martes, 30 de octubre de 2012

Rayados

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Los estudiantes interesados en mejorar la calidad de su educación han decidido tomarse algunos edificios de la universidad donde enseño y rayar las paredes de otros.  Lo primero que llama la atención es lo realmente necesitados que están los alumnos de educación de calidad. La mayoría de los rayados presentaba algún tipo de error gramatical u ortográfico. No me refiero a la grafía anarquista, esa es bien conocida y se entiende que gente no convencional prefiera usarla. (Aun así no logro explicarme cómo se supone que se pronuncia una frase como “lxs presxs políticxs”.)

El elenco de errores era variado. En algunos grafitis no concordaba el número del verbo con el del sujeto, en otros había tildes donde no correspondía y no las había donde correspondía, aún en otros los signos puntuación estaban mal usados. Daban ganas de tomar un tarro de pintura roja y ponerse a corregir, entregando algo de educación a quienes tan desesperadamente la pedían. Consideré, sin embargo, que a las autoridades universitarias podría parecerles mal que un profesor rayase las paredes, aun en defensa del lenguaje.

Había, hay que decirlo para no cometer una injusticia, un mensaje que sí había sido corregido, seguramente por los mismos estudiantes. En un grafiti que llamaba a la liberación de los “mapuches”, la “s” final había sido tachada para dejar el plural de “mapuche” más adecuado a la sensibilidad de los tiempos y a la gramática de la lengua original más que a la del castellano.

No deja de ser digna de mención la violencia de algunos mensajes: amenazas de muerte para dos profesores  y llamados al odio y a la venganza, no decía por qué agravios.  Estoy tranquilo respecto a mi persona porque suelo corregir las pruebas con mano blanda (de lo contrario la tasa de reprobación sería estratosférica). Si no fuera porque uno sabe que estos mensajes son consignas tan vacías como las cabezas que las repiten, y que la violencia en estas situaciones no es sino un juego cuidadosamente orquestado, uno podría preguntarse si tiene el revólver cargado y bien aceitado (“es broma – tuve que tranquilizar a una alarmada profesora – no me hago ese tipo de preguntas porque siempre tengo las armas en óptimas condiciones”).

Estas tomas parciales incomodan a los alumnos que quieren tener clases, por lo que el jueves tuve que dictar la mía estoicamente en el pórtico de un edificio tomado. Las próximas podrían hacerse en el bosque cercano, luego, cuando mejore el tiempo,  en los jardines de la universidad, y por último caminando por todo el campus, para incluir a todas las escuelas filosóficas. En una de esas el resultado de las actuales adversidades es la mejora de la educación chilena.

martes, 16 de octubre de 2012

En el día del Profesor

por Federico García (publicado en El Diario de Concepción)

El 16 de octubre es el día del profesor. Antes lo fue en otras fechas, pero se cambió porque a cada día le basta su afán. Por mi parte, creo que el día del profesor debería ser el último día de clases, en ese día se puede ponderar la labor del profesor y agradecerle adecuadamente.

La mayoría de las cosas que se aprenden se olvidan, y eso es causa de algún pesar para los profesores, pero algunas quedan para siempre y eso es una alegría como pocas, ya lo decía Gabriela Mistral.

El profesor Millman fue mi profesor de matemáticas en primer año de universidad. Era un curso de nivelación para quienes no estábamos listos para Cálculo I. Aprendí bastante, lo suficiente como para luego pasar Cálculo I (a pesar de que el profesor de Cálculo I era belga y no se le entendía absolutamente nada). Pero matemáticas no fue lo más importante que aprendí del profesor Millman: su lección más duradera fue sobre justicia.

Un día cualquiera el profesor terminó de pasar la materia correspondiente a una unidad diez minutos antes de que terminara la hora de clases. Los alumnos le sugerimos que nos dejara salir, ya que no tenía sentido empezar una nueva unidad en el corto tiempo que quedaba. El profesor dudó un momento y luego dijo que no. Dijo que en conciencia no podía dar la clase por terminada ni siquiera diez minutos antes, porque era su deber para con nosotros, sus alumnos, y para con las autoridades de la universidad hacer clases todo el tiempo encomendado.

Ante la insistencia de los alumnos, añadió que para eso le pagaban, que al final éramos nosotros quienes le pagábamos para que nos enseñara, y que no era justo que acortara la clase si es que recibía su sueldo –nada de malo, añadió– puntualmente. Le dijimos que no nos importaban mucho esos diez minutos, que se los perdonábamos. Pero el profesor Millman se mantuvo firme y se dispuso a aprovechar el escaso tiempo que quedaba.

Ya olvidé casi toda la matemática que alguna vez aprendí, pero esa lección de justicia no se me olvida nunca, y algunas veces la aplico yo mismo con mis propios alumnos, que no acaban de entenderla completamente.

Creo en la libertad del alumno

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

“Si falla el alumno, es porque fallamos nosotros” dijo el director del programa. Bastante de cierto hay en eso, pero si los alumnos llegan a enterarse que esa es la política oficial, sería el acabose. Por lo demás, una postura como esa puede entrañar un cierto desprecio hacia al estudiante, sobre todo cuando se habla de educación superior.

Es mucho lo que depende del profesor. Mucho depende también de los otros educadores, sobre todo de los padres (tema que casi no aparece en el debate sobre la educación chilena). Pero el estudiante tiene un poder tan grande que puede anular los mejores esfuerzos de todos quienes lo educan: es libre.

