martes, 29 de diciembre de 2015

¿Tiene sentido estudiar ética?

La respuesta parece obvia, al menos si uno va a decirla en voz alta, y sobre todo después de un año como el que termina. Pero las cosas nunca son tan sencillas. Para los que se portan bien (la mayoría de las personas, la mayoría del tiempo) pareciera que estudiar ética está demás. A los que se portan mal, unas horas de clases y la lectura de algunas páginas no les harán mucha mella. Pero, por ingenioso que parezca hacer describir esta situación, no se trata de esto.

La pregunta si acaso tiene sentido estudiar ética, o cualquier otra cosa, asume demasiados elementos que se cuelan desapercibidos. Habría que plantearse, primero, si existe el objeto de estudio de la ética y si, en caso de que exista, puede ser universal y objetivamente conocido. Es aquí donde naufragan las buenas intenciones. Si se habla de la buena conducta, la afirmación más frecuente entre aquellos que logran formular algo, es que “cada uno define lo que es el bien para sí mismo, mientras no dañe a los demás”. Este es el fundamento indiscutido de nuestra sociedad liberal, moderna o como quiera llamársela. Y esta afirmación, por supuesto, también tiene muchos elementos implícitos que se cuelan desapercibidos. Por ahora basta con hacer una comparación; si se llegara a decir lo mismo sobre cualquier otra materia de estudio, ésta se acabaría de inmediato. Por ejemplo: “¿Qué estudia la botánica?” “Las plantas, pero cada uno define para sí mismo lo que es una planta, sin que nadie pueda imponerle esa definición a otro.”

Dada la situación actual, entonces, parece que no tiene sentido estudiar ética por razones mucho más graves que las enunciadas al principio. Podría decirse que esta dificultad puede sortearse centrándose en lo común, el respetar la libertad del otro, el  no dañar a los demás. De acuerdo, pero eso reduciría bastante el campo de la ética (de la conducta buena a la no-mala) y por otra parte, habría que definir qué constituye daño a los otros, o dónde empieza la libertad del otro, y cuáles son los derechos y libertades de los demás, y eso nos deja casi donde estábamos al comienzo.

Queda una consideración: suponiendo sea cierto que “cada uno define lo que es lo bueno para sí mismo, mientras respete a los demás”, es inevitable preguntarse el por qué, de dónde sale ese imperativo de respetar a los demás. Las razones de conveniencia son obvias: si no se respeta a los demás, los demás pueden hacerle pasar un mal rato a uno –pero las razones de conveniencia no son razones morales. Aun así, queda el problema de aquellos que tienen suficiente poder (o creen tenerlo, al menos), precisamente, para pasar por encima de los demás sin temer ninguna consecuencia. Para una ética mínima –que al final no pasa de ser una expresión de las emociones– éste es un problema sin solución.

martes, 22 de diciembre de 2015

La novedad de la Navidad

Los estados modernos son laicos. “Chile es un Estado laico”, no cesan de repetir los laicistas que olvidan que laico no significa oficialmente ateo. Sí, por supuesto, así lo dice nuestra tan vilipendiada constitución. Que la Iglesia, en este territorio, sea anterior al Estado no tiene por qué significar mucho. (El seminario de Concepción, por ejemplo, fue fundado en 1568, lo que lo hace una de las instituciones más antiguas de Chile). No importa, porque la Iglesia seguirá existiendo en este territorio mucho después de que el Estado –laico o no– haya dejado de existir. Pero podemos dejar de lado las cuestiones cronológicas por un momento; que el Estado sea laico, que la Iglesia esté separada del gobierno es, irónicamente, una idea cristiana, porque para que haya separación entre Iglesia y Estado primero ha de haber distinción entre Iglesia y Estado, entre religión y política, y eso es algo típicamente (judeo)cristiano: la fórmula “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, que a nosotros nos parece tan obvia, fue bastante novedosa en su momento. Sí, el Estado puede ser laico sólo porque la cultura es cristiana; dónde la cultura no es cristiana el césar tiende a creerse dios.

Esta breve consideración sirve para mostrar que para nosotros el cristianismo, y sus implicancias culturales, es algo tan natural que no llegamos a darnos cuenta todo lo presente que está. Si algunos quieren quitar los pesebres y otras imágenes de los lugares públicos para preservar una supuesta neutralidad, a nadie, sin embargo, se le ocurriría suprimir el descanso dominical por su procedencia religiosa: siendo de origen cristiano es parte tan fundamental de la cultura que no puede eliminarse sin gran daño, aunque su sentido esté olvidado. Pero habría que preguntarse cuánto tiempo puede sobrevivir una institución desvinculada de sus fuentes (de hecho, en nuestro país el descanso dominical no pudo imponerse a consideraciones más mundanas). Habría que considerar qué pasa con una cultura que le da la espalda a sus raíces y qué es lo que viene después.  Así, aunque la fiesta de Navidad se vea vaciada de sentido y ahogada en un frenesí de compras, en algún momento conviene preguntarse el por qué y el para qué de esta celebración.

