martes, 27 de enero de 2015

Aborto y tortura: problemas resueltos

En caso que el lector se pregunte, no se trata de vincular ambas prácticas, para eso está este artículo en Mercatornet. Se trata más bien de hacer un ejercicio de razonamiento analógico, de reemplazar un término por otro y ver si el resultado es el mismo. La presidente Michelle Bachelet ha pedido respecto del aborto “una discusión madura, informada y propositiva”. Una frase como esa ya está cargada de contenido. A nadie se le ocurriría plantear una discusión madura, informada y propositiva respecto del uso de la tortura, a pesar de que el crimen esté en alza y aunque el terrorismo en la Araucanía y los bombazos en Santiago no hayan podido ser detenidos. No, un tema así simplemente no es discutible por mucho que vivamos en un país libre, entre personas abiertas de mente. Si se pide una discusión sobre alguna cosa quiere decir, de manera implícita, que ya es de alguna manera aceptable.

Cuando se busca discutir algo que antes era impensable –como hoy lo sería el uso de la tortura en el sistema judicial– lo que se busca en realidad es un resultado afirmativo. Si después de discutir el aborto, y de escuchar a todos los que tengan que decir algo (menos, por supuesto, a los directamente afectados por el aborto, que son muy pequeños y débiles para hacerse oír), la conclusión es negativa, se discutirá de nuevo hasta que se apruebe. De eso se trata.

La frase de la Presidente Bachelet, al parecer tan inocua, trae a la memoria otra frase memorable, y de extremada utilidad para pensar estos temas, que en el futuro próximo se nos vendrán encima como una avalancha. Decía el fallecido Richard J. Neuhaus en un artículo en Commentary  que “miles de, así llamados, expertos en ética médica y bioética van guiando profesionalmente lo impensable en su paso hacia lo debatible, en el camino a lo justificable, hasta que finalmente queda establecido como lo corriente”. El camino es rápido: ahora se pide simplemente debatir, pero cuando el rector de la Pontificia Universidad Católica reclamó el derecho de objeción de conciencia, dando por hecho el resultado de un debate que todavía no ha tenido lugar, personajes del gobierno inmediatamente salieron a negárselo: quedó claro como el aborto pasó de lo debatible a lo exigible, aun antes de su despenalización.

No hay que engañase, esta discusión será, desde el comienzo, deshonesta, amañada, sesgada; porque el asunto (moralidad) del aborto, para quién propone discutirlo, ya está resuelto.

martes, 20 de enero de 2015

El trabajo mal hecho

Anécdotas al respecto hay muchas. Hace un tiempo un amigo que mandó a empastar su tesis se quejaba de que el título no quedó centrado en la tapa. ¡Qué costaba fijarse bien y hacerlo correctamente! Esas cosas, me dijo, no pasan en otros lugares. Si se trata de arreglos en la casa o del auto, pasa algo parecido: nunca queda bien a la primera; hay que ir por un segundo o tercer trabajo, hasta que finalmente el resultado es aceptable. Es la pelea por el mínimo, no en los estudios, sino llevada al plano del trabajo. La consecuencia lógica de unos estudios llevados como una carga, de los cursos pasados estudiando lo menos posible, es un trabajo mal hecho. Quizás eso no pase en otros lugares, como dijo mi amigo, pero aquí casi todos hemos entregado alguna vez un trabajo hecho a la rápida, para salir del paso. Y quizás en ese salir del paso está la clave del asunto: se busca salir del paso porque la vida está en otra parte y por lo mismo, cuando se trabaja así, la cabeza y el corazón no están en la labor presente, sino en un descanso futuro que suele ser precisamente nada, hacer nada.

La distinción que hay que hacer es entre una recompensa externa y una interna. La primera, la externa, se puede obtener de muchas formas. Es cierto, uno trabaja para que le paguen y con ese dinero poder mantener a la familia y darse algún gustito por ahí. Pero la relación entre el dinero, o también el reconocimiento, y el trabajo bien hecho no tan estrecha como parece. Si se logra engañar al jefe o al cliente se puede recibir el mismo dinero haciendo menos. El dinero y el reconocimiento pueden llegar también por otras fuentes (¿será esa la causa de la popularidad de casinos y loterías y de los “realities”?). Pero la excelencia, en cambio, sólo puede ser alcanzada haciendo bien la tarea, y como hacer bien un trabajo exige esfuerzo y dedicación, sólo el amor puede un sustento adecuado. La satisfacción interna sigue al trabajo hecho con amor, y lo demás puede venir por añadidura. Pero ese amor por la propia tarea no parece ser muy abundante por estos lados. Quizás la diferencia entre desarrollo y sub-desarrollo sea algo más profundo que la pura economía.

martes, 13 de enero de 2015

Dios sí selecciona

El problema de la selección en los colegios católicos ha llevado a algunos a crear la consigna “Dios no selecciona”, por lo que la selección sería inmoral, poco cristiana, etc. Una consigna así puede estirarse indefinidamente: “Dios no paga impuestos”, “Dios no toma Pepsi-Cola”, “Dios no lee novelas históricas”… La teología de la vía negativa da para mucho pero dice poco. Sin embargo, se trata de algo más, de reclutar a Dios para una causa político-social, como si Dios fuera un gran social-demócrata en el Cielo siempre dispuesto a dar su auspicio a los pequeños social-demócratas de la tierra.  Además de que reclutar a Dios para causas terrenas es delicado (no es que a Dios no le interese la política, es cosa de estudiar a Santa Juana de Arco), los argumentos teológicos han de dejarse para cuestiones teológicas. Las cuestiones ideológico-político-sociales tienen que resolverse con sus propios argumentos.

