“Septiembre sin crueldad” dicen algunos carteles en el
campus y en la calles de la ciudad. La oposición al rodeo tiene cierta
visibilidad, pero genera poca reflexión. En fiestas patrias uno no está para
que lo molesten con ese tipo de cosas. Sin embargo, esta oposición al deporte
nacional puede ser de utilidad para ejemplificar algunas verdades eternas.
Comencemos citando al gran Allan Bloom, que dice en el Cierre
de la Mente Moderna que “hay una cosa de la que un profesor puede estar
absolutamente cierto: casi todo estudiante que entra a la universidad cree, o
dice que cree, que la verdad es relativa”. En mis clases la situación no es tan
extrema como la que describe Bloom, pero el relativismo campea. Si uno le
pregunta a los alumnos si acaso lo que hacían los Aztecas con los prisioneros
de guerra estaba bien o mal, la respuesta suele ser “para ellos estaba bien,
era su cultura”. Si se insiste, siempre hay alguno que responde diciendo que “nosotros
no somos quienes para juzgarlos a ellos” o que “no podemos imponer nuestra
concepción de lo bueno a otra sociedad”.
Es aquí donde el rodeo viene a mano. Si se plantea el tema,
en toda sala de clases hay algunos opositores. El cuestionamiento se ve venir: ¿Acaso
somos quienes para juzgar a los miembros del Club Huasos de San Felipe? ¿No es el
rodeo parte de la cultura de la zona central de Chile? Eso debería bastar para
hacer caer el relativismo cultural, al menos entre los opositores al rodeo. Es
mejor hacerles ver, sin embargo, (con ayuda del gran Robert Spaemann, más
grande que Allan Bloom, pero menos conocido) que si una sociedad se reforma
desde dentro es porque existe una noción de lo bueno independiente de las
condiciones sociales imperantes.
Después de clases pueden venir las consideraciones más
contingentes. Este tipo de cambios suele venir desde arriba, desde una elite
que de una manera u otra lo impone al pueblo, que suele ser conservador. (La
masa, en contraste con el pueblo, es más voluble.) El rodeo es una pasión en
los sectores rurales; su abolición, una preocupación citadina de gente que poco
tiene que ver con caballos y vacas en su vida cotidiana.
La moralidad del rodeo no importa mucho, hay cosas más
importantes de qué ocuparse. Lo que sí importa es que la lo bueno y lo malo no
están definidos por la sociedad o cultura, por autóctona y auténtica que sea, cosa
que queda demostrada por la oposición al rodeo por parte de algunos chilenos. Las
posibilidades que abre esa afirmación sí que son importantes.
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