Un mundo que socava sus fundamentos cristianos podrá conservar muchas de las cosas buenas que trajo el cristianismo, como la Universidad o la música sacra (y por lo demás, también se puede vivir sin ellas); además, el paganismo pre-cristiano tuvo sus grandes logros, por lo que habría que indagar cuál es la novedad del cristianismo si es que hemos de tomarnos en serio la Navidad. Sin entrar propiamente en teología, se puede decir que el cristianismo ha sido la única fuerza en la historia capaz de poner límite al ejercicio del poder de un hombre sobre otro: la exaltación de la humildad y del servicio, la noción de la igualdad de los hombres, son cosas que simplemente no tenían cabida en el mundo pre-cristiano. Son cosas que, si se mira de cerca, se descubren en el Pesebre, pero encontrar la razón de ellas implica llegar a un hecho que remecería la cultura actual, como lo hizo con el mundo pagano en que nació.

martes, 15 de diciembre de 2015

“No me conocen”

La presidente ha hablado en cadena nacional: “no me conocen”, dijo. Fuertes palabras para alguien que lleva tantos años expuesta a la mirada pública. Tan fuertes, que hasta un conocido columnista llegó, precisamente, a desconocerla: no parecía ser la señora amable y sonriente a la que estábamos acostumbrados. ¿Irían dirigidas estas palabras sólo a sus adversarios políticos, a quienes frustraron su proyecto de gratuidad selectiva para la educación superior, o a todos los chilenos? A raíz de esto, vale la pena plantearse seriamente si acaso conocemos a nuestra presidente, y por extensión, a todos lo que ocupan cargos de elección popular. ¿La conocíamos? Teníamos una imagen suya, y a través de esa imagen, una conexión emocional. ¿Pero sabíamos, sabemos, quién es, qué piensa Michelle Bachelet? Si algo hubo características notorias durante la pre-campaña y la campaña presidencial, fueron la indefinición y el silencio.

La política actual, bien lo sabemos, tiene mucho de publicidad, y el producto no es de nicho, sino masivo, por lo que hay que ocultar todo lo que pueda asustar los grupos particulares, para ganar la mayor adhesión posible. El problema es que no hay a quien recurrir si la publicidad es engañosa. La imagen acogedora de Michelle Bachelet, con la que ganó a las multitudes, fue interrumpida algunas veces cuando se salió de libreto: un discurso a fines del 2005, la respuesta a un estudiante, un video con delantal blanco… y ahora. Pero esa faceta no era completamente desconocida. La Bachelet ideológica y radical (odiosa) estaba presente en su pasado en la izquierda extra-parlamentaria y, antes todavía, en su vinculación con organizaciones terroristas. La prensa, tan dócil, no hizo mayores esfuerzos en darla a conocer. Mejor no hacer preguntas incómodas. La oposición tampoco lo hizo mejor: mientras que el electorado se quedaba con imágenes atrayentes y promesas vagas, la oposición sabía, o debía saber, lo que se venía, y no fue capaz de mostrar quién era Michelle Bachelet en realidad. Aun así este segundo gobierno suyo tuvo, desde el comienzo, una impronta distinta del anterior; estábamos empezando a conocerla.

Ella, en cierto modo, ha reconocido el juego publicitario, el ocultamiento de la realidad mediante la imagen. Nos lo ha dicho: “no me conocen”. La imagen que encanta, que vende, por la que se vota, es eso, sólo una imagen, producida por la publicidad puesta al servicio de una voluntad de ganar, que poco tiene que ver con representar al electorado. En otras palabras, un engaño. Son raros los momentos en que estas cosas se reconocen en política, es de esperar que el resultado sea una oposición más despierta y un electorado más crítico.

martes, 8 de diciembre de 2015

Recuperar la confianza

Después de un año de crisis y escándalos se habla de recuperar la confianza. El problema es que la confianza no se recupera de la misma manera en que se recuperan otras cosas, hay que ganársela. De alguna manera, hablar de recuperar la confianza es trasladar el problema: está claro, la gente no confía, pero eso no es culpa de la gente, es culpa de quienes no son confiables. Se podría tomar una postura más extrema todavía: si uno se entera de lo que realmente pasa en los lugares de difícil acceso, el llamado no sería a recuperar la confianza sino a desconfiar más todavía. De hecho, es buena una cierta desconfianza del ciudadano de a pie hacia el poder: los políticos y demases son seres humanos y como tales pueden caer en las mismas tentaciones que cualquiera, pero por estar tan encumbrados están expuestos a más y mayores tentaciones que un simple común.

