experiencia de vida muchos han concluido que siempre prevalece el más fuerte o el más astuto? Es un problema, porque aunque el ser humano necesita de la sociedad para poder vivir y desarrollarse, no se integra automáticamente: tiene que aprender a hacerlo. El fracaso de esto es la ley de la selva, que parece imperar en algunos aspectos de nuestra sociedad. El debate, en cambio, aun dentro del más profundo desacuerdo implica la búsqueda de algún punto en común –aunque sea sólo la afirmación que es mejor pelear con palabras que con golpes. Pero involucrarse en la vida común implica cierto sacrificio, y ocurre, como en tantas cosas, que muchos se contentan con lo mínimo y viven en su propio mundo, casi al margen de la sociedad.

No es que no haya relaciones con otras personas, al contrario, las hay muchas e intensas, pero concentradas en el ámbito privado, tan privado que a veces son más virtuales que reales; lo público corre el peligro de quedar reducido a un mínimo. Es cosa de ver como las redes sociales se transforman en cajas de resonancia para las ideas favoritas de los que están conectados, y el que se atreve a cuestionarlas de manera directa recibe una avalancha de descalificaciones.

En parte, el problema es que la realidad es compleja, y por lo mismo, participar en ella no es fácil. Es imposible estar al tanto de los problemas económicos, medioambientales, políticos, educacionales, etc. que nos rodean. Además de compleja, es cambiante, lo que hace aún más difícil estar al día.

Frente a esto, la tentación de la comodidad es fuerte: la participación parece difícil y estéril, y es más fácil dejar que otros hagan el trabajo de configurar la sociedad. Pero esa puede ser la impresión del que mira desde la banca, el que participa sabe que tendrá que mojar la camiseta, pero que también que el resultado, y el proceso, será satisfactorio. El primer paso para participar, para entrar en lo público, es salir de sí mismo y abrirse al mundo más amplio. Lamentablemente esto no es algo que pueda generarse por decreto o técnica, es fruto de un convencimiento personal. El segundo es informarse. No es poco lo que está en juego; dependiendo de cómo se resuelvan los problemas de hoy, será la realidad por muchos años.

lunes, 26 de noviembre de 2012

De presupuestos y oposiciones

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción) 

Al momento de ser redactada esta columna el Congreso todavía no aprueba el presupuesto para el próximo año, pero la situación se mantiene tranquila, no hay ecos de 1891. Se nota, eso sí, un estilo distinto de ser y hacer oposición al que nos habíamos acostumbrado en los últimos veinte años. (Está a punto de terminar el mandato de Sebastián Piñera, y parece que la Concertación no acaba de convencerse no le tocó estar en La Moneda este período.)

No han sido años fáciles para el presidente y su gobierno, si Alianza esperaba tener una oposición como la que pedía Portales, o de la manera que ella misma lo fue, se equivocó. Es cosa de recordar. Cuando a la Concertación “se le olvidó” inscribir sus candidatos, la Alianza permitió que el plazo se extendiera. Cuando un senador concertacionista calumnió de la manera más baja a uno de la Alianza, ésta lo dejó pasar como si nada, cuando salieron a la luz hechos de corrupción en los ministerios de los gobiernos de la Concertación, la oposición de ese entonces les echó tierra, y cuando habiendo llegado al poder la Alianza se encontró con todo tipo de irregularidades de los antiguos ocupantes de La Moneda, el nuevo gobierno decidió caballerosamente no escarbar ni remover las aguas. Todo esto para resguardar la estabilidad, que permite hacer un buen gobierno y promover el bien del país.

A la luz de hechos posteriores no queda claro si el bien del país era lo mismo que el bien de los partidos políticos. Lo que a algunos les llama la atención (pero otros notaron hace muchos años) es la respuesta que ha dado la oposición a los “favores” de la Alianza. Desde el primer momento la oposición ha sido férrea: acusaciones constitucionales (que quedaron en nada), respaldo masivo a movilizaciones contrarias al gobierno (pero que al final apuntaban a las políticas aplicadas en los años precedentes) y ahora la reticencia a aprobar el presupuesto.

Es que la oposición que existe entre izquierda y derecha no es la misma que había entre liberales y conservadores. (Mucho ha cambiado en el mundo desde aquel 21 de febrero de 1848). Y la derecha no parece haberse dado cuenta que la oposición –que no termina de aceptar que Bachelet no haya podido traspasarle su popularidad a Frei– le negará la sal y el agua porque opera con otra lógica; la lógica de la lucha, y con otra convicción; que sólo ella es poseedora de la verdad y la bondad, por lo que todo es lícito para combatir al contrario.

No se trata de avivar el fuego, pero sí que la derecha tome nota de qué tipo de oposición ha tenido, y que pondere qué puede augurar eso para el futuro (sea o no gobierno nuevamente). El trato entre oponentes políticos exige prudencia, o astucia, pero también exige discernir qué clase de adversario se tiene al frente. Desde que la Concertación no se presentó al Te Deum el año pasado, mostró ser de clase muy mala. Pero, si además de tener que tolerar golpes (bajos) desde fuera, la Alianza no frena sus peleas internas, es probable que se vaya al suelo pronto.

martes, 13 de noviembre de 2012

Votos y papeles

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Después de la alarma causada por la alta abstención electoral han salido algunas voces a ponerle paños fríos a este asunto. Después todo, democracias tan consolidadas como Suiza y Estados Unidos también tienen una participación electoral relativamente baja. Lejos de restarle legitimidad y credibilidad al sistema, la abstención lo confirma: la gente suele acudir a votar en masa cuando siente que hay crisis. Paradójicamente, el fracaso de la política sería señal de su éxito.

Lo curioso es la sorpresa. La baja participación era algo completamente esperable y es preocupante que nuestros políticos y comentadores tengan tan poca capacidad de análisis como para llegar a pensar que las personas no inscritas en los registros irían a las urnas si se les facilitaba un trámite que ya era bastante sencillo, o como para esperar que la conducta cívica de los chilenos fuera más ejemplar que la de ciudadanos de democracias más antiguas que la nuestra.

Pero no hacía falta tanto para llegar a esta conclusión. Era suficiente mirar los espacios comunes de nuestro país para darse cuenta que la participación en lo público es bajísima. Cada envoltorio de comida o bolsa plástica botada en una plaza es como una abstención, es la manifestación de alguien que dice que no le importa el conciudadano. Esto, por supuesto, se hace sin la más mínima maldad, es pura indiferencia. Hace algunos meses, por ejemplo, les dije a unos estudiantes de pedagogía que cuando ellos fueran profesores no se olvidaran de borrar el pizarrón al terminar la clase. Con la más genuina inocencia, una alumna me preguntó por qué. El profesor que ocuparía la sala en la hora siguiente no parecía tener cabida en su mente.

Algunos podrían tener cierta inclinación a marginarse de lo público. Pero ocurre que la sociedad no es un mal, ni siquiera un mal necesario. El ser humano necesita de otros seres humanos para llegar a ser todo lo que puede ser. Pero esta relación entre personas implica el sacrificio de ciertos intereses particulares por algo más amplio. Sacrificarse un poco por el bien de todos no parece ser la tendencia en nuestro país: basta mirar las calles y veredas, o una sala de clases después de unas horas de uso (¿qué cuesta botar un papel en el basurero para ahorrarle un trabajo innecesario al auxiliar y mantener el entorno agradable?) para darse cuenta de que muchos no son capaces sacrificar un mínimo de comodidad por el bien del resto.

