martes, 27 de diciembre de 2011

¿Cuánto vale un ser humano?

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Hace poco más de doscientos años en Chile se podía comprar un ser humano. Dentro de poco se podrá de nuevo. No hay que asombrarse, aunque los tiempos cambien aún no hay nada nuevo bajo el sol. No es que vaya a regresar a la esclavitud que existió legalmente en nuestro país y que todavía existe en otros lugares de manera más o menos oculta, sino que viene algo que lleva la degradación de la persona a niveles todavía más bajos.

Se trata de comprar un ser humano hecho por encargo. Es algo que ya se puede hacer algunos países. Se pueden comprar los espermios en un banco (eligiendo el productor según las características deseadas), lo mismo un óvulo. Por una módica suma, un técnico los junta en un laboratorio y para no tener que pasar por el incómodo proceso del embarazo se puede arrendar un útero surrogante. ¿Cuánto cuesta todo eso? No lo sé. ¿A quién pertenece el nuevo ser humano? ¿Bajo qué título? Es complejo, pero las partes de las que se hace la nueva persona –y el proceso para producirla– son del que paga por ellos. ¿Se puede comprar un ser humano? Después de doscientos años, parece que sí.

No digo esto por exagerar, sino porque una universidad acaba de anunciar que ha formado un centro para implementar este tipo de procesos en Chile. Claro, no llegaremos a los extremos que nos mostró Huxley en el Mundo feliz, al menos no por ahora. Pero aun así es interesante comprender cuáles son los principios y visión del hombre que fundamentan este tipo de iniciativas.

Principios no son lo mismo que justificaciones: siempre hay justificaciones para todo. La visión de fondo y sus implicancias son algo distinto. En los lugares dónde se manipulan embriones humanos siempre se apela al dolor de quienes no pueden tener hijos, a la salud humana, a la ciencia. Cosas muy válidas, pero que son intenciones y no fundamentos. Y las intenciones no son un cheque en blanco, no si se entiende que el fin no justifica cualquier medio y que el ser humano no puede ser tomado como un objeto o bien de consumo. Este error ya se ha cometido en la historia de Occidente y con razón nos avergonzamos de ello. 

Es que el ser humano es algo muy especial. Nadie tiene derecho a un ser humano, ni siquiera quienes quisieran un hijo y no pueden tenerlo. Porque el ser humano es sujeto (de derechos), no objeto para ser derecho de otros. El ser humano es, como decía un filósofo que vivió en carne propia los horrores del siglo XX, un don.

Aunque no sea evidente, el daño más grave en esto es para quien trata a otros seres humanos como objetos. Decía Frederick Douglass en su Narrativa de un Esclavo americano que la esclavitud degrada más al negrero que al esclavo; aquel se hace más inhumano que su humana mercancía. Quienes hoy trafican con seres humanos –aunque sea en su etapa de embrión– serán tenidos mañana al mismo nivel que los mercaderes de esclavos de hace dos siglos. Mejor sería, en cualquier caso, no repetir errores del pasado.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Serman

por Federico García (posteado en El Mostrador)

El último impasse entre el Presidente de la República y la Ministra del Sernam ha terminado por convencerme de que hace falta un Serman. Sí, un Servicio Nacional del Varón, un Ministerio de la Hombría o algo así.

Es una exigencia de paridad. Tener un Ministerio de la Mujer y no uno para el hombre es discriminatorio; es decir públicamente, desde el Estado, que mientras las mujeres necesitan de todo un ministerio que se ocupe de sus asuntos y problemas, los hombres se las arreglan solos. O al contrario, habiendo un ministerio exclusivo para los intereses femeninos, se podría concluir que aquello de lo que se ocupan los demás (minería, economía, defensa, trabajo...) son cosas de hombres.

Para poder establecer las funciones del nuevo ministerio habría que definir la hombría. Cosa compleja, porque la hombría en este país está en un estado lamentable. Algunos hombres no parecen hombres (pokemones, emos, metrosexuales, etc.) y otros parecen bestias. No profundizaré en las causas del fenómeno, pero veinte años en los que sólo se habló de derechos y protección no pueden pasar sin más por la psyche masculina. Pero dejémoslo ahí, es mejor enfocarse en la solución que en el problema.

¿Qué haría el Serman, aparte responder a la ministra del Sernam cuando fuese necesario? Tendría que supervisar a los otros ministerios, asegurándose, por ejemplo, que el Mineduc se ocupe de que los niños aprendan cosas como prender una fogata, cambiar una rueda, disparar un arma, cavar con un chuzo o aforrarle a un matón (o “bully”), y que lean textos como el Cantar de Mío CidBeowulf, o la Ilíada - eso sí que sería educación de calidad.  O desde el Ministerio de Cultura tendría que organizar ciclos de cine con películas como Rambo,Un Hombre de dos Reinos, Duro de Matar o Cyrano de Bergerac.

El Ministerio de la Hombría tendría que hacer campañas en las que se grafique cómo se porta un hombre frente a la adversidad, o con una dama (de esas que nunca dicen que sí). Una campaña así no podría tener un “rostro”, sino un caracho. Clint Eastwood, el Comandante Whitehead o Jonathan Goldsmith podrían servir.  Las atribuciones del Serman podrían extenderse quizás hasta tener autoridad para amonestar y cursar infracciones a hombres que den mal ejemplo. Pero habría que ponerle límites: si tuviese campos de reeducación –como los que se vieron en Indonesia para los punks- sería darle demasiado poder a un ente estatal (las delicias de los socialistas, en todo caso).

Una iniciativa como el Ministerio de la Hombría generaría muchas quejas entre hombres poco hombres y sobre todo en aquellas mujeres que para triunfar necesitan un mundo de hombres afeminados.  Quizás el Serman nunca logre aprobarse: un país que lo necesite no podría construirlo, uno que pudiera hacerlo no lo necesita.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Infinito

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

La variedad de cosas que hay en el mundo, tanto natural como artificial, es casi infinita. ¿Quién puede decir que una cosa u otra sea la mejor o la más bella en su tipo? Esta variedad pone de manifiesto la limitación de las cosas materiales: nada puede agotar la perfección de su propia especie, por mucho que lo intente. Un caballo negro, por ejemplo,  no es mejor que uno blanco; ni un veloz auto deportivo es mejor auto que un duro todoterreno o que un elegante auto de lujo. Todos son buenos y tienen algo atrayente, pero que les impide ser como los otros.

En esto se ve muy claramente por qué ninguna cosa material satisface completamente al hombre, por muy buena que sea. Ningún objeto puede dar al ser humano lo que más quiere, que es la felicidad, porque el deseo de felicidad del hombre es infinito y ninguna cosa o cantidad de cosas cumple ese requisito.  Parece obvio, pero como las cosas materiales -los objetos- siempre dan alguna satisfacción, se produce el engaño de pensar que una buena cantidad o calidad de ellas llevarán a la satisfacción completa.  Pero al final ninguna cosa logra eso, porque el ser humano tiene anhelos de infinito.

Esto se hace especialmente presente en Navidad. Se anticipan regalos –que se deben comprar con el sudor de la frente, y se reciben y abren con alegría –pero siempre parece que el anticipo es mejor que el regalo, que la víspera es mejor que la fiesta (¿será porque es más inmaterial?), y al cabo de un corto tiempo, los regalos, por buenos que hayan sido, no logran entregar aquello que implícitamente prometían.

