martes, 30 de septiembre de 2014

Una respuesta a los anarcos, desde Chesterton

La “Conspiración de la Células de Fuego”, el grupo que se adjudicó el bombazo en la estación Escuela Militar del Metro de Santiago,  tuvo la delicadeza de explicar su acto, además de excusarse parcialmente por las molestias y daños, en un manifiesto publicado en internet. Llama la atención la capacidad teórica de gente que se expresa tan violentamente; la educación no parece ser la solución a todos los problemas de la sociedad. Tal manejo de conceptos recuerda al loco de Chesterton (en Ortodoxia), cuyo sistema es completamente coherente consigo mismo y, por lo mismo, completamente cerrado en sobre sí. No tiene falencias y todo lo explica, pero para lograrlo tiene que reducir a la realidad, para que quepa dentro de su propio marco. El resultado de esa compresión es una explosión (generalmente mental).
Más allá de lo anterior, me parece que la el manifiesto merece una breve respuesta, porque si bien las ideas de los anarquistas que ponen bombas son bastante extremas, algunas parecidas pueden encontrarse más moderadamente en otros lados. La declaración comienza con una afirmación y unas preguntas, tomadas de otro colectivo anarquista, que sirven como clave.
"La vida es tan aburrida que no tenemos otra cosa que hacer que gastar nuestro sueldo en la última falda o camisa. Hermanos y hermanas ¿cuáles son vuestros deseos reales? ¿Estar sentados en un bar, la mirada distante y vacía, aburrido, bebiendo un insípido café? ¿O quizás volarlo y pegarle fuego? (angry brigade)".
La respuesta corta es que no. Ni la vida es tan aburrida, ni mi deseo real no es volar o pegarle fuego a un café o a un bar, y tengo mejores cosas que hacer que gastarme el sueldo en camisas. No creo que sea la situación de la mayor parte de las personas tampoco. De ser así, habría muchos más bombazos en los bares y muchos menos bares, pero no es el caso. No creo que eso sea por la alienación del pueblo (alienación que sólo puede ser resuelta por un bombazo). Es que los cafés y los bares no son malos. ¿Se puede leer Mendel el de los libros, de Stefan  Zweig (un autor burgués como pocos) sin tomarle cariño a un café como el “Café Gluck”? ¿Es que acaso una cerveza no sirve para reunir a los amigos y dar lugar a la conversación? Ahora bien, si la respuesta negativa es rechazada de plano por la supuesta alienación del que responde, tampoco tiene sentido hacer la pregunta (“Si te crees libre es porque aún no has volado lo suficientemente alto para chocar con los barrotes” decía un rayado en una pared cercana a mi casa: el loco de Chesterton tiene una respuesta para todo).
Por otra parte, esa actitud destructora no deja de traer a la mente al burgués de Chesterton (en Lo que está mal en el mundo), que todo lo encuentra tedioso y por eso necesita aventuras. Desprecia lo cotidiano, por aburrido. Su desprecio termina abarcando materialmente a personas comunes de carne hueso que son destruidas para difundir el mensaje de odio. La persona corriente, en cambio, encuentra solaz en su hogar, en torno a la mesa, incluso. No quiere destruir, porque tiene algo que amar. Quizás eso es lo que les falta nuestros anarquistas criollos.

martes, 23 de septiembre de 2014

Educación e instrucción

No termina de cerrarse el debate en torno a la educación universitaria gratuita. Es de admirar la perseverancia de sus proponentes. Seguro que si se propusieran conseguir cualquier otra cosa con ese mismo empeño, lo lograrían. Pero este debate se trata de algo más que de plata, y eso ellos lo saben bien, por eso la perseverancia. Además está el interés particular de un grupo que dispone de tiempo y medios para presionar. El interés general, al ser más difuso, tiende a ceder siempre ante presiones de grupos.

La educación sería un derecho de las personas, por lo mismo, nadie debería verse privado de ella por falta de recursos. El Estado, por tanto, debería  garantizarla, gratuita y de calidad (lo primero se define por sí mismo, lo segundo es muchísimo más confuso). Pero este debate descansa, en gran parte, en una confusión; falacia de la ambigüedad, dirían los retóricos.

Una cosa es la educación, aquel conjunto de conocimientos y hábitos que permiten a una persona alcanzar su desarrollo como persona, cosa compleja de definir, y otra cosa distinta es la instrucción, aquellos conocimientos y habilidades que permiten a una persona ganarse la vida. En general se asume que una persona educada es instruida, pero eso no es necesariamente así, y  lo opuesto aún menos.

