martes, 29 de octubre de 2013

Donaciones, expropiaciones y pasividad

La nueva ley de donación de órganos suscitó varios llamados a la reflexión acerca de qué significa donar, del valor del propio cuerpo, de la solidaridad, de la función pedagógica de la ley, etc. No es nuevo decir que si algo hace falta en nuestra sociedad es reflexión (no hay solución a eso, por ahora).

Dentro de las consideraciones que se han hecho sobre la nueva ley está el aumento del poder del Estado, que dispone de los cuerpos de los ciudadanos salvo que estos se molesten en hacer valer sus derechos explícita y burocráticamente. (Frente a esto, la expropiación del dinero ahorrado para la vejez parece bastante leve.) Se dijo también que los legisladores han abusado del lenguaje, es decir, manipulado a la gente, ya que una donación por definición no puede ser forzada. Pero la reflexión nos puede llevar aún más allá.

Si para algunos esta ley busca crear una sociedad más solidaria (difícil hacerlo por medio de la obligación legal y después de muerto el sujeto), se pasa por alto que también implica una sociedad dónde se acentúa como valor fundamental la prolongación de la vida y la salud. Por supuesto que la conservación de la vida es algo bueno y necesario, pero de ahí no se sigue que sea lo más importante. De hecho no puede serlo: la vida es para algo más que simplemente mantenerse. Que el propósito de la vida sea el seguir viviendo es simplemente un absurdo. Es problemático que en una sociedad pluralista esté prohibido preguntase en público cuál sea el bien superior.

Tomada en conjunto con otras iniciativas legales recientes uno puede llegar a formular esta interrogante de un modo extremo ¿habrá algo por lo que valga la pena sacrificar la salud y la vida? Permítaseme una digresión de humor absurdo, pero a mi parecer ilustrativo. Imagino las indicaciones del Ministro de Salud a los tripulantes de la Esmeralda: “Saltar al abordaje de acorazados puede ser dañino para la salud”, o a los soldados del antiguo Regimiento no. 6 “Chacabuco”: “Combatir hasta la última bala, sin rendirse, puede resultar en lesiones o incluso muerte”. En fin, creo que no hace falta abundar.

Aunque la dirección y propósito que se da a la vida sean algo en lo que el Estado no pueda entrar, es imposible que el éste  sea neutral en la orientación que da a sus leyes. Y aunque hoy no pueda o no se atreva a definir lo que es una vida bien vivida, la misma pretendida neutralidad exige al menos un respeto por la libertad, que es un bien espiritual, incluso por encima de la salud, que es un bien material. (Esto ya es orientador.) Es cierto que la ley es pedagógica, pero esta ley en particular, más que enseñar solidaridad puede que termine ensañando un utilitarismo extremo.

A modo de epílogo, otra consideración. Es cierto que esta ley no obliga totalmente, pero se basa, para funcionar, en la pasividad de los chilenos: muy buenos para salir a la calle a reclamar cosas que no tienen, pero casi siempre incapaces actuar para defender lo que sí tienen, sobre todo si son derechos y libertades. Esta tendencia se acusa también en la reciente propuesta de ley de propina sugerida.

martes, 22 de octubre de 2013

Los términos del debate

Ahora que pasó el debate presidencial, la candidata de la Nueva Mayoría ha comenzado a hablar –en general para contradecirse de cosas dichas anteriormente. Se ha criticado mucho su silencio, se ha dicho que es irresponsable (literalmente), que es una falta de respeto, que no es democrático, etc.

Pero hay algo más sutil en esto, no sólo de Bachelet, sino de su sector político. Es el control de los términos del debate. Bachelet y la izquierda en general, si no controlan el debate, se retiran. La razón es clara: el que logra controlar el qué y el cómo de una discusión puede ganarla más fácilmente, llevándola a su propio terreno. El marco que se le da a un asunto termina afectando cómo lo ve la gran mayoría, y por lo tanto determina el consenso.

Ejemplos de esto hay muchos, podemos tomar, para ilustrar, una consigna sobre el aborto: “hay que legislar sobre el aborto en Chile”. La cantidad de cosas que asume esa propuesta sin hacerlas explícitas hace que se deslicen bajo el radar sin llamar la atención (recuerdo la cara de sorpresa que puso un colega cuando le informé que no era necesario porque ya había legislación sobre el tema: el aborto está prohibido). O los derechos humanos, que –hemos llegado a creer– no dependen del sujeto, sino de quién los viola. Y así.

