martes, 29 de noviembre de 2011

Educación cívica

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Algunos parlamentarios se negaron recientemente a legislar para que el ramo de educación cívica sea obligatorio en los colegios. En la oposición no podían entenderlo, dijeron algunos diarios.

La situación actual lleva a pensar que el tema es urgente, por la falta de civilidad generalizada que se observa y por el poco interés de los jóvenes por la política. Pero es ingenuo pensar que una nueva asignatura pueda tener mucho efecto sobre los alumnos. Es cosa de ver los resultados de los ramos que se imparten hoy obligatoriamente: la mayoría de los estudiantes apenas puede entender lo que lee y eso que las clases de “lenguaje y comunicación” son obligatorias desde hace tiempo.

Es típico de cierta mentalidad pretender arreglarlo todo por decreto. Puede haber algo de razón porque los decretos a veces son un comienzo, pero insistir en un tipo de solución cuando ésta patentemente no funciona va más allá de la ingenuidad.

No es que no haya que enseñar educación cívica. Al contrario, enseñar a vivir en sociedad y a participar en lo público es de de lo más importante que puede hacer un colegio. Pero no hace falta una asignatura más. Es que casi todo lo que se enseña en un colegio, y cómo se lo enseña, debería ser educación cívica.

El saber participar o dialogar cuándo se está en un grupo de personas (levantando la mano), respetar a los demás (no interrumpiendo al que tiene la palabra), dar la importancia al deber y a la justicia (llegando a la hora para no atrasar a los demás, por ejemplo), dar la importancia debida al bien común (manteniendo la sala limpia), etc. son todas formas en la que se educa para la participación en la vida política. De más está decir que esto se aprende en la sala de clases, pero no automáticamente. Sin esta base de nada sirve que los alumnos memoricen cómo funcionan los órganos del Estado, cosa que olvidarán durante las vacaciones. Los contenidos se olvidan mientras que los hábitos quedan. Son estos los que distinguen al ciudadano, al que sabe vivir con otros, del salvaje. Si no se comprende esto, es que no se ha comprendido el fondo de la educación cívica. Lo más que se puede esperar, entonces, son soluciones parche.

En esta tarea de formar ciudadanos, los colegios, más que suplir una carencia –que la hay- deberían ser el apoyo de los padres. Es que la familia es la primera escuela y sin el papel de la familia no hay educación alguna que entre, por muchos ramos que haya que impartir por ley, educación cívica inclusive. ¿Cómo va a interesarse por lo público un niño si en su casa sólo se habla de farándula? ¿Cómo va a entender lo que es el bien común y a vivir en una sociedad política, si pasa todo el día conectado a su computador o celular? ¿Cómo va a entender que ocupa un lugar en una comunidad si nunca hace su cama o coopera con alguna tarea doméstica? Son cosas básicas, pero son la base de la participación en la sociedad. Las cosas más importantes se aprenden en la familia y sin ella ninguna ley tendrá mucho efecto.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Modelos Chilenos

por Federico García (publicado en El Post)

Pareciera que la solución nuestros problemas en educación está afuera: algunos miran a México y a Argentina con sus universidades estatales abiertas y gratuitas, otros a Corea y a Japón, con el énfasis en matemáticas y ciencias, hay algunos que añoramos la educación clásica del Gymnasium alemán, o la espartana austeridad del Public School inglés, y para muchos Finlandia parece ser la tierra prometida de la educación por sus altos resultados en las pruebas PISA.

No está mal aprender de otros pueblos. Pero no debemos olvidar que la educación no ocurre sólo dentro del aula, sino en toda la vida de la persona, en toda la sociedad. Importar un modelo educativo extranjero, por muy exitoso que sea un su país de origen, no servirá de nada si no se tienen en cuenta los demás factores que lo acompañan.

En el alabado sistema Finlandés, por ejemplo, la educación es obligatoria sólo a partir de los siete años. Casi no hay tareas. Sólo hay una prueba estandarizada a nivel nacional en toda la vida escolar. (Pareciera que el sistema escolar más exitoso del mundo hace todo lo contrario que hacemos nosotros, con la jornada escolar completa, énfasis en la educación preescolar y todo tipo de mediciones.) Pero en Finlandia las madres tienen un postnatal de tres años. Habría que ver qué programas de televisión ven los niños Finlandeses, qué programas de televisión ven sus padres. En Finlandia, además, los profesores reciben el mismo respeto y consideración social que médicos y abogados.