Se han propuesto algunos remedios para evitar la abstención electoral: ofrecer incentivos, compañas publicitarias, etc. Esto podría tener algún efecto pero no va al fondo del asunto. La participación en la vida pública no se da sólo en el voto, se da en instancias como juntas de vecinos, asociaciones culturales, fundaciones caritativas y en la vida corriente cuando se tiene presente que no se vive solo, sino que se es parte de algo más grande que uno. El problema es que la participación en lo público requiere salir de uno mismo, mirar hacia fuera, y no parece haber políticos dispuestos a pedir algo así.


martes, 6 de noviembre de 2012

Más rayados todavía

Los siguientes rayados han sido vistos en mi universidad o en los alrededores. Queda patente la necesidad de educación de calidad en nuestro país.

R... P..., A... M... recuerda por qué mataron a Jaime Guzmán.” No concuerda el número del sujeto con el del verbo. Esta oración tiene dos sujetos (plural), pero el verbo está en singular.

Las elecciones no cambian nada. (Si no te matarían.)” No está claro el sujeto de la oración entre paréntesis. ¿Quiénes te matarían? ¿Las elecciones?

Filósofo, piensa la educación de tú pueblo.” En este caso, "tu" no debería llevar tilde, porque es adjetivo posesivo.

"En toma CTM." Debería haber una coma separando la frase que indica una situación, y la sigla que apela al lector. De lo contrario, podría pensarse que CTM es una característica de la toma.

A destruir la educación capitalista!!” En castellano los signos de interrogación y exclamación se usan tanto al principio como al final de la oración. En inglés, sin embargo, se usan sólo al final.

Te molesta que raye? A mi me molesta que vo' no hagai ni una wea.” Además del error en el uso de signos de interrogación, hay varios otros errores. En este caso "mí" debería llevar tilde porque es pronombre. "Hagai" debería llevar una "s" final, además de tilde, porque es el subjuntivo presente en segunda persona plural, o segunda persona singular, de "hacer" (hagáis). Ya no es muy usual en Chile, pero es correcto. "Wea" contiene un error etimológico: viene de huevo, por lo que debiera escribirse "huevada". Por lo demás, la letra "w" no es propia del castellano y se emplea en vocablos de origen inglés o alemán.

"E luchando avanza el pueblo." No está claro si hay algo demás o si algo falta.

"Hay que hechar a Piñera." Sin comentarios.

"La lucha suige". Sin comentarios.

Aprovecho esta ocasión para agradecer a mi madre que me enseñó a leer, al profesor Pedro Vega, que me enseñó a escribir, a mi abuela materna, a mi abuelo paterno y a tantas otras personas que me leyeron cuentos cuando yo era chico, y así me dieron el gusto por la lectura, a los profesores Roberto Petzold y César García, que me enseñaron a apreciar la poesía, a don José Cortés, un poeta de los números, a los profesores Jorge Leyton y José Araus que me enseñaron ortografía y gramática, a don Roberto Soto, que me inculcó el amor por las palabras, y a todos los que de alguna manera u otra me enseñaron a amar el lenguaje.

Espero que los estudiantes de pedagogía (suelen ser de los más involucrados en paros y tomas) urgidos por el problema de la educación chilena, se preparen lo mejor posible para poder entregar a sus futuros alumnos lo que ellos mismos no han tenido.

martes, 30 de octubre de 2012

Rayados

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Los estudiantes interesados en mejorar la calidad de su educación han decidido tomarse algunos edificios de la universidad donde enseño y rayar las paredes de otros.  Lo primero que llama la atención es lo realmente necesitados que están los alumnos de educación de calidad. La mayoría de los rayados presentaba algún tipo de error gramatical u ortográfico. No me refiero a la grafía anarquista, esa es bien conocida y se entiende que gente no convencional prefiera usarla. (Aun así no logro explicarme cómo se supone que se pronuncia una frase como “lxs presxs políticxs”.)

El elenco de errores era variado. En algunos grafitis no concordaba el número del verbo con el del sujeto, en otros había tildes donde no correspondía y no las había donde correspondía, aún en otros los signos puntuación estaban mal usados. Daban ganas de tomar un tarro de pintura roja y ponerse a corregir, entregando algo de educación a quienes tan desesperadamente la pedían. Consideré, sin embargo, que a las autoridades universitarias podría parecerles mal que un profesor rayase las paredes, aun en defensa del lenguaje.

Había, hay que decirlo para no cometer una injusticia, un mensaje que sí había sido corregido, seguramente por los mismos estudiantes. En un grafiti que llamaba a la liberación de los “mapuches”, la “s” final había sido tachada para dejar el plural de “mapuche” más adecuado a la sensibilidad de los tiempos y a la gramática de la lengua original más que a la del castellano.

No deja de ser digna de mención la violencia de algunos mensajes: amenazas de muerte para dos profesores  y llamados al odio y a la venganza, no decía por qué agravios.  Estoy tranquilo respecto a mi persona porque suelo corregir las pruebas con mano blanda (de lo contrario la tasa de reprobación sería estratosférica). Si no fuera porque uno sabe que estos mensajes son consignas tan vacías como las cabezas que las repiten, y que la violencia en estas situaciones no es sino un juego cuidadosamente orquestado, uno podría preguntarse si tiene el revólver cargado y bien aceitado (“es broma – tuve que tranquilizar a una alarmada profesora – no me hago ese tipo de preguntas porque siempre tengo las armas en óptimas condiciones”).

Estas tomas parciales incomodan a los alumnos que quieren tener clases, por lo que el jueves tuve que dictar la mía estoicamente en el pórtico de un edificio tomado. Las próximas podrían hacerse en el bosque cercano, luego, cuando mejore el tiempo,  en los jardines de la universidad, y por último caminando por todo el campus, para incluir a todas las escuelas filosóficas. En una de esas el resultado de las actuales adversidades es la mejora de la educación chilena.

martes, 16 de octubre de 2012

En el día del Profesor

por Federico García (publicado en El Diario de Concepción)

El 16 de octubre es el día del profesor. Antes lo fue en otras fechas, pero se cambió porque a cada día le basta su afán. Por mi parte, creo que el día del profesor debería ser el último día de clases, en ese día se puede ponderar la labor del profesor y agradecerle adecuadamente.

La mayoría de las cosas que se aprenden se olvidan, y eso es causa de algún pesar para los profesores, pero algunas quedan para siempre y eso es una alegría como pocas, ya lo decía Gabriela Mistral.

El profesor Millman fue mi profesor de matemáticas en primer año de universidad. Era un curso de nivelación para quienes no estábamos listos para Cálculo I. Aprendí bastante, lo suficiente como para luego pasar Cálculo I (a pesar de que el profesor de Cálculo I era belga y no se le entendía absolutamente nada). Pero matemáticas no fue lo más importante que aprendí del profesor Millman: su lección más duradera fue sobre justicia.