¿Qué es, entonces, lo que puede llenar ese infinito anhelo de infinito que tiene el hombre? Sólo algo infinito, y todo el universo, con sus miles de mundos, no alcanza a ser infinito. Quizás otro ser humano sea lo que más acerque al infinito. Pero por experiencia propia todos sabemos que ningún ser humano es perfecto y tampoco podrá cumplir con hacer completamente feliz a otro.

Para llenar ese anhelo del corazón humano, el infinito entró en el tiempo, se hizo finito y se puso al alcance de los hombres finitos en la primera Navidad. Esto es lo que se celebra con comidas y regalos que pueden satisfacer y llenar sólo por un momento porque son sólo un pálido reflejo de lo que el hombre anhela realmente. Si no se olvida esto, los pálidos reflejos harán más firme la determinación de alcanzar ese anhelo en el lugar donde realmente se encuentra.

martes, 29 de noviembre de 2011

Educación cívica

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Algunos parlamentarios se negaron recientemente a legislar para que el ramo de educación cívica sea obligatorio en los colegios. En la oposición no podían entenderlo, dijeron algunos diarios.

La situación actual lleva a pensar que el tema es urgente, por la falta de civilidad generalizada que se observa y por el poco interés de los jóvenes por la política. Pero es ingenuo pensar que una nueva asignatura pueda tener mucho efecto sobre los alumnos. Es cosa de ver los resultados de los ramos que se imparten hoy obligatoriamente: la mayoría de los estudiantes apenas puede entender lo que lee y eso que las clases de “lenguaje y comunicación” son obligatorias desde hace tiempo.

Es típico de cierta mentalidad pretender arreglarlo todo por decreto. Puede haber algo de razón porque los decretos a veces son un comienzo, pero insistir en un tipo de solución cuando ésta patentemente no funciona va más allá de la ingenuidad.

No es que no haya que enseñar educación cívica. Al contrario, enseñar a vivir en sociedad y a participar en lo público es de de lo más importante que puede hacer un colegio. Pero no hace falta una asignatura más. Es que casi todo lo que se enseña en un colegio, y cómo se lo enseña, debería ser educación cívica.

El saber participar o dialogar cuándo se está en un grupo de personas (levantando la mano), respetar a los demás (no interrumpiendo al que tiene la palabra), dar la importancia al deber y a la justicia (llegando a la hora para no atrasar a los demás, por ejemplo), dar la importancia debida al bien común (manteniendo la sala limpia), etc. son todas formas en la que se educa para la participación en la vida política. De más está decir que esto se aprende en la sala de clases, pero no automáticamente. Sin esta base de nada sirve que los alumnos memoricen cómo funcionan los órganos del Estado, cosa que olvidarán durante las vacaciones. Los contenidos se olvidan mientras que los hábitos quedan. Son estos los que distinguen al ciudadano, al que sabe vivir con otros, del salvaje. Si no se comprende esto, es que no se ha comprendido el fondo de la educación cívica. Lo más que se puede esperar, entonces, son soluciones parche.

En esta tarea de formar ciudadanos, los colegios, más que suplir una carencia –que la hay- deberían ser el apoyo de los padres. Es que la familia es la primera escuela y sin el papel de la familia no hay educación alguna que entre, por muchos ramos que haya que impartir por ley, educación cívica inclusive. ¿Cómo va a interesarse por lo público un niño si en su casa sólo se habla de farándula? ¿Cómo va a entender lo que es el bien común y a vivir en una sociedad política, si pasa todo el día conectado a su computador o celular? ¿Cómo va a entender que ocupa un lugar en una comunidad si nunca hace su cama o coopera con alguna tarea doméstica? Son cosas básicas, pero son la base de la participación en la sociedad. Las cosas más importantes se aprenden en la familia y sin ella ninguna ley tendrá mucho efecto.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Modelos Chilenos

por Federico García (publicado en El Post)

Pareciera que la solución nuestros problemas en educación está afuera: algunos miran a México y a Argentina con sus universidades estatales abiertas y gratuitas, otros a Corea y a Japón, con el énfasis en matemáticas y ciencias, hay algunos que añoramos la educación clásica del Gymnasium alemán, o la espartana austeridad del Public School inglés, y para muchos Finlandia parece ser la tierra prometida de la educación por sus altos resultados en las pruebas PISA.

No está mal aprender de otros pueblos. Pero no debemos olvidar que la educación no ocurre sólo dentro del aula, sino en toda la vida de la persona, en toda la sociedad. Importar un modelo educativo extranjero, por muy exitoso que sea un su país de origen, no servirá de nada si no se tienen en cuenta los demás factores que lo acompañan.

En el alabado sistema Finlandés, por ejemplo, la educación es obligatoria sólo a partir de los siete años. Casi no hay tareas. Sólo hay una prueba estandarizada a nivel nacional en toda la vida escolar. (Pareciera que el sistema escolar más exitoso del mundo hace todo lo contrario que hacemos nosotros, con la jornada escolar completa, énfasis en la educación preescolar y todo tipo de mediciones.) Pero en Finlandia las madres tienen un postnatal de tres años. Habría que ver qué programas de televisión ven los niños Finlandeses, qué programas de televisión ven sus padres. En Finlandia, además, los profesores reciben el mismo respeto y consideración social que médicos y abogados.

Se podría abundar, pero es claro que no es sólo cuestión de sistema, sino también de una mentalidad, que se refleja en un sistema. Como cambiar una mentalidad es difícil y toma mucho tiempo, no sería mala idea, antes de viajar por el mundo buscando sistemas que nos arreglen el problema, mirar aquellos proyectos educativos en chilenos que funcionan y dan buenos resultados. Algunos son estatales, otros privados, unos trabajan con alumnos en riesgo, otros con alumnos de entornos estables. Algunos están en Santiago, otros en Provincia. ¿Qué es lo que tienen en común? ¿Qué es lo que los gestores de esos proyectos consideran más importante? ¿Qué es lo que los hace distintos de los demás? Ejemplos de colegios, institutos profesionales y universidades de excelencia hay muchos en nuestro país. ¿No podrían replicarse los modelos exitosos ya probados en Chile, en vez de buscar afuera una solución que necesariamente será aplicada a medias?

martes, 15 de noviembre de 2011

No existe un derecho universal al matrimonio

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

El reciente fallo del Tribunal Constitucional ha abierto nuevamente la discusión sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo. Es comprensible que algunos homosexuales se sientan discriminados por no poder casarse, pero una mirada más amplia a la cuestión muestra que la discriminación no es todo lo que está en juego.

Casarse no es un derecho universal, nunca lo ha sido. Los menores de edad -esos que tienen derecho a una educación de calidad-  no tienen derecho a contraer matrimonio y eso no es discriminación arbitraria.

Las sociedades se toman muy en serio el matrimonio y ponen restricciones porque de él nacen los hijos. Los niños son la siguiente generación, la que dará continuidad a la comunidad. A la generación futura,  que sólo puede venir de la unión entre hombre y mujer, hay que protegerla. Aunque este tipo uniones haya variado en el tiempo, la experiencia acumulada de la especie muestra que el ambiente más propicio para que crezcan los niños es el que resulta de la unión estable y exclusiva de sus padres.

