viernes, 23 de marzo de 2012

Prohibicionismo pop reconsiderado

por Federico García (posteado en El Mostrador)

No discrepo con Cristóbal Bellolio sobre la conclusión práctica de su columna "Prohibicionismo pop", pero le agradezco la oportunidad que me da para clarificar algunos aspectos del liberalismo.

Se sorprende Bellolio que la ley llegue a extremos como penalizar al que conduce después haber comido tres bombones de licor o al que fuma en una plaza. Pero esto era algo completamente esperable, porque vivimos en una sociedad pluralista. Una sociedad plural no puede tener una definición de bien común sino que alberga todas las visiones de la vida. Ahora, como la vida en común debe ser regulada, la sociedad plural busca algún consenso -mínimo- entre sus habitantes para poder hacerlo. Éste suele estar en la protección de la salud a toda costa -aún de la autonomía- porque es algo materialmente medible y no genera desacuerdos, salvo casos extremos.

El argumento que acabo de proponer es probable y no necesario, pero es notable que la mayoría, si es que no todas, de las sociedades liberales terminen con un culto oficial a la salud física como único valor común. (Las leyes anti-tabaco no fueron inventadas en Chile). No es de sorprenderse que se nos pueda penalizar por conducir con una copa de vino: ese camino lo emprendimos mucho antes de que se hiciera obligatorio el uso del cinturón de seguridad o el uso de casco en las bicicletas, cuando abandonamos cualquier intento por definir el bien común más allá de una libertad entendida simplemente como no-coacción.

El ideal liberal sería, según Bellolio, que “ningún ciudadano en su sano juicio puede ser coaccionado, salvo para evitar que dañe a terceras personas”. Inaplicable, porque hay que determinar qué es estar en el sano juicio y quién califica como “tercero”. Es razonable pensar que el que realiza actividades autodestructivas, como consumir drogas, aunque no dañe a terceros, no esté en su sano juicio. Por lo tanto un estado liberal puede coaccionar casi a cualquiera, ya sea porque daña a terceros, o a sí mismo al no estar en sus cabales. No queda dañado –en teoría- el ideal que propone Bellolio.

Además, determinar quiénes califican como terceros y dónde comienzan sus derechos y terminan los propios, nunca ha sido fácil. Suelen ser considerados “terceros”, cuyos derechos no pueden ser pasados a llevar ni por la libertad de otros, los que gritan más fuerte o de algún otro modo hacen sentir su influencia, muchas veces por lobby, campañas de prensa o por la vía judicial y no democrática.

Visto lo anterior, un estado liberal puede ser, siendo fiel a sus principios, muy permisivo o muy restrictivo, dependiendo de quién esté a cargo. En la realidad concreta el resultado ha sido un engendro bastante curioso: sociedades que son a la vez muy permisivas y muy restrictivas. (Estas restricciones suelen ser un remedio tardío e ineficaz contra los males, también físicos, que produce la permisividad inicial de las sociedades liberales.)

El prohibicionismo pop, a diferencia del original, no pretende hacer del orden público una postal de virtudes morales como sugiere Bellolio, sólo quiere mantenernos sanos. El que no quiere mantenerse sano, no está en su sano juicio. La sociedad pluralista, abierta y liberal queda intacta.

Bellolio se queja que estos temas se debatan con brocha gruesa. Espero que estas consideraciones sean de una sutileza aceptable.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Para empezar el año

por Federico García (publicado en El Diario de Concepción)

Hace ya mucho tiempo, la tarde del 31 de diciembre del 2011, muchos hicimos un recuento del año que terminaba. Casi nadie queda satisfecho después de recuentos de ese tipo. De esa insatisfacción –que es con uno mismo y no con el año que termina- suelen nacer los propósitos de año nuevo.

Pero en Chile el año no comienza en enero sino en marzo, y es en este mes donde los proyectos de año nuevo chocan con la realidad. Pueden quedar sepultados sin llegar a cumplirse en lo más mínimo (y todo sigue igual que el año anterior, o empeorando lentamente) o puede haber un intento de ponerlos en práctica. Es frecuente que tales intentos fracasen, tanto, que al cabo de unos años ya no dan ganas de formular propósitos de año nuevo y ni siquiera de hacer el balance del año anterior.

Es grande la tentación de rendirse de antemano, parece que es mejor no proponerse nada que hacerlo y salir derrotado. Pero esto es un engaño: rendirse sin intentar nada es la peor de las derrotas. Es también una señal de vejez de alma –del que se cierra a la posibilidad de cambiar- que nada tiene que ver con la edad. Por lo demás, el que no saca ninguna cosa en limpio al mirar el año anterior probablemente deje de hacer este examen; una cosa y otra van unidas. Y el vivir sin examinar lo que se hace, esa irreflexión, es un dejar que la vida pase como si no se hubiese vivido. Pero no todo está perdido todavía: si a estas alturas no se han hecho planes de mejora para el 2012, aún es tiempo, porque el año, a pesar de estar en su tercer mes, recién comienza.