Un día cualquiera el profesor terminó de pasar la materia correspondiente a una unidad diez minutos antes de que terminara la hora de clases. Los alumnos le sugerimos que nos dejara salir, ya que no tenía sentido empezar una nueva unidad en el corto tiempo que quedaba. El profesor dudó un momento y luego dijo que no. Dijo que en conciencia no podía dar la clase por terminada ni siquiera diez minutos antes, porque era su deber para con nosotros, sus alumnos, y para con las autoridades de la universidad hacer clases todo el tiempo encomendado.

Ante la insistencia de los alumnos, añadió que para eso le pagaban, que al final éramos nosotros quienes le pagábamos para que nos enseñara, y que no era justo que acortara la clase si es que recibía su sueldo –nada de malo, añadió– puntualmente. Le dijimos que no nos importaban mucho esos diez minutos, que se los perdonábamos. Pero el profesor Millman se mantuvo firme y se dispuso a aprovechar el escaso tiempo que quedaba.

Ya olvidé casi toda la matemática que alguna vez aprendí, pero esa lección de justicia no se me olvida nunca, y algunas veces la aplico yo mismo con mis propios alumnos, que no acaban de entenderla completamente.

Creo en la libertad del alumno

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

“Si falla el alumno, es porque fallamos nosotros” dijo el director del programa. Bastante de cierto hay en eso, pero si los alumnos llegan a enterarse que esa es la política oficial, sería el acabose. Por lo demás, una postura como esa puede entrañar un cierto desprecio hacia al estudiante, sobre todo cuando se habla de educación superior.

Es mucho lo que depende del profesor. Mucho depende también de los otros educadores, sobre todo de los padres (tema que casi no aparece en el debate sobre la educación chilena). Pero el estudiante tiene un poder tan grande que puede anular los mejores esfuerzos de todos quienes lo educan: es libre.

El alumno, como cualquier persona, se ve influido por sus circunstancias, pero no es automáticamente producto de ellas, hay algo en él irreductible. Es por esto que se lo educa y no se lo adiestra, como se hace con un animal. Por cierto, es mucho más fácil adiestrar que educar.

Por el alumno se puede, y se debe, hacer todo; desde entregarle libros e incentivarlo a que los lea, hacer las clases interesantes y asegurarse que asista regularmente, motivarlo, evaluarlo con frecuencia  y hasta darle segundas oportunidades según sea oportuno, y cómo no, también ejercer la presión de una posible nota o de la sanción disciplinar cuando corresponda. Se le puede enseñar, pero no se le puede hacer aprender. Eso depende de él y de nadie más.

Este es el problema crucial del educar: tienen que coincidir la enseñanza con el aprendizaje. Si bien uno puede, de mejor o peor manera, enseñarle a otro, nadie puede aprender por otro. El que aprende se decide libremente a intentarlo, o no hay educación posible.

En este equilibrio, que se inclina más hacia un lado en la medida que el alumno sea más libre por su madurez, quizás sea poco lo que puede hacer un estudiante, pero ese poco es crucial. Es la chispa que encenderá el material que pone a su disposición el profesor. Es abrirse a recibir lo que se le entrega. Lo triste es que entre tantas distracciones y experiencias a destiempo, parece que muchas veces la chispa se ha apagado o que la mente simplemente ya está cerrada.

Cuántas veces uno a escuchado algún alumno lamentarse por haber venido a clases el día en que el profesor no pasó lista, o de haber estudiado la materia que no se preguntó en el examen, como si lo importante fuese cumplir con ciertas reglas arbitrarias.

Cuando se da esta situación, la educación puede transformase en una especie de entrenamiento, porque se ha dejado de creer en la libertad del alumno. Se ve en la universidad: se exige asistencia a clases, porque se asume –o se sabe por experiencia– que sin esto el alumno no asiste, se controlan las lecturas, porque es raro el estudiante que lea por motivación propia. Pero ellos ya son adultos, y yo se los recuerdo de cuando en cuando. Creo en su libertad con lo que eso implica, y se los digo: si fallan, casi toda la culpa puede ser mía, pero para esto de enseñar y aprender siempre se necesitan dos.

martes, 2 de octubre de 2012

Paciencia con la educación

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Después de un período de letargo invernal se han renovado las manifestaciones del movimiento estudiantil. Además, la discusión sobre el presupuesto para el próximo año ha despertado el interés de muchos. Sin embargo, algunos  se han preguntado si después de un año de agitación la educación ha mejorado, si se ha logrado algo y qué puede esperarse para el futuro.

La respuesta es que la educación venía mejorando antes de que hubiera marchas y lo seguirá haciendo, pero los resultados sólo se verán cuando las recientes marchas estén largamente olvidadas. La educación muestra sus resultados gradual y lentamente, porque implica cambios en las personas. Las habilidades y actitudes de padres, alumnos y profesores respecto de los estudios no cambian de un día para otro, ni al parecer de un año para otro. Esto mismo hace que lo que tenga que ver con la educación no reciba mucha atención de parte de los políticos, ya que el trabajo de unos será cosechado por otros.

Aún así, algunos políticos con sentido de servicio, comenzaron a impulsar iniciativas educacionales a largo plazo – enfocadas en las personas, principalmente en los profesores. Una de ellas fue la beca “Vocación de Profesor” que apunta a uno de los principales problemas: la calidad de los profesores y los incentivos que tiene un joven de talento para dedicarse a la enseñanza. Cierto que una reforma así no resuelve el problema por sí sola, pero va en la dirección correcta.

Otra iniciativa que ataca el mismo problema desde el otro extremo es la recientemente otorgada facultad de directores para remover a un pequeño porcentaje de los profesores con mal desempeño. Esto fue resistido y criticado. Se entiende; una profesión con baja remuneración es compensada con una alta estabilidad laboral, pero en esta ecuación no entraban los intereses de los estudiantes, cosa que ahora queda parcialmente corregida.

Lamentablemente los agitadores lograron derribar a un ministro, y el Presidente tuvo que poner otro que se dedicara por entero a contener las revueltas. Se perdió casi un año, pero ahora que el ambiente está más calmado se ha retomado el trabajo. El tercer Ministro de Educación de este gobierno ha propuesto modificaciones en la carrera docente para hacerla más atractiva, más justa y más centrada en las necesidades de los estudiantes.

Cuesta entender por qué durante veinte años la preocupación estuvo principalmente en los intereses del Colegio de Profesores, y en la construcción de edificios. Razones habrá muchas, una de ellas es que los profesores votan y los alumnos no, y que los edificios son algo que se puede inaugurar y exhibir, mientras que el aumento en el conocimiento es algo que pasa casi desapercibido.

Todavía queda mucho por hacer, los programas de estudio de las carreras de pedagogía y las maneras de habilitar a los docentes requieren una revisión, por ejemplo. Lo que se refiere a los estudiantes mismos y sus familias es un tema que se ha tocado poco. Todo esto necesita de tiempo para ponerse en práctica y aún más tiempo para que dé sus frutos. Quien pueda sembrar pensando en esos frutos un estadista. ¿Habrá más de dos o tres entre los políticos?

