martes, 27 de diciembre de 2011

¿Cuánto vale un ser humano?

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Hace poco más de doscientos años en Chile se podía comprar un ser humano. Dentro de poco se podrá de nuevo. No hay que asombrarse, aunque los tiempos cambien aún no hay nada nuevo bajo el sol. No es que vaya a regresar a la esclavitud que existió legalmente en nuestro país y que todavía existe en otros lugares de manera más o menos oculta, sino que viene algo que lleva la degradación de la persona a niveles todavía más bajos.

Se trata de comprar un ser humano hecho por encargo. Es algo que ya se puede hacer algunos países. Se pueden comprar los espermios en un banco (eligiendo el productor según las características deseadas), lo mismo un óvulo. Por una módica suma, un técnico los junta en un laboratorio y para no tener que pasar por el incómodo proceso del embarazo se puede arrendar un útero surrogante. ¿Cuánto cuesta todo eso? No lo sé. ¿A quién pertenece el nuevo ser humano? ¿Bajo qué título? Es complejo, pero las partes de las que se hace la nueva persona –y el proceso para producirla– son del que paga por ellos. ¿Se puede comprar un ser humano? Después de doscientos años, parece que sí.

No digo esto por exagerar, sino porque una universidad acaba de anunciar que ha formado un centro para implementar este tipo de procesos en Chile. Claro, no llegaremos a los extremos que nos mostró Huxley en el Mundo feliz, al menos no por ahora. Pero aun así es interesante comprender cuáles son los principios y visión del hombre que fundamentan este tipo de iniciativas.

Principios no son lo mismo que justificaciones: siempre hay justificaciones para todo. La visión de fondo y sus implicancias son algo distinto. En los lugares dónde se manipulan embriones humanos siempre se apela al dolor de quienes no pueden tener hijos, a la salud humana, a la ciencia. Cosas muy válidas, pero que son intenciones y no fundamentos. Y las intenciones no son un cheque en blanco, no si se entiende que el fin no justifica cualquier medio y que el ser humano no puede ser tomado como un objeto o bien de consumo. Este error ya se ha cometido en la historia de Occidente y con razón nos avergonzamos de ello. 

Es que el ser humano es algo muy especial. Nadie tiene derecho a un ser humano, ni siquiera quienes quisieran un hijo y no pueden tenerlo. Porque el ser humano es sujeto (de derechos), no objeto para ser derecho de otros. El ser humano es, como decía un filósofo que vivió en carne propia los horrores del siglo XX, un don.

Aunque no sea evidente, el daño más grave en esto es para quien trata a otros seres humanos como objetos. Decía Frederick Douglass en su Narrativa de un Esclavo americano que la esclavitud degrada más al negrero que al esclavo; aquel se hace más inhumano que su humana mercancía. Quienes hoy trafican con seres humanos –aunque sea en su etapa de embrión– serán tenidos mañana al mismo nivel que los mercaderes de esclavos de hace dos siglos. Mejor sería, en cualquier caso, no repetir errores del pasado.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Serman

por Federico García (posteado en El Mostrador)

El último impasse entre el Presidente de la República y la Ministra del Sernam ha terminado por convencerme de que hace falta un Serman. Sí, un Servicio Nacional del Varón, un Ministerio de la Hombría o algo así.

Es una exigencia de paridad. Tener un Ministerio de la Mujer y no uno para el hombre es discriminatorio; es decir públicamente, desde el Estado, que mientras las mujeres necesitan de todo un ministerio que se ocupe de sus asuntos y problemas, los hombres se las arreglan solos. O al contrario, habiendo un ministerio exclusivo para los intereses femeninos, se podría concluir que aquello de lo que se ocupan los demás (minería, economía, defensa, trabajo...) son cosas de hombres.

Para poder establecer las funciones del nuevo ministerio habría que definir la hombría. Cosa compleja, porque la hombría en este país está en un estado lamentable. Algunos hombres no parecen hombres (pokemones, emos, metrosexuales, etc.) y otros parecen bestias. No profundizaré en las causas del fenómeno, pero veinte años en los que sólo se habló de derechos y protección no pueden pasar sin más por la psyche masculina. Pero dejémoslo ahí, es mejor enfocarse en la solución que en el problema.

