martes, 24 de julio de 2012

La izquierda y los derechos humanos

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)


“Nunca es justificable violar los derechos humanos” es un absoluto moral que ha quedado en la conciencia de todos, a pesar del relativismo y emotivismo imperantes. Hay que agradecer a la izquierda por tan férrea defensa de un principio moral que no admite ningún tipo de excepción. Es una garantía para la moral pública el que todos estemos de acuerdo en que existen este tipo de absolutos.

Lo curioso es que a la izquierda nunca le han importado los derechos humanos. No hace falta remontarse a la guillotina, ni recorrer el Gulag para darse cuenta. Tampoco hace falta traer a la memoria el MIR, el GAP, el FPMR u otros grupos más o menos cercanos, ni el asilo concedido al último líder de Alemania Oriental.

No hace falta, porque cada cierto tiempo a algún personaje de izquierda se le escapa la verdad de lo que lleva dentro y dice cosas como que le gustaría ver arder de Plaza Italia para arriba, que no ha descartado la vía armada al poder, o viaja a Cuba a rendirle vasallaje a un dictador, o alguna otra cosa por el estilo.

No se trata de jugar al empate (y aunque así fuera, un empate desenmascara el doble estándar), sino de mostrar una realidad: a la izquierda chilena no le interesan los derechos humanos y no cree en ellos, sino como arma política.

Esto genera una situación curiosa; en cierto sentido, la izquierda está empezando a ser víctima de su propio éxito en esta materia: tanto ha recalcado que nada justifica la violación de los derechos humanos, y tanto ha calado esto en la gente, que corre el riesgo de ser llamada a declarar, tanto por ciertas actitudes actuales como por su pasado violento (que nada justifica).

La izquierda tendría que responder, como ha hecho que otros lo hagan y además quedaría al descubierto la instrumentalización del dolor para la ganancia política. Sería cosa de poca monta si esto sólo se implicara a la izquierda más dura, pero en Chile la centro-izquierda ha pactado con los que tienen un pasado (y presente) violento.

Para evitar esto, para no tener que responder, la izquierda dura hace lo que hace mejor: luego de un ataque de histeria, usa la violencia (el resto de la izquierda aplaude o calla). A veces la violencia es física, para impedir que los que piensan distinto se reúnan. Otras veces es mediante la presión ejercida a través de los medios de comunicación, para que quienes quieren mostrar la realidad completa, y no sólo una cara, guarden silencio o pierdan sus cargos. En cualquier caso, se trata de una nueva vulneración de los derechos de las personas por parte de la izquierda: ataques a la integridad corporal y a la propiedad nunca faltan, pero sobre todo se trata de un ataque al derecho de estudiar y difundir la verdad sobre los movimientos, partidos y personas de izquierda.

Es que a la izquierda dura no le importan los derechos humanos, porque para ella la persona no vale nada frente al Partido, sólo le importa una cosa: ella misma. ¿Y a la centro-izquierda? Todavía no se sabe bien qué es lo que le importa.

martes, 10 de julio de 2012

¿Dónde se aprende a ser hombre?

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Es lamentable sorprender a un alumno copiando. Casi puede decirse que merece el castigo sólo por dejarse sorprender, pero eso sería caer en la lógica del resultado, que es lo que lo impulsa a copiar en primer lugar. Además, el engaño habitual y la poca seriedad con que profesores, padres, administradores y alumnos nos tomamos esto son también un espectáculo lamentable. (Luego se nos ocurre pensar que el “desarrollo” que tanto anhelamos es algo que caerá del cielo sin que tengamos que cambiar la forma de hacer las cosas.)

Pero lo más lamentable es lo que ocurre en el momento mismo en que el estudiante es sorprendido:

-“Voy a tener que quitarle el certamen: estaba copiando”.
-“¿Por qué profesor? Si no he dicho nada”.

-“Ud. estaba hablando durante la evaluación”.
-“Pero si no he dicho nada”.

-“Yo escuché claramente (porque mis tímpanos no han sido destruidos por audífonos que inyectan ruidos estridentes directamente al canal auditivo) que ud. le pidió a su compañero la respuesta a la pregunta siete”.
-“No, profesor, si le estaba pidiendo la goma de borrar”.

-“Acaba de negar haber hablado, y ahora dice que estaba pidiendo la goma de borrar”.
-“Pero si no estaba copiando, profesor”.

El alumno descubierto es incapaz de asumir lo que ha hecho y reconocer cuando ha perdido. Más grave todavía, no se da cuenta que al copiar ha entregado su honestidad a cambio de un par de décimas que no tendrán mayor relevancia en el resto de su vida. En lenguaje coloquial, ha sido poco hombre.

No puedo eximir de culpa al estudiante, sería confirmarlo en su estado de poco-hombría; el hombre asume sus propios actos y espera que los demás hagan lo mismo. A los dieciocho años ya se es mayor de edad y se debe al menos empezar a tener una idea de lo que eso implica.

Pero el problema es más amplio. Primero, por el modelo que han tenido estos alumnos. Se les ha inculcado que lo más importante es la utilidad: estudiar para obtener trabajo, trabajar para ganar dinero, decir la verdad porque nadie quiere tratar con un mentiroso, moverse porque nadie contrata a un flojo... Todo en función de lo útil, nada porque sea valioso en sí mismo.

Segundo, por el modelo que falta: a la mayoría no se la ha mostrado un ideal al que aspirar y se encuentra en la Universidad sin saber lo que es ser hombre, ni cómo se llega a serlo. Algunos ni siquiera vislumbran que en la vida hay llegar a ser hombre, formar el carácter, que al ser humano le corresponde aspirar a más que sólo estar bien alimentado, bien vestido y bien entretenido.

Enseñar esto es tarea de todos, pero sobre todo de los padres. ¿En qué están?¿Qué es lo que quieren -realmente- para sus hijos? ¿Se dan cuenta que si no los educan ellos, los educará la publicidad (privada o estatal) para que sean parte de una masa bien amaestrada?

Por mi parte, antes de la prueba les digo a los alumnos que más vale sacarse una mala nota, que no cambiará el curso de sus vidas, que vender su hombría por un par de décimas. Algunos me miran sorprendidos: es la primera vez que oyen algo así.