Es por eso que el Estado da a la unión entre hombre y mujer un reconocimiento especial. No es una unión cualquiera, sino una con efectos públicos, de los cuales depende la supervivencia de la sociedad. Engendrar y criar a los nuevos ciudadanos es algo que ninguna otra institución puede hacer. Es una tarea crucial, de largo aliento y nada de fácil; le corresponde, por tanto, algún reconocimiento público.

Si se niega, como lo hizo el voto disidente del Tribunal Constitucional, que el matrimonio sea para los hijos,  habrá que preguntarse qué es lo esencial. El afecto, dicen algunos, pero no se ha examinado lo que implica. ¿Habría alguna razón de peso para prohibir la poligamia y el matrimonio entre consanguíneos si el afecto fuera lo constitutivo del matrimonio? La sociedad siempre ha reconocido múltiples y variadas relaciones de afecto (amistad, relación maestro-discípulo, etc.),  pero hasta ahora no ha visto la necesidad de que sean reguladas por el Estado. ¿De dónde viene este afán? Sólo se regulan las uniones de quienes pueden o podrían tener hijos por la importancia que esto tiene.

Así como no es discriminación arbitraria el que no se puedan casar menores de edad, consanguíneos o tríos de personas, porque ese tipo de unión iría en detrimento de los hijos, tampoco lo es el que no se puedan casar dos personas del mismo sexo, ya que por naturaleza no pueden tener descendencia y eso hace que esa unión sea radicalmente distinta de lo que es el matrimonio.

Por lo demás, los homosexuales en Chile no sufren discriminación legal: pueden organizarse, formar asociaciones, publicar sus escritos, manifestarse en la calle, etc. Lo que se busca realmente al intentar legalizar las uniones entre personas del mismo sexo es algo que tendríamos que preguntárselo a Freud.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Recuerde el alma dormida…

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

"Igual te vai a morir, pela'o" fue lo que escuchó mi calvo profesor mientras trotaba. La voz venía de arriba, desde un edificio en construcción y el profesor reconoció la sabiduría de esa frase. Toda vida, no importa cuánto se haga por conservarla, termina en la muerte. Tan así es, que los alumnos de Biología siempre mencionan la muerte como una característica de los seres vivos, aunque parezca contradictorio.

A pesar de esto, gran parte de nuestros esfuerzos se centran en alargar la vida. Notable es que en nuestra sociedad sólo existen acuerdos cuando se trata  de mantener la salud corporal. Asombra pensar que Sócrates fue juzgado por corromper a la juventud pero nosotros perseguimos a los fumadores. Es comprensible, nadie quiere morir todavía. Sin embargo hay más en la vida que sólo mantenerla y alargarla. Si ese fuera el fin, toda vida estaría destinada al fracaso desde su inicio.

Este afán por mantener la vida y la salud nos muestra la importancia de distinguir entre lo importante y lo necesario. Necesario es respirar, nutrirse, salir a trotar... Pero después hay que decidir qué hacer con la vida y la salud que tanto cuestan mantener. Eso es lo importante, porque si la vida se transforma en un fin en sí mismo, el vivir pierde su sentido.

El peligro está en que entre tanta distracción lo importante puede pasar a segundo plano y hasta al olvido.  No es éste el lugar para disertar sobre dónde y cómo ha de buscarse el sentido de la vida, pero se puede hacer una pequeña recomendación: dado que los problemas humanos como éste son constantes, muchos han escrito sobre ellos después reflexionar. El tiempo, que todo lo vence, nos indica cuáles son los libros que valen la pena. La Ética de Aristóteles, la Consolación de la Filosofía de Boecio o las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique pueden ser un buen punto de partida.

Aunque la consideración de la muerte no sea el pensamiento más alegre, puede ser útil. Nos muestra que la vida viene con un plazo: lo que no se hace en los años que pasamos en la tierra, simplemente no se hará. Si no buscamos la razón del vivir, corremos el peligro de pasar por la vida como por un sueño. La muerte es un límite, pero un límite cuya contemplación nos despierta.

El tema urge, porque podría ser que por tanto ajetreo lleguemos a la vejez sin darnos cuenta que hemos dedicado poco tiempo a lo realmente importante, hasta que un sabio grite desde lo alto "igual te vai a morir, pela'o".

martes, 1 de noviembre de 2011

Tu libertad termina donde empieza la mía ¿o al revés?

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Entre los eslóganes de moda no hay ninguno con tanto potencial cómo este para hacer desagradable la vida de los demás.

Hace unos días trataba de trabajar en silencio mientras en la misma sala otra persona escuchaba música. ¿Quién pasaba a llevar los derechos del otro? ¿El que escuchaba música o el que pedía silencio? Un poco a mi izquierda había otro que evidentemente hacía uso de su libertad de prescindir del baño diario. El problema de las libertades, y el conflicto que se genera, ha estado presente en la mayoría de las recientes manifestaciones sociales: la libertad de manifestarse en la calle contra el derecho al orden público, el derecho parar las clases versus el derecho a estudiar, etc.

Que mi libertad termina donde empieza la del otro es, por eso, un eslogan vacío, por mucho que se le atribuya a un brillante pensador decimonónico. Vacío porque nadie sabe exactamente cuál es ese lugar donde termina la libertad de uno y empieza la del otro, y mucho menos quién y cómo fija ese límite. La discusión, tomando esta consigna como punto de partida, puede llegar al infinito.

¿Cómo se resuelve este conflicto cuando el eslogan no funciona? Una posibilidad es recurrir a la fuerza. Eso es justamente lo que hacen muchos para garantizar sus derechos auto conferidos. Pero el recurso a la fuerza -la ley de la selva- es justo lo que quiere evitar quien se apoya en esta idea. Ha de agradecerse al eslogan y a quien lo propuso el haber mostrado cuál es el problema, pero éste tendrá que ser resuelto por otra vía, porque esa frase será atractiva pero no tiene contenido.

El problema es que, cuando hay dos libertades con aspiraciones irreconciliables, una tiene que primar sobre la otra. No hay más salida. Si el eslogan pretende maximizar la libertad, lo cual es bueno, la vida cotidiana muestra que el límite a la libertad no lo puede poner la libertad de otros, a no ser que se quiera descender a la ley del más fuerte. Habrá que ver, entonces, cuál de las dos libertades en pugna tiene de su parte la razón o el derecho, pero esto implica apelar a algún bien superior a la libertad misma. Esto es algo que va más allá de la idea en la que se funda el famoso eslogan: demuestra que una sociedad no puede sustentarse en una mera evasión de conflictos (ilusoria, por lo demás) o dicho de modo abstracto, sobre un fundamento negativo.

