martes, 25 de diciembre de 2012

Navidad

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

La memoria –individual y colectiva– engaña. Es común creer que algunas cosas, por llevar mucho tiempo de cierta manera, siempre han sido como son. Pero el mundo ha sufrido cambios radicales, tanto, que es difícil llegar a imaginarse como era antes. Del pasado queda una memoria vaga y filtrada por el presente.

Sin embargo, se puede acceder al pasado remoto, sólo hace falta un poco de lectura y capacidad de ponerse en una situación muy distinta a la propia. Si se leen textos como el Gilgamesh, la Ilíada, o incluso el Beowulf, se puede ver el mundo como era antes,  uno puede darse cuenta que ciertas prácticas del mundo antiguo, que hoy nos parecen intolerables e incomprensibles (aunque siempre están rebrotando), como el infanticidio, los juegos de gladiadores, la tortura pública, la esclavitud o los sacrificios humanos, se aceptaban sin el menor cuestionamiento.  Además reinaba la incertidumbre y, sobre todo, la desesperanza acerca del destino final del ser humano. Todo eso en medio del mayor refinamiento y civilización.

Así era Roma, por ejemplo, hace poco menos de dos mil años. En la ciudad que creó, y perdió, la forma republicana de gobierno el padre podía decidir sobre la vida del hijo recién nacido. Las otras sociedades antiguas no eran muy distintas. En la Atenas de Pericles, donde brevemente floreció la democracia, se podía comprar un esclavo como quien compra un caballo. En Cartago, próspero puerto e imperio comercial, se ofrecían sacrificios de niños a Moloc. Los pueblos germanos hacían de la guerra una forma de vida, y los otros pueblos -salvo uno- al oriente y en la América no descubierta, no lo hacían mucho mejor.

Pero el mundo cambió. De la antigüedad nos queda lo bueno: la filosofía y el arte en todas sus formas. Los dioses terribles (de la violencia, de la lujuria y de la avaricia) están relativamente domesticados. Ya no nos parece natural que unos hombres puedan comprar a otros, que el espectáculo de dos matándose en combate sea una diversión adecuada para una multitud o que la venganza sea la ley que debe regir a los hombres.

Cambió el mundo, entre otras cosas, porque cambió nuestra imagen del hombre. ¿Hace falta decir qué fue lo que hizo que prácticas milenarias de inhumanidad comenzaran a ser abandonadas hace poco menos de dos mil años? Nació un niño, que nos hizo reconocer al hombre, pero para eso, antes, nos mostró a Dios. Y eso es lo que celebramos el 25 de diciembre.

martes, 11 de diciembre de 2012

Fraude Académico

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Causó sorpresa que se descubriera fraude en la acreditación de ciertas universidades. Pero que algún funcionario del CNA haya recibido sobornos para poner una buena nota no debería sorprender a nadie: en Chile el fraude académico es algo tan común que es casi parte de nuestra (falta de) cultura.

Es grave, además, que estas irregularidades se hayan descubierto no por la calidad de los egresados o porque alguna persona honesta haya decidido poner fin al abuso, sino porque los problemas financieros de una universidad motivaron una investigación más profunda. Este tipo de cosas suelen aparecer sorpresivamente, no porque nadie sospeche, sino porque es más cómodo mirar para el lado y hacer como que no pasa nada, hasta que la situación revienta.

Pero nada llega a grande sin tener pequeños comienzos. El fraude académico empieza en la sala de clases, entre copias y torpedos. Muchas cosas contribuyen a esto, pero me parece que un momento como este conviene concentrarse en uno: una gran cantidad de personas simplemente no tiene otro fundamento para actuar bien que la presión social. Sin embargo, la presión social no opera mucho cuando se trata de cosas que por su naturaleza se mantienen ocultas.

Lo anterior es patente cuando se pregunta a los alumnos algo como “¿por qué está mal copiar en un examen?” Si la pregunta es parte del examen, la reacción es de risa – una risa corta y nerviosa. Pero las respuestas suelen dejar bastante que desear. “Porque lo prohíbe la ley” dice uno. No estoy seguro si entre las miles de leyes que imperan sobre el territorio haya alguna que prohíba la copia. “Porque es mal visto por la sociedad” dice otro, pero resulta que al menos en la sociedad estudiantil es una práctica completamente aceptada, incluso podría decirse que en algunos casos es bien vista. Algún otro dice que copiar está mal porque implica mentira, y la mentira, porque implica engaño, pero no es capaz de explicar por qué está mal engañar. (El que va más lejos indica que con esas prácticas se disgrega la sociedad, pero no puede articular por qué hay que preservarla).

