martes, 12 de enero de 2016

Observaciones en una escuela rural

La evidencia anecdótica no suele tener un valor muy concluyente, pero ilustra un panorama más amplio que de otra manera pasaría desapercibido. Supongo que notar este tipo de detalles es, en parte, lo que algunos llaman “tener calle”. Hace unos días tuve ocasión de observar un par de cosas en una escuela rural, que si bien pueden haber sido propias de esa escuela y de ninguna otra, probablemente sean parte algo más grande.

El edificio y las instalaciones de la escuela básica de Puqueldón (en la isla Lemuy, Chiloé) son notablemente buenos. La escuela es grande y tiene un buen gimnasio; muchas salas, todas con proyector; calefacción central; laboratorios de diversas disciplinas; juegos en el patio, etc. No pude entrar a la biblioteca, porque estaba cerrada, pero en otras escuelas de lugares remotos (como Reigolil o Paildad) he encontrado que las bibliotecas tienen muchos buenos libros. La comparación con mi colegio (que era y sigue siendo uno de los buenos colegios de Chile) era inevitable. Es verdad que no se puede comparar una escuela de hoy con un colegio de hace 25 años, pero cuando mis compañeros y yo estábamos en la básica no teníamos ni tantos medios audiovisuales ni tantas comodidades, los edificios no eran de tan buena calidad, etc. Cuando tomamos conciencia de ello, en el inicio de la educación media, nos daba un cierto orgullo: el colegio éramos nosotros, no los edificios.

Pero entre tantas cosas buenas de la escuela de Puqueldón, hubo un pequeño detalle, que casi pasa desapercibido, que era un punto de contraste. En la puerta de una sala de clases estaba pegado el horario de una profesora: se leía que tenía 44 horas semanales de trabajo,  de las cuales más de 30 eran horas frente a curso, más otras dedicadas a reuniones y coordinación. Puede haber sido un caso puntual – no lo sé– pero de ser algo generalizado (y me parece que lo es), queda claro que para lograr una buena educación los buenos edificios no son suficientes. ¿De dónde se saca el tiempo para preparar clases, para corregir las pruebas a conciencia, para cultivarse y luego transmitir eso a los alumnos?

Los edificios son vistosos y se pueden inaugurar con publicidad, los buenos profesores, no. Es más fácil construir un gran edificio (con proyector en cada sala) que formar un buen profesor. En fin, se podría seguir. Queda claro que a pesar de las excelentes instalaciones todavía queda camino por recorrer: la educación la entregan personas a otras personas en el tiempo: laboratorios de computación y otras cosas cuantificables y vistosas, si las hay, bienvenidas sean, pero que no se confunda lo accidental con lo esencial.

martes, 5 de enero de 2016

Ideas medievales

Más de alguna vez algún ciber-comentarista ha dicho por ahí que promuevo ideas medievales. Es un lugar común. No hace falta citar al profesor Bernardino Bravo (“quien habla de las tiniebla de la Edad Media, habla desde las tinieblas de su propia ignorancia”), cualquiera se da cuenta de lo que importa en una idea no es que sea medieval, renacentista o decimonónica, pero si es verdadera o falsa.

La Edad Media, además, es una época muy larga que abarca un territorio muy extenso y variado, dio origen a muchas ideas y muchas de ellas se contradicen entre sí. Algunas de estas contradicciones se resolvieron en la misma Edad Media en debates universitarios –que quedaron registrados bajo títulos como Quaestiones disputatae de Veritate, pero es casi imposible que alguien que haga un comentario despectivo sobre el Medioevo se haya enterado. Algunas ideas surgidas en el Medioevo fueron también rechazadas en la Edad Media y luego rehabilitadas en la misma Edad Media – es cosa de leer el Sic et non de Pedro Abelardo, o de conocer la vida de Santo Tomás de Aquino y el nombre del obispo Tempier, pero siempre es más cómodo descalificar desde la ignorancia. En todo caso, las ideas del Aquinate son ideas medievales, pero el rechazo a Santo Tomás es también una idea medieval.

Esto de rechazar una idea por el momento en que fue formulada implica una visión de la historia como progreso indefinido y eso ya es una idea tan… del siglo XVIII, ¿es que todavía quedan personas que no se han dado cuenta de que la Primera Guerra Mundial sepultó los sueños de la Ilustración? La soberbia del presente es difícil de evitar, sobre todo cuando se juzga el pasado con criterios actuales (¿Los que resolvían sus problemas con un duelo eran unos brutos? Ellos pensarían que nosotros somos unos cobardes sin honor: probablemente ambos tengamos razón). Los autores medievales, nótese, se llamaban a sí mismos “modernos”, igual que nosotros. Es verdad que hay algunos, hoy  en día, que se consideran postmodernos, como si después ya no pudiera venir nada más.

Pero yendo al grano: ¿Cuáles serían esas ideas medievales que algunos todavía defendemos? ¿Que la guerra y el armamento han ser restringidos? ¿Que la actividad económica ha de estar sujeta a consideraciones éticas y políticas? ¿Que el poder político no puede ser absoluto? ¿Que los profesores y estudiantes han de agruparse en una asociación llamada Universidad? No, el asunto es desacreditar ideas que hasta hace veinte años todo el mundo aceptaba, asociándolas a imágenes y a emociones negativas; ganar un debate renunciado a la razón: una idea poco medieval y bastante postmoderna.

No creo que ninguno de los que critican alguna idea por ser medieval pueda citar alguna idea propiamente medieval, como el averroísmo latino (hay un cura de moda que, sin saberlo, lo suscribe), el milenarismo de Joaquín de Fiore, el nominalismo de Guillermo de Ockham (ésta es una idea medieval con muchísima influencia en la actualidad, pero casi nadie se da cuenta), o el ontologismo de San Anselmo (una idea que ejerce una extraña fascinación sobre las mentes modernas que se la encuentran), etc. ¿Habrán leído algún libro serio sobre la historia y cultura de la Edad Media, o buscado respuestas en las fuentes de la época? (¿Y entonces, por qué no se callan?). Pero no comencemos el año con una diatriba, es mejor recordar que la destilación del alcohol fue una de las buenas ideas que florecieron durante la llamada Edad Media.