¿Qué es eso que está por sobre la libertad? ¿Acaso no es la libertad el bien superior? Aunque parezca atractivo pensar así, es casi absurdo. Es casi absurdo porque la libertad es sólo una capacidad, y una capacidad necesita de un objeto para llegar a ser plena, es decir, si no se elige algo, la libertad termina en nada. Esto obliga a volver a una concepción de la sociedad fundada en una idea del bien común. Significa volver a una idea de la libertad que sea algo más que una ausencia de coerción, a una idea de la libertad entendida como “libertad para”, es decir, dirigida hacia algún bien. No es fácil determinar esto, pero la realidad suele ser compleja y reacia a acomodarse a fórmulas y soluciones fáciles. La gran pregunta es, entonces, dónde empieza el derecho a poner límites a la libertad de otros, y sobre todo, por qué.

martes, 18 de octubre de 2011

Democracia y tomas

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Cuando le planteé, tímidamente, a un alumno partidario de la toma de su Facultad, que no tenía derecho a impedir asistir a clases a los alumnos que no estaban de acuerdo con la toma, me respondió "es que es la mejor manera de presionar". Yo creía que Platón había demostrado concluyentemente que el fin no justifica los medios, pero no puedo culpar a ese alumno de ignorarlo, si hasta él se da cuenta de que la educación que ha recibido no es muy buena. Cuando insistí diciendo que si la educación es un derecho no se puede impedir que haya clases para los que quieren recibirlas, respondió que la asamblea estudiantil, que era soberana, había decidido la toma, y había que respetar la decisión. ¡Qué obediencia a la autoridad! Por supuesto que no tenía idea quién le había otorgado a la asamblea estudiantil el poder de decidir esas cosas. Me pareció que una asamblea que se otorga a sí misma plenos poderes sobre otros está entre lo ridículo y lo totalitario.

Esa conversación me dejó pensando sobre la cuestión de la legitimidad del poder, incluido el poder democrático. ¿Quién puede darle poder a una mayoría para privar a la minoría de algo que se considera un derecho? La participación universal en la política se basa en la igualdad entre los seres humanos. Si todas las personas somos fundamentalmente iguales, entonces todas tenemos el mismo derecho a participar en el gobierno. Por el contrario, si hay personas que son, por la razón que sea, inherentemente superiores a otras, a aquellas les correspondería gobernar y a las demás obedecer.

Asumiendo que todas las personas son iguales y capaces de participar en el gobierno, un sistema que nace de manera casi natural es el de la decisión por mayoría de votos, ya no todos pueden ejercer el poder directa y simultáneamente. Pero es aquí donde una democracia puede demoler su propia base: si empieza a tratar a la minoría como objetos sin derechos (ya sea como medios de presión, de obtención de ventajas, etc.) y no como seres humanos iguales a la mayoría, se queda sin fundamento. Ya no es el gobierno del pueblo o el gobierno de iguales por sus iguales, entendiendo que todo el pueblo tiene derecho a participar en el gobierno, sino en el gobierno del más fuerte. El que la fuerza esté dada por números es sólo una circunstancia. Ahora, si se da esa situación, la minoría a la que no se le han respetado sus derechos podría llegar a comportarse de igual manera e imponerse mediante algún otro tipo de fuerza. Se ha socavado el fundamento de la democracia aunque el que gobierna por la fuerza use mecanismos en apariencia democráticos.

Intentar hacer de la voz de la mayoría la ley suprema, sin respetar ningún derecho pre-existente, es abrir una caja de Pandora que eventualmente acabará con la democracia en la que se apoya esta noción. Por eso es preocupante que idealistas estudiantes nieguen a otros sus derechos a estudiar o a trabajar, sólo porque una mayoría (bastante relativa por lo demás) lo decreta permisible, sin cuestionarse el derecho o la legitimidad del poder que ejercen.

jueves, 13 de octubre de 2011

Enseñar ética

por Federico García, publicado en El Diario de Concepción

Siempre ocurre que después de algún escándalo financiero, como el de Enron hace varios años o el más reciente de La Polar, suenan algunas voces indicando que es indispensable que se incorpore algún ramo de ética a los programas de Ingeniería Comercial, MBA y otros.

Los que impartimos cursos de ética, que ya están incorporados en muchos de estos programas, no podemos sino sonreír. ¡Cómo si obligar a la gente a estudiar ética fuera a hacerla buena! No es que no sirvan, pero no son lo más importante. Es que la ética es un saber práctico, de los que se aprende haciendo. Ninguna cantidad de horas escuchando lecciones de moral puede reemplazar al ejercicio diario de actos buenos, que llevan a una persona a tener una vida recta.

¿Cómo enseñar ética, entonces? Sin duda la reflexión sobre el actuar humano, en una bien pensada clase, puede ponerlo en una sólida base. Sin embargo, la enseñanza de la ética ocurre en todo momento, incluso en el aula, pero no en forma teórica. La enseñanza de la ética ocurre en primer lugar con el buen ejemplo del profesor, que llega a la hora porque es de justicia para con los estudiantes, que no regala las notas para evitarse malos ratos, que nunca termina la clase antes de la hora para congraciarse con sus alumnos, etc. La enseñanza de la ética se da también en las exigencias prácticas a los alumnos: cuando no se tolera la más mínima copia en pruebas, o no se deja pasar un trabajo mal hecho, por ejemplo, o cuando se hacen valer y no se relajan las indicaciones estipuladas en el programa al comienzo del año, cuando se le llama la atención, siempre, al alumno que llega atrasado porque la impuntualidad es una falta de respeto.

Esto se puede hacer en cualquier ramo, no sólo en ética. Y este tipo de enseñanza no es sola responsabilidad de quienes nos dedicamos profesionalmente al estudio de cuestiones morales, sino de todas las personas que tienen alguna incidencia en la educación de otras. Así se previenen, desde sus posibles orígenes, los desfalcos, la corrupción y otros males a gran escala. Si se descuida esto, sin embargo, el alumno de un MBA o de ingeniería comercial recibirá sus lecciones de ética empresarial, pero será un conocimiento vacío, que habrá llegado demasiado tarde por no estar respaldado en la práctica diaria, que es donde se enseña y se aprende la ética.

martes, 4 de octubre de 2011

Iglesia y Concertación

por Federico García
(publicado en El Sur, de Concepción)

Que los líderes de la Concertación no fuera al tradicional Te Deum en la Catedral de Santiago el pasado 18 de septiembre llamó la atención de todo Chile, y no sólo por la mala educación.

Aunque nadie esté obligado a ir a la Misa de Acción de Gracias, el Te Deum de Santiago siempre ha tenido buena concurrencia de parte de todos los sectores políticos. Sin ser parte del protocolo oficial, es una tradición –un rito republicano, si se quiere- que es importantes por lo que representa.

La ausencia de la izquierda este año no fue una simple omisión. ¿Una señal de la disolución del conglomerado del arco iris? ¿Una demostración práctica de que ni siquiera  sus dirigentes se consideran a sí mismos como líderes? ¿Una iniciativa para desmarcarse del Gobierno que pasa por encima de la necesidad de mostrar unidad nacional durante las fiestas patrias?

Difícil saberlo, pero probablemente haya algo más todavía. La Izquierda siempre se preocupó de mantener buenas y estables relaciones con la Iglesia. Mal que mal, estuvo muy necesitada de la ayuda eclesiástica durante el Gobierno Militar y en ella encontró protección. Durante los veinte años que siguieron, el gobierno concertacionista siempre recurrió a la Iglesia cuando se presentaba algún conflicto. A pesar de la separación entre Iglesia y Estado que existe desde 1925, los obispos mediaron con cuanto grupo había que pusiera al gobierno en apuros, y generalmente contribuyeron a alcanzar la paz. (Por qué los obispos no pidieron, a cambio de tantos servicios algunas garantías que impidieran la erosión de las buenas costumbres, es algo que no termino de entender).

