martes, 26 de mayo de 2015

Sin miedo a las armas

Noticias recientes, nacionales e internacionales, han revivido los clamores para un control aún más estricto sobre los civiles que tienen armas. Se entiende, pero las leyes hay que hacerlas con la cabeza fría para no caer en desproporciones. Es comprensible que las armas pongan nerviosas a algunas personas, su poder destructivo es evidente y no tienen otro propósito, sin embargo es necesario poner esto en perspectiva, así se pasa de una reacción visceral a un juicio más razonado. Escribo esto como respuesta a la columna “¡Paremos la matanza! Expulsemos las armas de América” de Marco Canepa, publicada en El Definido. Entiendo el punto de vista del autor –y durante algún tiempo ese punto de vista fue el mío– pero creo que algunas distinciones y aclaraciones están en orden para un debate más productivo.
Comencemos con una objeción: un arma no es, como suelen decir los defensores del derecho a tener armas, aludiendo a Shane, una herramienta como cualquier otra. Un arma es una herramienta destructiva, sí, pero eso no la hace mala. Un hacha o un combo son también herramientas destructivas. Lo que hace especialmente destructiva a un arma de fuego es que su poder no depende de la fuerza del que la usa y además opera a distancia. Al funcionar en base a la energía almacenada en un producto químico, cualquiera puede aplicar enorme poder sin importar su edad o tamaño. (Esto es de especial importancia en un mundo en el que los más grandes y fuertes abusan de los más pequeños y débiles –por eso dijo Samuel Colt que él fue quien había igualado a los hombres.) Un arma se parece no tanto a un hacha, sino a una motosierra (una herramienta que impone respeto, exige un uso cuidadoso y también despierta temor en algunos). Si le agregamos que es de fácil manejo y pequeño tamaño, tenemos un artefacto destructivo único. Por lo mismo parece sensato regular el uso de armas de fuego, como se regulan otros artefactos que funcionan en base a energía almacenada en un producto químico, como los automóviles. ¿Pero eliminarlas completamente? Es aquí donde hay que enfriar la cabeza y hacer distinciones.
Lo primero es distinguir la propaganda de los argumentos. Me refiero a otro artículo publicado en El Definido, citado por Canepa en el suyo, que muestra una “tienda de armas” que sólo “vende” armas que han estado involucradas en accidentes o asesinatos. Vale. Eso le quita a cualquiera las ganas de comprar una, pero es sólo la mitad de la historia. Una actitud honesta hubiera exigido tener también en exhibición armas usadas exitosamente en la defensa de la persona o de la familia, armas de caza con las que campesinos hayan podido controlar plagas y llevar carne a la mesa de su hogar, armas deportivas con las que se hayan ganado campeonatos mundiales y medallas olímpicas. Pero la actitud propagandística sólo considera un lado de cada cuestión.
Lo segundo es aclarar que los llamados a prohibir la tenencia de armas se dirigen no tanto a la conducta sino al instrumento. En su artículo, el autor reconoce que esto es una solución parche, pero es sorprendente la fe en el parche. Es verdad que la restricción en el instrumento disminuye la capacidad del malhechor, pero las prohibiciones suelen ser acatadas por los ciudadanos honestos y no por los criminales. Se menciona que los delincuentes obtienen sus armas de los mismos ciudadanos honestos, pero lamentablemente ellos no son su única fuente y la tecnología actual permite fabricar armas caseras con relativa facilidad. Frente al problema de las armas de fuego como instrumento del crimen una solución más razonable parece ser combatir directamente al delincuente mediante la aplicación de las leyes ya existentes, porque el problema es el crimen, no las armas.
El Estado moderno reclama para sí el monopolio de la fuerza, pero éste no es completo. Los criminales también ejercen la fuerza y los funcionarios del Estado sólo llegan a tiempo para constatar el daño. El hecho es que frente a un criminal decidido el ciudadano inocente no puede contar con la defensa de la policía, que demorará en acudir a su llamado. Los derechos a la vida y a la integridad física son vacíos si es que hay una prohibición de poner los medios para defenderlos. Con una prohibición total para la tenencia de armas por parte de particulares, el ciudadano de a pie queda indefenso, dependiente de lo que el Estado pueda, o quiera, hacer por él en una emergencia.
Lo anterior nos lleva a un punto más delicado. No todos los países tienen una misma cultura de armas, reconoce el autor, pero por lo mismo, se trata de una cuestión que admite matices, y una cuestión prudencial no se ve bien servida por soluciones radicales. Aunque América sea el continente más violento, no parece prudente aplicar en Chile una medida provocada por la situación de Honduras, El Salvador o México (que, por lo demás, tiene una legislación sobre armas extremadamente restrictiva). De nuevo, el problema no parece estar tanto en el instrumento sino en la conducta. En Suiza, por ejemplo, la tenencia de armas es común y los suizos hace unos años rechazaron restricciones a la tenencia de armas, pero ahí no parece haber problemas de violencia. Se dice que países como el nuestro, en cambio, son inmaduros, por lo que correspondería una total restricción. De acuerdo. Pero si se acepta que la población de un país es demasiado inmadura como para permitírsele tener armas de fuego, una actitud coherente exige que se la considere inmadura también para otros asuntos de importancia, como pedir créditos, elegir a sus gobernantes, convocar manifestaciones (que suelen terminar con daños a la propiedad pública y privada), etc. A un pueblo inmaduro no se le pueden dar muchas libertades.
Con esto llegamos a la consideración penúltima: es una consideración teórica, pero que alguna vez ha visto su aplicación real. Un ciudadano armado, un pueblo armado, es capaz de defender su libertad frente a un Estado que podría verse tentado a usar el monopolio de la fuerza contra el mismo pueblo. No en vano recuerdan los defensores del derecho a tener armas que el primer registro completo de armas en manos de civiles fue realizado, sí, por la Alemania nacional socialista. Otros regímenes totalitarios luego hicieron lo mismo. Un arma de fuego, precisamente por las características que la hacen de temer, es la última línea de defensa del ciudadano honesto ante el más fuerte, sea quien sea. Eso lo aplicaron heroicamente los armenios defensores del Musa Dagh, cuya epopeya –relatada por Franz Werfel– ahora cumple cien años, por citar sólo un ejemplo.
Por último, no se puede dejar de reconocer que la posesión de un arma de fuego implica riesgos para quien la tenga: si no la sabe usar o no está decido a hacerlo, un delincuente podría quitársela y usarla en su contra. Podría ser encontrada por un niño y causar un accidente (como autos y piscinas son constantemente causa de accidentes). Aumenta el riesgo de que se concrete un intento de suicidio. Implica riesgos, sí, como permitir una marcha implica el riesgo de locales saqueados, como el voto universal implica el riesgo del populismo. A una persona inmadura, a un pueblo inmaduro, se le puede indicar qué riesgos tomar y cuáles no, y es siempre tentador declarar inmaduros a los demás. Por mi parte, asumo: prefiero tener un arma en casa mil veces y no necesitarla nunca, con todo lo que ello implica, a necesitarla una sola vez y no tenerla. La eliminación completa de las armas es una bella aspiración, pero no reconoce la condición de nuestro mundo caído.