Se podría abundar, pero es claro que no es sólo cuestión de sistema, sino también de una mentalidad, que se refleja en un sistema. Como cambiar una mentalidad es difícil y toma mucho tiempo, no sería mala idea, antes de viajar por el mundo buscando sistemas que nos arreglen el problema, mirar aquellos proyectos educativos en chilenos que funcionan y dan buenos resultados. Algunos son estatales, otros privados, unos trabajan con alumnos en riesgo, otros con alumnos de entornos estables. Algunos están en Santiago, otros en Provincia. ¿Qué es lo que tienen en común? ¿Qué es lo que los gestores de esos proyectos consideran más importante? ¿Qué es lo que los hace distintos de los demás? Ejemplos de colegios, institutos profesionales y universidades de excelencia hay muchos en nuestro país. ¿No podrían replicarse los modelos exitosos ya probados en Chile, en vez de buscar afuera una solución que necesariamente será aplicada a medias?

martes, 15 de noviembre de 2011

No existe un derecho universal al matrimonio

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

El reciente fallo del Tribunal Constitucional ha abierto nuevamente la discusión sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo. Es comprensible que algunos homosexuales se sientan discriminados por no poder casarse, pero una mirada más amplia a la cuestión muestra que la discriminación no es todo lo que está en juego.

Casarse no es un derecho universal, nunca lo ha sido. Los menores de edad -esos que tienen derecho a una educación de calidad-  no tienen derecho a contraer matrimonio y eso no es discriminación arbitraria.

Las sociedades se toman muy en serio el matrimonio y ponen restricciones porque de él nacen los hijos. Los niños son la siguiente generación, la que dará continuidad a la comunidad. A la generación futura,  que sólo puede venir de la unión entre hombre y mujer, hay que protegerla. Aunque este tipo uniones haya variado en el tiempo, la experiencia acumulada de la especie muestra que el ambiente más propicio para que crezcan los niños es el que resulta de la unión estable y exclusiva de sus padres.

Es por eso que el Estado da a la unión entre hombre y mujer un reconocimiento especial. No es una unión cualquiera, sino una con efectos públicos, de los cuales depende la supervivencia de la sociedad. Engendrar y criar a los nuevos ciudadanos es algo que ninguna otra institución puede hacer. Es una tarea crucial, de largo aliento y nada de fácil; le corresponde, por tanto, algún reconocimiento público.

Si se niega, como lo hizo el voto disidente del Tribunal Constitucional, que el matrimonio sea para los hijos,  habrá que preguntarse qué es lo esencial. El afecto, dicen algunos, pero no se ha examinado lo que implica. ¿Habría alguna razón de peso para prohibir la poligamia y el matrimonio entre consanguíneos si el afecto fuera lo constitutivo del matrimonio? La sociedad siempre ha reconocido múltiples y variadas relaciones de afecto (amistad, relación maestro-discípulo, etc.),  pero hasta ahora no ha visto la necesidad de que sean reguladas por el Estado. ¿De dónde viene este afán? Sólo se regulan las uniones de quienes pueden o podrían tener hijos por la importancia que esto tiene.

Así como no es discriminación arbitraria el que no se puedan casar menores de edad, consanguíneos o tríos de personas, porque ese tipo de unión iría en detrimento de los hijos, tampoco lo es el que no se puedan casar dos personas del mismo sexo, ya que por naturaleza no pueden tener descendencia y eso hace que esa unión sea radicalmente distinta de lo que es el matrimonio.

Por lo demás, los homosexuales en Chile no sufren discriminación legal: pueden organizarse, formar asociaciones, publicar sus escritos, manifestarse en la calle, etc. Lo que se busca realmente al intentar legalizar las uniones entre personas del mismo sexo es algo que tendríamos que preguntárselo a Freud.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Recuerde el alma dormida…

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

"Igual te vai a morir, pela'o" fue lo que escuchó mi calvo profesor mientras trotaba. La voz venía de arriba, desde un edificio en construcción y el profesor reconoció la sabiduría de esa frase. Toda vida, no importa cuánto se haga por conservarla, termina en la muerte. Tan así es, que los alumnos de Biología siempre mencionan la muerte como una característica de los seres vivos, aunque parezca contradictorio.

A pesar de esto, gran parte de nuestros esfuerzos se centran en alargar la vida. Notable es que en nuestra sociedad sólo existen acuerdos cuando se trata  de mantener la salud corporal. Asombra pensar que Sócrates fue juzgado por corromper a la juventud pero nosotros perseguimos a los fumadores. Es comprensible, nadie quiere morir todavía. Sin embargo hay más en la vida que sólo mantenerla y alargarla. Si ese fuera el fin, toda vida estaría destinada al fracaso desde su inicio.