¿Por qué esta repentina frialdad o distancia de la Concertación? Dentro de la ella siempre ha habido quienes hacen alarde de su condición de católicos. Recuerdo un candidato que aparecía en su foto de campaña con su parroquia de fondo. Uno de sus partidos incluso se declara oficialmente “cristiano” (en el nombre al menos). ¿Por qué este desaire concertado? ¿Será para que ciertos grupos o personas dentro de la Concertación se muestren más decididamente de un lado u otro? ¿Será para macar la identidad del nuevo conglomerado opositor?

Ni la historia, ni la antigua amistad y ni siquiera el peso de las tradiciones fueron razones suficientes para que los líderes de la izquierda nacional asistieran al Te Deum. ¿Será que ahora que no son gobierno la Iglesia ya no puede hacerles ningún servicio por lo que se la descarta? Si así fuera, este gesto habría mostrado la verdadera naturaleza de la antigua amistad, además de la tendencia muy chilena a actuar con mirada a corto plazo. Como sea, en Chile las memorias son frágiles y nadie se acuerda de nada pasados unos meses, por lo que darse un pequeño lujo faltando a la buena educación con viejos amigo, o atentando simbólicamente contra la unidad nacional puede no tener costo alguno. Quiera Dios que quienes tengan que sacar alguna lección de este impasse, lo hagan.

martes, 20 de septiembre de 2011

El movimiento estudiantil, por dentro

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Los movimientos verdaderamente populares han sido pocos en la historia, porque las revoluciones no las hace el pueblo sino los intelectuales usando al pueblo como carne de cañón. El movimiento estudiantil no es una excepción.

No crea usted que el movimiento estudiantil es espontáneo. Ya el año pasado se hablaba de movilizaciones, pero los efectos del terremoto eran muy recientes como para llevarlas a cabo. Por eso lo de este año no pilló por sorpresa a ningún estudiante atento. Cuando empezaron las tomas y marchas callejeras recordé que un profesor de la universitario ya me había advertido que este año sería complejo: los comunistas eran “conservadores” al lado de los anarquistas que andaban agitando los ánimos en las distintas facultades.

Aunque el movimiento estudiantil tenga apoyo de la ciudadanía, no es un movimiento social sino político. Hay que notar que se gestó en las federaciones de estudiantes, hábilmente manejadas por unos pocos para obtener los resultados esperados. Cualquier cientista político sabe que los resultados de una elección pueden variar bastante según sea la forma de sufragio (los políticos también saben esto, por eso prefieren no cambiar el sistema binominal) y los dirigentes aprovechan esto cada vez que pueden.

No soy parte del movimiento estudiantil pero al tener contacto con la universidad he llegado a saber algunas cosas que quizás usted no sepa. Por ejemplo, es de notar que el número mínimo de asistentes a una asamblea, para que sea válida, es bajísimo en relación al total de alumnos de cada facultad. En casi todas las votaciones de las que he tenido noticia no alcanza a votar el 30% de los estudiantes. ¿Le parece un porcentaje que asegura la representación?  En cualquier país una elección que tuviera menos del 40% de participación sería un fracaso, pero en las federaciones eso no llama la atención.
 
El voto secreto, pilar de la democracia, es casi inexistente. Se vota a mano alzada con las consiguientes pifias a la minoría. Por supuesto que no se invita a observadores externos a las asambleas. ¿Se imagina una elección nacional dónde no pudiera haber observadores de otros países? Suscitaría sospechas, por decir lo menos. Podría seguir dando ejemplos de asambleas invalidadas por resquicios; estatutos y opciones de voto definidos entre cuatro paredes, etc. La democracia universitaria no pasa las pruebas más básicas que se le exigirían a cualquier otra.

La reacción contra de quienes han logrado hacer una oposición efectiva es la prueba más contundente del espíritu antidemocrático –y políticamente interesado- del movimiento. Usted ya habrá leído sobre funas a certámenes, funas con violencia física, por supuesto.

Por otra parte, si le queda alguna duda de que se trata de un movimiento político, vea el contenido de las demandas, y verá que exceden ampliamente lo académico, y con un sesgo bastante claro. Es natural que quienes organizan movilizaciones tengan ventaja sobre los que van a la universidad a aprender. Pero es inaceptable que un grupo ruidoso y con frecuencia violento le quite al resto, sea o no minoría, la oportunidad de estudiar.  Es demasiado exigirle a un alumno que estudie, y que además se defienda contra quienes no lo dejan estudiar. Pero no hay mal que dure cien años, y este, al parecer, no durará ni uno.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Filósofos en la calle

por Federico García
(publicado en El Mostrador)

Se supera a sí mismo Arturo Martínez. Hace pocos días fue el hazmerreír de las redes sociales al declarar que la culpa de la violencia en las manifestaciones era de los profesores de filosofía porque “a los cabros les llenan la cabeza de porquerías, para que salgan a tirar piedras y hacer desórdenes”. Su acusación me trae a la memoria la de Anito, Meleto y Licón: resulta que ahora, como en Atenas, los profesores de filosofía, al igual que Sócrates, somos culpables de corromper a la juventud. La verdad es que me honra que me comparen con el primero de los maestros.

Lo que no se imaginan los que se burlan del dirigente, es que tiene toda la razón. Parece imposible que de la sala de clases de un tranquilo profesor de filosofía pueda salir una turba violenta. ¿No se acuerdan que Abimael Guzmán, de Sendero Luminoso, era profesor de filosofía? (Claro que lo suyo no era Leibniz precisamente). Es que las ideas tienen consecuencias, como escribió hace tanto tiempo Richard M. Weaver, pero aun hay sectores en nuestro país que no se han enterado. Los hombres de acción son, casi siempre, títeres de los intelectuales.

Por lo demás, Martínez muestra una lógica de cierto rigor: si los “cabros” tiran piedras, es porque tienen la cabeza llena de porquerías (¿a alguien le cabe alguna duda?). Si tienen la cabeza llena de porquerías, esas porquerías tienen que venir de algún lado (evidente). Por lo tanto los responsables de la violencia son los que originan y transmiten esas ideas-porquerías que llenan las cabezas de los “cabros”. Lo más probable, por lo tanto, es que los responsables sean los profesores de filosofía, encargados de educar a la juventud sobre el mundo de las ideas. Brillante.  Martínez ejemplifica lo que han dicho algunos de los más grandes filósofos: que todos, en alguna medida, somos filósofos.

He ahí su acierto y su error. Porque son las ideas las que mueven al mundo, y cuando no son las ideas, son sus parientes pobres, las ideologías. Cualquier persona sensata se da cuenta de que lo que hay detrás del movimiento estudiantil es una ideología. Una ideología que promueve la división y que permite el uso de la violencia. No todos los que adhieren al movimiento la comparten, por supuesto, pero los ideólogos tienen un nombre un tanto despectivo para quienes adhieren sin convocar. Quizás no todos han recibido esa ideología de parte de sus profesores de filosofía, pero algunos sí. Es rescatable y alentador, en todo caso, que un dirigente sindical llame al anarquismo y al comunismo “porquerías”.