Los buenos propósitos de año nuevo no tienen por qué morir antes de tiempo. La ventaja de estar todavía en el principio, antes de que el ajetreo cotidiano se vuelva inmanejable,  es que se puede prever y planificar. Respecto de esto se me viene a la mente el episodio de Ulises y las sirenas, lamentablemente poco conocido por mis alumnos, relatado en la Odisea. (Releer la Ilíada y la Odisea puede ser un buen proyecto para este año). El héroe, sabiendo lo peligroso que el canto de las sirenas podía ser para él y sus tripulantes, les tapó los oídos con cera de abeja, y él mismo se hizo atar al mástil de su barco para poder oír el canto sin sucumbir. Planificando, pues, pudo adelantarse a la dificultad y crear las condiciones para superarla.

Este “atarse al mástil” necesario para poder llevar a cabo cualquier buena intención –para algunos será sacar el televisor de la pieza, para otros bloquear algunos sitios de internet o entregar las llaves de la despensa- no es una pérdida de libertad, sino una libertad ejercida con reflexión, vivida cara al futuro, que permite tomar un control más firme de la propia vida.

martes, 20 de marzo de 2012

¿Puedo imponerle mi visión de las cosas a otro?

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Se debate en el Senado un proyecto de ley sobre aborto. Un argumento frecuente para liberalizar la ley actual es que nadie puede imponer su propia visión de la realidad a otros. Como no es la primera vez que nos enfrentamos con algo así, quizás el pasado pueda iluminar la situación presente.

A fines del siglo XIX y a comienzos del XX había gente que se dedicaba a cazar indios en la Patagonia. Algunos lo hacían por dinero, otros por deporte. Vendían sus cráneos a museos en Europa o sus orejas a estancieros. Se retrataban con la “pieza” cobrada. Seguramente llegaron a pensar que los Selk’nam eran animales: su color era distinto al de los europeos y emitían unos sonidos que nadie podía entender. El mismo Darwin había escrito sobre ellos “cuesta creer que sean humanos”. Es casi comprensible que un europeo llegara a considerar a un Ona como a una alimaña que le comía sus rebaños y no como a su semejante. Frente a esta situación ¿quién soy yo para imponerle a un cazador de indios mi visión de quién es humano?

El problema de imponer la propia visión puede ser grave, hasta llegar a impedir lo que otro quiere hacer. Sin duda que a un cazador de indios, como lo fue el escocés Alexander McLennan, le habría molestado si alguien le hubiera impedido su tarea, se habría sentido  violentado. ¿Quién soy yo para decirle a él quién puede y quién no puede ser cazado?

El problema es apremiante cuando la visión de las cosas que tiene una persona implica decir que  algunos otros no son humanos. Sin duda que los Selk’nam y los misioneros salesianos querían imponer su visión de las cosas a los colonos, pero Julius Popper y su gente no se dejaban. Seguramente le habrían dicho al padre Agostini algo así como “si se opone a las cacerías de indios, pues no participe, pero no nos imponga su visión de las cosas”. Nadie logró imponer una visión particular a los cazadores de indios. Conocemos el resultado.

¿Qué hacer cuando se contraponen dos maneras incompatibles de ver la realidad? Una posibilidad es que se resuelva de manera “natural”. En ese caso suele perder el más débil, como ocurrió con los indios de la Patagonia. No podemos preguntarles su opinión de este asunto, porque no quedó ninguno. Es muy cómodo, para los que no quieren que otros les impongan su visión, dejar que las cosas sigan su curso y exigir que nadie interfiera.

Pero dejémonos de cuentos; cuando algo importa, cuando hay un bien evidente de por medio, nadie tiene inconveniente en imponer una cierta visión de las cosas. Nadie duerme intranquilo porque al ladrón se lo juzgue y encarcele si es hallado culpable. El ladrón, por supuesto, está en desacuerdo, pero se le impone una visión acerca de la propiedad privada aunque él no la comparta.

Por supuesto que no es fácil determinar qué visiones de las cosas se imponen por ley y cuáles se dejan en libertad para que se decidan “naturalmente”. Pero cuando se trata de decidir quién es un ser humano con derecho a vivir es mejor no estar de lado de “Chancho Colorado” McLennan, simplemente por no querer imponer a otros algo evidente.

jueves, 15 de marzo de 2012

Movimientos antisociales

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Las últimas explosiones sociales pueden verse como un descontento con el actual gobierno, como una insatisfacción con el sistema económico o como un intento de pequeños grupos fuertemente motivados para desestabilizar el gobierno y obtener futuras victorias políticas.

Seguramente hay una mezcla de estos elementos; la realidad nunca es tan simple que pueda explicarse sólo por un factor. Si bien es difícil hacer un análisis sin la perspectiva que da el tiempo, se puede ver un problema de fondo como elemento importante en estas erupciones. La falla, si es que se le puede llamar así, parecer ser política o civil.