No es que los alumnos, copien o no, sean malas personas: todos aceptan que el fraude es algo malo, ninguno dice que se puede engañar mientras uno no sea descubierto. Pero no pueden dar razón de lo que afirman. No parece ser tan grave, en general se portan bien, pero como no hay un fundamento sólido, la disposición a actuar bien es débil y puede derrumbarse en la primera dificultad. Si ha habido poco tiempo para estudiar, si el mejor alumno del curso está sentado justo adelante, si la nota de presentación es baja, si el profesor se distrae… la tentación es demasiado fuerte para quien se mueve sólo por lo que es bien visto.

Por eso nadie debiera sorprenderse que haya fraude académico entre los garantes de la calidad de la educación. Lo hay desde la enseñanza básica hasta el último de año de universidad. Es común y se lo castiga poco. Muy pocos pueden explicar bien por qué debieran abstenerse de engañar al resto si nadie se va a dar cuenta, y algunos, de hecho, lo hacen al más alto nivel.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Información y participación

por Federico García (publicado en ChileB)

Hablar de la crisis cívica en Chile ya es un lugar común, del cual no parece haber mucha salida. Curiosamente esta crisis tiene dos manifestaciones contrarias: por un lado la apatía que hace que la mayoría de las personas no sólo no vote, sino que tampoco asista a actividades como una reunión de la junta de vecinos o tome medidas como escribir un correo electrónico al diputado de su distrito. Al otro lado tenemos la actividad frenética y muchas veces violenta: marchas, rayados de paredes, bloqueo de caminos y cualquier cosa que llame la atención de la prensa y presione a las autoridades con urgencia. Es frecuente que para reclamar por derechos legítimos algunos pasen a llevar los de otros, sin mayores miramientos.

Podría añadirse, además, que hay muchas otras manifestaciones de la crisis de civismo, como el descuido por el cuidado del entorno físico, u otras más graves, como los casos de corrupción a los que nos estamos acostumbrando.

¿Será que hay un par generaciones a las que nadie les enseñó a vivir en sociedad? ¿Será que después de su experiencia de vida muchos han concluido que siempre prevalece el más fuerte o el más astuto? Es un problema, porque aunque el ser humano necesita de la sociedad para poder vivir y desarrollarse, no se integra automáticamente: tiene que aprender a hacerlo. El fracaso de esto es la ley de la selva, que parece imperar en algunos aspectos de nuestra sociedad. El debate, en cambio, aun dentro del más profundo desacuerdo implica la búsqueda de algún punto en común –aunque sea sólo la afirmación que es mejor pelear con palabras que con golpes. Pero involucrarse en la vida común implica cierto sacrificio, y ocurre, como en tantas cosas, que muchos se contentan con lo mínimo y viven en su propio mundo, casi al margen de la sociedad.

No es que no haya relaciones con otras personas, al contrario, las hay muchas e intensas, pero concentradas en el ámbito privado, tan privado que a veces son más virtuales que reales; lo público corre el peligro de quedar reducido a un mínimo. Es cosa de ver como las redes sociales se transforman en cajas de resonancia para las ideas favoritas de los que están conectados, y el que se atreve a cuestionarlas de manera directa recibe una avalancha de descalificaciones.

En parte, el problema es que la realidad es compleja, y por lo mismo, participar en ella no es fácil. Es imposible estar al tanto de los problemas económicos, medioambientales, políticos, educacionales, etc. que nos rodean. Además de compleja, es cambiante, lo que hace aún más difícil estar al día.

Frente a esto, la tentación de la comodidad es fuerte: la participación parece difícil y estéril, y es más fácil dejar que otros hagan el trabajo de configurar la sociedad. Pero esa puede ser la impresión del que mira desde la banca, el que participa sabe que tendrá que mojar la camiseta, pero que también que el resultado, y el proceso, será satisfactorio. El primer paso para participar, para entrar en lo público, es salir de sí mismo y abrirse al mundo más amplio. Lamentablemente esto no es algo que pueda generarse por decreto o técnica, es fruto de un convencimiento personal. El segundo es informarse. No es poco lo que está en juego; dependiendo de cómo se resuelvan los problemas de hoy, será la realidad por muchos años.