miércoles, 20 de febrero de 2013

En el mismo saco

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

La venida de Raúl Castro a Chile marcó un pequeño hito, percibido por pocos, pero significativo. El tiempo dirá si ese pequeño hito crece hasta alcanzar un tamaño considerable, pero por ahora lo que importa es que por primera vez hubo críticas transversales, aunque tibias, hacia el régimen cubano, y no sólo eso, sino también hacia quienes lo han apoyado en el pasado. Es algo inédito: se ha cuestionado, también desde la centro-izquierda, a personas ligadas a partidos comunistas por violaciones a los derechos humanos.

Pero junto con las críticas a Fidel y  a Raúl Castro, y a sus seguidores en Chile, no faltaron críticas a la Unión Demócrata Independiente, que pedía información sobre los prófugos asesinos del Senador Jaime Guzmán, uno de los cuales al menos reside en Cuba. Este juego del empate, bastante estéril ya que barre con distinciones conceptuales y hechos históricos (metiendo todo en un mismo saco), da pie para una consideración.

Una de las cosas que llama la atención de los regímenes totalitarios es que agrupan a sus opositores en un conjunto y asignan responsabilidades y culpabilidades colectivas. Luego vienen los juicios, encarcelamientos y matanzas colectivas. Judíos, Kulaks y burgueses han sufrieron esta suerte durante el siglo XX. La injusticia de esto es patente, ya que las acciones son principalmente personales, y por lo mismo, las responsabilidades, premios y castigos.

Las críticas a la UDI han sido, como siempre, por su participación en el Gobierno Militar, y por asociación, en todos los males que se adscriben a esos diecisiete años (diecisiete años en los que se distinguen etapas muy diferentes, por lo que tampoco cabe meterlos todos dentro del mismo saco). Además de que la historia de la UDI no es simple (primero existió como movimiento que luego se fusionó con otros para formar el Partido Nacional, del que luego se escindió, y sólo se inscribió como partido en 1989) no corresponde juzgar a un partido entero, porque no corresponde juzgar a grupos de personas, sino a individuos. Eso es signo de totalitarismo, lo cual, por supuesto, no debería causar extrañeza en el caso en cuestión.

Ahora bien, los juicios a individuos requieren investigación, que es costosa, porque se debe basar en hechos, no en ideas. Además, la investigación de una persona puede hacer que se descubran cosas sobre otras, lo que puede terminar ensuciando a varias. El juicio general en cambio se hace desde la superioridad moral. Qué diferencia entre pedir información sobre un caso y juzgar a un partido entero, que, por lo demás, tiene muchos miembros nacidos después de 1989.

Aun así, la mente humana busca agrupar objetos en categorías comunes (que tienen cierta entidad, hay que decirlo), y lo seguirá haciendo con las personas aunque implique una injusticia. Frente a eso, hay que perseverar haciendo distinciones.

martes, 12 de febrero de 2013

Alguien te mira

Hace muchos años un profesor de biología recordaba cómo, cuando su comportamiento en el colegio no era muy bueno, una de las estrictas monjas irlandesas que lo había educado le decía, con ojos fulgurantes, “Dios te está viendo y te va a castigar”. Le costó bastantes años superar el trauma infantil de esa amenaza; me parece que dejó de creer que Dios lo miraba, o al menos se consolaba pensado en que la misericordia Divina fuera mayor que la de su profesora.

Pero la amenaza de la monja se cumple a cabalidad, aunque ya no es Dios el que mira ni el que castiga. Episodios como el del altercado entre la Ministra del Trabajo y una honorable Diputada de la República, el de los grumetes repitiendo violentos estribillos mientras trotaban (cuando fui soldado canté cosas que algunos corazones sensibles podrían considerar peores, pero entre los cardos de Pichicuy – no en el centro de Viña), el de una madre que aplica un correctivo a sus hijos que la interrumpen, y tantos otros, nos recuerdan, como a Winston Smith, que el Gran Hermano nos está mirando.