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Vida militar y discriminación

por Federico García 

Ardió Troya con la publicación del ya famoso instructivo del Ejército en el que se indica no admitir en las filas a, entre otros, homosexuales. Era de esperarse, es inexplicable que el autor no haya podido anticiparse a lo que pasaría. Hay ciertos temas qué sólo pueden tratarse con guante de seda (mientras que otros pueden mencionarse con menos delicadeza sin que importe mayormente. No deja de sorprender que casi toda la indignación haya sido suscitada por la exclusión de homosexuales y no de personas de bajos recursos). 

Es notable, también, que casi todo el comentario vertido al respecto no haga ninguna referencia a la vida militar y a las condiciones del soldado: son juicios que no consideran la realidad de una de las partes. No me parece aventurado suponer que ninguno de los que acusan al Ejército tan vehementemente haya tenido alguna experiencia en las Fuerzas Armadas. 

Cierto es que el Ejército discrimina, por edad y capacidades físicas entre otras cosas. ¿Constituye eso discriminación arbitraria? Las condiciones que puede encontrar un soldado en su tiempo de servicio incluyen dormitorios comunes, camarines estrechos, duchas con poca privacidad. En campaña le tocará compartir una carpa con otro soldado, duchas sin ninguna privacidad (no viene al caso describirlas) y letrinas sin subdivisiones. En esas condiciones las Fuerzas Armadas separan a los hombres de las mujeres y nadie alega segregación injusta. ¿Será conveniente juntar a hombres que sienten atracción por otros hombres en circunstancias que aconsejan la separación de los sexos? Podría considerarse además la estructura jerárquica del Ejército, y las complicaciones que podrían derivarse de esto, pero no es momento de re-abrir el expediente del caso del soldado Pedro Soto Tapia. 

Por razón de los altos decibeles en la discusión, y lo personal de algunos intereses, puede pasarse por alto que el Ejército tiene una función específica, que es custodiar la soberanía de la Nación. Su organización debe apuntar a realizar bien ese fin y no a ser un reflejo de la sociedad a la que sirve, o a ser campo de experimentos sociales según las sensibilidades políticas del momento. Lo violento de las reacciones hace surgir la pregunta si acaso podrá discutirse este tema con calma, o si el la cuestión se resolverá a favor del que grite más fuerte.

martes, 18 de septiembre de 2012

Las deudas que no se pueden pagar

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Pregunté a los alumnos por la libertad, y uno de ellos respondió que la sociedad no lo dejaba ser libre y lo oprimía. Por la abundancia de leyes y normas sociales no podía hacer lo que deseaba. Cuando le informé que en las islas al sur de Chiloé no había presencia de carabineros y que podía irse a vivir por ahí sin que ninguna norma lo limitara, se le iluminaron los ojos. Cuando le dije que además de no haber normas tampoco había luz eléctrica o agua caliente, la vida en sociedad dejó de parecer tan opresiva. 

Como buen alumno que era, se dio cuenta rápidamente de que para implementar una red de alcantarillado o de banda ancha, sin las cuales no podría vivir, se necesita una sociedad. Sin embargo cosas como la señal de televisión o un supermercado son lo de menos. Hay áreas en las que el individuo simplemente no se puede bastar a sí mismo. De los padres se recibe la oportunidad de vivir y la primera guía para orientar la vida. A su vez, la familia transmite de la sociedad bienes como el lenguaje y los primeros conocimientos. La sociedad puede ser un poco asfixiante a veces, pero sin lo que ella otorga ni siquiera ese mismo pensamiento – fruto del lenguaje – sería posible.

La situación es de deuda, primero con los padres, y luego, por extensión, con la sociedad inmediata: la patria. Esa deuda es tan grande, que no se puede pagar. Pero una deuda impagable no por ello puede ser simplemente ignorada, sino que se compensa con una cierta actitud. Es lo que los antiguos romanos llamaban piedad, y nosotros patriotismo. 

Esta actitud de piedad hacia los padres y hacia la patria se manifiesta en un reconocimiento de lo que se ha recibido de quienes vinieron antes, gratitud, y se concreta en la disposición a conservarlo y acrecentarlo para quienes vendrán después. Tal como el mundo no comenzó con la generación presente, tampoco dejará de existir cuando ella pase, y ha de pasar por mucho que le pese. No pensar en la anterior es egocentrismo y no pensar en la que viene es egoísmo. 

Si lo que se ha recibido - idioma, tradiciones, cultura, identidad, e incluso el entorno material - es bueno, habrá que cuidarlo y celebrarlo. Para eso tenemos el dieciocho de septiembre, y el diecinueve para recordar a quienes lo han defendido.

Pero el amor por la patria no puede limitarse a un par de días al año. Cada uno encontrará formas de reconocer esta deuda con los demás, desde hacer un esfuerzo por no ensuciar las ciudades y campos con desechos descuidadamente desparramados, hasta saludar a los vecinos o incluso con una dedicación seria y responsable a la vida pública. Nadie tiene derecho de privar a generación venidera de lo que se recibió, sin mérito, de quienes construyeron y conservaron. Por eso son tan graves las acciones de quienes fomentan la división para beneficio personal. Cierto es que los vínculos de patria y familia no se eligen, pero son esos vínculos, llegando hasta el suelo en que se nació, los en buena parte nos hacen quienes somos y eso es algo por lo que estar agradecido.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

El retorno del despotismo ilustrado

por Federico García (posteado en El Mostrador)

La reciente columna del profesor Bustamante en El Mostrador (“Chateau versus Peña”) es un joyita. No tanto por las cualidades del lenguaje o el rigor de la argumentación – no es lo que interesa en este caso – sino porque hace algo que ocurre muy de vez en cuando: muestra a un liberal despojado de su máscara, muestra un proyecto sin adornos ni ocultamiento. 

Dice el profesor Bustamante que la democracia tiene límites como sistema participativo: ciertos principios deben imponerse y promoverse sin consulta a la mayoría. En cierto sentido es esperanzador ver que hasta para un liberal hay ciertos valores absolutos, que van más allá del valor de la libertad o la democracia. Es decir, no todo es discutible, ni siquiera en la sociedad ilustrada. La democracia limitada ha pasado a ser un valor liberal, quién lo diría. 

Además del problema insoslayable de cómo se puede saber cuáles son esos principios que deben imponerse, qué es lo que puede hacerse si es que no se logra acuerdo sobre ellos y hasta qué punto se puede llegar para imponerlos, el problema más grave que presenta la columna del profesor Bustamante es que no explica con qué derecho se "imponen" estos principios. 

El proyecto democrático ilustrado solía poner la legitimidad de los gobiernos en el consentimiento de los gobernados. Pareciera que esto ya no se aplica, pues se trata precisamente de lo contrario. El resultado una especie de derecho divino laico, después de todo, el profesor Bustamante trae a la memoria los déspotas ilustrados. Al parecer la diosa razón no sólo se revela a unos pocos, sino que además otorga poder de gobierno. ¿Qué criterio hay para saber quién es el verdadero depositario de esta revelación? Quién sabe, podrían empezar a oírse palabras como “naturaleza humana” desde los rincones más insospechados. 