El alumno, como cualquier persona, se ve influido por sus circunstancias, pero no es automáticamente producto de ellas, hay algo en él irreductible. Es por esto que se lo educa y no se lo adiestra, como se hace con un animal. Por cierto, es mucho más fácil adiestrar que educar.

Por el alumno se puede, y se debe, hacer todo; desde entregarle libros e incentivarlo a que los lea, hacer las clases interesantes y asegurarse que asista regularmente, motivarlo, evaluarlo con frecuencia  y hasta darle segundas oportunidades según sea oportuno, y cómo no, también ejercer la presión de una posible nota o de la sanción disciplinar cuando corresponda. Se le puede enseñar, pero no se le puede hacer aprender. Eso depende de él y de nadie más.

Este es el problema crucial del educar: tienen que coincidir la enseñanza con el aprendizaje. Si bien uno puede, de mejor o peor manera, enseñarle a otro, nadie puede aprender por otro. El que aprende se decide libremente a intentarlo, o no hay educación posible.

En este equilibrio, que se inclina más hacia un lado en la medida que el alumno sea más libre por su madurez, quizás sea poco lo que puede hacer un estudiante, pero ese poco es crucial. Es la chispa que encenderá el material que pone a su disposición el profesor. Es abrirse a recibir lo que se le entrega. Lo triste es que entre tantas distracciones y experiencias a destiempo, parece que muchas veces la chispa se ha apagado o que la mente simplemente ya está cerrada.

Cuántas veces uno a escuchado algún alumno lamentarse por haber venido a clases el día en que el profesor no pasó lista, o de haber estudiado la materia que no se preguntó en el examen, como si lo importante fuese cumplir con ciertas reglas arbitrarias.

Cuando se da esta situación, la educación puede transformase en una especie de entrenamiento, porque se ha dejado de creer en la libertad del alumno. Se ve en la universidad: se exige asistencia a clases, porque se asume –o se sabe por experiencia– que sin esto el alumno no asiste, se controlan las lecturas, porque es raro el estudiante que lea por motivación propia. Pero ellos ya son adultos, y yo se los recuerdo de cuando en cuando. Creo en su libertad con lo que eso implica, y se los digo: si fallan, casi toda la culpa puede ser mía, pero para esto de enseñar y aprender siempre se necesitan dos.

martes, 2 de octubre de 2012

Paciencia con la educación

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Después de un período de letargo invernal se han renovado las manifestaciones del movimiento estudiantil. Además, la discusión sobre el presupuesto para el próximo año ha despertado el interés de muchos. Sin embargo, algunos  se han preguntado si después de un año de agitación la educación ha mejorado, si se ha logrado algo y qué puede esperarse para el futuro.

La respuesta es que la educación venía mejorando antes de que hubiera marchas y lo seguirá haciendo, pero los resultados sólo se verán cuando las recientes marchas estén largamente olvidadas. La educación muestra sus resultados gradual y lentamente, porque implica cambios en las personas. Las habilidades y actitudes de padres, alumnos y profesores respecto de los estudios no cambian de un día para otro, ni al parecer de un año para otro. Esto mismo hace que lo que tenga que ver con la educación no reciba mucha atención de parte de los políticos, ya que el trabajo de unos será cosechado por otros.

Aún así, algunos políticos con sentido de servicio, comenzaron a impulsar iniciativas educacionales a largo plazo – enfocadas en las personas, principalmente en los profesores. Una de ellas fue la beca “Vocación de Profesor” que apunta a uno de los principales problemas: la calidad de los profesores y los incentivos que tiene un joven de talento para dedicarse a la enseñanza. Cierto que una reforma así no resuelve el problema por sí sola, pero va en la dirección correcta.

Otra iniciativa que ataca el mismo problema desde el otro extremo es la recientemente otorgada facultad de directores para remover a un pequeño porcentaje de los profesores con mal desempeño. Esto fue resistido y criticado. Se entiende; una profesión con baja remuneración es compensada con una alta estabilidad laboral, pero en esta ecuación no entraban los intereses de los estudiantes, cosa que ahora queda parcialmente corregida.

Lamentablemente los agitadores lograron derribar a un ministro, y el Presidente tuvo que poner otro que se dedicara por entero a contener las revueltas. Se perdió casi un año, pero ahora que el ambiente está más calmado se ha retomado el trabajo. El tercer Ministro de Educación de este gobierno ha propuesto modificaciones en la carrera docente para hacerla más atractiva, más justa y más centrada en las necesidades de los estudiantes.

Cuesta entender por qué durante veinte años la preocupación estuvo principalmente en los intereses del Colegio de Profesores, y en la construcción de edificios. Razones habrá muchas, una de ellas es que los profesores votan y los alumnos no, y que los edificios son algo que se puede inaugurar y exhibir, mientras que el aumento en el conocimiento es algo que pasa casi desapercibido.

Todavía queda mucho por hacer, los programas de estudio de las carreras de pedagogía y las maneras de habilitar a los docentes requieren una revisión, por ejemplo. Lo que se refiere a los estudiantes mismos y sus familias es un tema que se ha tocado poco. Todo esto necesita de tiempo para ponerse en práctica y aún más tiempo para que dé sus frutos. Quien pueda sembrar pensando en esos frutos un estadista. ¿Habrá más de dos o tres entre los políticos?