martes, 24 de enero de 2012

Vacaciones de Calidad

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Hace un tiempo tuve la oportunidad de conocer a un estudiante de Alemania. No venía de intercambio, sino a trabajar en un proyecto relacionado con su memoria de Ingeniería. Este estudiante hablaba cuatro idiomas y también había estudiado latín y griego. No era, sin embargo, un ratón de biblioteca: disfrutaba del deporte y de las excursiones al aire libre. También tocaba guitarra clásica (además de las canciones populares). No está de más decir que en su patria había hecho dos años de servicio militar.

Las comparaciones suelen ser odiosas y sería ingenuo pretender que los estudiantes chilenos lleguen a ese nivel en un futuro cercano. No sé tampoco si querrían llegar a ese nivel. Lo que me llama la atención, en todo caso, más allá de los logros específicos, es la dedicación y el aprovechamiento del tiempo. No se llega a tener ese tipo de educación por casualidad, son horas y horas invertidas pacientemente hasta llegar a un resultado que a nosotros nos parece una utopía.

Recuerdo esto porque para muchos pronto empiezan las vacaciones. Algunos pueden decir que son un merecido descanso, otros tendrán que preguntarse honestamente si es que de verdad se cansaron estudiando durante el año.

Más allá de la pregunta, demasiado tarde hacerla ahora, lo que se plantea es el sentido del descanso y el uso del tiempo, y lo que esto revela sobre cada uno. Puede no ser obvio, pero hacia dónde gravita una persona en sus momentos de ocio pone de manifiesto aquello que realmente le importa. “Educación de calidad” fue el grito de guerra este año escolar. ¿Qué harán la mayoría de los estudiantes ahora que no hay obligaciones? ¿Usarán su tiempo de una manera que contribuya a alcanzar ese noble fin, o sufrirán una especie de apagón cerebral?

Poco antes de acabar las clases les dije a mis alumnos que era hora de pensar qué libros iban a leer durante las vacaciones. La reacción -amable- de rechazo fue automática y casi unánime. Fue también una reacción de sorpresa, como si hubiera propuesto algo contradictorio o absurdo. Debo confesar que me deprimí un poco. No se trata de hacer en vacaciones lo mismo que se hace durante el año, pero tampoco de dejar que el tiempo pase en vano, permitiendo simplemente que febrero sea un mes perdido, un mes que no deja nada más que una resaca o los ojos cansados de tanto mirar una pantalla (no exagero, un estudiante me dijo que pasaba casi todas sus vacaciones frente al televisor o al computador).

La educación verdadera, y de calidad, necesariamente tiene que tocar el tiempo libre, porque es algo que involucra a toda la persona. No se puede pretender ser una persona educada y pasar las vacaciones como si se viviese en las cavernas.

¿Será este verano el verano de la educación de calidad, o será como cualquier otro (sólo que algo más breve)? Este febrero nos mostrará lo que de verdad hay dentro de cada estudiante: el afán de cultivar el intelecto cómo sólo puede hacerse cuando hay tiempo libre, o consignas vacías.

martes, 10 de enero de 2012

Las Funas y la Democracia

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Estos dos últimos años han sido intensos. El 2010 por los desastres de la naturaleza y el 2011 por la agitación de las personas. Este año que recién comienza no parece tener intenciones de ser muy tranquilo tampoco.

El año recién pasado será recordado sobre todo por la violencia ejercida por distintas minorías: marchas, protestas, tomas, huelgas de hambre y sobre todo funas de varios tipos. Las funas son un elemento curioso en una sociedad que quiere ser democrática, y se requiere tomar un poco de distancia para comprender mejor el fenómeno.

Se ha dicho que la calidad de una democracia se mide por cómo trata a sus minorías.  Esto es cierto; el postulado básico de la democracia es que todos los hombres somos iguales y merecemos igual participación en la vida de la sociedad e igual trato en cuanto personas, es lo primero que debe cumplirse.  Pero la democracia se configura no en torno a las minorías sino en torno a la mayoría. En una sociedad democrática las minorías del tipo que sean deben dejar gobernar a la mayoría, si no, no tiene sentido tener una democracia. La funa –gran parte de lo que acaparó nuestra atención el año que acaba de pasar- es justamente lo contrario.

La democracia no es un sistema perfecto: parece injusto que el que gana por un par de puntos porcentuales se lo lleve todo (el poder ejecutivo) y que la agrupación que gana por una mayoría simple en el Congreso haga casi todas las leyes. Pero no hay otra manera de hacer las cosas si se quiere mantener la integridad del país. (En todo caso, la competencia de este tipo explica muchos de los vicios de la política.)

Pero en una democracia, el que pierde puede impedir que el que gana gobierne. Si el que perdió, perdió por poco, puede hacer valer su peso que será casi, casi equivalente al del ganador, para hacerle el gobierno imposible.  Sería un mal perdedor, pero de eso ya se ha hablado. Es comprensible que ocurra, dada la naturaleza humana, pero no es muy democrático.

Una democracia debe tratar bien a las minorías, pero las minorías, por poderosas, multitudinarias y resueltas que sean, deben dejar que gobierne el elegido, aceptando las reglas del juego.  La minoría puede estar descontenta con la mayoría y puede forzar las cosas (diciendo algo así como “o gobernamos nosotros o no hay gobierno de ningún tipo”) pero eso es caer en la ley del más fuerte. Es cierto que siempre habrá grupos que no atiendan razones, pero precisamente para evitar eso existe la democracia: para resolver las diferencias en el caso de que no se llegue a un acuerdo. Pero eso requiere acuerdos previos, el más básico es que se debe respetar la voluntad de la mayoría al momento de las elecciones, y por lo tanto al gobierno elegido aunque haya ganado por muy poco. De no hacer eso la sociedad se revierte a la ley de la selva, y quien destruye la sociedad civil haciendo esto no podrá llorar ni esperar compasión si viene uno más fuerte y se lo come.