Lo que más llama la atención, en todo caso, es el medio que propone el profesor Bustamante para lograr la sociedad que a su juicio es la mejor: imponer. La palabra promover aparece en un segundo plano, y los términos convencer y proponer no aparecen. ¿Podrá ser porque el programa ilustrado no admite las demoras que esto implicaría? ¿Será el desprecio que siente el iluminado por la masa, incapaz de comprender nociones complejas? ¿Dónde quedó la igualdad de todos que es la finalidad de lo que se busca? ¿Habrá respeto para los que propongan un programa distinto? Por mi parte, pido al profesor Bustamante que antes de imponer me convenza de lo que propone, y que a su vez me permita proponer algo distinto. Si no se logra nada, le pido paciencia. Espero que no sea mucho pedir.

martes, 4 de septiembre de 2012

¿Y si la causa fuera el machismo?

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Es asombroso como se mantiene la popularidad de nuestra ex-presidenta. El paso del tiempo parece no afectarla, como muestran las encuestas. Como ministra del gobierno de Lagos no fue ninguna maravilla, no cumplió su promesa de acortar la espera en los consultorios, aunque logró una buena foto en un vehículo blindado y, sobre todo, supo obtener el afecto de la mayoría. Se entiende que haya sido elegida; nadie espera que el voto sea un ejercicio de pura racionalidad (pero es la mejor alternativa que disponible).

Lo que cuesta entender es que su popularidad se mantenga luego de un gobierno relativamente tranquilo pero bastante inepto. Piénsese en el legado de Bachelet: casi ningún avance en resolver problema energético, el monstruo del Transantiago que le cuesta al erario fiscal miles de millones al mes, el aumento de la pobreza y de la desigualdad en su gobierno, su deficiente actuación durante el terremoto y tsunami, su falta de decisión para evitar los saqueos posteriores, la falta de soluciones frente a las solicitudes de los estudiantes secundarios, y sobre todo, su reticencia actual hablar sobre su gobierno, refugiándose en una supuesta victimización. Es cierto que el voto es más un acto del corazón que de la cabeza, pero en algún momento tiene que funcionar la cabeza.

Con una hoja de servicios como la de Bachelet, cualquiera bajaría en las encuestas. Seguro que nadie la contrataría para un cargo de responsabilidad (entre otras cosas, porque no responde). Pero ella, manteniéndose un par de años alejada de la contingencia y evitando hablar de lo que lo que hizo y dejó de hacer, sube como la espuma. Puede que hasta se repita el plato, cosa que no iban a hacer los ministros de su gobierno. Se le puede pegar políticamente pero es imposible botarla, se la comparado con un mono porfiado.

Varios comentadores han tratado de explicar esto. Alguno me ha dicho que ella es como una figura materna en un país de padres ausentes, por lo que es imposible tratarla con dureza. Puede ser, pero habrá explicaciones alternativas. Propongo la siguiente: el machismo.

Que la sociedad chilena es machista es un lugar común bastante aceptado. Ahora, el machismo puede tomar distintas formas, una de ellas, es la perdonarle todo a una mujer. Se sigue de que al no ser considerada tan capaz, no se le puede pedir que responda de la misma manera que un hombre. Se asume que se va a equivocar, al equivocarse confirma el prejuicio, se le perdona cualquier desastre que pueda haber causado, y todos contentos. Bachelet no es el único ejemplo de esto, pero no hace falta sacar al sol otros trapitos nacionales guardados hace tiempo.

A la ex-presidenta parece no importarle mucho este tipo de machismo, de hecho, ha usado antes la lástima como arma política. En todo caso, si esto la pone a la cabeza del país otra vez, será por lo machista que somos. Pero esto es sólo una hipótesis para intentar explicar lo inexplicable.

domingo, 26 de agosto de 2012

Solidaridad de Agosto

por Federico García (publicado en El Diario de Concepción)

El día 18 de agosto es San Alberto Hurtado, un nombre reciente en el santoral. Es por ese día y ese santo que agosto es el mes de la solidaridad. Sin duda que Alberto Hurtado fue uno de los grandes hombres de Chile y aunque suscite universal admiración, sigue siendo poco conocido.

En torno a su canonización, hace siete años,  la prensa publicó algunos artículos en sobre su persona y la Pontificia Universidad Católica (que lo contó entre sus alumnos) publicó algunos de sus escritos inéditos y reeditó los ya publicados. ¿Cuántos los habrán leído? Puedo asegurar a quienes se atrevan a hacerlo que se verán sorprendidos.

No se  trata de un interés erudito, sino de conocer al hombre no sólo por lo que otros cuentan de él sino también por lo que él dice de sí mismo. Sólo si conocemos los motivos profundos que movieron al gran ejemplo de solidaridad que se recuerda este mes  podremos plasmar su espíritu en nuestro país. Las obras siempre podrán continuar por fuerza de inercia, pero la solidaridad es algo más que instituciones de promoción social. No es fácil perseverar en estas cosas y si el camino se hace arduo es bueno ir beber directamente de la fuente.

Además, no deja de ser importante cultivar la solidaridad, porque una sociedad no puede vivir sólo de justicia, aunque ésta se cumpla a cabalidad (cosa que en el mundo de los hombres es bastante difícil). Si no hay una unión que vaya más allá de la satisfacción de ciertas necesidades materiales, por muy bien que esto se logre, las relaciones humanas derivan en la mera exigencia y reivindicación de derechos y deberes que sólo tensionan la sociedad y hasta pueden terminar en la lucha.

Pero estos vínculos sociales, ¿en qué se fundan? Habría que buscar la respuesta del padre Hurtado dónde habla de su vida interior. Puede que para algunos esto sólo se quede en palabras. Mucho me temo que para otros una visión trascendente –y cristiana– de la persona y de la sociedad suene simplemente como algo de lo que no se puede hablar en público.

martes, 21 de agosto de 2012

Marihuana en el Senado

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

“No se puede razonar con un marihuanero –me informó un psicólogo cuando le pregunté por el tema– cualquier cosa que amenace su placer será rechazada de plano”. A fin de cuentas, la marihuana es una droga y eso es una causa de que en el debate se cuelen tantos errores de razonamiento, aunque probablemente la causa principal de que la discusión se vea plagada de falacias es la poca costumbre que tenemos de argumentar con rigor.

Por ejemplo, se ha dicho que la confesión del senador Rossi ha sido “valiente” frente a la hipocresía nacional que tiende a ocultar las realidades desagradables. Veamos: si se dice “valiente” es que ya se ha llegado a una conclusión favorable. Distinto sería si el senador hubiera dicho que se emborracha un par de veces al mes, o que ha participado en carreras clandestinas. Algo así, al no estar pre-aprobado por buena parte de los comentadores, no haría al que lo confiesa merecedor del adjetivo “valiente”.

No está demás una digresión sobre la hipocresía. Ésta tiene dos contrarios, igualmente sinceros: la virtud y el cinismo. No porque la hipocresía sea mala todo lo que se le oponga será necesariamente bueno. El cinismo puede ser peor que la hipocresía, pero esto es irse por las ramas de la lógica.

La discusión sobre las drogas no es principalmente sobre  si se legaliza o no una práctica masiva (podría aplicarse a la evasión de impuestos, a la conducción por sobre el límite de velocidad, etc.) o sobre qué es lo más eficiente económicamente. La cuestión de fondo, relacionada con las anteriores pero que no suele aflorar en estos debates, es qué y cuánto estamos dispuestos a tolerar como sociedad.