No basta con llamar a recuperar la confianza, es necesario reconstruirla con acciones reales. Algo que podría contribuir a reconstruir la confianza destruida es que quienes están en posición de aprovecharse de sus semejantes limiten, precisamente, el poder que les permite o incentiva a hacerlo. Límites a reelecciones, prohibición de contratar parientes, límites en bonos y asignaciones, etc. son algunas ideas sencillas que circulan. Es difícil que lleguen a implementarse: casi no se conocen ejemplos de personas que habiendo alcanzo una alta cuota de poder hayan decidido reducirlo por su propia iniciativa.

Por otra parte, en un nivel más pequeño y personal, también existe desconfianza, en parte, quizás, porque muchas acciones que traicionan algún tipo de confianza son bastante frecuentes (como el robo hormiga, la copia en pruebas, la evasión en el Transantiago, el trabajo mal hecho…). En estos casos la recuperación de la confianza pasa por acciones personales que hagan a cada uno digno de confianza; el problema es que parece que nadie querrá ser el primero. Como en el caso anterior, hay que estar dispuesto a perder.

Sin embargo, el asunto urge. Una sociedad –como cualquier otra cosa– puede mantenerse entera por la cohesión interna de sus miembros o porque una fuerza externa les impide separarse. Las fuerzas externas que mantienen unidos a los miembros de una sociedad (relaciones de conveniencia o dependencia, inercia, amenaza de fuerza, etc.) en algún momento pueden faltar y, si eso es todo lo que hay, se produce la disgregación. La poca confianza que hay en Chile, entre ciudadanos y de los ciudadanos hacia las distintas instituciones, es síntoma de que somos una sociedad débil, casi un grupo de personas que viven –porque no les queda otra– en un mismo espacio, más que una sociedad propiamente tal. Para recuperar la confianza perdida hace falta algo más que un vago llamado. Si lo que está en juego es la unión entre las personas que comparten territorio, historia y creencias, habrá que buscar un fundamento más hondo para evitar la disolución. 

jueves, 26 de noviembre de 2015

Variaciones sobre un concierto

El incidente del concierto de la Nueva Canción Chilena en la Universidad de los Andes me dejó con gusto a poco. Lo que podría haber dado lugar a una buena discusión sobre la relación entre ética y estética simplemente no estuvo a la altura. Sin ser experto en el tema, trataré de abordar esas cuestiones, que si no interesan a los que se esforzaron en mostrar su apertura de mente, podrían interesar a algunos pocos.

Se podría empezar por lo fácil: la relación entre la vida moral del artista y la obra de arte, aunque esto nunca estuvo realmente en disputa. La respuesta, con frecuencia, es que no hay relación, o muy poca. No en vano suele recordar un conocido crítico de arte chileno que Caravaggio era un espadachín, pero sería difícil deducir eso mirando La vocación de Mateo o El prendimiento de Cristo. Aunque la vida del artista esté lejos de ser ejemplar, su obra puede incluso ser edificante. La vida desordenada del artista no sería una razón para objetar  una obra de arte. Sin embargo, el autor no puede sino estar presente en su obra (el asunto es cómo). Tengo un amigo que por esa razón prefiere no leer libros de autores suicidas (por mi parte, no tengo problemas con Zweig, Márai o Hemingway).

Pero esta breve consideración puede llevarnos un poco más lejos. Podría uno preguntarse si acaso la obra de un autor no depende tanto de algún aspecto específico de su vida sino de su sustrato cultural, y qué puede implicar eso. Caravaggio, siendo un pendenciero, no podría sino haber pintado cuadros religiosos, dado su tiempo y lugar. Sin duda que su arte es cristiano, ¿pero una exposición de sus cuadros podría ser considerada como un patrocinio del cristianismo que representa?, o puesto de otra forma ¿es separable, en esas obras, el cristianismo de la belleza? Si la respuesta parece ser afirmativa en este caso, podemos plantear la misma pregunta respecto a otro tipo de obras de arte, pasando de la vida del autor a su intención expresa. Tomemos, por ejemplo, las novelas de Evelyn Waugh. El ambiente de Waugh no era un ambiente católico, pero sus novelas sí lo son (además de ser excelentes como novelas). En este caso, dada la intención del autor, es más difícil separar la idea que da origen a la obra de la obra misma. Podemos empezar a hablar de una ética de la obra misma, además de la ética del autor, aunque sea la intención del autor la que produce la ética de la obra. Podría plantearse la pregunta si acaso puede haber, o tiene sentido, arte que sea pura expresión de belleza sin referencia a nada más.

