martes, 29 de mayo de 2012

Un Periodismo del Periodismo

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

El periodismo cumple una función vital en la sociedad libre. Es el fiscalizador informal de autoridades de todo tipo: políticas, económicas, académicas, etc. Exigiendo transparencia y buscando información, la prensa entrega a los ciudadanos información acerca de realidades a las que no tienen acceso directo, para que puedan participar en la sociedad, usando esa información para basar sus decisiones y opiniones.

Sin embargo, como todo fiscalizador, presenta el problema de quién lo vigilará. No parece prudente que el Estado, que en Chile ya tiene varios medios de comunicación, tenga poder sobre la prensa. La ciudadanía, por su parte, tiene poca capacidad de fiscalizar al cuarto poder, e internet no parece ser suficiente.

Por esto, en gran parte, el periodismo es una actividad auto-regulada, con consejos de ética y otros órganos, pero no ha logrado impedir que se produzcan casos lamentables de desinformación y tergiversación, como el de Inés Pérez. El resultado ha sido que mucha gente no tenga buena opinión de quienes generan opinión.

El periodismo tiene sus propias debilidades, como toda actividad humana. Para sustentarse, los medios venden publicidad. Esto los puede hacer perder independencia, pues de ofender a un avisador, pierden dinero. Por otro lado, la publicidad exige llegar a gran cantidad de gente, lo que puede empujar a los medios a banalizarse, buscando el “rating” a toda costa.

Parece que hasta el momento los periodistas han enfocado toda su capacidad crítica hacia otros, pero poca hacia sí mismos. Con esto, si bien han logrado servir a la sociedad muchas veces, se han hecho daño como grupo, que no será fácil reparar.

Una vía para sacar a la prensa del desprestigio –mejorando la calidad de los medios de comunicación- sería aumentar la cantidad y variedad, que en Chile es poca. No es fácil esto, porque además de las dificultades inherentes a la creación de un nuevo diario o canal de televisión, una población relativamente pequeña como la nuestra no puede sustentar muchos medios de prensa. Quizás, a medida que mejore la comprensión lectora y la capacidad de análisis esto pueda cambiar, pero es una solución a largo plazo.

Lo que sí podría lograrse es que haya investigación periodística acerca del periodismo, con transparencia total. Así, podremos saber, por ejemplo, por qué un diario se la juega por completo por un candidato y a medias por otro (¿afinidad ideológica? ¿amistad personal?), o qué es lo que motiva la conducta de un canal de televisión (¿amenazas de un avisador? ¿miedo a una demanda?). Podremos saber si es cierto que en algunas escuelas de periodismo se enseña cómo “fabricar una noticia” y muchas otras cosas.

Para esto es necesario un mínimo de variedad en los medios, que la hay, pero sobre todo, periodistas que sean independientes hasta de su gremio. ¿Será posible? ¿O serán los medios de comunicación los únicos lugares dónde la prensa no entra? 

martes, 15 de mayo de 2012

¿Y si la educación fuera un bien de consumo?

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Los nuevos líderes del movimiento estudiantil han recordado hace poco que para el Presidente la educación era un bien de consumo. Muchos rasgamos vestiduras cuando dijo eso, y con razón, porque la formación de personas no es un intercambio comercial. Sin embargo, por desacertadas que hayan sido las palabras del Presidente, merecen consideración, pues esconden más de lo que aparentan.

Esto me quedó clarísimo un día de clases frente a un curso apático y distraído. Busqué la manera de motivar a los alumnos para que se tomaran en serio mi ramo, que no les era muy atractivo. Les pregunté si acaso la educación era un bien de consumo. Con eso capté su atención. Respondieron unánimemente que no, por supuesto. Entonces les pedí que imaginaran por un momento que la educación –más específicamente, mi ramo- era un bien de consumo por el que habían pagado con anticipación. ¿Cuál sería su actitud entonces?

“Piensen -les dije- que el profesor es el fabricante de un ‘producto’ llamado educación. El fabricante o proveedor debe, por contrato, entregar el ‘producto’ durante un tiempo determinado y a una hora determinada. Depende del ‘consumidor’ -ellos- si acude a recibirlo, y cómo y cuánto aprovecha el ‘producto’ educación.”

El llamado de atención surtió efecto y se dieron cuenta que el que llega atrasado, el que se distrae y conversa en clases, el que se queda dormido o comienza a cerrar el cuaderno antes de que la clase termine, claramente –con sus actos lo demuestra- no piensa que la educación sea un bien de consumo sino algo bastante inferior, que trata con bastante menos consideración que a cualquier cosa que compra en algún vilipendiado mall.