Tampoco todos los “cabros” que tienen la cabeza llena de porquerías, que son muchos, se dedican a la violencia. La mayoría de ellos vegeta, conectado a una pantalla luminosa que le permite realizar su fotosíntesis. Ellos también han tenido sus “profesores”, pero no en las aulas. Son los “educadores” informales: la publicidad, el cine, las redes sociales, la música. Ojalá los profesores de las aulas a los que alude Martínez tuviesen ese tipo de influencia. Estos “educadores” informales también entregan una cierta “filosofía” de vida, que tiene cierto parecido con la de Epicuro y a veces con la de Diógenes. Pero quienes están detrás de estos educadores informales, los proveedores de televisión, música y demases, se mueven por una filosofía distinta (más parecida a la de Smith) que nada tiene que ver con entregar a las personas un conocimiento realista del mundo. Los resultados son patentes en todos lados. ¿No tenía razón Lenin al decir que la misma burguesía vendería al comunismo la soga para que fuera ahorcada, y llegaría incluso a prestarle el dinero para ello? 

miércoles, 24 de agosto de 2011

Educación, pero no demasiada por favor

por Federico García
(publicado en El Sur, de Concepción)

Cuando les pregunté a mis alumnos cómo era la educación en Chile, respondieron que mala. Cuando les pregunté si su actitud contribuía a mejorar la situación, guardaron silencio. Se quejaban por la extensión de un texto que les mandé a leer, poco más de cincuenta páginas.

La educación de calidad requiere del esfuerzo de todos: de los estudiantes menos facebook, televisión y twitter, más lectura y estudio. Porque la educación no entra por osmosis, y como casi todo lo que vale, no es algo que inicialmente resulte agradable, fácil, ni breve.

Pero en la educación se va más allá todavía: no se trata de obtener algo, sino de llegar a ser algo o alguien distinto de lo que se era. Se trata de un cambio personal profundo, y si todos los cambios cuestan y asustan un poco, mucho más un cambio que toca lo más íntimo de cada persona: ideas fundamentales, ideales éticos y estéticos, visiones del mundo y de la historia. Es más fácil y cómodo tratar de obtener los efectos de una educación pero sin entregarse a ella. Eso es imposible, en todo caso, y una muestra de mediocridad.

Por eso, es fácil darse cuenta de que lo que hoy piden los estudiantes no es educación de calidad. Lo que en realidad quieren son los resultados de una educación de calidad, pero sin los esfuerzos ni cambios personales necesarios para recibirla. En definitiva, quieren lucrar con la educación pero sin invertir en ella.

De los estudiantes adherentes al paro conozco algunos que apenas ven la sección deportiva del diario. ¿Libros? Hace años que no leen más que los obligatorios. Podría abundar sobre la cantidad horas que se pierden frente a todo tipo de pantallas, sobre la cantidad de horas que se duermen en clases (si es que asisten a ellas), pero no creo que haga falta. Lo que se echa en falta es verdadero afán de conocimiento y descubrimiento intelectual, y no una obsesión por eliminar el lucro del lugar dónde se estudia para conseguirlo más adelante en el lugar de trabajo.

Un profesor de ingeniería en Concepción me contaba que cada vez que los alumnos vienen a rogarle que les suba una nota, les muestra unas fotos del colapsado edificio Alto Río, “eso es lo que pasa cuando se pasa un ramo sin saber la materia”. La respuesta es, como la que recibía yo de mis alumnos al enfrentarlos con el reto de recibir una educación, el silencio.

Es deber de muchos, por supuesto, hacer lo posible para que los alumnos se dispongan a recibir una buena educación. Pero no es fácil cuando lo que en realidad quieren no es educación, sino un título para conseguir un empleo. El que no me crea, que intente educar de verdad y verá la reacción de la mayoría los estudiantes cuando realmente se les ofrece educación de calidad.

lunes, 25 de julio de 2011

Piñera y el baile de Salomé

por Federico García
(posteado en El Mostrador)

Hasta los más poderosos tienen alguna debilidad: un punto por el cual pueden ser dominados casi por cualquiera. Tomemos, como ejemplo, la historia de Herodes Antipas. El rey Herodes era un déspota oriental apoyado por Roma que vivió en el siglo primero: pocos tenían un poder como el suyo. Pero el tetrarca tenía una debilidad y el sensual baile de una joven hizo que le prometiera lo que ella pidiera, aunque fuese la mitad de su reino. Salomé pidió “en una bandeja”, la cabeza de un prisionero –Juan Bautista encerrado en las mazmorras. Y el rey mandó a degollarlo y a entregar su cabeza en una bandeja a la hermosa muchacha.

Sebastián Piñera es uno de los hombres más poderosos de América Latina y probablemente lo sería aún cuando no fuera presidente de Chile. A pesar de esto, no ha podido construir un gobierno fuerte. Y frente a las peticiones de algunos han rodado las cabezas de Iván Andrusco, primero, y la de Joaquín Lavín, después. (Es cierto que defendió la de Jacqueline Van Rysselberghe, pero al final ella misma tuvo que entregarla.) ¿Su debilidad? No la conocemos a ciencia cierta, pero lo que sí sabemos es que el que presiona con huelgas de hambre, marchas callejeras y cobertura de los medios, obtiene lo que quiere: aunque sea la cabeza de alguien que por su cargo, tiene la confianza del presidente. En la última ronda, la caída de unos ha causado la de otros, como Felipe Kast, que poco tenían que ver con el baile.

La debilidad del poderoso es siempre una debilidad interna cuya raíz es difícil de conocer, porque obliga a descender a las profundidades del corazón. En el caso de Sebatián Piñera parece haber una intolerancia a la frustración de no tener popularidad. La Democracia Cristiana, el Partido Comunista, los homosexuales y los estudiantes de colegio han conseguido lo que pedían sin ofrecer nada a cambio. ¿Por qué insistir tanto en darles en el gusto? Difícil de entender.

El presidente quiere popularidad –eso está claro por la cantidad de encuestas que hace- pero sin entender la complejidad de los procesos, se queda en la superficie de lo que pasa. No se hace cargo de que la mayoría de las veces lo que se le pide no es lo que se quiere, y que si entrega lo que se le pide, no logrará la calma. Los conflictos no son manejados en sus comienzos, ni con fuerza ni con diplomacia, y llegan a niveles en que sólo pueden ser atenuados con sacrificios extremos por parte del gobierno. Algunos de esos sacrificios no son en dinero, sino simbólicos: ¿Qué había hecho o dejado de hacer Lavín para merecer ser removido de su puesto? Nada. Pero la muchedumbre pedía la cabeza del ministro, y no se calmaría de otra forma.

El que entrega la cabeza de otro en una bandeja al que descubre cómo exigirla (la izquierda parece haber alcanzado verdadera maestría en esto), no comprende que en realidad ha entregado la suya. Su poder se muestra en toda su vulnerabilidad, y se abre a infinitos flancos de ataque. Y eso es patente a todos, menos al que realmente a perdido la cabeza.

jueves, 14 de julio de 2011

De derecha y contra el lucro

(publicado en El Mostrador)
por Federico García

El capitalista más desenfrenado y el marxista más ortodoxo están de acuerdo en lo fundamental: para ellos toda la actividad humana se reduce a una cuestión económica, la educación incluida, por supuesto. Mientras la izquierda piensa en la educación como un programa de superación de la pobreza, la derecha cree que se trata de un bien más a transar en el mercado. Ambas reducen el problema a una cuestión material y es imposible salir del atasco si el debate gira en función del binomio lucro-estado.

No quiero decir que el mercado está destinado a fracasar en esta área. Después de todo, hay actividades tanto o más urgentes que la educación que se rigen por el afán de lucro. Los panaderos, por ejemplo, no se levantan a hornear marraquetas inspirados en un ideal solidario ni con la ilusión de mantener vivas las tradiciones patrias: lo hacen para lucrar.