La ubicuidad de las cámaras digitales y de la conexión a internet (que hace unos cuantos años eran lujos a los que pocos podían acceder) hace que todo hecho que pueda llamar la atención sea grabado, y probablemente difundido. Por lo mismo, cualquier persona medianamente sensata se comporta en público como si alguien la estuviera mirando, y no dice nada que no pueda ser predicado a los cuatro vientos. Los videos que hemos visto confirman la antigua sospecha de que la sensatez es un bien escaso. No sé si esta nueva situación esté llegando a generar traumas, pero sin  duda que ha hecho que las conversaciones entre conocidos y las clases de algunos profesores sean bastante menos interesantes.

A pesar del parecido, hay una diferencia entre la situación actual y la de mi antiguo profesor de biología. El profesor temía a Dios, que todo lo ve y todo lo sabe, y que por lo mismo puede juzgar con la máxima justicia (que es también misericordia). Pero el que queda expuesto a ser grabado y exhibido  en un video de ocasión es juzgado por un ente que ve poco y sabe menos: el público, ese que en Viña se llama, con razón, el Monstruo. De ese juez, muchas veces avivado por una prensa inescrupulosa que sólo busca inflar sus números para vender publicidad, no se puede esperar justicia alguna, ni menos misericordia.

martes, 5 de febrero de 2013

El baile de la violencia

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Hasta comienzos de este año, o fines del año pasado dependiendo de los hechos que uno considere relevantes, la violencia en la Araucanía daba la impresión de ser un baile bien coreografiado. Los participantes sabían lo que tenían que hacer, y por lo general se mantenían dentro de los límites establecidos por la costumbre. Tomas, quemas semi-controladas, eran seguidas por allanamientos. Custodia permanente para los más amenazados. Si había alguna muerte, no había sido calculada. Llegaba a ser bastante regular: los viernes en la tarde sonaba el celular de mi amigo, abogado de una empresa forestal, lo miraba, movía la cabeza y decía “ya nos quemaron otra”, y la conversación seguía sin aludir más al hecho.

El procedimiento era el siguiente: unos encapuchados detenían al camión o a la máquina maderera, el conductor era encañonado y conminado a bajarse. Siempre hacía caso. Con el conductor fuera de la cabina, la máquina era incendiada. Las empresas lo tenían presupuestado, y el costo lo pagaba, como siempre, el consumidor final (y la sociedad en general). Estos casos no aparecían en los diarios nacionales sino ocasionalmente y sólo merecían una breve nota en los regionales.

Los pasos eran conocidos ¿pero y si alguien bailaba a otro ritmo? “¿Qué pasa si alguna vez el conductor encañonado no se baja del camión?” le pregunté a mi amigo hace varios meses. “No sé, nunca ha pasado”.  Y siguiendo estos pasos las cosas llegaban con regularidad: tierras y otros beneficios. Pero el baile se alargaba y no parecía tener destino.

Hasta que pasó. Un camionero no se bajó del camión (claro, era de él, no de la empresa), y tuvo que bajarse cuando las llamas le quemaban el cuerpo y la cara. Quemas a pacíficos parceleros de pocos recursos. El asesinato de un cuidador. Luego vino el ataque a los ancianos que viajaban en un bus en un viaje organizado por la municipalidad; eso era nuevo. Y después, el asesinato del matrimonio Luchsinger-MacKay en Vilcún, precedido por una amenaza que en Santiago nadie se tomó en muy en serio, porque la violencia ya es costumbre.

Pero con el asesinato de Werner Luchsinger y Vivian MacKay se rompió el esquema. Lo peor, es que dio resultado. Cambió el ritmo. Vinieron las reuniones con el gobierno, se habló de cambiar la Constitución y se hicieron todo tipo de promesas (eso sí, ninguna promesa de terminar con la violencia por parte de los encapuchados). Un carabinero fue dado de baja (los encapuchados no han dado de baja a nadie todavía, que se sepa). Salieron voces, no a justificar el asesinado, eso no, pero a ponerlo en su contexto. En fin, durante quince minutos la Araucanía, estuvo en el centro de la noticia. Qué mejor. Y los que han abrazado la violencia como forma de vida no parecen tener intención de paz. Este nuevo esquema tampoco parece tener término ni destino.