Es más fácil debatir sobre un debate que debatir hechos o ideas. Es imposible no acordarse de Ricardo Lagos que en medio de acusaciones sobre ciertas prácticas de su gobierno, pomposamente establecía que había llegado el momento de guardar silencio. Es más cómodo discutir cuándo y cómo debe hablar un ex presidente, que discutir si acaso el ex presidente en cuestión incurrió en graves hechos de corrupción. En fin, quizás no habría tantos goles de media cancha si supiésemos un poco más de retórica y argumentación.

Pero más allá de esa actitud de equipo qué sólo acepta jugar de local (al final los demás terminan cediendo) se descubre algo más profundo. Se propone una alternativa artificial y forzada: se habla de lo que yo quiero, como yo quiero, o se guarda silencio. O yo o nadie. ¿O es que pocos recuerdan que hace un tiempo la izquierda decía que si no ganaba ella no habría gobernabilidad? O la izquierda o el caos. Eso ya no es debate, es amenaza, y la democracia no puede darse entre amenazas. Parte del problema es que todavía no sabemos bien que se entiende por democracia. Ahora, cómo se convive con alguien para quien la democracia tiene un valor puramente instrumental, no lo sé.

martes, 15 de octubre de 2013

Día del Profesor

En el día del profesor corresponde agradecer a los que nos han enseñado. Sería largo recordarlos a todos, profesores de colegio y universidad y a otros aun que lo son sin tener un título. Quizás, entre los profesores, los más recordados sean los que pueden combinar un gran entusiasmo por aquello que enseñan, con un gran interés por los alumnos.

A pesar de que son muchos a quienes debo mis agradecimientos, quiero recordar a uno que si bien no despertaba tremendos entusiasmos (la química es un gusto adquirido que no logré adquirir) dejó en varios de sus alumnos una lección imposible olvidar.

Había que hacer un trabajo en grupo –para la asignatura de química– sobre el método científico, partiendo de un experimento hecho en clases. Dijo el profesor que iba a evaluar todo, incluida la ortografía.

Me junté con mis compañeros e hicimos el trabajo con especial esmero. Un detalle: escribimos los subtítulos de cada apartado, que eran varios, con mayúsculas, porque pensamos que mejoraba la presentación. Entregamos el trabajo y unos días después recibimos la nota. Todo correcto: un 5,6. No habíamos puesto tildes en las mayúsculas de los subtítulos, lo que nos costó casi un punto y medio. No habíamos cometido ningún otro error ortográfico, o del tipo que fuera, en todo el informe. 

Como alumnos que éramos, fuimos a alegar. El profesor Mario Fernández, inconmovible, dijo que él había explicado cómo iba a evaluar por lo que no teníamos nada que alegar. Un lástima, no sólo habíamos tenido todo bueno, sino que además habíamos sido el único grupo que había aplicado correctamente el método científico al analizar el trabajo de laboratorio, nos dijo. Pero otros grupos con mejor ortografía (o sin la genial idea de usar mayúsculas en los subtítulos) habían sacado mejor nota.

Apelamos al profesor de castellano, seguros de que la Real Academia Española de la Lengua, habitualmente tan laxa en lo que se refiere a vocabulario y conjugación verbal, dejaba alguna libertad en el uso de tildes y mayúsculas. Pero no. Nos informó el profesor de castellano –el inolvidable don José Araus– que estaba establecido que las mayúsculas debían llevar acento gráfico.

Y para siempre quedó registrado en el libro de clases ese 5,6 por un trabajo que era perfecto en su contenido. La verdad es que no creo que esa nota mediocre me haya afectado mayormente en el desarrollo de mi vida. Pero la lección de ortografía, y más aún la de pedagogía, no se me han olvidado, ni creo que se me vayan a olvidar, aunque me caiga de viejo.

martes, 8 de octubre de 2013

Refundación

La crisis política, y de identidad, de la derecha chilena se me hizo patente cuando un amigo que trabaja para un candidato del sector me preguntó si le podía aportar alguna idea que su candidato pudiera promover.

Que extraño, pensé, creía que era al revés: primero se tiene una idea y luego se levanta una candidatura. Es probable piense así por pasar demasiado tiempo el mundo de la ideas, pero, si de vez en cuando no se puede elevar la mente hacia algo más alto, aunque sea como aspiración, uno queda condenado a revolcarse en el barro como los chanchos, que nunca miran hacia arriba.

Un candidato sin ideas es un candidato sin identidad. Al parecer su sector no se las proporcionaba. Esto no presagiaba nada bueno. Con la inminente derrota en el horizonte, se habla de refundar la derecha. Otros, más medidos, hablan de repensarla o de encontrar el relato (Russel Kirk había usado términos parecidos hace medio siglo, pero en Chile nadie lo lee).

