jueves, 27 de noviembre de 2014

La Teletón, un blanco fácil

Desde hace un tiempo se ha puesto de moda criticar a la Teletón. Los argumentos suelen ser que la salud es un derecho y por lo tanto no corresponde que las personas que necesitan rehabilitación tengan que esperarla de la generosidad de otros. Además, las empresas lucran con la publicidad que les hace la Teletón y esta misma publicidad exige que se expongan a la mirada pública las personas necesitadas de rehabilitación. Algo de razón hay en esto, pero no deja de recordarme lo que decía Ebenezer Scrooge, que se negaba a ayudar personalmente a los más necesitados porque para eso estaba el Estado y él ya pagaba sus impuestos. En estricto rigor la salud no puede ser un derecho, puesto nadie puede garantizarla; nadie puede exigirle al Estado o a otra persona que le devuelva la salud perdida. Lo que sí puede ser un derecho es el acceso a ciertos cuidados y tratamientos, pero un derecho así está limitado por las circunstancias y por lo mismo sujeto a ciertos límites, el alcance de los cuales se puede debatir.

Dada la realidad de la enfermedad y de la práctica médica, los cuidados y tratamientos siempre podrán ser más y mejores, y es muy difícil que el Estado esté en la vanguardia en esto, sobre todo si se trata de prestaciones a un gran número de personas. ¿Quién llega dónde el Estado no alcanza? Parece una pregunta sin sentido, teniendo presente que el control, poder y recursos del Estado moderno son algo nunca antes visto. Pero la pedestre realidad es distinta: muestra que el Estado a pesar ser poderoso nunca puede dar todo lo que los políticos prometen y es extremadamente ineficiente incluso cuando se trata de garantizar la seguridad de las personas y la integridad del territorio nacional (derechos básicos).

Por lo demás, si se ataca a la Teletón porque deja a la caridad algo debiese ser un derecho, también debiera decirse lo mismo de otras instituciones como la fundación Las Rosas, el Hogar de Cristo, Un Techo para Chile (hay empresas -¡un banco!- que han asociado su nombre a esta iniciativa), etc. Eso ya no estaría tan bien visto. En todo caso, si en un mundo o en un país ideal este tipo de instituciones no son necesarias, no es nuestro caso. Pero hay algo más, y es que las asociaciones voluntarias para la ayuda de otros hacen algo por la sociedad que el Estado difícilmente puede hacer, que es precisamente promover la solidaridad, la unión entre las personas. El Estado puede usar la fuerza para abrir el bolsillo de los contribuyentes, sacar dinero y usarlo para pagar infinidad de programas sociales, pero el Estado no puede sacar a nadie su egocentrismo y hacer que se abra al necesitado que está a su lado.

¿Y si la educación fuera un derecho?

En su columna “La mentira del Derecho a la Educación”, Gustavo Soto de la Plaza cuestiona uno de los mantras más populares de hoy: que la educación sea un derecho. Cuestionar la consigna de turno probablemente lo convierta en un hereje entre los bien pensantes, pero la realidad es más compleja de lo que él mismo insinúa. Es cierto que en el breve espacio de una columna no se puede establecer una teoría de los derechos y de la sociedad, pero una consigna no se derrota reemplazándola con otra.

Si se toma la vida como el primer derecho, ya que sin él no puede haber otros, y si se toma la libertad como el fundamento de los derechos, ya que a través de ella se es dueño de la propia vida, la propiedad privada surge naturalmente como derecho, pues sólo contando con algo propio puede sustentarse la propia vida y ejercerse la libertad. Pero esta subordinación a otros derechos muestra que la propiedad no es un derecho absoluto. La vida humana no tan simple; el hombre existe como individuo pero su vida es social (de hecho, el comienzo de toda vida humana no está en el individuo, sino en una sociedad o asociación previa). Frente a las demandas que pueda hacer la sociedad frente al individuo es tentador desestimarla como una simple colección o agrupación de individuos, dado que éstos son lo que existe primeramente. Pero de la misma manera podría negarse la existencia del individuo, si lo considera sólo como una agrupación de órganos, y así... Se trata de ver qué es lo que mantiene unidas a las partes, y análogamente, qué es lo que une a los individuos en una sociedad. Los vínculos sociales no son sólo los generados libremente; en el momento en que el individuo se hace consciente de su individualidad ya ha recibido mucho de la sociedad en que vive. La columna en cuestión, por ejemplo, está escrita en castellano y no en un lenguaje privado. La sociedad no es un límite para el individuo y sus derechos, sino el ámbito dónde pueden darse ambos.