Y como los panaderos, quienes se dedican a educar podrían competir para ofrecer la mejor calidad al menor precio, y el beneficiado sería el consumidor, es decir, el alumno. Por otra parte, si la educación es un bien cuantificable, el Estado podría entregarlo sin mayores problemas.

Esto, si la educación se equipara a un servicio como cualquier otro. Pero es aquí donde se equivocan de un lado y otro. En las escuelas de conductores, por ejemplo, se enseña una habilidad concreta (importantísima para la economía): unos enseñan motivados por el lucro, otros aprenden y todos se benefician. Pero eso no es educación.

La educación no es, simplemente, un producto más. Lo sabe el que ha intentado educarse a sí mismo, el que ha leído las vidas de quienes han aportado a la cultura y el que ha intentado, de verdad, educar a otros.

No se trata de capacitar en una serie de habilidades, sino de formar personas. Nadie puede hacer eso con el lucro como fin principal porque se trata de una actividad en la que son tantos los esfuerzos que se pierden, que a lo más que se puede aspirar es a recibir una compensación: completamente insuficiente si efectivamente se ha logrado el objetivo y excesiva si se ha hecho mal. Muchas veces lo único que resulta del esfuerzo de educar es una clase hermosa, como decía Gabriela Mistral.

La relación profesor-alumno no es como la del vendedor y el cliente. Y lo que mueve a educar de verdad no es el lucro, sino un ideal. No es casualidad que los mejores colegios del país sean aquellos en los que se promueve algún ideal –cívico, religioso, moral, cultural.

De una empresa educativa que tenga como fin principal el lucro, entendido como la maximización de las ganancias en dinero, no se puede esperar que sea más que mediocre o, en el mejor de los casos, decente; porque siempre llega el momento en que el esfuerzo ya no deja utilidades proporcionadas, y ahí se estanca. La verdadera educación exige un sacrificio demasiado grande como para que el lucro funcione como incentivo. Aún así, una educación decente es bastante más de lo que muchos niños y jóvenes reciben hoy.

Lo grave en todo en todo esto es que la lucha entre mercado y estado, cuando se trata de educación, es una lucha de poder entre dos posiciones equivalentes pero opuestas. Es sobre quién se queda con un bien que ninguno de los dos comprende. Y el que pierde, el que realmente pierde, es el alumno.

martes, 28 de junio de 2011

Papá Estado se transforma en Gran Hermano

por Federico García

La polémica decisión del  gobierno de monitorear las redes sociales nos descubre una paradoja: el gobierno ha decido meterse a mirar los comentarios que hacen las personas en twitter y otros foros públicos, para “escuchar mejor” (como le decía el lobo a Caperucita).  Pero si escucha para saber lo que quiere la gente, tendría que dejar de monitorear las redes sociales, porque la gente no quiere que la “escuchen” ahí. Es una decisión que de cumplirse a cabalidad, se anula a sí misma.

Esta decisión también deja en claro la necesidad real que tiene el gobierno de escuchar a la gente, tomarle el pulso al momento, bajar de la torre de marfil, o como quiera decirse. Era obvio para cualquier persona con dos dedos de frente que una política como ésta iba a caer como patada en la guata, sobre todo en un momento de bastante agitación social. Parece que en el segundo piso no se les ocurrió.

Pero en todo esto aún hay más cosas que considerar. Por ejemplo, que si lo que se dice en internet es público, cualquiera puede escucharlo, incluido el gobierno. Después de todo, si uno dice algo en público, es para que se oiga. ¿Acaso no es el propósito del que hace comentario en un blog el de “hacer una diferencia” o “influir”? Ahora va a ser realidad. ¿No deberían estar felices los cyberciudadanos de que el gobierno pare la oreja para escucharlos? Parece que no. Resulta ahora que las voces que gritan amenazan con callarse si es que el gobierno se pone a escucharlas. Los ciudadanos digitales también tienen sus contradicciones, creo que en este caso hay un cierto temor a perder el anonimato, a tomar responsabilidad por lo que se dice.

No hay que olvidar que esto es una extensión de lo que hace el gobierno hace tiempo: monitorear la prensa, escrita y digital. (No sólo el gobierno, los departamentos de comunicación de muchas instituciones están siempre revisando la prensa y las redes sociales para ver qué se dice ellos, cuántas veces salen, cómo salir más, etc.).  O sea, nada nuevo. Los que se escandalizan simplemente tienen que desenchufarse un rato se sus pantallas y darse cuenta de cómo está funcionando el mundo desde hace un tiempo.

Termino con dos consideraciones. Primera, y de sobra comentada, es que esta medida del gobierno es llevar la encuestocracia a un nivel nunca antes visto. Pareciera que el gobierno no tiene proyecto y que lo único que quiere es ser popular. La culpa la tenemos, en parte, los ciudadanos que elegimos a este gobierno: fue un voto negativo, de rechazo a la Concertación, pero no a favor de nada.

Segundo, el gobierno debería tener muy claro el perfil de la gente a la que va a escuchar cuando empiece a mirar las redes sociales. Aunque Chile tenga altísimos niveles de uso de facebook, twitter, y fotologs, los usuarios no son representativos de la población. ¿Quiénes son estos internautas? Me atrevo a decir que aquellos que pierden el tiempo frente a la pantalla en las horas de trabajo, si es que tienen un trabajo.

Espero que un informe de esta columna llegue a dónde corresponda.

lunes, 9 de mayo de 2011

Osama bin Laden ¿Asesinado? ¿Profanado?

(postadeo en El Mostrador)
por Federico García

Recuerdo ese día. Era una fresca y luminosa mañana de otoño. Salí del edificio un poco atrasado, tomé Lexington y empecé a bajar. Había cierta tensión en las calles, gente detenida (cosa poco frecuente en Manhattan) y algunos que hablaban con otros. Seguí bajando y tomé Park. Oí a una señora que decía “parece que chocó otro avión…” No entendía lo que estaba pasando. Cuando llegué a Madison vi el humo y pensé que se habían incendiado los laboratorios de la universidad, pero al llegar a la Quinta vi las Torres Gemelas en llamas con los fierros doblados y una humareda negra, densa.  En la sala de clases supe lo que había pasado. Cuando colapsó el primer edificio fui a la biblioteca a mandar mails diciendo que estaba bien. Todos estabamos preocupados y nos preguntábamos si venía algo más. Habíamos sido  testigos de uno de esos hechos que cambian el curso de la historia. Quedó demostrado, contra Fukuyama, que aún después de la caída del muro, la historia no había terminado. Luego vino la invasión de Afganistán (la "tumba de los imperios") y la búsqueda de Osama bin Laden.

A propósito de esto, recordaba lo que decía un artículo en Foreign Affairs, cuyo autor postulaba que el siglo XXI sería más parecido al siglo XIII que al XIX por una compleja multipolaridad. Los estados nacionales tendrían que enfrentarse en igualdad de condiciones a otro tipo de entidades poderosas: empresas multinacionales, familias incluso, y a otras organizaciones. El terrorismo internacional es un claro ejemplo de esta nueva forma de interacción: un reducido grupo de personas de diverso origen que opera en distintos países le declara la guerra a un estado o grupo de estados, y con bastante éxito. 

