martes, 24 de junio de 2014

Para una educación de calidad, profesores de calidad

Si hubiera que elegir entre tener buenos planes y programas y buenos profesores ¿Qué elegiría usted? La respuesta me parecía obvia, por eso me sorprendió que uno de los contertulios dijera sin titubear que, en la disyuntiva, preferiría tener buenos planes y programas educativos a buenos profesores. La pregunta no es trivial: apunta a la relación, o prioridad, entre lo institucional y lo personal. 

Centrar la atención en lo institucional, lo estructural, es atrayente en parte, porque lo institucional es cuantificable y controlable, mientras que las personas no lo son tanto (es cosa de tratar de ejercer el auto-control). Además, las instituciones son estables y perduran en el tiempo mientras que las personas pueden cambiar. En el caso de la educación, sin quitarle importancia a los planes, programas, instituciones y modos de organización, lo personal es especialmente importante porque la educación, a final, es algo que se trasmite de una persona a otra, de manera más o menos directa. Un buen profesor puede superar un mal modelo educativo, pero una buena organización no puede hacer nada sin las personas adecuadas. 

Muchos hemos tenido esa experiencia educativa: un profesor que nos abrió un mundo de conocimientos, o un libro, recomendado por algún amigo, que nos impactó profundamente. Es que los seres humanos, al fin y al cabo, nos relacionamos mejor con personas concretas que con entidades como modelos o instituciones. La educación implica un modelo, financiamiento, programas, etc. pero ella comienza en el encuentro del profesor con el alumno.

La importancia del profesor está siendo reconocida en Chile, pero en énfasis sigue en lo estructural, lo organizacional, lo material. ¿Cómo lograr buenos profesores? Chile tiene buenos profesionales en otras áreas, no debería ser imposible. Hay dificultades; la primera es que no es un problema que se resuelva en cuatro años, además, los profesores necesarios son muchos, y lo masivo pierde en calidad. Pareciera que antes de una nueva institucionalidad para la formación de alumnos se necesita una para la formación de profesores. ¿No será una contradicción? Las estructuras por sí solas no pueden producir mejores profesores (y por lo mismo, tampoco pueden producir mejor educación por sí solas), pero pueden ayudar.

Las condiciones de trabajo (horas frente a curso, sueldo, oportunidades para profundizar en los estudios), el prestigio frente a la sociedad, la exigencia en el ingreso a las carreras docentes, un enfoque basado más en contenidos que en métodos y técnicas, son todas cosas que pueden cambiar, para lograr mejores profesores. Pero son ayudas, los buenos profesores no se logran por decreto, como tampoco los buenos alumnos. Se logra por una amor a la enseñanza (implica dos cosas decía un antiguo profesor mío: interés por la materia que se enseña e interés por las personas a quienes se enseña), que lleva a hacer de ella un trabajo constante. Eso no lo da ninguna reforma externa. 

martes, 17 de junio de 2014

Los buenos a favor del aborto

No, no es que los buenos estén a favor del aborto así no más, porque el aborto es siempre “algo” terrible, por lo que ojalá nadie tuviera que pasar. Pero los buenos son tan comprensivos que no impondrían su opinión a nadie, no juzgarían al que actuara distinto y entienden que se trata de una decisión dura, personal.
En nuestra sociedad existe una clase, autodefinida pero con amplio reconocimiento, de los oficialmente buenos. Son los dueños de la bondad. Como son buenos, hacen y dicen cosas buenas. Parte importante de su oficio consiste en denunciar a los malos, eso es lo que les da más visibilidad.

En estos días ha ocurrido algo curioso: los malos, en gran número, se han lanzado a defender la vida del que está por nacer y se han opuesto a las iniciativas para despenalizar el aborto. (El aborto, como la marihuana y el matrimonio entre personas del mismo sexo es un gusto de cuico joven). Las críticas no se han hecho esperar de los buenos: hipocresía e incoherencia.

Dicen los buenos que los que ahora se oponen al aborto en su momento estuvieron a favor de la pena de muerte, o que no se ocupan de los demás en ninguna otra forma, etc. (los buenos pueden juzgar el pasado, presente y las intenciones de quienes no conocen personalmente). Interesante, aunque no vaya al fondo de la cuestión, que es la condición del no nacido. Pero, en efecto, podría darse una incoherencia al defender al no nacido y no ocuparse del nacido. El asunto es cómo se resuelve. Da la impresión que los buenos quieren que los malos sean coherentes en su maldad (con eso les dan la razón en su oposición al aborto). No es que se los anime a ocuparse de los nacidos, sino que se los reprende por ocuparse del no nacido.

¿Y si los malos fuesen favorables al aborto, los buenos, los que han criticado, serían contrarios? ¿Se quedarían más tranquilos? (¿Les remuerde la conciencia por no ser capaces de abrazar esa bandera?). Esta situación me recuerda una conversación que tuve con una compañera de curso hace mucho tiempo, en un país donde el aborto era legal y el debate, fiero. Me dijo: “entiendo que el aborto es un crimen, pero me supera ponerme del mismo lado de los pro-vida”.

Dos consideraciones: primero, la realidad es compleja, y los malos no son nunca ni siempre tan malos como les parece a los buenos.  Segundo, al parecer hay algo que a los oficialmente buenos les importa más que hacer el bien, que es su propia imagen. Si para mantenerla hay que ensuciar la de otro (en vez de unirse en la defensa de una causa común), quiere decir que es muy precaria. Los beneficiarios de los oficialmente buenos no pasan de ser actores secundarios en este drama, y al no nacido no le alcanza ni para eso.

martes, 10 de junio de 2014

Para discutir sobre el aborto

Para discutir sobre el aborto, lo primero que hay que tener en cuenta es que esta discusión es una distracción. Es parte de la estrategia del gobierno poner muchos temas sobre la mesa para dispersar la atención que cada uno de los puntos de la agenda pudiera atraer si estuviese sólo.

