martes, 29 de abril de 2014

Votos desde el exterior

La urgencia que le puso el gobierno a la ley que permitirá a los chilenos votar desde el extranjero  es una muestra más de cómo la agenda legislativa parece estar capturada por los intereses de pequeñas elites. En la discusión –si es que se la puede llamar así– primó el sentimentalismo, como es habitual.

Lo accidental en este caso, aunque fuera uno de los elementos que más enardeció las pasiones, es que se espera que los votantes en el extranjero voten casi en bloque por un sector y no otro. En una elección reñida esos votos podrían ser decisivos, pero eso no es lo relevante.

Asimismo es irrelevante que otros países tengan una política de facilitar el voto a los expatriados. Que muchos hagan algo no es razón para imitar una conducta sin más. Que los locales de votación en el exterior puedan estar sujetos a menos controles y pueda darse con mayor facilidad el fraude electoral (la cosa ya es complicada en los locales rurales) es también accidental.

La cuestión es la del del ejercicio del voto. Comencemos notando que todos los ciudadanos chilenos tienen derecho a voto, también los que viven en el extranjero. El problema, si se quiere, es que el ejercicio de ese derecho sólo puede darse en Chile. Hay una razón para eso, más allá de lo que dicten las leyes.

Mucha gente que desde hace años vive fuera del país todavía se siente vinculada a él. Pero Chile no es una abstracción, es una realidad que viven personas y comunidades concretas que se ven afectadas de manera positiva o negativa por el gobierno de turno. Esos efectos (piénsese en el Transantiago, por usar el caso más extremo) no tocan al que vive en otro país. La finalidad del voto no es sentirse vinculado, o participar de una comunidad de una manera platónica. La finalidad del voto es que el gobernado elija a sus propios gobernantes.

En Chile existe bastante libertad de inscripción, incluso se abusa de ella, pero al menos se exige que se vote dónde se está inscrito. La idea –como ya se dijo– es que el ciudadano elija a la autoridad que lo representará y gobernará a él, y no a otros. Pero los ciudadanos que viven en el extranjero no serán gobernados por aquellos por quienes voten. Por lo mismo, sí pueden votar en nuestras elecciones los extranjeros residentes en Chile que cumplan ciertos requisitos, aun sin ser ciudadanos. Este derecho no se lo conceden todos los países a los inmigrantes.

Puede que un chileno en el exterior añore sentirse parte de la tierra que dejó, y que votar sea un acto significativo para para él. Pero el chileno que vive fuera no tendrá a los gobernantes que resulten de la votación; es injusto que uno se los imponga a otro sólo para satisfacer un anhelo simbólico. Un caso aparte lo constituyen los chilenos que viven en el extranjero cumpliendo alguna misión encomendada por Estado, pero eso no entró mayormente en la discusión.

viernes, 18 de abril de 2014

Un programa oculto

Se podría pensar que el programa de la Nueva Mayoría tiene bastante de populista. Hay pocas cosas como una gran alza de impuestos para crear tensiones y separar aguas. Los bonos permanentes, la gratuidad en la educación superior, los guiños a “la calle” y ese tipo de cosas parecen confirmar esa imagen.

Aun así, no es claro que el pueblo –lo que sea que signifique esa palabra– esté muy comprometido con el programa de los actuales gobernantes. En primer lugar porque nadie vota por programas, sino por emociones y lealtades anteriores a justificaciones racionales –además, el programa del gobierno fue entregado tan tarde que no daba el tiempo para leerlo informadamente antes de votar. En segundo lugar, son muchísimos los que no se molestan en votar.

Pero hay algo más. Una buena parte del programa de la Nueva Mayoría simplemente no está en sintonía con lo piensa o cree la mayoría, sino que es el reflejo de una pequeña elite. Es cosa de ver temas como el ya tan mencionado aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo o la marginación de la religión. Desde las redes sociales y ONGs la realidad se ve de una manera, pero twitter no es Chile.

Las cosas mencionadas arriba no son es accesorias al programa. A proyectos de ley como el AVP e identidad de género se les ha puesto “suma urgencia”. Este último recibió muy poca publicidad, hasta que hubo alguna oposición por parte de la Alianza.

Esta parte del programa, al no ser preocupación de la mayoría o, mejor dicho, al ser directamente contraria a la visión de la mayoría, no tuvo mayor figuración en las campañas políticas. Las posiciones de los candidatos frente a estos temas nunca se explicitaron. No es muy provechoso especular, pero se puede suponer que de haberse puesto todas las cartas sobre la mesa, el resultado final hubiera sido distinto.

