martes, 27 de mayo de 2014

Y ahora lo discutimos

Subestimar al adversario es un error grave. En cierto sentido eso hicimos con Michelle Bachelet. Razones no faltaban, su ineptitud es evidente en ciertas áreas: le dio luz verde al Transantiago, uno de los mayores desastres urbanísticos y fiscales; no fue capaz de mantener el orden en los días posteriores al terremoto del 2010, y tampoco fue capaz de reconstruir Tocopilla el 2007; durante su gobierno aumentaron la pobreza, la desigualdad, el desempleo y otros males sociales, etc.

Pero a pesar de su ineptitud en el gobierno (por algo debían “blindarla” los ministros),  tiene otras habilidades que no fueron consideradas: es hábil en el manejo de los afectos y de la imagen: un delantal blanco sigue siendo “grito y plata” electoralmente, accedió a ser entrevistada – cosa poco frecuente en ella – por la hermana de una de sus ministras, sabe usar el tono de voz correcto para conectar con la gente, etc. Parte de esa habilidad fue su silencio durante el tiempo previo a la campaña, y más durante la campaña misma. A pesar de que fue constantemente criticada por eso, sabía que callar le reportaría más beneficios que daños le haría la crítica.

Parte de su silencio fue la tardanza en presentar un programa, y el referirse a él en vez de hacer explícitas sus intenciones. Por supuesto que quienes, de un lado y otro, observan la política sabían bien lo que venía. Pero la mayoría, esa que ahora se supone está representada en el poder ejecutivo y legislativo, no lee los programas: se entera por lo que se habla, sobre todo en la televisión. Michelle Bachelet nunca se refirió de manera sincera, directa y clara a temas como el aborto y la ideología de género. No entregó información suficiente. No se pronunció, no tomó posiciones, y la campaña se mantuvo dentro de una segura vaguedad.

Ahora ya votaron por ella, ya está en el cargo. Ahora, ha dicho, es el momento de discutir sobre el aborto. Pero también ya ha dicho que el diálogo es para lograr lo que se propone, no para reconsiderarlo. Lo que antes estaba esbozado, ahora está explícito (y se pronuncian personalidades y se arma la polémica). Sin embargo este silencio, que ahora se rompe, respecto de lo importante, de lo que podría haber dañado su candidatura y la de su conglomerado es un tipo de engaño  (¿publicidad engañosa?), un menosprecio a quienes se supone representa y gobierna, y eso no es democracia.

martes, 20 de mayo de 2014

De poderosos y reformas

Hay una escena en la película Un hombre de dos reinos (de Fred Zinnemann) en la que Thomas Cromwell le explica la situación a Richard Rich: “Sé de un hombre que quiere cambiar su mujer… en este caso es nuestro señor, Enrique, el octavo de ese nombre, lo que es una manera pintoresca de decir que si quiere cambiar su mujer, lo hará. Nuestra tarea como administradores es minimizar la inconveniencia…”

Algo parecido podría decirse de la reforma tributaria: “Hay una mujer que quiere cambiar la recaudación de impuestos, y como esa mujer es la presidente Chile, contando con mayoría en ambas cámaras, lo hará”. Los lacayos del gobierno tratarán de esto no cause muchos inconvenientes, pero hay muy poco, por no decir nada, que puedan hacer los “poderosos de siempre” para impedir la reforma tributaria. Los inconvenientes pueden ser molestos –y los hay, a juzgar por lo poco que se ha expuesto Michelle Bachelet– pero no pueden frenar a los poderes ejecutivo y legislativo unidos.

Los analistas políticos tendrán tiempo para discutir que opciones le quedan a la oposición. Quizás lo mejor que pueda hacer es ordenarse, para ganar la próxima elección (cuatro años pasan rápido) y revertir los cambios y reformas que haga el gobierno actual.

Puede que haya mejores opciones, pero el hecho es que están todas en el futuro, y eso ya es una lección. Para hacerla más explícita, se puede recurrir a otra escena, de una película más reciente, pero menos conocida: en Damiselas en apuros (de Whit Stillman), uno de los personajes le explica a otro que no se puede estar en contra las fraternidades universitarias porque estén llenas de idiotas y sean elitistas, ya que ambas cosas son incompatibles.

La élite chilena, por lo visto, no parece muy inclinada a seguir siéndolo. Fue advertida repetidas veces de lo que venía. Bastó que se calificara a las advertencias como “campaña de terror” y a quienes las hacían de exagerados o fanáticos, para se dejaran de lado.  Ahora es tarde para lamentarse. Después de la reforma tributaria vendrá la educacional, y ya hay algunos con los ojos puestos en los colegios privados.

Mucho de esto podría haberse evitado con una acción previa más decidida, que tendrá que quedar para unos años más si es que se puede hacer algo entonces. (Los que tienen algo significativo que perder podrían calcular, ahora, cuánto les habrían costado donaciones a las campañas parlamentarias afines a una economía libre, versus cuánto les costará la reforma; si en realidad era un desperdicio de plata fomentar y apoyar centros de estudios y pensamiento; si ser apoderado de mesa era un esfuerzo más allá de lo razonable, etc.). Contenta con disfrutar de un sistema estable y beneficioso, la elite no supo caer en la cuenta de las cosas buenas necesitan ayuda si han de durar.

martes, 13 de mayo de 2014

Los poderosos de siempre

Los poderosos de siempre se oponen a la reforma tributaria –parece que hay muchos más de los que se suponía. Para que no fueran un grupo tan indefinido, se los redujo a unas 4.500 familias (podría  publicarse una lista para conocerlas por nombre). Algunas de estas familias podrían tener decenas miembros, por lo que el grupo sigue siendo difuso. Además, quienes nos informan sobre esto dicen que no hay que creer todo lo que se dice, por lo que al final todo sigue envuelto la neblina de la vaguedad.