Una refundación implica una destrucción total. No está claro que eso haya ocurrido o que vaya a ocurrir. Tampoco es tan terrible, muchas instituciones de nuestro país han sido refundadas en el pasado y hoy florecen.

Pero una refundación exige un examen profundo. Primero, aclarar cuál fue la causa de la destrucción.  Esto ya da para que corra bastante tinta, pero si la causa no puede ser controlada es inútil refundar y es mejor hacer la pérdida. Segundo, hay que saber qué es lo que se va construir sobre las ruinas, y como una refundación requiere de esfuerzo, debe haber un convencimiento de que vale la pena refundar, de que lo que se refunda es, o representa, algo bueno. Aquí puede estar la raíz del problema.

Si la causa de la destrucción es accidental –problemas de imagen o de comunicación– no es necesario refundar, sólo trabajar más inteligentemente. Pero si se trata de un colapso desde dentro, y eso parece ser el caso, hay que recoger de las ruinas lo que se pueda aprovechar, hacer a un lado los escombros, quemar la basura y construir nuevamente.

La crisis de la derecha es una crisis de identidad porque ha dejado que la izquierda la defina. Eso es muy conveniente para la izquierda, que se eleva a sí misma como portadora de toda la bondad (igualdad, libertad, progreso, humanismo, solidaridad) y ha dejado a la derecha sólo la eficiencia y la libertad económica, muy necesarias, pero insuficientes para construir una sociedad. Tal como la define la izquierda, la derecha es sólo la defensa de comportamientos atávicos e intereses económicos y de clase.

Ahora, una crisis de identidad no se resuelve asemejándose al contrario (eso la agrava). Si sólo se trata de ganar, es más fácil pasarse en masa al otro lado. Una buena opción sería comprar un partido: creo que el PPD está en venta. No, la crisis de identidad se resuelve entiendo y afirmando lo que se es y no dejándose definir por otros. Pero para eso hay que estar convencido de que vale la pena ser y compartir lo que se es. Pero si la derecha se reduce simplemente a materias económicas y de gestión, y no propone una idea del hombre y de la sociedad, sólo gobernará cuando la izquierda lo permita.

martes, 1 de octubre de 2013

Otra vez paso

Es un tanto sorprendente que una canditata presidencial pueda auto-marginarse de un debate por “razones de agenda” (¿qué más puede haber sido?) y no sea marginada de la elección misma por la opinión pública.

Se comprende que Michelle Bachelet no quiera ir al debate; un debate con nueve participantes no puede aportar mucho. Además, no todos los candidatos son iguales; hay varios que no tienen ninguna posibilidad de ganar y tampoco ninguna proyección: si tienen algo que decir, el respeto al tiempo de los electores debiera llevarlos a buscar otros medios para entregar su mensaje. Y sobre todo, a Bachelet no le conviene ser cuestionada en público porque ella vale por su imagen y los afectos que suscita, no por sus ideas y menos por lo que ha hecho.

Aun así, que la principal candidata en una elección no participe en un debate es una pésima señal para la democracia. Comencemos notando la explicación: razones de agenda. Como excusa no convence, se esperaría que al menos dijera qué cosa tan importante tiene en su agenda a la hora del debate. Al parecer a nadie le importa mucho que una candidata le mienta al país de manera tan liviana, o que tenga cosas más importantes que hacer que ir a un debate. Ella misma sabe eso y lo aprovecha, ya ha dicho que en una elección hay ciertas imágenes que son “grito y plata”.

Por lo mismo, las ideas, la oportunidad de confrontarlas y la capacidad de ponerlas en práctica, son algo absolutamente secundario. De hecho, sus ideas sobre algunos temas fundamentales para los chilenos no son las de la mayoría, pero eso no le importa a ella, ni a la mayoría. Se esperaría, en todo caso, que los electores quisieran menos a quien los desprecia con una sonrisa tan simpática.

Pero esto es abusar del sistema, la democracia no es un concurso de modelos (quizás ha llegado a ser eso, pero los se llenan la boca con esa palabra podrían guardar las apariencias de mejor manera). La democracia se basa en el valor de la persona corriente, su uso como peldaño para acceder a cargos es una perversión de ella. Uno se pregunta qué es lo que tendría que hacer un candidato para que quien piensa votar por él, o ella, cambie de opinión. Si la respuesta es que es imposible, que el candidato tiene carta blanca, es que se ha llegado al fanatismo o a la inconciencia, que no son buenos para la democracia. Del desprecio de los políticos por sus electores al desprecio de los electores por el sistema no puede haber mucha distancia.

Quizás en la segunda vuelta –si la hay– se pueda tener un debate serio, en que se muestre el respeto mutuo entre candidatos y personas de a pie, pero quizás a esas alturas algo así importe poco.