En la contingencia diaria, la cosa se complica aún más. Por una parte, como dice Gustavo Soto, los derechos están para proteger al individuo ante las imposiciones ajenas, pero por lo mismo imponen al resto el deber de respetarlos. No es mucho el problema, los derechos negativos son básicos: para respetarlos no hace falta hacer nada, sólo abstenerse. Sin embargo esto no funciona de igual manera para todos: si el derecho a la vida de un adulto se respeta no matándolo, en el caso de un infante su derecho a la vida impone a sus padres el deber de alimentarlo, limpiarlo, abrigarlo, etc. Para ese mismo infante, la libertad expresión no significará nada si no se le enseña a hablar. Esto muestra que aún los derechos negativos pueden imponer deberes positivos sobre determinadas personas. Y el asunto no termina aquí, los derechos a la vida y a la propiedad son custodiados por la sociedad mediante instituciones, ya que no todo individuo es capaz de hacer valer sus derechos frente otro más agresivo. Establecer este tipo instituciones requiere del aporte de los que se benefician. La contribución material o personal a la sociedad no es, entonces, una imposición arbitraria de unos sobre otros.

¿Y el derecho a la educación? Por una parte la vida humana es social, y por otra, racional. Para vivir humanamente el ser humano necesita de alimento tanto para el cuerpo como para el intelecto. Si en sus primeros años el derecho a la vida implica el derecho a recibir alimento de otros, puede considerarse que el derecho a ser educado surge como una exigencia de la racionalidad humana. Ahora bien, de esto no se sigue que el deber de educar recaiga sobre el Estado; al igual que el deber de sustentar la vida física, es deber de quienes dieron inicio a esa vida preocuparse de que continúe en la mejores condiciones posibles. Aun así, a toda comunidad le conviene que sus miembros estén bien educados.  

martes, 25 de noviembre de 2014

El Colegio Cumbres y las libertades

Algunos sectores políticos afirman que en Chile  la libertad está amenazada. Se refieren principalmente a la libertad económica, pero hay otras libertades más básicas o más importantes, como la libertad religiosa, la libertad de expresión o la libertad de asociación. Si bien la libertad económica se ve afectada por la regulación, eso no es lo más grave: se puede vivir humanamente y ser libre en otros aspectos aunque el gobierno de turno agobie a los que generan riqueza (porque la riqueza material no es la única riqueza ni la libertad económica la única libertad), tal como se puede vivir humanamente y conservar la libertad interior aunque la libertad económica genere tal cantidad de bienes que el consumismo materialista llegue a ser agobiante. Pero las amenazas a la libertad de enseñanza, de expresión y de asociación son una forma más grave y profunda de control que la planificación económica: es un totalitarismo que apunta a lo más íntimo del hombre. 

Estos ataques a la libertad interior del ser humano se ven principalmente en el campo de la educación, que es donde se forma la persona. Quien educa a los jóvenes moldea el futuro. El núcleo de la actual reforma educacional no es educacional, como ya se ha dicho, es social. Es sobre todo un asunto de libertad de asociación. El Estado quiere ser quien determine con quien se juntarán los niños y qué aprenderán, e impedir que los padres puedan hacer mucho al respecto. Pero los ataques a la conciencia no vienen sólo del Estado, vienen también de grupos de presión minoritarios, que generan gran influencia social y se sirven del poder coercitivo del Estado para promover su agenda privada.

Un ejemplo claro de esto es la “explicación” que exigió el Movilh al Colegio Cumbres, por enseñar actitudes “homofóbicas” en clases de religión. No basta con la tolerancia en el espacio público, se busca la adhesión en el ámbito privado, pasando por encima de la religión que se profesa. No es suficiente acomodarse en el acto externo, se prohíbe hasta pensar distinto: la policía del pensamiento políticamente correcto (la “gaystapo”) supervisa el panorama para llamar al orden a todo el que se desvíe. El derecho a un proyecto propio, a una identidad corporativa, se desmorona, seguido por el debilitamiento de la libertad religiosa y los derechos a la libertad de conciencia, pensamiento y expresión.

La supresión de las libertades más importantes para el ser humano puede convivir con una economía bastante próspera. Es casi una condición necesaria, pues parece que mientras el estómago esté lleno, a pocos les importa qué les metan en la cabeza y el corazón. Pero para llegar a eso, es necesario que antes la cabeza y el corazón hayan estado vacíos.

martes, 18 de noviembre de 2014

¿Es tan grave lo que dijo Nicolás Correa?

La hipocresía a veces impresiona. Si un alumno de la universidad Arcis hubiera dicho algo así como “aquí todos pensamos parecido, somos todos trabajadores, deberíamos juntarnos más seguido” ni siquiera hubiera sido noticia. Pero como el que habló era estudiante de la UDD, mereció el desprecio de todo el mundo y el repudio generalizado. Es que Chile es un país clasista: espera de su clase alta un comportamiento distinto (¿mejor?) que el de sus otras clases, al mismo tiempo que la hace el blanco de sus burlas y el chivo expiatorio de sus males.