En todo caso, los poderosos de siempre se han asustado un poco (ya era hora) y al verse acusados por  videos emanados de los sótanos de La Moneda, probablemente se sientan como Sócrates ante el tribunal ateniense (supongo que el equivalente actual a una comedia de Aristófanes es un video en You-Tube). Les habría hecho bien leer la “Apología”, habrían estado mejor preparados  (ya decía Leo Strauss que Platón era un autor peligroso), pero  supongo que no tenían tiempo para esas filosofías.

Ahora bien, si los poderosos de siempre fuesen tan poderosos, un video como el que los acusa no habría llegado a ver la luz. Es de suponer que se les oponen otros bastante poderosos también, aunque sólo lo hayan sido desde 1990. Si sale la reforma tributaria quedará claro quién es el más poderoso.

Por otra parte, habría que ver si es verdad que estos poderosos lo han sido siempre. Quizás entre ellos se encuentren los descendientes directos de aquellos españoles esforzados que llegaron a estos fértiles valles con Pedro de Valdivia hace casi quinientos años –eso es como desde siempre– y se repartieron las tierras (sus nombres están inscritos en un monumento en el cerro Santa Lucía). Habría que ver, también, si este selecto grupo excluye a quienes no son miembros de las familias fundadoras de Chile (tomos I, II y III).

Pero una mirada a la historia reciente muestra, en cambio, que entre los poderosos que denuncia el gobierno hay bastantes recién llegados. Los grupos de inmigrantes se han integrado bastante bien en Chile. Es cosa de ver a los croatas (Luksic), a los ingleses (Edwards), italianos (Angelini), alemanes (Paulmann), suizos (Frei), españoles llegados después de la independencia (Menéndez), palestinos (Saieh) y otros. Ninguno de ellos fue bien visto en su época, los de siempre les tenían sobrenombres y los miraban en menos, pero ellos se ganaron su lugar. No fue hace mucho, menos desde siempre.

Esta imagen que ha creado el gobierno es una forma de manejar a los que no son poderosos, manipulando el lenguaje, la imaginación y otras formas de acceder a la realidad. Esa forma de concebir y ejercer el poder sugiere que los que ahora ocupan el gobierno aspiran a ser controlar vastas áreas de la vida nacional, y por mucho tiempo. A ver si alguien se anima a hacerles un video.

martes, 6 de mayo de 2014

Otras lecciones del Transantiago

Algunos comentaristas han considerado si la reforma tributaria, educacional, al sistema de pensiones, o cualquiera de las múltiples reformas que hoy impulsa el gobierno no serán como un nuevo Transantiago; proyectos dónde se dilapidan millones y millones, para obtener un resultado muy inferior a lo que había antes.

Se ha formulado la pregunta si acaso Michelle Bachelet habrá aprendido las lecciones del Transantiago. Luego se han enumerado esas lecciones: que lo planificado centralmente y a gran escala no suele resultar en la realidad de acuerdo a lo planificado, que el comportamiento de las personas no discurre según lo determinado por los ingenieros, que los cambios bruscos a sistemas complejos suelen tener consecuencias imprevistas y negativas, que es imprudente abandonar algo que funciona por una abstracción pensada entre cuatro paredes, etc. 

Son lecciones técnicas y muy sensatas. Pero no son las únicas. Están las lecciones políticas, y esas son un poco más sutiles. Veamos: se puede destruir un sistema que funcionaba sin que haya mayores reclamos (puede haber marchas y protestas por mil cosas, ni una a causa del Transantiago). Se puede, por negligencia, empeorar la calidad de vida de muchísima gente sin perder popularidad entre el electorado. Se pueden malgastar millones de dólares de dinero fiscal sin que la oposición haga gran cosa. Se puede dejar un desastre sin precedentes, y la población y la oposición se comportan como si todo siguiera igual. La oposición, cuando llega al gobierno, se limita a controlar los daños, pero no se atreve a atacar de raíz el proyecto.

En otras palabras: el electorado es pasivo, la derecha es poco hábil –no sabe aprovechar los errores de la izquierda, por garrafales que sean, y también es débil –no se atreve a desarmar lo armado por la izquierda, por malo que sea.

Esto lo aprendió Michelle Bachelet, por eso no le hace falta aprender las lecciones técnicas del Transantiago. Es hábil políticamente –puede desligarse de cualquier responsabilidad, y es audaz –deshaciendo y rehaciendo todo lo que comenzó el gobierno anterior. No pide disculpas. Por lo mismo, el futuro no es auspicioso. Lo más probable es que se apliquen las reformas concebidas desde la ideología. Se puede suponer que no va haber mayor resistencia que la que ya hemos visto, y el desastre que resulte lo arreglará el que venga después. La pregunta es si acaso la derecha, que ha vuelto a ser oposición, puede aprender las lecciones políticas de un desastre técnico como el Transantiago.