Si acaso esto constituye engaño, abuso de confianza o al menos desprecio por los electores (ya se ha escrito mucho sobre los silencios de Michelle Bachelet), es algo puede discutirse extensamente. Pero tal como en el mercado existe la publicidad engañosa, en la política democrática puede existir el abuso y el fraude hacia el elector. Un desprecio así del hombre común y su manera de ver mundo no puede venir sino de un sentimiento de superioridad, muy propio del ingeniero social que va mucho más allá de la planificación económica.

Es difícil ponerle remedio a este tipo de corrupción de la democracia, salvo que los que una oposición convencida se atreva decirlo todo y con claridad, sin miedo a que se la califique como promotora de una campaña del terror. Esto supone, claro está, que la oposición de hecho piense distinto al actual gobierno en las materias que fueron silenciadas durante la campaña.

martes, 15 de abril de 2014

Descentralización, a partir de un ejemplo

A los que vivimos en regiones –a algunos, al menos–  la consigna de “más Estado” hace que se nos venga a la cabeza la idea de “más Santiago”. Todos parecen estar de acuerdo en que la descentralización es algo bueno, pero son menos los que sabrían decir por qué.  Al fin y al cabo, parece conveniente que todos nos vayamos a Santiago (esa es la tendencia, en todo caso) y arrendásemos el resto del país un buen inquilino. A veces da la impresión que la descentralización es más un asunto de mejorar la vida de los Santiaguinos (tantos autos en las calles, tanta gente en el metro, tanto que esperar para salir los fines de semana largos…) que del desarrollo de las regiones.

Pero por cómodo que fuese reducir el país a Santiago (qué eficientes las economías de escala, qué simples las campañas y promesas electorales en un espacio tan reducido, qué fácil gobernar un país tan centralizado desde un poder ejecutivo tan poderoso), la descentralización es necesaria. Para ilustrar esto, un ejemplo.

Hace poco que una de las instituciones donde trabajo construyó un nuevo edificio. Ganó un premio por ser un aporte arquitectónico a la ciudad (parece que el secreto está en el hormigón a la vista), pero muchas salas tenían un pequeño defecto: las ventanas no podían abrirse. Cualquiera sabe que después de una hora haciendo clases con una veintena de alumnos o más, hay que renovar el aire. No es que los arquitectos no lo hubieran pensado; la decisión quedó en manos del poder central. Una unidad de aire acondicionado renovaría el aire y regularía la temperatura según fuese necesario, sin la intervención de la población local.

Por supuesto que la central de aire acondicionado no podía saber si una sala en particular necesitaba más aire fresco que otra (por tener más alumnos o más tiempo de clases) o mayor temperatura. Además, como el que toma una mala decisión desde una central no sufre los efectos de ésta, es frecuente que el poder central sea poco eficiente o poco involucrado.

Aun bajo circunstancias adversas no se puede caer en la pasividad; el aire fresco en una sala de clases es una necesidad vital. Donde el control centralizado cierra una ventana, el profesor y los alumnos abren la puerta. Solución sub-óptima: desde los pasillos llega ruido, y en un sistema de ventilación pensado para ser controlado centralmente las puertas se cierran automáticamente. Mantenerlas abiertas requiere de un esfuerzo adicional. La silla o el basurero sirven de tope o cuña, con el consecuente deterioro de puertas y basureros. Un pequeño error al comienzo empieza a tener repercusiones insospechadas.

Mucho de esto podría evitarse, pero es muy difícil que el que tiene poder, el gobierno en Santiago, lo ceda, y en el intertanto, las regiones se han acostumbrado a recibirlo todo de la capital porque no todos los problemas son tan sencillos como ventilar una sala de clases en un moderno y premiado edificio.

martes, 8 de abril de 2014

El diálogo con la izquierda

Ahora que la derecha es nuevamente oposición y tiene tiempo para reflexionar, conviene que medite sobre aquello a lo que se opone. La izquierda chilena no es como las otras;  la Nueva Mayoría, o Vieja Concertación, no es como el Partido Laborista inglés o como el Partido Demócrata estadounidense, ni siquiera como los antiguos radicales. Tiene un lenguaje y fines propios, y no es fácil comprenderla a la primera, salvo que accidentalmente se le escape lo que lleva dentro, como le ocurrió al senador Quintana, pero eso es excepcional.

Si bien después del fracaso de los socialismos reales la izquierda a nivel mundial ha pasado a una fase post-marxista, en Chile no ha logrado hacer la transición completamente. De alguna manera sigue teniendo una lógica, o al menos un simbolismo, de guerra fría. Sus miembros –aun los jóvenes–  muestran el puño en alto cada vez que pueden. Por supuesto que esto no se aplica a todas las personas de izquierda, pero sigue siendo sorprendente que un partido como el Demócrata Cristiano prefiera aliarse con el comunismo antes que retirarse de la coalición de partidos de izquierda.