martes, 19 de mayo de 2015

Re-constitución

Indagar acerca de los motivos de una acción es siempre un asunto delicado, pero a veces puede ser útil para comprenderla. Quizás fue un tanto sorpresivo el anuncio, por parte de la Presidente, de un proceso constituyente para septiembre. Se suponía que tenía que hablar de transparencia, de probidad y esas cosas, y anuncia algo que, al parecer, tiene poco que ver con lo anterior. Pero hay algo: los escándalos del mundo político han afectado sobre todo al gobierno, tanto, que comentadores tan distintos como Hermógenes Perez de Arce, Daniel Mansuy e incluso Carlos Peña han anunciado que se trata del fin de un ciclo. Se acabó, y no sólo para Michelle Bachelet (que nunca más será candidata), sino también para la Nueva Mayoría o Vieja Concertación. De hecho, sus últimos dos candidatos ya habían sido presidentes; esa falta de renovación es señal de agotamiento. No parece haber más. Aunque sea algo completamente incidental, el re-establecimiento de relaciones entre Cuba y EE.UU y la avanzada edad de los Castro también indican que una parte de la izquierda, al perder ese “faro de luz”, entrará en el crepúsculo. El ambiente es de barco que se hunde. Poco queda del carisma de Bachelet, de la arrogancia de Lagos. Ante una situación así, es natural querer dejar atado de manos al que venga después (Piñera tiene muchas ganas de serlo), en espera de un nuevo cambio de ciclo. Este es, quizás, un motivo para andar armando constituciones en medio de problemas que requieren soluciones más pedestres.