El problema no es que un tal Nicolás Correa haya dicho que la gente como él deba juntarse más seguido a hacer “su asadito”, ni que haya llegado hasta pedir disculpas públicas por lo dicho, en vez de decir que eso es lo él que piensa y que en Chile todavía hay libertad de expresión y de asociación, y nadie tiene por qué andar juzgando al resto por sus preferencias sociales.  Probablemente la falta de respuesta no muestra tanto una falta de intelecto sino más un servilismo impropio de hidalgos castellano-vascos.

Ocurre que lo dice o piensa el tal Nicolás Correa es lo que piensan casi todos los estudiantes universitarios de Chile, que de estudiantes tienen poco. Dejemos de lado eso de juntarse con los que son del mismo estrato social o piensan parecido. Es muy enriquecedor buscar lo(s) diferente, pero al final del día lo que une es lo similar, no lo distinto; para que haya amistad tiene que haber una cierta igualdad. Por lo demás, no se me ocurre ninguna razón por la cual alguien quisiera ser parte del grupo de amigos de Nicolás Correa, como para llegar a sentirse excluido. La idea de la Universidad como parque de entretenciones y centro de eventos no tiene nada de raro, es el credo de nuestra época: el hedonismo utilitarista.

No todos viven ese credo, muchos maduran en algún momento de la vida y dejan de actuar como si lo más importante en la vida fuera el pasarlo bien, pero éste sigue siendo el credo de nuestra época. Si no se puede afirmar –más allá de la subjetividad– ningún bien mayor (como la búsqueda del honor o contemplación de la verdad), el placer sensible prolongado se erige como la única meta comúnmente aceptada. Sólo así se explica, por ejemplo, la coexistencia de la promoción de la marihuana y la prohibición de la sal, o la disolución del matrimonio y la obligatoriedad del uso del casco para ciclistas. ¿Es tan grave lo que dijo Nicolás Correa? Él sólo estaba expresando el sentimiento y aspiración de una sociedad: es tremendamente grave.

martes, 11 de noviembre de 2014

El problema con los “papás” de Nicolás

El libro Nicolás tiene dos papás (que suena muy parecido a uno en inglés llamado Heather has two Mommies) sigue dando que hablar pero a pesar de todo lo que se dijo, la mayoría de los comentarios al libro y a su intento de distribución hicieron el quite al fondo del asunto. Se dijo que suponía una injusticia para los más pobres, que no pueden elegir a qué jardín infantil mandan a sus hijos; que implicaba mentirle a los niños, puesto nadie nace de dos papás; que se estaba adoctrinando a quienes no podían decidir por sí mismos; que se estaba instrumentalizando a los niños en una disputa aún no resuelta entre adultos, etc.  Por otra parte, se argumentó que el cuento mencionado lo que hace es mostrar la diversidad de la realidad, o que se trata de enseñar tolerancia y respeto.

Las posturas de uno y otro lado evitaron hacer y defender un juicio sobre las uniones y prácticas homosexuales. Con otros supuestos, sin embargo, las conclusiones serían distintas. Nadie se inquieta porque en Chile se enseñe que Bolivia inició la Guerra del Pacífico; eso no es adoctrinamiento ni tampoco instrumentaliza a los niños en una disputa no resuelta entre las Cancillerías de ambos países. Tampoco nadie diría que un cuento titulado El papá de Nicolás es narco simplemente muestra una realidad social que otros quieren esconder y que lo que importa es mostrar respeto hacia los hijos de narcotraficantes.

 En ambos casos ya hay un juicio moral previo. Entre los que se opusieron a la distribución del libro, salvo pocas excepciones (y honrosas, porque se atrevieron a manifestar su conciencia), nadie hizo pública su opinión acerca de las uniones y práctica homosexual. Parece que hay miedo en el ambiente y que ese miedo llega a la política, la academia y los medios de comunicación. Eso no es bueno para el diálogo y el debate entre personas, ni para la comprensión de temas complejos.

