Si hay algún absoluto moral que hoy sea aceptado, es que la libertad de uno termina donde empieza la del otro. No es mucho, pero es algo. Dónde queda ese misterioso lugar donde se encuentran ambas libertades, qué se hace en caso de un conflicto irreconciliable y por qué se ha de respetar la libertad del otro, son cosas no resueltas. Algunos, más concretos, dicen que la libertad de uno termina donde empiezan los derechos del otro, y por supuesto, queda por resolver cuáles son esos derechos y quién cuenta como un "otro" que pueda tener derechos. Si bien estas formulaciones no consideran una buena parte de la vida moral del hombre, son relevantes para la discusión actual sobre el aborto, que hace tiempo dejó de ser un asunto de salud.
La pregunta por el "otro" es la primera; desde la respuesta que se obtenga podrá resolverse la cuestión de sus derechos. Ya es un problema plantearse quién es sujeto de derechos, y si alguien tiene el derecho de determinar quien cuenta como un "otro". Si los derechos son algo meramente otorgado por unos a otros entonces no son verdaderos derechos. Si se entiende el derecho como aquello que a uno le pertenece, como lo propio, no puede ser algo recibido sino poseído desde que se es. Después de todo, quien otorga también puede quitar. La libertad de uno o de una, entonces, ¿termina dónde empieza el derecho del feto a no ser destruido? ¿Es el feto un sujeto de derechos? Es tentador disminuirle los derechos al embrión humano (¿con qué derecho?), al fin y al cabo, un embrión puede ser molesto y si se lo quita de en medio no hay quien reclame por él. Además, él es diferente. Sin embargo, proceder de esta manera lleva a algunas posiciones que pueden llegar a ser insostenibles.
Está claro que el ser humano adulto es sujeto de derechos. La pregunta es dónde radican esos derechos humanos. Siguiendo la definición, podría responderse que radican en misma humanidad, en el hecho de ser humano y no otra cosa. Siendo así la situación, dado que el embrión que es tan miembro de la especie Homo sapiens como cualquier adulto, también es sujeto de derechos humanos y esos derechos constituirían un límite a la libertad de otros. Para quitar o disminuir los derechos del embrión, entonces, es necesario hacer que los derechos humanos no radiquen en la humanidad misma, sino en alguna característica de ella, como la auto-conciencia, la capacidad de proyectarse al futuro y tener intereses propios, la capacidad de sentir dolor, el desarrollo del sistema nervioso central, ser querido o deseado por otros, etc. El problema es que es si se procede así hay otros que caen o pueden caer en la categoría de los sin derechos, como los niños recién nacidos o los enfermos mentales severos. Si bien en el Chile actual es insostenible afirmar que un niño de pocos meses no tenga derechos, por no tener auto-conciencia, intereses propios, etc. ya hay profesores de prestigiosas universidades que proponen esto en revistas académicas. Es el "progreso" lógico de una posición a otra.
Pero eso no es lo de fondo. El asunto es que las características de un ser humano, como la capacidad de tomar decisiones sobre su vida, su inteligencia, el desarrollo o deterioro de su sistema nervioso, etc. son todas características que admiten de grados, de más o menos. Si los derechos de la persona radican ahí, se abre la puerta a distintas categorías de seres humanos, con más o menos derechos según sea mayor o menor su desarrollo cognitivo, capacidad para proyectar el futuro, etc. La humanidad, en cambio, no admite de grados, o se es humano o se es otra cosa, pero no hay seres humanos que sean más humanos que otros. Esos nos hace a todos iguales, igualmente humanos, iguales en humanidad, también, a los recién nacidos, a los niños prematuros y a los embriones.
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