La idea de nueva constitución para Chile ha tomado fuerza hace relativamente poco tiempo. No en vano la actual lleva la firma de Ricardo Lagos, que la declaró plenamente democrática. Pero eso ya no es suficiente. Chile necesita una nueva constitución. ¿Para qué? Para ser un país mejor, más democrático, justo, solidario, etc. Vaguedades. Ni siquiera se sabe cómo será, ni cómo se redactará, una nueva Constitución. Este segundo motivo es simplemente una fe ciega en el poder un papel impreso, un mesianismo ingenuo que pone sus esperanzas en un empezar de nuevo, porque esta vez, sí, las cosas saldrán bien.

Un tercer  motivo para proponer una nueva constitución tiene que ver con la narrativa. La actual tiene un problema de origen: no la hizo la izquierda. O más bien, nace del gobierno que derrocó a Allende, cuyo proyecto sigue inconcluso, como una espina en el corazón de la izquierda. El que ya no se pueda concluir hace ese dolor aún más punzante. Es una búsqueda de justificación: como el proyecto de la izquierda ha fracasado mundialmente, la vía es negativa, por oposición. (Los hechos concretos, por supuesto, no pueden interferir con una buena historia.)

Un cuarto motivo para una nueva constitución podría ser hacerse con el control completo de la sociedad. Pero eso ya sería pensar mal.

martes, 12 de mayo de 2015

¿Qué puede hacer la derecha en esta crisis?

El cambio de gabinete ha bajado la temperatura de la crisis política. Al parecer el Bacheletismo, aceptando su baja popularidad, ha decidido moderarse, al menos en las formas. La derecha se alegra: sin que tuviera que hacer mucho, el adversario ha colapsado por su debilidad interna. Las cosas han vuelto a su cauce normal, la política a la que estábamos acostumbrados. Pero la baja en la popularidad del gobierno no es necesariamente una buena noticia para la derecha. Por poco que aprueben del gobierno muchas personas, a la hora de la verdad, van a seguir votando por la izquierda; otros, simplemente, no votarán; y la popularidad de la oposición sigue siendo baja. Sin embargo, parece que la derecha simplemente sigue a la espera de un desenlace pre-escrito. Puede que Michelle Bachelet nunca vuelva a ser la de antes (en política nunca se sabe), pero la indignación ciudadana no puede sostenerse indefinidamente: la atención y memoria del público son cortas. Si la crisis se vuelve permanente la gente se acostumbrará a  vivir con ella, después de todo, hay países que se encuentran en un estado de corrupción mucho peor que el nuestro y, a pesar de todo, la vida se las arregla para continuar.

Por lo mismo, aguantar y esperar que pase la crisis es una mala estrategia para la derecha. Las consecuencias podrían ir mucho más allá de la próxima elección. En cierto sentido la clase política ha sido víctima de su propio relato: los políticos se habían erigido en protectores de la gente frente a los abusos de los grandes empresarios y ahora resulta que recibían su dinero y hasta se comportaban como ellos. Para la persona de a pie, la sensación de impotencia es grande. Parece que no hay manera de escapar del sistema, parece imposible que las cosas cambien. A nadie le gusta sentirse forzado. Frente a eso, la idea de empezarlo todo de nuevo se hace muy tentadora. La clase política aún tiene su poder, pero ha perdido autoridad, y ese poder sin autoridad genera resentimiento.

Pero esto no tiene terminar necesariamente en una gran hoguera de cuyas cenizas renazca la sociedad (el eterno sueño revolucionario). De las crisis se puede aprender. La ciudadanía está siempre dispuesta a perdonar y a comprender, por algo Bachelet pudo ser re-elegida tras el Transantiago y el terremoto del 2010. Pero para lograr eso hay que pedir perdón. El primero que haga un reconocimiento de culpa y tome las medidas correspondientes tendrá las mejores posibilidades de recuperar parte de la credibilidad perdida.