Tampoco es fácil hacerse entender en un tema que despierta pasiones tan fuertes y que divide aguas tan profundamente entre tolerantes y odiosos, entre buenos y malos. Sin embargo se puede hacer una consideración, entre muchas posibles, que ayude a aclarar aguas tan revueltas. Se trata de la distinción entre personas y grupos de personas. Que todos los seres humanos seamos iguales en dignidad, o que un ser humano sea igual a cualquier otro, no implica que las uniones entre seres humanos sean iguales unas a otras. No es lo mismo un grupo de jóvenes que se junta para ir de trabajos de verano que un grupo que se junta para carretear. No hace falta decir que cada uno de esos jóvenes merece el mismo respeto que los otros, pero que los respectivos grupos no. De la misma manera, las uniones de personas del mismo sexo no son equiparables a uniones entre personas de distinto sexo, porque las primeras no pueden –por mucho que lo intenten– hacer lo que hacen las segundas: actos de tipo reproductivo, para los cuales es necesaria la complementariedad de los sexos. Eso no es menoscabo, es la realidad de las cosas.

Una segunda consideración, y que se deriva de lo anterior, es la consideración moral de la práctica homosexual. Si es positiva, entonces no habría problema en entregar el libro a niños pequeños, pero es precisamente por esto que existe oposición. La cuestión es compleja, ya que exige pensar más allá de las consignas y categorías de esta época.

Pareciera que la moral individual no existe, que él único criterio de bondad es la ayuda (material) a otros y que el único criterio de maldad es el daño (material) a otros, como si no hubiera previamente una armonía interna que ordena la relación con los demás. En este contexto es obvio pensar que lo que hagan dos adultos en privado con previo consentimiento no puede ser malo, y por lo mismo nada se les puede decir a los “papás” de Nicolás.

Por lo mismo, en el ámbito sexual sólo se considera inmoral una conducta que dañe a otro. La noción de que exista una función propia de las inclinaciones humanas, y por lo tanto un buen o mal uso o gobierno de ellas es algo que está fuera del horizonte. Sin embargo habría que reconsiderar si el criterio de bondad o maldad, de patología o normalidad, está dado sólo por el daño. Si se considera que el impulso sexual del ser humano tiene un fin propio, independiente de la voluntad del individuo, la desviación de este fin es un desorden. Enseñar a los niños que lo que es un desorden es algo normal está mal. Pero hoy en día casi nadie acepta nociones  de naturaleza, fin y orden que la voluntad o el deseo personal no puedan cambiar, menos en el ámbito sexual. Al final, el debate no es acerca de la homosexualidad propiamente tal, es sobre el hombre y la estructura de la realidad, y es un debate muy largo, que comenzó mucho antes del ‘68.

martes, 4 de noviembre de 2014

Contradicciones de la Eutanasia

La eutanasia parece ser un problema de inconmensurabilidad irreductible. Si se toma como punto de partida la autonomía individual, es casi completamente lógico afirmar el derecho a tomar la propia vida cuando parezca conveniente (aunque implique hacer una distinción entre la vida y la persona, considerando la vida como un bien de la persona y no como el sujeto mismo). Más todavía, el suicidio podría tomarse como la manifestación máxima y definitiva de la propia autonomía: disponer de uno mismo hasta la propia destrucción. Si acaso acabar con el propio “yo” implica también la anulación de la autonomía y por lo tanto una contradicción en términos, es otro problema.

En cambio, por otra parte, si se considera que la autonomía personal no es absoluta, que el individuo no puede disponer completamente de sí mismo,  ya sea por vínculos sociales previos o por la dependencia del Creador, entonces el suicidio no parece algo lícito. De hecho, cuando Santo Tomás de Aquino trata del suicidio en su consideración de la justicia, nota que el individuo tiene deberes con la comunidad y que el suicida haría abandono de esos deberes. Ambas posiciones, al tener puntos de partida tan distintos, no parecen reconciliables; no sería posible un punto de encuentro ni diálogo entre ellas.

Sin embargo, aunque el suicidio implicase una injusticia para con la comunidad se entiende que no tendría mucho sentido legislar en su contra: quien quiera tomar su propia vida puede hacerlo sin mayor impedimento y una vez realizado el acto éste no puede ser castigado. Pero no es este el problema de la eutanasia. La eutanasia, tal como se la concibe hoy, no es un suicidio a la Hemingway: un trago de whisky, un escopetazo sin pedirle permiso ni perdón a nadie y al infierno con todo. La eutanasia busca la asistencia en el suicidio, ayuda en el acto, reconocimiento de un derecho por parte del resto y hasta la aprobación de los demás en la decisión de morir.

La eutanasia busca el apoyo de las leyes y mira a la sociedad (a la que se renuncia). ¿No se trataba de la autonomía personal? La eutanasia, en la medida que busca la asistencia material en el acto del suicidio de quien está impedido para hacerlo por sí mismo, en la medida en que busca la aprobación social mediante las leyes y la afirmación de la comunidad, hace patente que el ser humano no es completamente autónomo. Es un animal racional dependiente, como dice Mac Intyre, por mucho que le pese, y si no lo fuese, no sería humano.