Una economía que crece, un aparato estatal eficiente,
reducción de la pobreza, reconstrucción de los daños materiales después del
terremoto, son algunas de las cosas que dejó Sebastián Piñera. Una herencia
cuantificable. Lo que no pudo dejar fue un gobierno que continuara eso.
Aunque los números sean buenos nunca están completamente
bajo el control del gobierno de turno. La economía chilena, aunque no nos guste
admitirlo, todavía es extremadamente dependiente del cobre, y su precio no es
algo que esté sujeto a ningún gobierno. Los antiguos (recuerdo a mi querido Boecio) tenían siempre presente que
los bienes de fortuna –diosa caprichosa– eran mudables y lo que un día estaba arriba
al otro podía caer. Además, una economía sana por una buena gestión puede ser
erosionada rápidamente si se cometen los errores necesarios. Herencias
cuantiosas han sido despilfarradas en un par de años por herederos poco
previsores.
No estaría demás mencionar también que un estilo de gobierno
enfocado en los números, con cero empatía y manejo de emociones, dejó
pavimentado el camino para una candidata afectiva como Michelle Bachelet.
La institucionalidad, un gobierno transparente y con poca
corrupción, también puede verse menoscabada en poco tiempo. No es que el
gobierno de Piñera la haya hecho más fuerte, de hecho, quedó establecido
temprano en el último gobierno que la presión de unos pocos bien organizados
puede echar abajo proyectos estudiados durante años, a intendentes o incluso a
ministros.
Es por esto que para hablar de un legado es vital tener
continuidad, que no la hubo. Tampoco hubo durante el gobierno de Piñera un ethos que pudiera guiar a sus adherentes
con o sin un nuevo gobierno. Podría haberlo habido: hacer las cosas bien,
expandir la libertad económica, trabajar eficientemente son elementos del bien
común; pueden encuadrarse en el marco más amplio de una sociedad ordenada,
estable y libre. Descuidar estas cosas es usar el Estado para beneficio privado
(la peor de todas las “privatizaciones”). Es lo que hizo la Concertación, que
aprendió mil maneras legales de transferir los impuestos de todos los chilenos
a los bolsillos de sus partidarios.
Cualquier gobierno que se tenga que preocupar por señalar y
construir su legado muestra que no lo tuvo. Por otra parte, el mejor custodio
del legado de un gobierno es un gobierno afín. Pero Piñera le dejó algo al
país: una suerte de esperanza. Después de años de corrupción que llevan al
agotamiento (contra un mal candidato, producto de ese agotamiento) la hegemonía
de la izquierda puede ser quebrada. Ahora, no sabemos cómo funcionará esto con
el voto voluntario, que también es algo que dejó Piñera.