La consigna “Dios no selecciona” implica un enorme error de perspectiva (que se entiende dada la deficiente formación filosófica y teológica de nuestra época). Para empezar, el acto creador de Dios implica una selección muchísimo mayor de la que sería capaz cualquier ser humano: de entre todos los mundos y personas posibles, que son infinitos, Dios eligió –seleccionó– nuestro universo con sus criaturas particulares. Los demás mundos y personas posibles ni siquiera fueron llamados a la existencia. Además, dentro de nuestro mundo Dios también selecciona: elige a un pueblo para que sea su pueblo y sólo por ese pueblo serán salvados los demás. Le habla directamente a unas personas y no a otras. De todos los momentos históricos posibles, selecciona uno en particular para encarnarse; de entre todas las mujeres, elige una para que sea su madre y de entre todos los hombres a uno para que sea su padre putativo. De entre todos los judíos de su época, elige a setenta y dos para que sean sus discípulos, de esos selecciona a doce para que sean sus apóstoles y de entre ellos a tres para que sean testigos de su transfiguración y agonía. En fin, queda claro que Dios sí selecciona, lo cual no implica nada para la selección escolar.

¿Qué se quiere decir cuándo se dice que Dios no selecciona? Seguramente que Dios quiere que todos se salven, que no rechaza a nadie que se acerca a Él, etc. Sin embargo, y esto sí puede dar una pequeña clave para hablar de selección escolar, si bien Dios no rechaza a nadie, algunos pueden rechazar a Dios mediante su conducta o creencias. Dios no selecciona al modo de una predestinación de tipo calvinista, pero tampoco se impone a nadie que no lo quiera. ¿Qué tiene que ver esto con un colegio? Que puede haber personas que, sea por lo que afirman o por cómo viven, no se adecuen al proyecto de una institución y esa institución, por lo mismo, tiene el derecho de no dejarlos entrar. No se trata un rechazo, sino de una auto-marginación del supuesto interesado, cosa que Dios acepta.

martes, 6 de enero de 2015

La selección: un problema ineludible

El problema de fondo en el tema de la selección en los colegios es la libertad de asociación (que siempre es una amenaza para un Estado controlador), pero eso quedará para otra ocasión. Un problema más superficial, pero igualmente ineludible es logístico: si muchas personas quieren matricular a sus hijos en un mismo colegio, pero ese colegio  no puede recibir a todos sus posibles alumnos, algunos tienen que quedar fuera. Eso es necesariamente así. Queda la cuestión de definir los criterios por los cuales unos quedan dentro y otros fuera.

Que sea el dinero el elemento definitorio parece injusto, sobre todo si considera injusto que unos tengan más dinero que otros y que puedan usarlo para mejorar la condición de los suyos. También parece injusto si el dinero es sólo una barrera de entrada artificial para dejar fuera a algunos y no un reflejo del costo real de una mejor educación. Pero el dinero no es el único criterio de selección, hay colegios que se permiten dejar fuera a potenciales alumnos por razón de su modelo educativo. Los que ya están dentro de un establecimiento determinan quién puede entrar después. Se pone en la balanza el bien de los que llegan y el de los que ya están. El modelo educativo puede corresponder a una identidad religiosa o de ideales que se busca custodiar, o a la excelencia académica que se busca mantener. Ahora bien, el futuro estudiante no es responsable de su identidad o capacidades, por lo que, de nuevo, podría considerarse injusto seleccionar en base a estos criterios. Sin embargo, si se considera que la educación escolar es algo de lo que participan los padres o el entorno, formando una comunidad que implica no sólo al alumno, entonces es posible defender la libertad de asociación al formar un colegio.

Ahora bien, si no se acepta lo anterior, pareciera que sólo se puede recurrir a la suerte para resolver el problema de la selección. La suerte no es injusta porque no considera la cuna a la hora de repartir beneficios o males: ante ella hay igualdad. Pero que la suerte no sea injusta no significa que sea justa, es simplemente aleatoria; no tiene voluntad de ningún tipo (que un terremoto dañe a una ciudad y no a otra no es ninguna injusticia). Y por atractivo que resulte usar una tómbola para resolver el problema de la selección escolar, resulta que en el fondo es trasladar el problema: como un niño no elige donde nace, eso es fruto de su suerte, se podría decir que ya existe una tómbola que decide quién entra a qué colegio. Agregar otra es sólo dar un chute más al problema, además de eliminar lo poco de voluntad humana (esfuerzo del estudiante, preocupación de los padres) que pueda haber en todo el proceso.