martes, 26 de noviembre de 2013

Tú eres los otros

En las últimas elecciones hubo candidatos que perdieron por unas decenas de votos y hubo candidatos que fueron aplastados. A algunas personas esto les importa poco o nada, pero a otros les duele; al menos se dieron la molestia de ir a votar, lo que hoy ya parece bastante. En los días siguientes se comentan los resultados: las estrechas derrotas (¡pero si faltó tan poco!) o los desastres (¡cómo es posible!). ¡Hay que hacer algo! ¡Cómo nadie hace nada! Más que un llamado a la acción, es un estado de ánimo. Sin embargo, algunos hechos y algunas consideraciones pueden dar algo de luz al respecto.

En mi local de votación hubo mesas que se constituyeron a las once de la mañana porque no llegaban los vocales. Había, también, mesas que no tenían apoderados de ningún candidato, y eso que mi local de votación queda en el centro de una ciudad grande. Ese tipo de funciones las tiene que hacer alguien, otros.

Algo parecido pasa cuando se trata de ir a hacer campaña –ni se diga si se trata de ir puerta a puerta, hacer donaciones a algún político emergente, o peor si el asunto es ser candidato – sobre todo si la cuestión es ser compañero de lista de algún pez más grande. Todas cosas necesarias, cosas que alguien tiene que hacer, cosas que hacen los demás.

Pero a veces no hay nadie, y por no haber apoderados de mesa (sobre todo en zonas rurales), por falta de voluntarios en la campaña y por falta de fondos –todo eso suma– se pierden los candidatos. Luego vienen los lamentos.

Es más fácil dejarle ese trabajo a otros. Estamos acostumbrados. Siempre hay alguien que barre las colillas del suelo, alguien que se presenta como vocal o apoderado mesa, alguien que hace campaña por el candidato con el que uno simpatiza, alguien dispuesto a ser candidato, alguien que escribe y publica lo que le indigna… hasta que no hay.

No hace falta decir que el deja esas labores a otros no tiene el derecho a quejarse mucho. Por supuesto que la vida ya está llena de afanes y que el tiempo es un bien escaso (aunque sea el único equitativamente repartido), pero hay cosas que si son abandonadas dan como resultado un desastre. Afortunadamente siempre hay alguien a hacer esos sacrificios de tiempo, esfuerzo e incluso de dinero, pero si uno pretende que en algo las cosas salgan como a uno le gustaría, ese alguien también tiene que ser uno, porque en este mundo las cosas no se hacen solas.

martes, 19 de noviembre de 2013

De callejeros a falderos

Chile tiene un problema con los callejeros: hay muchos, están fuera de control, ensucian todo y pueden ser violentos y hasta rabiosos. Además, no se los puede tocar o encerrar, si alguien lo hace, el clamor de sus defensores  hace temblar a la autoridad. El problema persiste, pero la autoridad que asumirá el poder fue particularmente astuta: los domesticó. A los que mostraban los dientes y gruñían les ofreció un pedazo de pan. Ante la vista del alimento que les mostraba el amo, dejaron de ladrar y movieron la cola. La perspectiva de una buena vida, encerrados, eso sí, les hizo lamer la mano que les daba comer.

Esa es una manera de ver las cosas. La otra la tomo de una frase de la película “Quiz Show” (1994). Un inescrupuloso empresario le dice a un joven abogado que investiga un programa de televisión que  “el público tiene una memoria muy corta”. Esto, además de ser cierto, guía el actuar de quienes necesitan del público para vivir. Supongo que los que tenemos la memoria más larga no contamos como público.

Quizás el futuro gobierno no necesitó comprar a los que juraban y re-juraban que jamás se iban a integrar al sistema; quizás estaba todo bastante planificado para obtener algunos puestos en la cámara baja. Bastaba con declarar vehementemente en los inicios que el movimiento no era político –y que no tenía fines políticos– sino social, para después inscribir la candidatura con tranquilidad. Bastaba con declarar fuertemente que jamás se apoyaría a la persona que los dejó en la estacada el 2005, para después hacer campaña sin sufrir ninguna penalización. Bastaba con fustigar duramente el sistema binominal para después aceptar un blindaje como en la peor política de pasillo casi sin reclamos.

Total, el público tiene una memoria muy corta. Quedando las imágenes, sensaciones y emociones, el discurso puede ser cambiado sin mayores problemas.  Los que ladran tienen suficiente habilidad para guiar al rebaño que balando feliz se dirige a los galpones. Sus amos se quedan con la leche y la lana y a ellos también les toca un poco.

El único reproche puede venir de quienes no son el público, porque es sabido que los que ensucian las calles, ladran y gruñen, no tienen conciencia, aunque a veces muevan la cola, saquen la lengua y pongan caritas de pena o simpatía.

martes, 12 de noviembre de 2013

Catastrofismos

Creo que era Gonzalo Vial el que decía que Chile se encuentra al borde de un precipicio cultural y moral. Es tentador pintar un cuadro así, es un recurso retórico habitual. Alguna vez lo he hecho yo mismo. Pero me parece que es más certero T.S. Eliot cuando dice que el mundo no acabará reventando, sino que se desinflará (aunque G.K. Chesterton, que reconocía que los hombres vacíos terminan así, se reservaba el derecho a terminar con una explosión).