Si las acciones de un grupo terrorista pueden coincidir en algo con las del lumpen, no son, sin embargo, del mismo tipo. Sus objetivos no son económicos, como los de una mafia, sino geo-políticos o ideológicos. Por tanto, para comenzar a entender este fenómeno, que al parecer nos acompañará durante un buen tiempo, hay que distinguir entre terroristas y crimen organizado (o delincuentes comunes).

Una organización terrorista se asemeja más que nada a un enemigo bélico. Ahora bien, los enemigos tradicionales de los estados nacionales suelen ser otros estados nacionales. El problema es que el combate al terrorismo, sobre todo al terrorismo internacional, es algo más bien reciente, y por su propia forma de ser, mucho más complejo ¿Qué pasa si ciudadanos de un país atacan a otro desde un tercer país? ¿Cómo ha de defenderse el país atacado, sobre todo si ha sido atacado varias veces y espera más ataques todavía?

En este contexto es más fácil entender operaciones como el raid que se realizó a la casa de bin Laden en Pakistán. A un agresor enemigo no se le juzga en un tribunal (si acaso, en un tribunal militar), porque las muertes que causa no son simples asesinatos, sino agresión cuasi-militar. La destrucción que causa no es simple vandalismo. Los terroristas no son delincuentes comunes, y no estaría bien –en vistas al deber que tienen los gobiernos de proteger a los ciudadanos- tratarlos como tales.

Dentro de ese mismo contexto se entiende que Bin Laden haya recibido un disparo en la cabeza, aún sin estar el mismo armado. Un operativo militar es distinto a un operativo policial. El combate urbano –así lo aprendí en el suprimido Batallón Germania- es rápido, violento y de alto riesgo. Cualquiera con algo de experiencia militar sabe que si se ataca un cuartel enemigo, y eso era la casa en Abbottabad, se dispara primero y se pregunta después. En esas circunstancias es razonable presumir, por lo demás, que el adversario hará lo mismo.

El entierro en el mar del cuerpo de Osama bin Laden también ha dejado a más de un observador consternado. Al leer la noticia me acordé del General Kitchener, que después de derrotar a los seguidores del difunto Mahdi en Sudán, en la batalla de Omdurman en 1898, profanó la tumba del susodicho, incineró los huesos y tiró las cenizas al Nilo. Y es que en oriente saben que un muerto puede hacer más daño que un vivo, como también lo sabían los militares bolivianos que fusilaron a Ernesto Guevera, y actuaron en consecuencia, dando a conocer su paradero final hace sólo pocos años. Antes de lanzar piedras acusatorias, hay que considerar que el gobierno de EE.UU. intentó tratar el cuerpo de Osama de acuerdo a la ley islámica, dándole sepultura antes de que pasara un día después de su muerte. Se ha dicho que se ha profanado el cuerpo, y que más bajo que eso no se puede caer: viene a la mente la imagen Aquiles arrastrando el cuerpo de Héctor alrededor de Troya. No fue esa la intención, sin embargo, la del que tomó esa decisión. Y se podría decir, además, que si una tumba se usa para propagar la violencia, esa también es una forma de profanación. Era razonable suponer que la tumba de Osama bin Laden, de existir, no sería un lugar dedicado a la oración.

El punto de todo esto es que antes de rasgar vestiduras y gritar ¡asesinato! y ¡profanación!, consideremos que a algunos les toca tomar decisiones difíciles en un contexto complejo, y arriesgar ensuciarse las manos por la seguridad de otros. Pueden cometer errores, pero nosotros también podemos equivocarnos al juzgar algo de lo que sabemos poco. Los que miramos a distancia podemos reconocer que desde la lejanía se nos pueden escapar algunos detalles.

lunes, 2 de mayo de 2011

Profesional Exitosa y ¿mamá?

(posteado en El Mostrador)
por Federico García

La Concertación llamó al gobierno a que "abra la chequera” con el posnatal, pero aunque el nuevo postnatal resuelve algunas cosas, no llega al fondo del problema, porque lo que está en juego no es una cantidad de tiempo, sino el conflicto entre trabajo y crianza de niños.

Ese conflicto tiene poca solución, a pesar de los  bien intencionados seminarios y libros que intentan ayudar a las mujeres a "conciliar” trabajo y familia. Es que nos hemos acostumbrado tanto a pensar en positivo y a hablar de de sinergías, que nos olvidamos de que siempre habrá algunos juegos de suma cero. El tiempo que se dedica a una cosa necesariamente se le quita a otra: no hay vuelta que darle. Y tanto el trabajo como la familia necesitan, para desarrollarse con éxito, todo el tiempo que se les pueda dedicar. Es muy difícil, si no imposible, dedicarse profesionalmente a los dos.

Ahí está la clave. Nadie imagina que pueda haber alguien que sea a la vez un excelente abogado litigante y un buen profesor de enseñanza básica. Nadie en su sano juicio animaría a un joven talentoso a dedicarse a la oftalmología y también a la ingeniería naval. Sin embargo, a las mujeres se les dice que pueden ser al mismo tiempo buenas madres y profesionales exitosas, como si ser madre fuera un hobby como armar aviones a escala, que se puede realizar en el tiempo libre con excelentes resultados. Es que puesta en la balanza contra cualquier profesión, la maternidad sale perdiendo, tanto en la consideración de los hombres como de las mujeres, y de la sociedad en general. ¿Será una especie de culto a la productividad económica? ¿Un machismo que se niega a evaluar a las mujeres en su propio campo? ¿O un feminismo que se no se resiste a jugar de visita? No lo sé. Como todo fenómeno social, tendrá muchas causas.

No se me pasan por alto objeciones a este planteamiento. Hay mujeres que afirman haber logrado conciliar la familia con un trabajo profesional exigente. Pero habría que preguntarle a los hijos por su experiencia porque siempre conviene oír a las dos partes. Ahora, es muy frecuente que esas mamás que supuestamente han podido conciliar trabajo y familia, lo hayan hecho a costa a costa del trabajo o de la familia de otras mujeres. La misma ministra del Sernam admite que pudo dedicarle tiempo a su trabajo porque además de tener una asesora del hogar (que es como sub-contratar servicios maternales), contaba con la ayuda de su madre y de su abuela. Es decir, tres mujeres dedicadas a la familia de una que trabajaba. Lamentablemente las hijas de la ministra no van a poder contar con su ayuda cuando a ellas les toque ser madres porque ese modelo no es sustentable.

Si el conflicto trabajo-crianza ha pasado en parte desapercibido hasta ahora es porque ha habido personas, en su mayoría mujeres, que han hecho de su profesión el cuidado de los niños pequeños. Pero no conozco ninguna mujer que esté feliz de que su hijo de seis meses esté en la sala cuna, menos todavía si es de la Junji. Además, si separar a las madres de sus hijos tan pequeños fuera inocuo, un postnatal tan largo sería innecesario y el debate no tendría sentido.

Evidentemente, también hay mujeres que tienen que trabajar para sacar adelante a su familia, pero por dura que sea su situación, ellas no experimentan el conflicto, porque claramente su trabajo es para su familia y no es un mundo distinto que necesite de conciliación. Lo que al final queda claro es que lo que es bueno para el cuidado del niño es malo para el trabajo de la madre. Quizás hacía falta una medida extrema como un posnatal de seis meses para darnos cuenta de esto.