martes, 25 de marzo de 2014

El legado de Piñera

Una economía que crece, un aparato estatal eficiente, reducción de la pobreza, reconstrucción de los daños materiales después del terremoto, son algunas de las cosas que dejó Sebastián Piñera. Una herencia cuantificable. Lo que no pudo dejar fue un gobierno que continuara eso.

Aunque los números sean buenos nunca están completamente bajo el control del gobierno de turno. La economía chilena, aunque no nos guste admitirlo, todavía es extremadamente dependiente del cobre, y su precio no es algo que esté sujeto a ningún gobierno. Los antiguos (recuerdo a  mi querido Boecio) tenían siempre presente que los bienes de fortuna –diosa caprichosa– eran mudables y lo que un día estaba arriba al otro podía caer. Además, una economía sana por una buena gestión puede ser erosionada rápidamente si se cometen los errores necesarios. Herencias cuantiosas han sido despilfarradas en un par de años por herederos poco previsores.

No estaría demás mencionar también que un estilo de gobierno enfocado en los números, con cero empatía y manejo de emociones, dejó pavimentado el camino para una candidata afectiva como Michelle Bachelet.
La institucionalidad, un gobierno transparente y con poca corrupción, también puede verse menoscabada en poco tiempo. No es que el gobierno de Piñera la haya hecho más fuerte, de hecho, quedó establecido temprano en el último gobierno que la presión de unos pocos bien organizados puede echar abajo proyectos estudiados durante años, a intendentes o incluso a ministros.

Es por esto que para hablar de un legado es vital tener continuidad, que no la hubo. Tampoco hubo durante el gobierno de Piñera un ethos que pudiera guiar a sus adherentes con o sin un nuevo gobierno. Podría haberlo habido: hacer las cosas bien, expandir la libertad económica, trabajar eficientemente son elementos del bien común; pueden encuadrarse en el marco más amplio de una sociedad ordenada, estable y libre. Descuidar estas cosas es usar el Estado para beneficio privado (la peor de todas las “privatizaciones”). Es lo que hizo la Concertación, que aprendió mil maneras legales de transferir los impuestos de todos los chilenos a los bolsillos de sus partidarios.

Cualquier gobierno que se tenga que preocupar por señalar y construir su legado muestra que no lo tuvo. Por otra parte, el mejor custodio del legado de un gobierno es un gobierno afín. Pero Piñera le dejó algo al país: una suerte de esperanza. Después de años de corrupción que llevan al agotamiento (contra un mal candidato, producto de ese agotamiento) la hegemonía de la izquierda puede ser quebrada. Ahora, no sabemos cómo funcionará esto con el voto voluntario, que también es algo que dejó Piñera.

martes, 18 de marzo de 2014

Mechoneo

A mediados de marzo se siente por las calles y plazas el característico “olor a mechón”, mezcla de pescado podrido y huevo, que emana de estudiantes universitarios de primer año, vejados por sus compañeros. Cada año se repite el lamentable espectáculo de alumnos recién llegados a la educación superior que recorren la ciudad con su ropa rota y manchada, pidiendo unas monedas para que cese esa particular bienvenida.

Es curiosa la cantidad de contradicciones que encierra esto. Los que llegan al lugar del cultivo del intelecto son recibidos con una barbarie que no demuestra el más mínimo ingenio. Quienes serán líderes en el futuro, se someten a humillaciones que ningún otro ciudadano aceptaría por parte de nadie. Quienes se suponen rebeldes frente a las tradiciones de sus mayores aceptan cada año una que no tiene ningún sentido. Al año siguiente se convierten en los vejadores de sus compañeros: quienes están empezando a ser adultos se comportan como salvajes.

No hace falta seguir. Puede que sea estéril preguntarse por qué las autoridades académicas no ponen freno a esto. (No haría falta la disciplina, bastaría con elevar el reto: una bienvenida universitaria que sea a la vez divertida e ingeniosa. Para eso hace falta ser verdaderamente inteligente.) Quizás sea el miedo que tienen a sus propios estudiantes, quizás sea la indiferencia por algo que ocurre sólo una vez al año y que no les afecta directamente.

Es más probable, sin embargo, que sea una despreocupación profunda por la universidad como institución, por un descuido u olvido de su propósito. Una cosa es formar profesionales que hagan su trabajo. Pero formar el intelecto para que abarque la realidad lo más completamente posible es una tarea más delicada, y una carrera universitaria que se inicia del modo brutal que hemos visto, de nuevo, puede demorar mucho en reencontrar su carácter originalmente académico.

martes, 11 de marzo de 2014

¿Qué tiene ella que no tenga yo?

Con el cambio de mando se hace patente la realidad: el gobierno de la derecha ha terminado. Duró sólo un período y acabó con la peor derrota electoral en mucho tiempo. Es tentador echarle la culpa a las dificultades y factores externos, que los hay, pero lo que diferencia al adulto del inmaduro es poder hacerse cargo de la propia responsabilidad en los fracasos.

Este fracaso en las elecciones es especialmente duro, sobre todo porque en aquello que el gobierno se propuso y más valora, lo hizo relativamente bien, y mejor que el gobierno anterior, que es el que asume nuevamente. A pesar de esto, el gobierno de derecha no logró prolongar su mandato.