La eliminación completa de algunos males acarrearía males mayores, por eso se los tolera. En el caso del tabaco, por ejemplo, la balanza se inclina cada vez más hacia su prohibición total, en desmedro de ciertas libertades. Se lo considera tan malo, que supresión compensaría los males que esta misma pueda causar. Respecto de las drogas no se ha visto una discusión de fondo, ni tampoco mucha difusión, sobre el alcance de los males que causan, tanto físicos –y mentales–  como sociales como para poder formar un juicio sobre si corresponde tolerarlas o no. 

Tampoco se ha debatido si acaso la libertad de quienes quieren acceder fácilmente al placer de drogarse valdría la pena frente a los males que podrían ocasionarse por la legitimación social y legal de la droga: es decir, si una sociedad que se preocupa por el bien de sus ciudadanos puede o no permitir, con todo lo que eso implica, este tipo de males. Frente a esto, argumentos de tipo económico o práctico son accidentales.

Con esto se llega a un tema más fundamental aún: qué tipo de bienes compartidos debe custodiar una sociedad. (En el caso de las drogas, dado su efecto en la mente humana, van mucho más allá de la salud corporal). Si no hay noción de esto, es inevitable que el debate eluda los problemas de fondo y se resuelva a favor del que lo manipule más hábilmente.

martes, 7 de agosto de 2012

Sueldos Mínimos

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Nadie puede vivir dignamente con el sueldo mínimo. Menos mantener a una familia (no es que al Estado le haya ocupado mucho la familia en los últimos 22 años). Pero además de eso, hay otros aspectos a considerar.

El sueldo mínimo, real, no es el que indica la ley. El sueldo mínimo es cero: lo que gana un hombre sin trabajo. En el trabajo informal (limpiar parabrisas o vender en las calles) tampoco rige la ley del sueldo mínimo. Ninguna ley puede afectar eso; hay realidades que un gobierno no puede cambiar directamente.

No hace falta explicar los efectos económicos de cambiar el salario mínimo legal, en parte, porque hay muchos factores que impiden una salida simple. En todo caso, si alguno se niega a reconocer lo que de hecho ocurre cuando se toman ciertas medidas económicas, peor para él y los que de él dependan.

Pero los problemas no acaban ahí. Todos tendemos a pagar sueldos mínimos. ¿O acaso el lector, frente a dos servicios de equivalente calidad elige el más caro? No es que los empresarios sean malos –es tan agradable ocupar la superioridad moral– simplemente actúan, a la hora de pagar, como actúa la mayoría a la hora de comprar.

¿Qué hacer para que algunos paguen más por las horas de trabajo, si otros no están dispuestos a pagar más por lo que producen aquellas horas? Disminuir la ganancia de unos es lo que se viene a la cabeza, pero los afectados se resistirán, tal como se resistirían los otros si es que les suben los precios (que es lo que suele suceder al final, en todo caso). Ojalá fuera tan sencillo como hacer por  ley que los que puedan, paguen sueldos más altos (en detrimento de los propios – que se presumen excesivos).

Además, las materias económicas no se rigen por criterios absolutos: no es lo mismo que pague el sueldo mínimo un emprendedor que ha comenzado su negocio hipotecando sus bienes y que sólo tiene deudas, a que lo que haga un empresario que obtiene grandes utilidades. Tampoco es igual que se pague el salario mínimo a un joven que se enfrenta a su primer empleo, que a un empleado que ha probado su habilidad con años de trabajo. Sería poco justo obligar a todos a lo mismo, porque no todos los empleados ni empleadores están en las mismas categorías.

A pesar de lo anterior, da la impresión (¿cuántos pueden hablar de estos temas con información real?) que muchos que pueden pagar más que el mínimo no lo hacen.  ¿Qué puede hacer el Estado para mejorar la situación de quiénes son muy débiles para hacerlo por sí mismos, sin perjudicar a la sociedad como un todo? La respuesta fácil probablemente sea incorrecta. Cabe notar, también, que en estas cosas el Estado siempre estará en desventaja, ya que los emprendedores siempre serán más inteligentes y hábiles que los legisladores y burócratas.

Quizás lo que falta es que los grandes y no tan grandes empresarios (incluyendo accionistas) se den cuenta que la paz y cohesión social tienen un valor, y eso implica un precio. Pero eso es otro tema, para otra columna. 

martes, 24 de julio de 2012

La izquierda y los derechos humanos

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)


“Nunca es justificable violar los derechos humanos” es un absoluto moral que ha quedado en la conciencia de todos, a pesar del relativismo y emotivismo imperantes. Hay que agradecer a la izquierda por tan férrea defensa de un principio moral que no admite ningún tipo de excepción. Es una garantía para la moral pública el que todos estemos de acuerdo en que existen este tipo de absolutos.

Lo curioso es que a la izquierda nunca le han importado los derechos humanos. No hace falta remontarse a la guillotina, ni recorrer el Gulag para darse cuenta. Tampoco hace falta traer a la memoria el MIR, el GAP, el FPMR u otros grupos más o menos cercanos, ni el asilo concedido al último líder de Alemania Oriental.

No hace falta, porque cada cierto tiempo a algún personaje de izquierda se le escapa la verdad de lo que lleva dentro y dice cosas como que le gustaría ver arder de Plaza Italia para arriba, que no ha descartado la vía armada al poder, o viaja a Cuba a rendirle vasallaje a un dictador, o alguna otra cosa por el estilo.

No se trata de jugar al empate (y aunque así fuera, un empate desenmascara el doble estándar), sino de mostrar una realidad: a la izquierda chilena no le interesan los derechos humanos y no cree en ellos, sino como arma política.

Esto genera una situación curiosa; en cierto sentido, la izquierda está empezando a ser víctima de su propio éxito en esta materia: tanto ha recalcado que nada justifica la violación de los derechos humanos, y tanto ha calado esto en la gente, que corre el riesgo de ser llamada a declarar, tanto por ciertas actitudes actuales como por su pasado violento (que nada justifica).

La izquierda tendría que responder, como ha hecho que otros lo hagan y además quedaría al descubierto la instrumentalización del dolor para la ganancia política. Sería cosa de poca monta si esto sólo se implicara a la izquierda más dura, pero en Chile la centro-izquierda ha pactado con los que tienen un pasado (y presente) violento.

Para evitar esto, para no tener que responder, la izquierda dura hace lo que hace mejor: luego de un ataque de histeria, usa la violencia (el resto de la izquierda aplaude o calla). A veces la violencia es física, para impedir que los que piensan distinto se reúnan. Otras veces es mediante la presión ejercida a través de los medios de comunicación, para que quienes quieren mostrar la realidad completa, y no sólo una cara, guarden silencio o pierdan sus cargos. En cualquier caso, se trata de una nueva vulneración de los derechos de las personas por parte de la izquierda: ataques a la integridad corporal y a la propiedad nunca faltan, pero sobre todo se trata de un ataque al derecho de estudiar y difundir la verdad sobre los movimientos, partidos y personas de izquierda.