Pero además de eso, es tiempo oportuno para corregir algunos problemas del sistema político, tal como el sistema político pretende corregir los problemas del sistema económico. (El problema es que la limitación del poder político sólo puede venir de sí mismo.) Es una oportunidad que la derecha puede aprovechar para promover sus ideas, por encima de la defensa de sus políticos. Propuestas no faltan: limitar las re-elecciones de todos los cargos de elección popular, congelar las dietas parlamentarias (y que el aumento se haga efectivo en el período siguiente), bajar los impuestos que afectan a los más pobres, como el IVA (recortar el dinero disponible es quizás la manera más efectiva de limitar el poder político), disminuir los cargos disponibles para amigos y parientes (eso implicaría, por ejemplo, que las embajadas dejen de ser premios y que vayan, como mínimo, a alguien que hable el idioma del país), constituir en entidades autónomas, como la Contraloría, otros órganos del Estado, como el Servicio de Impuestos Internos , dar mayor autonomía a las regiones, etc. Estas cosas implican sacrificios, pero de no hacerlos el costo, para el país, puede ser mucho mayor y una oportunidad como ésta, para tomar la ofensiva, probablemente no se presente en mucho tiempo.

martes, 5 de mayo de 2015

“Hazte vegetariano”

Hace algunos días un amigo me mostró un “stencil” de esos que promueven diversas causas usando como plataforma las muros de las casas de los vecinos de mi ciudad, sin pedirle permiso a nadie, por supuesto (la justicia de la causa justifica muchas cosas). El “stencil” mostraba la silueta de un chanchito y decía: “Jesús también me ama. Hazte vegetariano”. Pensé yo: “No tomarás el nombre del Señor en vano”.

Dejando de lado la retórica vacía, lo que llama la atención es la poca –nula– cultura bíblica, y siendo el Nuevo Testamento uno de los textos que más han influido la cultura occidental, merece la pena que se lo conozca, aunque sea por eso que se llama cultura general. (Está bien, concedo que las Epístolas y el Apocalipsis no son fáciles de leer, pero los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles son bastante accesibles y aún así es difícil encontrar personas que los hayan leído de corrido una vez siquiera.)

Si bien es complicado decir de entrada que para Jesús, como judío, el chancho era un animal impuro, dado que Él mismo declaró puros todos los alimentos (Mt 15:20; Mc 7:19), las relaciones entre Jesús y los chanchos no son de lo más cordiales. Esto se ve si se considera el episodio de los gerasenos, por ejemplo, en el que Jesús permite a una legión de demonios entrar a una gran piara de cerdos que, acto seguido, se arroja completa al Mar de Galilea (Mc 5:1-20; Lc 8: 26-39). Y si se pretende ampliar la cuestión, sabemos que Jesús cada año comía el cordero pascual, por lo que la exhortación a hacerse vegetariano apelando al evangelio no resiste mucho. Además no era contrario a una actividad como la pesca, en la que mueren animales, incluso Él mismo provocó en dos ocasiones una pesca abundantísima (Lc 5:1-11 y Jn 21:1-14). En fin, se podría seguir pero no hace falta.

Descendiendo de la exégesis bíblica al mero razonamiento, se podría decir que si el amor de Jesús por los chanchitos fuese una razón para dejar de comer tocino y costillares, surgen otras dificultades. Se entiende que los chanchitos son criaturas de Dios pero también lo es el maíz, del cual se alimentan animales. ¿Es que Jesús no ama a las plantas acaso, que se las da como alimento a los chanchos y a tantos otros animales? (Más complejo sería preguntarse si acaso los animales carnívoros contravienen el plan del Creador, sobre todo a la luz de Is 65:25, pero con eso hemos vuelto a la exégesis. Podría ser pertinente una reflexión sobre el mal físico en un mundo material, en el que el sustento de unos seres exige la destrucción de otros, pero también sería complejo.) Habría que distinguir entre tipos de amor: algunas cosas son queridas por sí mismas y otras como medios para las primeras, pero eso excede las pretensiones de esta columna.

Es absurdo, en cualquier caso, pensar que los animalistas que ensucian las superficies de mi ciudad tengan en mente este tipo de cuestiones. Se trata, más bien, de una apelación a las emociones dejando de lado la inteligencia, es decir, una estupidez.


PS: Hoy, al pasar delante de la Parroquia del Sagrario, a un costado de la catedral de mi ciudad, vi pegado en uno de sus muros un viejo afiche que decía "Jesús fue un revolucionario por la paz, no un carnicero", y mostraba una representación de Jesús con sus discípulos en la última cena, cena en la que se comió pan sin levadura, hierbas amargas, y, por supuesto, cordero.