Si bien se puede afirmar que la educación es un derecho de la persona, porque es tan necesaria para vivir humanamente como el alimento es necesario para simplemente vivir, es más complejo poner a la instrucción, qué es más bien una herramienta para ganarse la vida, en esa misma categoría. Además, no es en modo alguno claro que sea un deber primario de la comunidad política, del Estado, educar a una persona joven en este sentido, como no lo es el alimentarla.

Como ya se ha mencionado en otro lugar, si la instrucción fuese un derecho que debiera estar universalmente garantizado, el Estado tendría que subsidiar cursos de conducción, de operación de maquinaria y de tantas otras cosas que permiten ganarse la vida honestamente. Yendo más lejos todavía, si los medios para ganarse la vida fuesen un derecho social, el Estado tendría el deber de sustentar los emprendimientos de aquellos que decidieran no ir a la universidad.

El problema profundo, el origen de esta ambigüedad, es que en nuestro país la educación se concibe casi completamente como instrucción. El cultivo de lo humano, los saberes liberales, existen en un plano muy secundario. Esto una gran pérdida. Respecto de ellos, dada la función social que cumplen –que no es una función utilitaria– la comunidad política tendría algunos deberes. Pero en Chile no sabemos lo que decimos cuando hablamos de educación.

martes, 16 de septiembre de 2014

Rodeo y relativismo

“Septiembre sin crueldad” dicen algunos carteles en el campus y en la calles de la ciudad. La oposición al rodeo tiene cierta visibilidad, pero genera poca reflexión. En fiestas patrias uno no está para que lo molesten con ese tipo de cosas. Sin embargo, esta oposición al deporte nacional puede ser de utilidad para ejemplificar algunas verdades eternas.

Comencemos citando al gran Allan Bloom, que dice en el Cierre de la Mente Moderna que “hay una cosa de la que un profesor puede estar absolutamente cierto: casi todo estudiante que entra a la universidad cree, o dice que cree, que la verdad es relativa”. En mis clases la situación no es tan extrema como la que describe Bloom, pero el relativismo campea. Si uno le pregunta a los alumnos si acaso lo que hacían los Aztecas con los prisioneros de guerra estaba bien o mal, la respuesta suele ser “para ellos estaba bien, era su cultura”. Si se insiste, siempre hay alguno que responde diciendo que “nosotros no somos quienes para juzgarlos a ellos” o que “no podemos imponer nuestra concepción de lo bueno a otra sociedad”.

Es aquí donde el rodeo viene a mano. Si se plantea el tema, en toda sala de clases hay algunos opositores. El cuestionamiento se ve venir: ¿Acaso somos quienes para juzgar a los miembros del Club Huasos de San Felipe? ¿No es el rodeo parte de la cultura de la zona central de Chile? Eso debería bastar para hacer caer el relativismo cultural, al menos entre los opositores al rodeo. Es mejor hacerles ver, sin embargo, (con ayuda del gran Robert Spaemann, más grande que Allan Bloom, pero menos conocido) que si una sociedad se reforma desde dentro es porque existe una noción de lo bueno independiente de las condiciones sociales imperantes.

Después de clases pueden venir las consideraciones más contingentes. Este tipo de cambios suele venir desde arriba, desde una elite que de una manera u otra lo impone al pueblo, que suele ser conservador. (La masa, en contraste con el pueblo, es más voluble.) El rodeo es una pasión en los sectores rurales; su abolición, una preocupación citadina de gente que poco tiene que ver con caballos y vacas en su vida cotidiana.

La moralidad del rodeo no importa mucho, hay cosas más importantes de qué ocuparse. Lo que sí importa es que la lo bueno y lo malo no están definidos por la sociedad o cultura, por autóctona y auténtica que sea, cosa que queda demostrada por la oposición al rodeo por parte de algunos chilenos. Las posibilidades que abre esa afirmación sí que son importantes. 

martes, 9 de septiembre de 2014

El sueño y la pesadilla

Leo la prensa en la mañana y los líderes de la derecha dicen que ya no hay que mirar al pasado, sino al futuro. Lo mismo que vienen diciendo durante años. Se han quedado pegados. Me bajo del bus esa tarde y un hay grupo de personas en vigilia frente a un gran lienzo con la imagen de Salvador Allende. No hacía muchos días que la Presidente se había referido también al “sueño de Salvador Allende”. Curioso: los líderes de la derecha quieren mirar al futuro, mientras que los de la izquierda continuamente vuelven al pasado. (¿Quiénes son los momios?)