¿Qué haría el Serman, aparte responder a la ministra del Sernam cuando fuese necesario? Tendría que supervisar a los otros ministerios, asegurándose, por ejemplo, que el Mineduc se ocupe de que los niños aprendan cosas como prender una fogata, cambiar una rueda, disparar un arma, cavar con un chuzo o aforrarle a un matón (o “bully”), y que lean textos como el Cantar de Mío CidBeowulf, o la Ilíada - eso sí que sería educación de calidad.  O desde el Ministerio de Cultura tendría que organizar ciclos de cine con películas como Rambo,Un Hombre de dos Reinos, Duro de Matar o Cyrano de Bergerac.

El Ministerio de la Hombría tendría que hacer campañas en las que se grafique cómo se porta un hombre frente a la adversidad, o con una dama (de esas que nunca dicen que sí). Una campaña así no podría tener un “rostro”, sino un caracho. Clint Eastwood, el Comandante Whitehead o Jonathan Goldsmith podrían servir.  Las atribuciones del Serman podrían extenderse quizás hasta tener autoridad para amonestar y cursar infracciones a hombres que den mal ejemplo. Pero habría que ponerle límites: si tuviese campos de reeducación –como los que se vieron en Indonesia para los punks- sería darle demasiado poder a un ente estatal (las delicias de los socialistas, en todo caso).

Una iniciativa como el Ministerio de la Hombría generaría muchas quejas entre hombres poco hombres y sobre todo en aquellas mujeres que para triunfar necesitan un mundo de hombres afeminados.  Quizás el Serman nunca logre aprobarse: un país que lo necesite no podría construirlo, uno que pudiera hacerlo no lo necesita.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Infinito

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

La variedad de cosas que hay en el mundo, tanto natural como artificial, es casi infinita. ¿Quién puede decir que una cosa u otra sea la mejor o la más bella en su tipo? Esta variedad pone de manifiesto la limitación de las cosas materiales: nada puede agotar la perfección de su propia especie, por mucho que lo intente. Un caballo negro, por ejemplo,  no es mejor que uno blanco; ni un veloz auto deportivo es mejor auto que un duro todoterreno o que un elegante auto de lujo. Todos son buenos y tienen algo atrayente, pero que les impide ser como los otros.

En esto se ve muy claramente por qué ninguna cosa material satisface completamente al hombre, por muy buena que sea. Ningún objeto puede dar al ser humano lo que más quiere, que es la felicidad, porque el deseo de felicidad del hombre es infinito y ninguna cosa o cantidad de cosas cumple ese requisito.  Parece obvio, pero como las cosas materiales -los objetos- siempre dan alguna satisfacción, se produce el engaño de pensar que una buena cantidad o calidad de ellas llevarán a la satisfacción completa.  Pero al final ninguna cosa logra eso, porque el ser humano tiene anhelos de infinito.

Esto se hace especialmente presente en Navidad. Se anticipan regalos –que se deben comprar con el sudor de la frente, y se reciben y abren con alegría –pero siempre parece que el anticipo es mejor que el regalo, que la víspera es mejor que la fiesta (¿será porque es más inmaterial?), y al cabo de un corto tiempo, los regalos, por buenos que hayan sido, no logran entregar aquello que implícitamente prometían.

¿Qué es, entonces, lo que puede llenar ese infinito anhelo de infinito que tiene el hombre? Sólo algo infinito, y todo el universo, con sus miles de mundos, no alcanza a ser infinito. Quizás otro ser humano sea lo que más acerque al infinito. Pero por experiencia propia todos sabemos que ningún ser humano es perfecto y tampoco podrá cumplir con hacer completamente feliz a otro.

Para llenar ese anhelo del corazón humano, el infinito entró en el tiempo, se hizo finito y se puso al alcance de los hombres finitos en la primera Navidad. Esto es lo que se celebra con comidas y regalos que pueden satisfacer y llenar sólo por un momento porque son sólo un pálido reflejo de lo que el hombre anhela realmente. Si no se olvida esto, los pálidos reflejos harán más firme la determinación de alcanzar ese anhelo en el lugar donde realmente se encuentra.