Al parecer, la indignación suscitada por la comparación del Presidente no es más que una reacción visceral, pero que tapa el hecho que, para muchos, los bienes de consumo son lo realmente deseable, y la educación, a lo más, un medio para conseguirlos.

Antes de indignarse por una frase desafortunada convendría averiguar qué lugar ocupa la educación en la escala de importancia de cada uno. ¿Se presta más atención a la vitrina de una tienda que al pizarrón? ¿Se lee con más atención el menú de un local de comida que el texto asignado por el profesor? ¿Se valoran más dos horas de clases que el concierto de un grupo de moda? (¿A cuál se llega atrasado y a cuál con anticipación? ¿En cuál se pide que la función termine antes de lo previsto y dónde se pide “otra, otra”?).

Se podría llegar a pensar que al equiparar la educación con un bien de consumo se le hace un favor, ya que hoy no hay lugar para bienes que no sean de consumo, y lo que no está dentro del consumo simplemente no existe. Pero sabemos que los bienes materiales y la educación son cosas distintas. Ahora, si la educación no es un bien de consumo, hay que aclarar qué es y eso exige una noción del hombre educado, cosa compleja. Por el momento, mis alumnos entendieron que la educación se merece, al menos, el trato de un bien de consumo.

jueves, 10 de mayo de 2012

Aborto: más argumentos accidentales

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Una manera para llegar a comprender ciertas realidades difíciles es la comparación. Ver en qué se parecen dos cosas y en qué difieren ayuda a entender qué es lo propio de cada una. Si se entiende lo que es esencial se pueden evitar las cuestiones periféricas que no conducen a ningún lado.

Menciono esto a propósito de un argumento a favor de la legalización del aborto que he visto usarse alguna vez. Quizás el ejercicio de mostrar cómo se separa lo accidental de lo importante no sea de lo más productivo: los argumentos accidentales, como no van a lo fundamental de un asunto, pueden ser infinitos. El ejemplo en cuestión, en todo caso, puede servir para ilustrar esto y, sobre todo, para ayudar a crear hábitos de pensamiento.

Se ha dicho que el hecho que el aborto sea ilegal implica –como ocurre con todas las actividades ilegales- que el gobierno no tenga  ningún control sobre cómo y dónde se lleva a cabo, quién lo practica, etc. (además de que no genera recaudación tributaria). La legalización del aborto, se argumenta, traería a esta práctica todos los beneficios del  control y la regulación estatal: registro de los proveedores, fiscalización, etc.

Pareciera que regular una realidad inevitable sólo traería cosas buenas, sacándola de las sombras de la ilegalidad. Pero esto no es un argumento a favor de nada, porque elude el tema de fondo. Una comparación lo deja muy claro. Tomemos otra actividad ilegal, como el robo a mano armada. Al estar fuera de la ley, como el aborto, no hay ningún control sobre quiénes lo practican y cómo. Por supuesto que esta actividad no paga impuestos.

Con esta comparación queda claro que lo que importa a la hora de legalizar algo, o de mantenerlo fuera de la ley, es el bien que se busca proteger. Ese bien que se busca proteger es lo que constituye lo esencial de la cuestión. En el caso del aborto el tema de fondo es la vida humana. Si el no-nacido es un ser humano vivo, con derecho a la protección de su vida, consideraciones accidentales sobre la conveniencia de legalizar el aborto para el Estado sepa quién, cómo y cuándo lo realiza, son intrascendentes.

Por lo demás la función pedagógica y social de la ley –bien la conocen los partidarios de la ley antidiscriminación- implica que sean declaradas ilegales algunas actividades aunque sea imposible suprimirlas del todo, por la señal que eso manda sobre los derechos que se busca proteger. Además, la experiencia muestra que una actividad ilegal que se legaliza tiende a hacerse más común, por lo que la simple regulación no es una vía para contenerla. (Pero esto último es en sí accidental, si es que no hay una razón para desear que se evite.)

Finalmente, no dejan de ser elocuentes las últimas palabras de los senadores cuyos proyectos para legislar sobre el aborto fueron rechazados. Muestran que lo último que tenían en mente eran cuestiones sobre el inicio y valor de la vida humana, lo que explica la gran cantidad de argumentos accidentales que circularon mientras se “debatía” la ley de aborto.