La pregunta que surge cara a las próximas elecciones es qué puede ofrecerle la derecha a Chile. Hacer las cosas bien, fomentar crecimiento económico y aumentar libertad de emprender son cosas muy buenas, pero no son ideas que puedan generar una adhesión profunda (apuntan, en el fondo, a asuntos privados). No es sólo un problema de comunicación, que la derecha sin duda tiene. La izquierda usa un lenguaje moral (justicia, equidad, derechos) mientras que los partidos de derecha no pasan del lenguaje de la eficiencia.

La reducción de la política a la economía es lo que ha sido llamado el materialismo histórico de derecha (¡ironías de la historia!). No es que la izquierda no sea materialista, al contrario, pero hay dos consideraciones. El materialismo de la izquierda se viste con un ropaje moral, que hace que parezca algo más de lo que es realmente, y en segundo lugar, si hay que escoger entre dos materialismos, la mayoría preferirá el materialismo que ofrezca más cosas con el menor esfuerzo.

Si la derecha quiere tener una oportunidad en las siguientes elecciones tiene que ver qué puede ofrecer al país. Si intenta ofrecer lo mismo que la izquierda, a un nivel superficial, está perdida. La izquierda siempre podrá ofrecer más (más impuestos, más subsidios, más bonos). Ahora, si intenta ofrecer lo mismo que la izquierda en un nivel más profundo (una visión coherente de la persona y de la sociedad), podría hacerle el peso.

Esto no puede formularse en unos pocos párrafos, ni siquiera en un tomo: precisamente el ordenamiento y planificación de la sociedad en base a nociones pensadas por unos pocos es la marca de la ideología (especie de Transantiago social) que combatieron los conservadores desde Edmund Burke. Por de pronto, podría empezarse con una defensa de lo que queda: el nuevo gobierno ha mostrado en su programa ser profundamente hostil a las creencias más profundas de la mayoría que dice representar. No estaría demás, tampoco, empezar a repasar algunos autores del sector, como el mencionado Burke. Si hay algo después del gobierno 24/7, es tiempo.

martes, 4 de marzo de 2014

Lo que no puede decir sobre Venezuela

No debieran causar escándalo las declaraciones de la Fech respecto de Venezuela, tampoco la reticencia de nuestras autoridades en tomar una postura definida. Para el socialismo la democracia y los derechos humanos son herramientas políticas, no bienes a proteger; ¿puede explicarse de otra manera, por ejemplo, el asilo a Honecker a principios de los noventa? El gobierno de Nicolás Maduro es un régimen afín y puede contar con las lealtades de siempre, sin importar lo que haga.

Pero hay algo más, que pocos han mencionado. Lo que no se puede decir sobre Venezuela es que la actual situación venezolana es muy parecida a la de Chile en 1973: un gobierno democráticamente elegido que ha violado la constitución, socavado la institucionalidad, atacado la libertad de prensa, causado un desastre económico y fomentado la violencia. A ojos del mundo, y de Chile, esto no puede seguir. Pero cuando un gobierno tiene como meta hacerse con todo el poder, y para eso desfigura sus instituciones, no queda una vía institucional para resolver el problema. El sentido común dado por la distancia hace que una gran mayoría se sitúe del lado de los manifestantes y contra el gobierno.

Para el caso chileno las cosas se complican. Durante veinte años, primero de manera sutil y luego más descarada, la coalición de partidos de izquierda ha reivindicado la Unidad Popular y la figura de Salvador Allende, y por otra parte, vilipendiado al gobierno que derrocó a Allende cuando la situación en Chile era parecida a la de Venezuela hoy. Los cambios de nombres a las calles, la proclamación de Allende como el chileno más grande de la historia, la firma de Ricardo Lagos al pie de la Constitución de 1980, son muestra de ello.

Es por esto que la izquierda no se pone del lado de los manifestantes venezolanos. Venezuela poco nos importa en términos materiales, pero Venezuela hoy es una manera de ver desapasionadamente el Chile de 1973. Dar la razón a los manifestantes es como darle la razón al pronunciamiento militar. Como esto no escapa la atención de algunos, se han querido marcar diferencias. Un columnista llegó a decir que Nicolás Maduro era derechista, porque se comportaba como la derecha espera que se comporte un socialista. Se ha dicho que el gobierno de Allende no cayó por sus propios errores, como parece que debiera caer el de Maduro, sino que fue derrocado por la CIA. Eso suena tremendamente parecido al discurso Chavista-Castrista. (Además, si a los EE.UU. le interesaba que la UP cayera, la URSS tenía igual interés en que se mantuviera, cosa que se silencia).

Pareciera que el desmoronamiento institucional de Venezuela es total, cosa que no llegó a ocurrir en Chile. El proceso venezolano, además, ha sido lento, por lo que la reacción ha sido tardía e ineficaz. Venezuela tampoco está en medio de una pugna mundial, las potencias están demasiado ocupadas en otros lados como para hacer algo más que declaraciones. Quién sabe qué ocurrirá. No es mucho lo que podemos hacer desde aquí, pero lo que sí importa es que podamos juzgar nuestra historia con el desapasionamiento con que juzgamos la situación de un país distinto del nuestro.