Lo segundo que hay que tener claro es si acaso uno está realmente abierto a la discusión, es decir, saber qué es lo que tendría que probar el contrario para convencerlo a uno. Si no hay nada (aunque sea hipotéticamente) que el interlocutor pudiera probar para convencerlo a uno, quiere decir que uno es un fanático y que la discusión no vale la pena. En mi caso, como soy contrario al aborto, el interlocutor tendría que demostrar una de dos cosas para cambiar mi parecer: (1) que el embrión no es un individuo humano vivo, o (2) (a) que no todo individuo humano inocente tiene el derecho a la vida, y (b) que el embrión es uno de esos casos. El punto (1) es un asunto de ciencia, el punto (2) de filosofía moral. Quien esté a favor del aborto tendrá que aclarar qué es lo que tendría que probarse para cambiar de parecer. Una vez establecido esto, al entrar en las razones y consecuencias de lo que se afirma y se niega, se puede comenzar una discusión.

Lo tercero que hay que tener en cuenta es que esta discusión no parte de cero: como en otros lugares del mundo el aborto es legal desde hace más de cuarenta años hay muchos datos y experiencias a considerar. Entre estas se pueden mencionar, por ejemplo, que ahora, gracias a ecografías en 3D podemos ver al embrión durante su desarrollo; que el embrión es considerado un paciente y puede recibir cuidados médicos in utero; que Chile tiene la mortalidad materno infantil más baja de Latinoamérica sin tener ley de aborto; que gracias al avance la medicina los casos en los que se presenta la disyuntiva de elegir entre la madre y el hijo prácticamente no ocurren; que el aborto, aún en condiciones hospitalarias, es un procedimiento que pone en riesgo la salud de la mujer; que gracias al avance de la medicina la viabilidad fetal se alcanza cada vez con menor tiempo de gestación; que una legislación que comienza considerando casos extremos puede terminar aceptando prácticas como el aborto por decapitación en el noveno mes; que el aborto deja secuelas profundas en la mujer; que en algunos países como India y China se usa para discriminar (son abortadas muchas más hijas que hijos); que en Europa occidental el aborto eugenésico es rutina; que en Europa oriental se usa como método ordinario de control de la natalidad; que la gran mayoría de mujeres que abortan no lo harían si contaran con apoyo de su entorno inmediato; que las clínicas abortivas han llegado a ser un gran negocio con el que lucran personas con poca consideración por la mujer embarazada; que una sociedad que permite el aborto exime al hombre de responsabilidades y se las carga a la mujer; etc.

No es fácil discutir razonablemente, pero vale la pena.

martes, 3 de junio de 2014

Lo que se puede discutir y lo que no

Michelle Bachelet ha dicho que es democrático discutir sobre el aborto y que el país está  maduro para ello. Eduardo Frei dijo hace algunos años algo parecido: que en democracia puede discutirse cualquier cosa. Pero eso no es cierto. Desde un punto de vista teórico, para poder discutir hace falta algo indiscutible que sea el punto de partida, de lo contrario ocurre una regresión al infinito. Esto no quiere decir que el punto de partida sea irracional, de hecho, tiene que ser evidente. Pero a cada orden de cosas le corresponde su propia base (como se evita caer en la circularidad, además de la regresión infinita, es algo que excede las pretensiones de esta columna).

Lo que no se discute es lo que se asume. Habría que ver qué es lo que se asume en democracia, o qué es lo que asume la democracia como forma de gobierno. Un sistema democrático parte de la igual dignidad de todos quienes participan él. Eso no se discute, eso no puede discutirse en una democracia porque si se hace, deja de ser democracia. Es por esta razón que, con mayores o menores restricciones, opera la ley de la mayoría (sería absurdo decir que manda la mayoría porque la mayoría así lo decide).

Lo anterior ya es un tanto problemático, porque no todos participan o pueden participar en la democracia. Fuera de ella quedan, entre otros, los menores de edad y los extranjeros. Sin embargo, aunque no sean ciudadanos, los que no participan también gozan de las garantías de la democracia, porque se los reconoce como iguales en lo sustancial. ¿Pero quién dice que los menores de edad y los extranjeros merecen el mismo respeto que los ciudadanos? No parece razonable aceptar que sean los mismos ciudadanos que decidan eso, porque el que otorga derechos puede quitarlos, unos quedarían sometidos a la voluntad de otros en lo esencial, y la democracia dejaría de serlo. Simplemente se reconoce (y esta es la palabra clave) que todo el que es como uno, es decir un ser humano, merece el mismo respeto que uno.

En la medida en que se discute el fundamento mismo de la democracia, se hunde; pasa a ser una tiranía de la mayoría. Se puede decir que si en democracia es importante aquello que se discute (gobierno, economía, educación, etc.), aquello que no se discute es más importante todavía. A nadie se le ocurriría, por ejemplo, que se puede deliberar sobre la validez de la tortura o cosas parecidas.

Que en democracia haya cosas que no puedan discutirse no constituye un límite, sino una base. En democracia no todo puede discutirse,  pero lo que se discute pueden discutirlo todos (o todos son tomados en cuenta). En un gobierno totalitario, en cambio, todo puede discutirse, pero sólo lo hacen quienes tienen el poder. Deliberar acerca de la protección que merece un grupo de seres humanos –discutir sobre el aborto– es  socavar la base de la democracia. Si se puede cuestionar el derecho a la vida de un no-nacido, todos los demás derechos quedan en entredicho.