martes, 20 de septiembre de 2011

El movimiento estudiantil, por dentro

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Los movimientos verdaderamente populares han sido pocos en la historia, porque las revoluciones no las hace el pueblo sino los intelectuales usando al pueblo como carne de cañón. El movimiento estudiantil no es una excepción.

No crea usted que el movimiento estudiantil es espontáneo. Ya el año pasado se hablaba de movilizaciones, pero los efectos del terremoto eran muy recientes como para llevarlas a cabo. Por eso lo de este año no pilló por sorpresa a ningún estudiante atento. Cuando empezaron las tomas y marchas callejeras recordé que un profesor de la universitario ya me había advertido que este año sería complejo: los comunistas eran “conservadores” al lado de los anarquistas que andaban agitando los ánimos en las distintas facultades.

Aunque el movimiento estudiantil tenga apoyo de la ciudadanía, no es un movimiento social sino político. Hay que notar que se gestó en las federaciones de estudiantes, hábilmente manejadas por unos pocos para obtener los resultados esperados. Cualquier cientista político sabe que los resultados de una elección pueden variar bastante según sea la forma de sufragio (los políticos también saben esto, por eso prefieren no cambiar el sistema binominal) y los dirigentes aprovechan esto cada vez que pueden.

No soy parte del movimiento estudiantil pero al tener contacto con la universidad he llegado a saber algunas cosas que quizás usted no sepa. Por ejemplo, es de notar que el número mínimo de asistentes a una asamblea, para que sea válida, es bajísimo en relación al total de alumnos de cada facultad. En casi todas las votaciones de las que he tenido noticia no alcanza a votar el 30% de los estudiantes. ¿Le parece un porcentaje que asegura la representación?  En cualquier país una elección que tuviera menos del 40% de participación sería un fracaso, pero en las federaciones eso no llama la atención.
 
El voto secreto, pilar de la democracia, es casi inexistente. Se vota a mano alzada con las consiguientes pifias a la minoría. Por supuesto que no se invita a observadores externos a las asambleas. ¿Se imagina una elección nacional dónde no pudiera haber observadores de otros países? Suscitaría sospechas, por decir lo menos. Podría seguir dando ejemplos de asambleas invalidadas por resquicios; estatutos y opciones de voto definidos entre cuatro paredes, etc. La democracia universitaria no pasa las pruebas más básicas que se le exigirían a cualquier otra.

La reacción contra de quienes han logrado hacer una oposición efectiva es la prueba más contundente del espíritu antidemocrático –y políticamente interesado- del movimiento. Usted ya habrá leído sobre funas a certámenes, funas con violencia física, por supuesto.

Por otra parte, si le queda alguna duda de que se trata de un movimiento político, vea el contenido de las demandas, y verá que exceden ampliamente lo académico, y con un sesgo bastante claro. Es natural que quienes organizan movilizaciones tengan ventaja sobre los que van a la universidad a aprender. Pero es inaceptable que un grupo ruidoso y con frecuencia violento le quite al resto, sea o no minoría, la oportunidad de estudiar.  Es demasiado exigirle a un alumno que estudie, y que además se defienda contra quienes no lo dejan estudiar. Pero no hay mal que dure cien años, y este, al parecer, no durará ni uno.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Filósofos en la calle

por Federico García
(publicado en El Mostrador)

Se supera a sí mismo Arturo Martínez. Hace pocos días fue el hazmerreír de las redes sociales al declarar que la culpa de la violencia en las manifestaciones era de los profesores de filosofía porque “a los cabros les llenan la cabeza de porquerías, para que salgan a tirar piedras y hacer desórdenes”. Su acusación me trae a la memoria la de Anito, Meleto y Licón: resulta que ahora, como en Atenas, los profesores de filosofía, al igual que Sócrates, somos culpables de corromper a la juventud. La verdad es que me honra que me comparen con el primero de los maestros.

Lo que no se imaginan los que se burlan del dirigente, es que tiene toda la razón. Parece imposible que de la sala de clases de un tranquilo profesor de filosofía pueda salir una turba violenta. ¿No se acuerdan que Abimael Guzmán, de Sendero Luminoso, era profesor de filosofía? (Claro que lo suyo no era Leibniz precisamente). Es que las ideas tienen consecuencias, como escribió hace tanto tiempo Richard M. Weaver, pero aun hay sectores en nuestro país que no se han enterado. Los hombres de acción son, casi siempre, títeres de los intelectuales.

Por lo demás, Martínez muestra una lógica de cierto rigor: si los “cabros” tiran piedras, es porque tienen la cabeza llena de porquerías (¿a alguien le cabe alguna duda?). Si tienen la cabeza llena de porquerías, esas porquerías tienen que venir de algún lado (evidente). Por lo tanto los responsables de la violencia son los que originan y transmiten esas ideas-porquerías que llenan las cabezas de los “cabros”. Lo más probable, por lo tanto, es que los responsables sean los profesores de filosofía, encargados de educar a la juventud sobre el mundo de las ideas. Brillante.  Martínez ejemplifica lo que han dicho algunos de los más grandes filósofos: que todos, en alguna medida, somos filósofos.

He ahí su acierto y su error. Porque son las ideas las que mueven al mundo, y cuando no son las ideas, son sus parientes pobres, las ideologías. Cualquier persona sensata se da cuenta de que lo que hay detrás del movimiento estudiantil es una ideología. Una ideología que promueve la división y que permite el uso de la violencia. No todos los que adhieren al movimiento la comparten, por supuesto, pero los ideólogos tienen un nombre un tanto despectivo para quienes adhieren sin convocar. Quizás no todos han recibido esa ideología de parte de sus profesores de filosofía, pero algunos sí. Es rescatable y alentador, en todo caso, que un dirigente sindical llame al anarquismo y al comunismo “porquerías”.

Tampoco todos los “cabros” que tienen la cabeza llena de porquerías, que son muchos, se dedican a la violencia. La mayoría de ellos vegeta, conectado a una pantalla luminosa que le permite realizar su fotosíntesis. Ellos también han tenido sus “profesores”, pero no en las aulas. Son los “educadores” informales: la publicidad, el cine, las redes sociales, la música. Ojalá los profesores de las aulas a los que alude Martínez tuviesen ese tipo de influencia. Estos “educadores” informales también entregan una cierta “filosofía” de vida, que tiene cierto parecido con la de Epicuro y a veces con la de Diógenes. Pero quienes están detrás de estos educadores informales, los proveedores de televisión, música y demases, se mueven por una filosofía distinta (más parecida a la de Smith) que nada tiene que ver con entregar a las personas un conocimiento realista del mundo. Los resultados son patentes en todos lados. ¿No tenía razón Lenin al decir que la misma burguesía vendería al comunismo la soga para que fuera ahorcada, y llegaría incluso a prestarle el dinero para ello?