Si el gobierno anterior de Michelle Bachelet tuvo un lema,
se podría decir que fue el de la “Red de protección social”. El Estado
protector, no subsidiario. Lo que aquello pueda implicar para la política en el
futuro más a largo plazo, o incluso para la independencia de los ciudadanos, no
se discutió. Nunca hemos sido muy amantes de la libertad.
El gobierno que comienza en marzo promete lo mismo y en
mayor cantidad. Antes de asumir ha caído una subsecretaria que no estaba
completamente adherida a la consigna de la gratuidad en la educación
universitaria.
La red de protección social es una buena imagen de Bachelet:
es como una madre recoge al niño que tropieza y cae. Ahora, si cuando uno tropieza
(no ahorró para la vejez, no previó que podía quedar sin trabajo, etc.) no se
observan consecuencias, es probable que uno se vuelva cada vez más descuidado.
Los llamados derechos sociales, salud y educación son los
principales que se mencionan, son complejos. Los derechos se refieren a aquello
que a uno le es debido. Si uno tiene un derecho, otro tiene el deber dárselo (y
esa es la principal relación entre derechos y deberes). Por eso, los derechos a
secas son, no aquellas cosas que a uno le tienen que dar, sino aquellas que a
uno no le pueden quitar: la vida, la honra, la libertad, etc.
Además de garantizar los derechos, el Estado –al que los
amantes de la libertad querían originalmente limitar– puede hacer muchas cosas
y de hecho las hace. (Para eso exige contribuciones de los ciudadanos con
mecanismos como el IVA y una buena parte de ellas las despilfarra en cosas como
el Transantiago, los sobres con billetes, el financiamiento a los partidos
políticos, etc. Eso es un escándalo, pero no escandaliza a muchos.)
Parece que para algunos la situación ideal sería una en que
el Gobierno se hiciera cargo de todo y la responsabilidad individual quedara
reducida al mínimo. Sin embargo, por mucho que pueda hacer el aparato estatal –incluso
aunque llegue a otorgar todos los servicios– hay cosas que el Estado no puede hacer
por uno, cosas que el Estado, por grande, rico y poderoso que sea, no puede
dar.
La dirección u orientación de la propia vida, es decir, el
querer profundo, queda siempre como responsabilidad de la persona. Puede haber
educación gratuita, pero las ganas de aprender las pone uno, puede haber
empleos estatales para todos, pero el afán de superarse no puede venir de la burocracia.
Todos habrán visto alguna vez un caso de alguien a quien se le dieron cosas en
abundancia, pero no hizo nada. Es más, una situación así puede llegar a
narcotizar. El estado puede darlo todo, menos lo más importante. El mercado también.
Estimado, creo que lo que está en juego dentro de su planteamiento es el rol que debemos asignarle al estado. Los liberales han intentado -erróneamente creo yo- crear un sistema en virtud del cual el estado plantea sólo los principios y derechos fundamentales de convivencia, y a su turno, le entrega(o reconoce) a los particulares su derecho a desarrollar sus actividades y creencias dentro de dicho marco básico.
ResponderEliminarTras tal definición, y aceptando al Estado liberal como organización política necesaria y deseable, debemos poner en que casos debe restringirse la libertad, para que esta no desemboque en libertinaje o abuso. Bajo tal paradigma, las opiniones están abiertas en cuanto a que grado de libertad debe concederse a la persona. Los derechos sociales entran ahí en debate, pero son una opción nada de despreciable en la medida que se justifique su conveniencia.
Saludos
No entendí el sentido de su columna, mucho menos con el remate "El mercado también". Saludos
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