Es que a la izquierda dura no le importan los derechos humanos, porque para ella la persona no vale nada frente al Partido, sólo le importa una cosa: ella misma. ¿Y a la centro-izquierda? Todavía no se sabe bien qué es lo que le importa.

martes, 10 de julio de 2012

¿Dónde se aprende a ser hombre?

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Es lamentable sorprender a un alumno copiando. Casi puede decirse que merece el castigo sólo por dejarse sorprender, pero eso sería caer en la lógica del resultado, que es lo que lo impulsa a copiar en primer lugar. Además, el engaño habitual y la poca seriedad con que profesores, padres, administradores y alumnos nos tomamos esto son también un espectáculo lamentable. (Luego se nos ocurre pensar que el “desarrollo” que tanto anhelamos es algo que caerá del cielo sin que tengamos que cambiar la forma de hacer las cosas.)

Pero lo más lamentable es lo que ocurre en el momento mismo en que el estudiante es sorprendido:

-“Voy a tener que quitarle el certamen: estaba copiando”.
-“¿Por qué profesor? Si no he dicho nada”.

-“Ud. estaba hablando durante la evaluación”.
-“Pero si no he dicho nada”.

-“Yo escuché claramente (porque mis tímpanos no han sido destruidos por audífonos que inyectan ruidos estridentes directamente al canal auditivo) que ud. le pidió a su compañero la respuesta a la pregunta siete”.
-“No, profesor, si le estaba pidiendo la goma de borrar”.

-“Acaba de negar haber hablado, y ahora dice que estaba pidiendo la goma de borrar”.
-“Pero si no estaba copiando, profesor”.

El alumno descubierto es incapaz de asumir lo que ha hecho y reconocer cuando ha perdido. Más grave todavía, no se da cuenta que al copiar ha entregado su honestidad a cambio de un par de décimas que no tendrán mayor relevancia en el resto de su vida. En lenguaje coloquial, ha sido poco hombre.

No puedo eximir de culpa al estudiante, sería confirmarlo en su estado de poco-hombría; el hombre asume sus propios actos y espera que los demás hagan lo mismo. A los dieciocho años ya se es mayor de edad y se debe al menos empezar a tener una idea de lo que eso implica.

Pero el problema es más amplio. Primero, por el modelo que han tenido estos alumnos. Se les ha inculcado que lo más importante es la utilidad: estudiar para obtener trabajo, trabajar para ganar dinero, decir la verdad porque nadie quiere tratar con un mentiroso, moverse porque nadie contrata a un flojo... Todo en función de lo útil, nada porque sea valioso en sí mismo.

Segundo, por el modelo que falta: a la mayoría no se la ha mostrado un ideal al que aspirar y se encuentra en la Universidad sin saber lo que es ser hombre, ni cómo se llega a serlo. Algunos ni siquiera vislumbran que en la vida hay llegar a ser hombre, formar el carácter, que al ser humano le corresponde aspirar a más que sólo estar bien alimentado, bien vestido y bien entretenido.

Enseñar esto es tarea de todos, pero sobre todo de los padres. ¿En qué están?¿Qué es lo que quieren -realmente- para sus hijos? ¿Se dan cuenta que si no los educan ellos, los educará la publicidad (privada o estatal) para que sean parte de una masa bien amaestrada?

Por mi parte, antes de la prueba les digo a los alumnos que más vale sacarse una mala nota, que no cambiará el curso de sus vidas, que vender su hombría por un par de décimas. Algunos me miran sorprendidos: es la primera vez que oyen algo así.

martes, 26 de junio de 2012

De homenajes, justificaciones y manifestaciones

por Federico García (Publicado en El Sur, de Concepción)

Comencemos con esta premisa, para un ejercicio lógico-práctico: “Nunca es justificable violar los derechos humanos”. Seguimos: “Golpear a una anciana es violar un derecho humano”. Concluimos: “Nunca es justificable golpear a una anciana”. Todo claro. Sin embargo, en la práctica encontramos personas que dicen afirmar lo primero, pero que golpean ancianas que se dirigen a ver un documental considerado ofensivo. Se concluye que para algunos se justificaría violar los derechos humanos en ciertos casos (“nunca es justificable violar los dd.hh., salvo que el humano en cuestión vea un documental que me ofende”). Es manifiesto que hoy en Chile hay gente dispuesta a violar los derechos humanos en nombre de los mismos: una contradicción.

Otro ejercicio: “Uno, ya sea como particular o desde el Estado, debe respetar la libertad del otro siempre que no interfiera con la de terceros” (es decir, “si no te gusta [actividad indeseada], no lo hagas, pero no me impongas tu manera de ver la realidad”). Seguimos: “Tratar de impedir que una persona asista a ver un documental en un recinto privado es interferir con su libertad”. Concluimos que algunas personas que dicen afirmar lo primero no son capaces de extraer las conclusiones prácticas que se derivan de ella. Es manifiesto que hoy, en el siglo XXI, quedan en Chile personas dispuestas a imponer su visión de las cosas mediante la violencia, y otros que, sin hacerlo, los celebran.

Las conclusiones de estos ejercicios no deben extrañarle a nadie. En nuestro país hay escasa capacidad de reflexión y razonamiento, y sobra la emocionalidad exacerbada que puede transformarse en actos violentos con facilidad. El remedio podría estar en rigurosas clases de lógica (clásica, y también simbólica, para no dejar fuera a los analíticos), con referencias al silogismo práctico. No está claro, sin embargo, si los necesitados se dejarían enseñar.

No sólo falta capacidad (auto)crítica, además la comprensión de lectura es mala. Nótese, respecto de los casos aludidos arriba, que los organizadores no hablaron de homenajes ni tampoco de justificaciones. Pero un sector del espectro político insistió que se trataba de eso. ¿Error de comprensión? Ese sector, nótese, sólo sabe relacionarse con su pasado mediante el homenaje y la justificación. No admite la más mínima crítica, ni siquiera de parte de los cercanos: sus antiguos miembros son todos héroes, uno de ellos además, el más grande de todos los tiempos. Jóvenes dirigentes le rinden pleitesía al Dictador Caribeño y otros envían sentidas condolencias por la muerte del Tirano Asiático: para los propios sólo hay homenaje. Respecto de sus actos lo único que se ve son justificaciones, nunca hay un distanciamiento o reconocimiento de error (véanse las declaraciones de algunas sobre el Muro). Es comprensible que frente a cualquier acto conmemorativo sólo vean homenajes y justificaciones. Es natural que crean que sus oponentes sean de la misma condición, pero eso es comprensión lectora deficiente y falta de capacidad (auto)reflexiva, y poco más.

sábado, 23 de junio de 2012

Por la Vida

por Federico García (publicado en El Diario de Concepción)

Acaba de concluir la Semana por la Vida en Chile. Es poco tiempo, pero en una semana puede lograrse bastante. Se puede recordar, por ejemplo, lo que notó C.S. Lewis en la Abolición del Hombre, que el dominio de la naturaleza por parte del hombre no es sino dominio de unos hombres sobre otros usando la naturaleza como medio. Principalmente, es el dominio de la generación presente sobre la generación futura.