Pero esto mismo muestra la superficialidad de la derecha actual. Mientras la mayoría política, el gobierno, siga anclada espiritualmente en 1973 es simplemente liviandad declarar superado un período que es fundante en nuestra historia reciente. Hay que entender las diferencias. El gobierno militar fue, para la derecha, una reacción a unas determinadas circunstancias. Corrió su curso y terminó. Hubo una nueva constitución, plazos, un plebiscito y elecciones. Después de dos gobiernos democratacristianos y de dos gobiernos socialistas vino el gobierno de Sebastián Piñera y pareciera que todo quedó superado.

En cambio, para la izquierda, al menos para la izquierda dura (pero toda la izquierda admira y se pliega a la izquierda dura), la revolución socialista, el gobierno de Salvador Allende, es una herida abierta porque es un proceso interrumpido, que no pudo correr su curso (quizás era imposible que lo hiciera, lo que hace la situación más dolorosa aun). Los gobiernos de la Concertación, que tuvieron su final natural por agotamiento, no cuentan porque no fueron revolucionarios. La revolución todavía está inconclusa.

Lo que agrava la situación es que mientas la izquierda chilena soñaba en el exilio, la revolución se desmoronó en el resto del mundo. Cayó el muro, Alemania oriental, dónde tantos buscaron refugio, pasó a la historia. La Unión Soviética, que con su imperialismo apoyó a los revolucionarios de todos lados, se desintegró sin que se disparase un tiro; se desintegró agotada. Sólo queda Cuba, aislada, desencantada, gobernada por una gerontocracia que ya no fue capaz de cumplir sus promesas. (¿Y Venezuela? Nadando en petróleo se muere de hambre.) Incluso el estado de bienestar europeo se tambalea. La izquierda chilena vive de un sueño de un pasado inconcluso, del cual todos han despertado. No es raro no querer despertar, porque los sueños suelen más agradables que la realidad.

¿Podrá despertar la izquierda, sin dejar de ser izquierda? Para eso la derecha tiene que sacudir la modorra de su propio sopor. Podría hacer explícito el sueño de Allende, explicitándolo más allá de su retórica. Habría resistencia, por supuesto (como la que hay al tratar de sacar de la cama a un adolescente). Tendría que dejar de mirar tanto al futuro y mirar al pasado, ese pasado donde se forjó el presente que ahora domina la izquierda casi sin contrapeso.

martes, 2 de septiembre de 2014

Algunas notas sobre el ranking de notas

La intención era buena y la idea también. Cuando se tomó la medida de incluir dentro del puntaje para la selección universitaria el “ranking” de notas de cada alumno, se consideró que los hábitos de estudio reflejados en la posición relativa de cada alumno en su curso eran algo deseable para las universidades (los hábitos son un buen predictor de éxito académico). Además, el “ranking” ayudaría a alumnos de malos colegios, es decir, de escasos recursos: siendo jóvenes de esfuerzo, se verían recompensados a pesar de su mala preparación.

Estas consideraciones preliminares muestran la insuficiencia del puntaje de la PSU (más las NEM) como medio de selección, pero el monopolio que de facto ejerce el Estado por medio del sistema de admisiones, créditos, etc. no permite mayor despliegue de proyectos originales.

A pesar de la buena intención hubo consecuencias inesperadas, es algo que suele ocurrir al aplicar políticas sociales. La realidad es dinámica, no estática: al aplicarse una política a una situación particular no se obtiene la situación original más la política aplicada (la solución), sino una situación completamente nueva, con problemas propios (es algo que los planificadores no acaban de comprender, porque implicaría el fin o la prolongación indefinida de la ingeniería social). La realidad es demasiado compleja para poder ser manejada con tanta facilidad, más si se trata de la realidad humana.

No es que el comportamiento de las personas sea impredecible, sino más bien que no sigue los patrones esperados por los planificadores. Las personas tienden, de manera comprensible, a defenderse de que aquello que parece amenazarlas. Si hacen sacrificios, suele ser por cosas concretas más que por abstracciones.

En el caso del “ranking” lo inesperado fue la fuga de alumnos de liceos emblemáticos (algo parecido ocurre, a menor escala, en los colegios privados dirigidos a alumnos de escasos recursos: en IV medio se van a colegios fiscales para poder optar a becas). Esto ha provocado todo tipo de protestas, reclamos y peticiones. El comportamiento realmente inesperado es el de los alumnos de los colegios que reciben a los “fugados”: ellos se ven perjudicados con la llegada de otros estudiantes que los desplazaran hacia abajo en el “ranking” pero no dicen nada, los más perjudicados sufren en silencio los efectos del experimento. Quizás algunos de ellos se vayan a otros colegios, de inferior calidad aun, para poder quedar en la cúspide.

En cualquier caso, una intervención genera una reacción en cadena. Lo que sería realmente inesperado es que los planificadores e ingenieros sociales aprendieran algo de humildad y prudencia frente a una realidad que siempre los supera.