martes, 12 de agosto de 2014

Debate sobre matrimonio homosexual: nada que hacer. A propósito de un intercambio de opiniones.

Hace unos días leí el intercambio de opiniones sobre el matrimonio homosexual entre Robert P. George (en contra) y Jameson W. Doig (a favor) publicado en The Public Discourse. Los breves artículos se pueden encontrar aquíaquíaquí, y aquí. Me interesaba especialmente leer a Doig, para conocer mejor los argumentos de quienes aprueban el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Me di cuenta de que en este debate no hay nada que hacer, o muy poco. El argumento de Doig–si es que llegaba a eso– se apoyaba casi completamente en el sentimentalismo (“¿cómo negarle el reconocimiento a dos personas que se aman, y más si se benefician con ello?”), ilustrado desde el primer momento con un caso conmovedor. Doig no fue capaz de hacerse cargo de ninguna de las objeciones de su contradictor, principalmente el porqué de la limitación del matrimonio a sólo dos personas.

Esto no quiere decir que no pueda haber un caso más sólido a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, pero Jameson W. Doig es profesor emérito de Princeton, una de las más prestigiosas universidades de los EE.UU., no era su primera incursión en el tema y se enfrentaba a uno de los principales defensores del matrimonio tradicional. No sé si se puede esperar algo más.

Para que haya un debate tiene que haber razonamiento, pero en la postura favorable al matrimonio homosexual había poco de eso. No hay malo en sí mismo en tener una posición basada en la subjetividad, el sentimiento o el gusto personal, pero una posición así no puede ser discutida o comprobada o falseada por medio de razonamientos, sólo compartida en la medida que el interlocutor comparta o asuma la misma sensibilidad. Es lo que ocurre cuando se habla de equipos de fútbol, comida o música, pero es distinto si se trata de cosas serias que afectan a la sociedad entera. 

Ahora bien, con el sentimiento no se puede argumentar. No hay debate posible. El sentimentalismo subjetivo es el mal de nuestra época, conclusión necesaria para un sujeto autónomo y cuya razón es la simple esclava de sus pasiones. ¿Qué hacer? Si no se puede argumentar se puede recurrir a la reducción al absurdo, que es lo que hizo Robert P. George en parte del intercambio. La ironía puede forzar a la inteligencia a ver conexiones hasta entonces ocultas y despertar la capacidad de discutir. Pero en este debate, como en otros, la cuestión de fondo no es sólo algo puntual, si dos personas del mismo sexo pueden casarse o no, sino si acaso existe una realidad independiente del sujeto que la inteligencia puede conocer y a la cual debe adecuarse, o si el sujeto mismo es el árbitro de la realidad. Es la cuestión en que se sustenta todo debate.

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