lunes, 26 de noviembre de 2012

De presupuestos y oposiciones

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción) 

Al momento de ser redactada esta columna el Congreso todavía no aprueba el presupuesto para el próximo año, pero la situación se mantiene tranquila, no hay ecos de 1891. Se nota, eso sí, un estilo distinto de ser y hacer oposición al que nos habíamos acostumbrado en los últimos veinte años. (Está a punto de terminar el mandato de Sebastián Piñera, y parece que la Concertación no acaba de convencerse no le tocó estar en La Moneda este período.)

No han sido años fáciles para el presidente y su gobierno, si Alianza esperaba tener una oposición como la que pedía Portales, o de la manera que ella misma lo fue, se equivocó. Es cosa de recordar. Cuando a la Concertación “se le olvidó” inscribir sus candidatos, la Alianza permitió que el plazo se extendiera. Cuando un senador concertacionista calumnió de la manera más baja a uno de la Alianza, ésta lo dejó pasar como si nada, cuando salieron a la luz hechos de corrupción en los ministerios de los gobiernos de la Concertación, la oposición de ese entonces les echó tierra, y cuando habiendo llegado al poder la Alianza se encontró con todo tipo de irregularidades de los antiguos ocupantes de La Moneda, el nuevo gobierno decidió caballerosamente no escarbar ni remover las aguas. Todo esto para resguardar la estabilidad, que permite hacer un buen gobierno y promover el bien del país.

A la luz de hechos posteriores no queda claro si el bien del país era lo mismo que el bien de los partidos políticos. Lo que a algunos les llama la atención (pero otros notaron hace muchos años) es la respuesta que ha dado la oposición a los “favores” de la Alianza. Desde el primer momento la oposición ha sido férrea: acusaciones constitucionales (que quedaron en nada), respaldo masivo a movilizaciones contrarias al gobierno (pero que al final apuntaban a las políticas aplicadas en los años precedentes) y ahora la reticencia a aprobar el presupuesto.

Es que la oposición que existe entre izquierda y derecha no es la misma que había entre liberales y conservadores. (Mucho ha cambiado en el mundo desde aquel 21 de febrero de 1848). Y la derecha no parece haberse dado cuenta que la oposición –que no termina de aceptar que Bachelet no haya podido traspasarle su popularidad a Frei– le negará la sal y el agua porque opera con otra lógica; la lógica de la lucha, y con otra convicción; que sólo ella es poseedora de la verdad y la bondad, por lo que todo es lícito para combatir al contrario.

No se trata de avivar el fuego, pero sí que la derecha tome nota de qué tipo de oposición ha tenido, y que pondere qué puede augurar eso para el futuro (sea o no gobierno nuevamente). El trato entre oponentes políticos exige prudencia, o astucia, pero también exige discernir qué clase de adversario se tiene al frente. Desde que la Concertación no se presentó al Te Deum el año pasado, mostró ser de clase muy mala. Pero, si además de tener que tolerar golpes (bajos) desde fuera, la Alianza no frena sus peleas internas, es probable que se vaya al suelo pronto.

martes, 13 de noviembre de 2012

Votos y papeles

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Después de la alarma causada por la alta abstención electoral han salido algunas voces a ponerle paños fríos a este asunto. Después todo, democracias tan consolidadas como Suiza y Estados Unidos también tienen una participación electoral relativamente baja. Lejos de restarle legitimidad y credibilidad al sistema, la abstención lo confirma: la gente suele acudir a votar en masa cuando siente que hay crisis. Paradójicamente, el fracaso de la política sería señal de su éxito.

Lo curioso es la sorpresa. La baja participación era algo completamente esperable y es preocupante que nuestros políticos y comentadores tengan tan poca capacidad de análisis como para llegar a pensar que las personas no inscritas en los registros irían a las urnas si se les facilitaba un trámite que ya era bastante sencillo, o como para esperar que la conducta cívica de los chilenos fuera más ejemplar que la de ciudadanos de democracias más antiguas que la nuestra.

Pero no hacía falta tanto para llegar a esta conclusión. Era suficiente mirar los espacios comunes de nuestro país para darse cuenta que la participación en lo público es bajísima. Cada envoltorio de comida o bolsa plástica botada en una plaza es como una abstención, es la manifestación de alguien que dice que no le importa el conciudadano. Esto, por supuesto, se hace sin la más mínima maldad, es pura indiferencia. Hace algunos meses, por ejemplo, les dije a unos estudiantes de pedagogía que cuando ellos fueran profesores no se olvidaran de borrar el pizarrón al terminar la clase. Con la más genuina inocencia, una alumna me preguntó por qué. El profesor que ocuparía la sala en la hora siguiente no parecía tener cabida en su mente.