En concreto, la derecha tiene que entender que la izquierda habla otro idioma. No entiende la democracia como un sistema mediante el cual el pueblo elige a sus gobernantes. Para ella, la democracia es el sistema mediante el cual gobernantes de izquierda llegan y se mantienen en el poder. Los derechos humanos, para la izquierda, no son universales, es decir, se aplican sólo a humanos de izquierda. Lo mismo vale para la igualdad ante la ley o el estado de derecho.

La tolerancia y el  respeto a la libertad de expresión se aplican de la misma manera, y por lo mismo, no vale la pena exigírselos a la izquierda. No es que tenga un doble estándar o sea incapaz de vivir sus propios principios, es que los principios de la izquierda consisten en la consecución de su primacía, no una noción de justicia universalmente aplicable.

Un párrafo aparte merece la Iglesia. La izquierda será respetuosa de la Iglesia mientras le sea útil – ya sea para sobrevivir en tiempos difíciles, predicar un evangelio que calce con su política o negociar con grupos complicados. Pero en cuanto la Iglesia presente algún obstáculo para el programa de la izquierda, cosa que inevitablemente ha de ocurrir, los favores del pasado serán olvidados y comenzará algún tipo de persecución. El que la mayoría del país profese una religión determinada no un asunto del que la izquierda tome mucha nota, puesto que nociones como pueblo o identidad también son definidas de manera particular.

Frente a esto, la derecha tiene que darse cuenta de que un diálogo honesto con la izquierda es muy difícil. Debe exigirle a la izquierda que defina los términos que usa, aunque parezca que sean comunes y entendidos por todos. Lo que no está claro es cómo se convive con un grupo que tiene como principal meta el poder, por cualquier medio posible.

martes, 1 de abril de 2014

¿Qué puede ofrecerle la derecha a Chile?

En cierto sentido, lo que la derecha pueda ofrecerle a Chile depende de la izquierda. Una posibilidad es que la derecha le ofrezca al país políticas de izquierda atenuadas: un acuerdo de vida pareja en vez de matrimonio entre personas del mismo sexo; alzas de impuestos, pero no muy altas; etc.  Habría que preguntarse por qué una persona habría de preferir una imitación barata al objeto real.

La otra posibilidad es que la derecha le ofrezca a Chile algo distinto. Para eso tiene que intentar comprender a lo que se opone, lo que puede también ayudarle, en parte, a definir su propia identidad. La izquierda, a pesar de que su núcleo más duro nazca de un análisis materialista de las relaciones de producción, ya no se plantea solamente como un programa económico. Su planteamiento es más amplio y su fin es la autonomía del individuo (en todo caso, este fin presupone una concepción materialista de la realidad y necesita de bastante ayuda estatal). La meta es el “hombre nuevo”, más que el control gubernamental de la producción. Por eso el hincapié en la igualdad más que en la justicia, por ejemplo. Esto, por supuesto, implica un cambio radical o refundación de la sociedad.

Teniendo esto presente, para que pueda ofrecer algo al país, la derecha tendría que reevaluar el énfasis que ha puesto en la economía y bienestar material como principal aspecto de la realidad, y en la libertad –sobretodo económica– como el principal bien a proteger. Considerando lo anterior, habría que preguntarse si algunos grupos de la actual derecha chilena no tienen más en común con la izquierda post-marxista que con el sector que los vio nacer.

Frente a las refundaciones y revoluciones de la izquierda la derecha puede mostrar la bondad de lo permanente: la naturaleza humana como es –trascendente, pero también enraizada en un lugar y tiempo– y no como nos gustaría que fuese, de la sociedad como un todo orgánico e histórico y no como la realización de un plan abstracto pensado por intelectuales (“sistemas tan perfectos que nadie necesitará ser bueno” en palabras de T.S. Eliot). Nociones como libertad en el orden, familia, civilización, continuidad e identidad son bastante más sólidas que crecimiento económico y libertad de emprendimiento. Unido a esto, una denuncia clara de los males sociales –y no sólo económicos– causados por la imposición de la ideología sobre una realidad que no la resiste, puede dar lugar a un ideario que supere el materialismo, que sea un aporte para el país y que entusiasme a un número significativo de personas.

Un ofrecimiento de este tipo podría reconfigurar el eje político, dejando atrás el viejo esquema de izquierda y derecha, y dando lugar a uno de conservadores y liberales. Las nuevas alianzas, algunas fundamentales y otras meramente tácticas podrían sorprender a más de uno.