En todo caso, lo de estar al borde de un precipicio es engañoso porque a los abismos culturales y morales no se cae repentinamente, sino que se desciende de a poco. No se construyó Roma en un día, y también su caída fue precedida de una lenta decadencia. A los historiadores les gusta hablar de procesos.

Aun así, el rechazo a esta manera de plantear las cosas no viene tanto de la consideración de procesos paulatinos –que siempre acaban en algún lugar– sino más bien de una actitud de rechazo, un cierto “esto (sería tan terrible que) no puede pasar (aquí)”. Eso, más que un recurso retórico, es una falacia.

Los argumentos de necesidad son para la lógica, la metafísica y algunas otras disciplinas, pero no para la historia y la política. Muchas cosas impensables pueden pasar.  ¿Esclavitud en país que nace con una declaración de libertad, como Estados Unidos? ¿Persecución anticristiana (con abundantes mártires) en una tierra tan católica como Méjico? ¿Escasez de alimentos en un país con enormes reservas petroleras, como Venezuela? ¿Una oligarquía gobernante en una sociedad fundada sobre la base de la abolición de las clases sociales, como la Unión Soviética? ¿El reconocimiento del mercado como una fuerza reguladora de la economía por parte de uno de los últimos gobiernos comunistas (en China)? No hace falta seguir.

Lo que ha pasado antes puede volver a ocurrir. La actualidad implica potencialidad (ese sí es un argumento de necesidad metafísica). El recurso al miedo, el catastrofismo, puede no ser el recurso más elegante, ni si quiera el más efectivo. Pero la negación de la posibilidad de la catástrofe no puede basarse en un simple “esto no puede pasar”. Eso no es un argumento. ¿Quiere decir que estemos al borde del precipicio? No necesariamente, pero tampoco hay que descartar la posibilidad. Lo más probable es que ya estemos bastante abajo, pero también bastante acostumbrados.

martes, 5 de noviembre de 2013

Sobre una película vista en un bus interurbano

El título es latero, pero no se me ocurrió otro. Quienes viajamos en bus con frecuencia notamos algunas constantes: Eme Bus pone tres películas seguidas, Linatal los estrenos recientes y en casi todos usan copias piratas. Pero suficiente de eso.

Ya se ha dicho que la tendencia individual de encerrarse en una caja de resonancia se ha acentuado por el fácil acceso a pantallas personales y la abundancia de opciones en internet. Se pueden pasar días escuchando la música que uno prefiere, viendo noticias desde el punto de vista propio y leyendo comentarios que confirman los propios prejuicios.

Exponerse a cosas distintas (recordando, eso sí, “mantener la mente abierta, pero no tanto que se caigan los sesos”) es la solución al encierro mental. El transporte público es una oportunidad para escuchar música que uno no elige (después de unos minutos le pido amablemente al pasajero a mi lado que baje el volumen) y ver películas que de otra manera uno no vería. Sirve, como quien dice, para enterarse como está la cosa. Un elemento que me ha llamado la atención en las películas es lo común de la extrema violencia. Siempre hay algún pasajero que pide que la cambien.

La semana pasada pusieron una titulada “Snitch”. Trata de un padre que entra en el mundo del narcotráfico para ayudar a reducir la sentencia de su hijo, condenado por recibir un cargamento de drogas. De paso, arregla la relación con el hijo, arruinada por sus largas ausencias y el divorcio. No era mala, pero no la vería de nuevo.

La película se plantea como una crítica a las duras sentencias por posesión y tráfico de drogas en los EE.UU. Destaca la presión a la que los imputados son sometidos para que incriminen a otros y nota la duración de las sentencias, desproporcionadas al compararlas con las de otros crímenes. También critica, aunque más implícitamente, la política de aumentar drásticamente las penas en la tercera condena de un imputado. La película entra al debate abiertamente en los créditos finales haciendo mención explícita de esto. Nada que objetar hasta acá.

Lo que me llamó la atención, sin embargo, es que entrando a discutir problemas sociales, como la alta tasa de encarcelamiento y la guerra contra las drogas, no mencionara el divorcio. Claramente, el hijo del protagonista se ha visto dañado por un padre ausente física y emocionalmente, y más aún por el divorcio de sus padres (todo eso se muestra). Sin embargo, ni en los créditos finales, ni en ninguna otra parte, se menciona que los hijos de padres divorciados tienen mayores posibilidades de consumir droga y caer en otros tipos de problemas. No se dice, y apenas se deja entrever, que la mejor política de prevención de drogas, y de otros males, es una familia sana y estable. La raíz del problema que se denuncia está en otro lado.

Sospecho que estas omisiones se deben simplemente a una ceguera sobre el tema. Hay ciertas conductas y situaciones que son tan aceptadas que no llaman la atención, ni se ven sus consecuencias aunque la evidencia reviente en la cara. El último viaje en bus me sirvió para darme cuenta de que así está la cosa.