Algunos podrían tener cierta inclinación a marginarse de lo público. Pero ocurre que la sociedad no es un mal, ni siquiera un mal necesario. El ser humano necesita de otros seres humanos para llegar a ser todo lo que puede ser. Pero esta relación entre personas implica el sacrificio de ciertos intereses particulares por algo más amplio. Sacrificarse un poco por el bien de todos no parece ser la tendencia en nuestro país: basta mirar las calles y veredas, o una sala de clases después de unas horas de uso (¿qué cuesta botar un papel en el basurero para ahorrarle un trabajo innecesario al auxiliar y mantener el entorno agradable?) para darse cuenta de que muchos no son capaces sacrificar un mínimo de comodidad por el bien del resto.

Se han propuesto algunos remedios para evitar la abstención electoral: ofrecer incentivos, compañas publicitarias, etc. Esto podría tener algún efecto pero no va al fondo del asunto. La participación en la vida pública no se da sólo en el voto, se da en instancias como juntas de vecinos, asociaciones culturales, fundaciones caritativas y en la vida corriente cuando se tiene presente que no se vive solo, sino que se es parte de algo más grande que uno. El problema es que la participación en lo público requiere salir de uno mismo, mirar hacia fuera, y no parece haber políticos dispuestos a pedir algo así.


martes, 6 de noviembre de 2012

Más rayados todavía

Los siguientes rayados han sido vistos en mi universidad o en los alrededores. Queda patente la necesidad de educación de calidad en nuestro país.

R... P..., A... M... recuerda por qué mataron a Jaime Guzmán.” No concuerda el número del sujeto con el del verbo. Esta oración tiene dos sujetos (plural), pero el verbo está en singular.

Las elecciones no cambian nada. (Si no te matarían.)” No está claro el sujeto de la oración entre paréntesis. ¿Quiénes te matarían? ¿Las elecciones?

Filósofo, piensa la educación de tú pueblo.” En este caso, "tu" no debería llevar tilde, porque es adjetivo posesivo.

"En toma CTM." Debería haber una coma separando la frase que indica una situación, y la sigla que apela al lector. De lo contrario, podría pensarse que CTM es una característica de la toma.

A destruir la educación capitalista!!” En castellano los signos de interrogación y exclamación se usan tanto al principio como al final de la oración. En inglés, sin embargo, se usan sólo al final.

Te molesta que raye? A mi me molesta que vo' no hagai ni una wea.” Además del error en el uso de signos de interrogación, hay varios otros errores. En este caso "mí" debería llevar tilde porque es pronombre. "Hagai" debería llevar una "s" final, además de tilde, porque es el subjuntivo presente en segunda persona plural, o segunda persona singular, de "hacer" (hagáis). Ya no es muy usual en Chile, pero es correcto. "Wea" contiene un error etimológico: viene de huevo, por lo que debiera escribirse "huevada". Por lo demás, la letra "w" no es propia del castellano y se emplea en vocablos de origen inglés o alemán.

"E luchando avanza el pueblo." No está claro si hay algo demás o si algo falta.

"Hay que hechar a Piñera." Sin comentarios.

"La lucha suige". Sin comentarios.

Aprovecho esta ocasión para agradecer a mi madre que me enseñó a leer, al profesor Pedro Vega, que me enseñó a escribir, a mi abuela materna, a mi abuelo paterno y a tantas otras personas que me leyeron cuentos cuando yo era chico, y así me dieron el gusto por la lectura, a los profesores Roberto Petzold y César García, que me enseñaron a apreciar la poesía, a don José Cortés, un poeta de los números, a los profesores Jorge Leyton y José Araus que me enseñaron ortografía y gramática, a don Roberto Soto, que me inculcó el amor por las palabras, y a todos los que de alguna manera u otra me enseñaron a amar el lenguaje.

Espero que los estudiantes de pedagogía (suelen ser de los más involucrados en paros y tomas) urgidos por el problema de la educación chilena, se preparen lo mejor posible para poder entregar a sus futuros alumnos lo que ellos mismos no han tenido.