Por ejemplo, es cierto que las regiones han sido postergadas, pero ¿acaso no tiene cada región igual cantidad de senadores que la Metropolitana? El centralismo en Chile pesa y la política actual no se presta para muchos cambios, pero ¿no son las regiones, frente a la capital, una mayoría aplastante en la Cámara de Diputados? ¿Se puede decir realmente que las regiones, o los jóvenes, no tengan representación (siendo que en el Congreso hay ocho partidos, además de independientes)?

Podríamos preguntar si alguno de los dirigentes sociales actuales ha intentado usar los causes representativos normales de una democracia: escribir al diputado que lo representa (Sandoval y  Alinco para Aysén), pedir audiencia con el Intendente, comenzar una campaña de prensa, lanzar la propia candidatura… Hacerlo así es lento y tedioso, pero es civil y democrático, es decir político y no es necesario destruir nada ni herir a nadie.

Es natural que con el tiempo los partidos –que mueven el sistema político- pierdan agilidad, entonces la tentación de abandonar la política y usar la violencia es fuerte, porque logra resultados rápidos y da una notoriedad difícil de obtener de otra forma. Es alarmante que quienes hacen esto no reciban el repudio general, sino a lo más una reacción tibia de rechazo a sus métodos. Será que hay poca comprensión de la actividad política.

Es contradictorio, además, que algunos pidan a la a la comunidad política ciertos beneficios, pero al lo hagan de modo anti-social. Se hacen demandas sociales, pero desde fuera de la sociedad. Unos sólo tienen derechos y los exigen de cualquier manera, y son otros los que tienen deberes respecto de los primeros, sin el derecho a ser interpelados de civilmente.

El recurso a la fuerza es legítimo, entre otras condiciones, cuando se han agotado todos los cauces pacíficos para lograr un buen fin. Se ve demasiada precipitación en llegar a esto. No parece que la situación del país sea tan grave como para hacer una completa renovación institucional ni que las cosas no puedan lograrse sin violencia.

Es poco probable que las soluciones a los problemas del país (centralización, educación, pobreza) vengan de personas que a la primera abandonan el vínculo político y social, recurriendo a la violencia amparada en un par de consignas. La realidad siempre es más compleja que una frase de barricada y la política, por lenta que sea, es una expresión de eso.

lunes, 12 de marzo de 2012

Sincerando la sociedad pluralista: una breve respuesta a Cristóbal Bellolio

por Federico García (posteado en El Mostrador)

La última columna de Cristóbal Bellolio plantea algunas cuestiones interesantes sobre lo que significa ser tolerante y abierto, sobre lo que se puede exigir a una persona respecto de otros, y sobre lo que conviene hacer como sociedad respecto de nuevas transformaciones.

Sin embargo, la idea central de su columna presenta un problema que se suele pasar por alto. En concreto: luego de la golpiza a Daniel Zamudio por parte de un grupo neonazi, Bellolio aboga por una sociedad ya no tolerante, sino diversa o plural. La sociedad diversa reconoce que los diversos modos de vida la enriquecen y por eso no deja a nadie fuera de ella. La pregunta que surge es si acaso una sociedad diversa aceptará también la diversidad que supone tener grupos neonazis.

La respuesta, supone uno desde el sentido común, es que no. La sociedad abierta no puede ser tan abierta que albergue a quienes quieren destruirla o hacerla menos abierta. Ellos no son celebrados, no pueden ser siquiera tolerados. (Quién decide quienes caben, o no, es un problema práctico, pero no menos importante.) Parece que con esto se acaba el problema, pero esta solución descubre otro: la sociedad plural se pone a sí misma como un bien a proteger, usando la fuerza si es necesario. Es decir, se comporta de modo parecido a las sociedades tribales cuando percibe una amenaza. Dónde, cómo y quién determina que la sociedad diversa es la mejor no es claro, la sociedad pluralista suele dar por supuesto su propia superioridad sin mayores indagaciones. (Bellolio dice que la sociedad abierta es la que más conduce a la felicidad. Me parece que ahí está el meollo del asunto, ya que una noción de lo que hace feliz es inseparable de una cierta idea del hombre, que es dónde difieren las distintas sociedades. Por lo mismo, esa afirmación requiere de una fundamentación más extensa.)

Es natural que cada sociedad se proteja y se ponga a sí misma como modelo de bien, o como la mejor forma de alcanzar la felicidad, pero en una sociedad plural se supone que no hay un solo modelo de bien, porque cada uno puede buscar la felicidad como mejor le acomode. Es decir, en la práctica, una sociedad abierta tiende a negar lo que dice ser en teoría. (Esto puede verse claramente en algunos países dónde la libertad de expresión ha sido restringida por grupos que se sienten discriminados.)

Lo que he dicho aquí es bastante obvio, lo hago para dejar en claro que la diversidad y la apertura de la sociedad plural no son totales, y esto es porque que la sociedad plural tiene una visión de lo bueno –como cualquier otra sociedad– que está dispuesta a imponer sobre visiones rivales. Puede ser que esto sea tan claro que no haga falta decirlo, puede ser que no se diga por inadvertencia, o puede ser que entre lo que lo que valora la sociedad plural no esté la sinceridad respecto de sí misma.