No se trata de ser alarmista, pero tampoco que los cambios graduales pasen inadvertidos. Toda tecnología y conocimiento científico aumentan el poder del ser humano. Pero si la técnica aumenta nuestras posibilidades, el mero hecho de estar en el siglo XXI no garantiza que la usemos bien.

Este poder tan grande puede ejercerse –y de hecho se ejerce– sobre los que no pueden defenderse: quienes están al inicio o término de sus vidas, los más indefensos. La tentación es grande y nuestra generación –como las anteriores–tiende a tratar a algunos seres humanos como si fueran cosas.

El recuerdo las atrocidades del siglo XX, mediante películas o libros, puede servir de advertencia. Cuándo se estudian, salta a la vista el efecto que tiene el dañar la dignidad humana sobre el que daña. Si la víctima (lo sea por su color de piel, nación, edad o etapa de desarrollo) sufre un daño físico, pero el victimario que banaliza la vida humana queda deshumanizado, “se transforma en un muerto en vida”, como dijo Mons. Chomalí en la conferencia inaugural de la Semana por la Vida.

Las ventajas materiales que puedan ganarse pasando por sobre la dignidad del otro (esclavitud, manipulación genética, aborto, eutanasia) no son nada comparadas con la destrucción interna de la persona que trae consigo la cultura de la muerte, que termina siempre por devorar a sus cultores.

Pero mientras haya quienes promuevan iniciativas a favor de la dignidad de la persona, habrá razón para esperar que los errores del pasado no se vuelvan a cometer, no al menos en la misma escala. El enemigo más de temer es la indiferencia y aún no llegamos a eso.

martes, 12 de junio de 2012

Elogio de una operación política

por Federico García (Publicado en El Sur, de Concepción)

La difusión de videos que muestran la actuación de Michelle Bachelet durante la madrugada del 27 de febrero del 2010 ha causado malestar en sus adherentes. No es para menos, lo que se ve no es halagador. Cercanos a la ex-presidenta han tratado de calificar la difusión de dichos videos como una operación política. Se usa el adjetivo “político” para descalificar, ¿pero qué otro tipo de operación puede darse en una situación de cómo esta? Corresponde que en política haya operaciones políticas, no estaría bien que hubiese otra clase de operaciones, económicas, por ejemplo.

Antes de descalificar una operación política sin más, conviene juzgarla por su contenido. Esta operación en particular no parece ser objetable: se trata de personas que abiertamente han dado a conocer imágenes que revelan a ciertas autoridades en su actuar público. Si tras ver uno de estos videos la imagen de alguna autoridad queda por el suelo, es otro problema.

Lo objetable, por parte de quienes tienen algo que perder, sería la intención con la cual se han publicado los videos (destruir la imagen de una persona). Pero antes de juzgar intenciones hay que ver los hechos. Podría decirse que si se muestra una verdad relevante, la imagen no queda destruida sino descubierta. ¿Es tan malo destruir una imagen falsa para reemplazarla por una que muestra a la persona tal cual es? Pareciera que la verdadera operación política fue la larga construcción de un fenómeno que no era lo que parecía (engañando, a fin de cuentas, a quienes confiaron).

Aunque la intención subjetiva de los diputados que han dado a conocer los videos fuera, subjetivamente, la de destruir una imagen usando otras imágenes (reales, por lo demás), habría que indagar un poco más.  Si pretenden eso, será por una razón. Claramente no quieren que Bachelet vuelva a la presidencia, y es razonable suponer que además de las razones partidistas que operan en la política los diputados estén convencidos que el gobierno de Bachelet no fue bueno para el país y que otro tampoco lo sería. Una de las razones que tendrían para pensar eso sería la actuación de la ex-presidenta durante el terremoto y maremoto. Para convencer al público usan imágenes reales de su actuación en ese momento crítico. ¿Es tan grave apoyar una posición con un video?

En todo debate es natural preguntarse por la motivación de un argumento o posición. Pero no hay que confundir esto con su verdad o falsedad. Respecto de lo que ocurrió el 27 de febrero, de lo que se hizo y no se hizo, la ex-presidenta y sus adherentes han preferido el silencio. Es comprensible: nadie quiere asumir responsabilidad por negligencias que costaron la vida a personas. Pero lo importante es si acaso el gobierno anterior fue bueno, si los gobernantes fueron capaces de tomar decisiones adecuadas. Si han sido las pasiones políticas las que sacaron a descubierto lo que algunos han querido ocultar, es bastante menos relevante. Ojalá hubiera en política más operaciones como estas.

miércoles, 6 de junio de 2012

El problema ecológico otra vez

por Federico García (publicado en El Diario de Concepción)

Hidroaysén en la Patagonia y la planta de cerdos en Freirina generan protestas, hoy. Ayer fueron la central en Barrancones y la mina en la Isla Riesco. El problema ecológico, el de la relación del hombre con la naturaleza, parece estar siempre presente. No parece que tenga una solución satisfactoria. Una vuelta al pasado pre-industrial seguramente disminuiría los niveles de contaminación pero también implicaría una reducción en el nivel de vida que pocos estarían dispuestos a aceptar; no sólo en cuanto a comodidad, sino también en cuanto al nivel de salud, entretención y hasta de acceso a la cultura.

La dificultad del problema ecológico radica, en parte, en su planteamiento. Si el hombre es parte de la naturaleza, es decir, un animal que está al mismo nivel de las demás especies, y por lo mismo no tiene derecho a imponerse sobre ellas, entonces no hay problema: cualquier acción humana sería tan natural como la de un animal o vegetal. No habría diferencia, más que cuantitativa, entre un panal de abejas y un edificio de departamentos, entre un estacionamiento subterráneo y la cueva de un conejo. Evidentemente esto no es así.

Pero si el hombre no es parte de la naturaleza, ¿puede plantearse la posibilidad de que tenga algún derecho de uso sobre ella? Después de todo, sería el único ser sobre este planeta que no forma parte del medio en que vive. Es interesante notar que todos los seres vivos tienen su nicho ecológico propio, una función dentro del todo, mientras parece que el hombre no encaja. ¿De dónde le vendría el derecho de uso? No es fácil, en tiempos de una conciencia ecológica exacerbada, pero poco reflexiva, afirmar la superioridad humana sobre el resto de las especies. Pero aquí ya está el germen de la solución; el hombre es el único animal que se cuestiona su derecho a usar del resto. Los otros lo hacen sin más.

Aún después de notar lo anterior, no queda resuelto el problema. El hombre es distinto de la naturaleza, y no parece formar parte de ella, pero la necesita para poder sobrevivir. Cualquier cosa que haga causará una disrupción (si es poca gente en un territorio extenso, no se nota mucho, pero la hay de todas maneras). El hombre usa y transforma la naturaleza, no siempre con medida, a veces cruelmente, e incluso llega a dañarse a sí mismo cuando lo hace. Aún así, no puede dejar hacer eso si es que quiere permanecer.

¿Pero debería permanecer sobre la tierra quien puede ser tan a veces tan cruel con las otras criaturas? No debe olvidarse que la naturaleza también es cruel, pero de todos los que seres que causan dolor a otros en su lucha por la supevivencia, el hombre es el único que es capaz de cuestionarse a sí mismo por ello. Ahí está la respuesta.