Este afán por mantener la vida y la salud nos muestra la importancia de distinguir entre lo importante y lo necesario. Necesario es respirar, nutrirse, salir a trotar... Pero después hay que decidir qué hacer con la vida y la salud que tanto cuestan mantener. Eso es lo importante, porque si la vida se transforma en un fin en sí mismo, el vivir pierde su sentido.

El peligro está en que entre tanta distracción lo importante puede pasar a segundo plano y hasta al olvido.  No es éste el lugar para disertar sobre dónde y cómo ha de buscarse el sentido de la vida, pero se puede hacer una pequeña recomendación: dado que los problemas humanos como éste son constantes, muchos han escrito sobre ellos después reflexionar. El tiempo, que todo lo vence, nos indica cuáles son los libros que valen la pena. La Ética de Aristóteles, la Consolación de la Filosofía de Boecio o las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique pueden ser un buen punto de partida.

Aunque la consideración de la muerte no sea el pensamiento más alegre, puede ser útil. Nos muestra que la vida viene con un plazo: lo que no se hace en los años que pasamos en la tierra, simplemente no se hará. Si no buscamos la razón del vivir, corremos el peligro de pasar por la vida como por un sueño. La muerte es un límite, pero un límite cuya contemplación nos despierta.

El tema urge, porque podría ser que por tanto ajetreo lleguemos a la vejez sin darnos cuenta que hemos dedicado poco tiempo a lo realmente importante, hasta que un sabio grite desde lo alto "igual te vai a morir, pela'o".

martes, 1 de noviembre de 2011

Tu libertad termina donde empieza la mía ¿o al revés?

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Entre los eslóganes de moda no hay ninguno con tanto potencial cómo este para hacer desagradable la vida de los demás.

Hace unos días trataba de trabajar en silencio mientras en la misma sala otra persona escuchaba música. ¿Quién pasaba a llevar los derechos del otro? ¿El que escuchaba música o el que pedía silencio? Un poco a mi izquierda había otro que evidentemente hacía uso de su libertad de prescindir del baño diario. El problema de las libertades, y el conflicto que se genera, ha estado presente en la mayoría de las recientes manifestaciones sociales: la libertad de manifestarse en la calle contra el derecho al orden público, el derecho parar las clases versus el derecho a estudiar, etc.

Que mi libertad termina donde empieza la del otro es, por eso, un eslogan vacío, por mucho que se le atribuya a un brillante pensador decimonónico. Vacío porque nadie sabe exactamente cuál es ese lugar donde termina la libertad de uno y empieza la del otro, y mucho menos quién y cómo fija ese límite. La discusión, tomando esta consigna como punto de partida, puede llegar al infinito.

¿Cómo se resuelve este conflicto cuando el eslogan no funciona? Una posibilidad es recurrir a la fuerza. Eso es justamente lo que hacen muchos para garantizar sus derechos auto conferidos. Pero el recurso a la fuerza -la ley de la selva- es justo lo que quiere evitar quien se apoya en esta idea. Ha de agradecerse al eslogan y a quien lo propuso el haber mostrado cuál es el problema, pero éste tendrá que ser resuelto por otra vía, porque esa frase será atractiva pero no tiene contenido.

El problema es que, cuando hay dos libertades con aspiraciones irreconciliables, una tiene que primar sobre la otra. No hay más salida. Si el eslogan pretende maximizar la libertad, lo cual es bueno, la vida cotidiana muestra que el límite a la libertad no lo puede poner la libertad de otros, a no ser que se quiera descender a la ley del más fuerte. Habrá que ver, entonces, cuál de las dos libertades en pugna tiene de su parte la razón o el derecho, pero esto implica apelar a algún bien superior a la libertad misma. Esto es algo que va más allá de la idea en la que se funda el famoso eslogan: demuestra que una sociedad no puede sustentarse en una mera evasión de conflictos (ilusoria, por lo demás) o dicho de modo abstracto, sobre un fundamento negativo.

¿Qué es eso que está por sobre la libertad? ¿Acaso no es la libertad el bien superior? Aunque parezca atractivo pensar así, es casi absurdo. Es casi absurdo porque la libertad es sólo una capacidad, y una capacidad necesita de un objeto para llegar a ser plena, es decir, si no se elige algo, la libertad termina en nada. Esto obliga a volver a una concepción de la sociedad fundada en una idea del bien común. Significa volver a una idea de la libertad que sea algo más que una ausencia de coerción, a una idea de la libertad entendida como “libertad para”, es decir, dirigida hacia algún bien. No es fácil determinar esto, pero la realidad suele ser compleja y reacia a acomodarse a fórmulas y soluciones fáciles. La gran pregunta es, entonces, dónde empieza el derecho a poner límites a la libertad de otros, y sobre todo, por qué.