Y si hay una ética de la obra y del artista, también hay una ética del receptor. La obra puede recibirse de manera distinta a la prevista por el autor. Así, una pintura explícitamente cristiana podría ser apreciada sólo por la belleza de sus formas, o un discurso político considerado sólo en cuanto a su estilo. Habría que ver hasta dónde es posible esto; si bien las características de un objeto (su belleza) pueden ser separadas del objeto en la mente, en la realidad el objeto sigue siendo uno. Dicho de otro modo, más que la belleza, existen las cosas bellas, y como son cosas, además de bellas tienen otras cualidades. Parecería que no se hace justicia a la obra de arte si se la considera de manera tan parcial. Lo bello no es sólo bello y punto: puede ser bello y verdadero, o bello y falso. La misma literatura, desde los cuentos tradicionales hasta el Fausto de Goethe muestra que lo malo o lo falso pueden revestirse de formas bellas (de hecho, esas serían unas de sus pocas maneras de atraer).

Para ir terminando, el receptor, además de apreciar una obra en su totalidad o parcialmente puede apreciarla según la mente del autor, o de manera científica. Habría que ver si se puede apreciar plenamente una obra de arte al margen de la intención del autor, o si la investigación crítica es equivalente a la admiración. Son cuestiones que exigirían más espacio, quizás haya que esperar a un nuevo concierto para poder conversar sobre esto con una mente abierta a la totalidad de una obra de arte. En todo caso, me parece que aceptar por igual a toda forma de arte es no tomarse el arte suficientemente en serio.

martes, 24 de noviembre de 2015

Concierto en la Universidad de los Andes

Quienes saben a qué alude el título de esta columna ya conocen la historia, y los que no, pueden revisar los diarios si es que les interesa saber. El intercambio de argumentos que este incidente ha generado ha sido interesante, pero aun así, como dijo Chesterton, en muchas conversaciones modernas, lo innombrable es la base de toda la discusión. Y aunque se haya hablado de tolerancia y de universalidad, hay algunas cosas en esta discusión que quedaron en la penumbra.

Tienen razón quienes dicen que es perfectamente legítimo admirar las cualidades de los adversarios, sin teñirlo todo con la lógica del conflicto. Si uno quiere ir al extremo, el mismo Cristo hace esto en el Evangelio, al poner como ejemplo la astucia de los "hijos de las tinieblas" cuando alaba la inteligencia del administrador injusto. Sin embargo, en la base de esta controversia hay algo más que la mera admiración de un tipo de música cantada por personas que no comparten las ideas de la institución que la presenta. Se trata de la legitimidad social que tiene el comunismo. Es sorprendente que un sistema totalitario, el que ha causado más muertes en el mundo, tenga tanta tribuna en una sociedad como la nuestra. No vale la pena entrar en las razones de ello, que son múltiples, pero es algo no debiera ser. Es inimaginable lo mismo para otros sistemas totalitarios.

Si se pone atención, los ejemplos que se usaron para mostrar que es legítima la admiración del adversario iban todos en la misma dirección. Nadie, aunque piense distinto, se opondría si se dice que se admira el patriotismo de Lagos, la simpatía de Bachelet o la valentía de Escalona. ¿Pero alguien se atrevería a decir –sin temor a escándalo– que admira la visión de estado de Augusto Pinochet, por ejemplo? Es que sólo se puede admirar lo que está pre-aprobado.

No se trata de condenar a personas particulares, sino de tomarse en serio las ideas y los medios que se usan para difundirlas. Respecto de esto es de especial interés la música, que tiene la capacidad para inculcar en el alma sentimientos y disposiciones sin que pasen por el examen de la razón. Esto lo advirtió Platón hace veinticinco siglos en la República y lo reiteró Alan Bloom en El cierre de la mente moderna. Es realmente sorprendente que entre académicos no haya habido mayor mención sobre el rol de la música en la educación de los jóvenes. (Quizás porque es una batalla tan perdida que sólo alguien como Bloom pudo atreverse a alzar la pluma.)

Es que no es tan sencillo resolver el problema de la relación entre la ética y la estética de una obra de arte. Una breve anécdota personal podría ser ilustrativa: cuando empecé a interesarme por el cine un amigo me dijo que sería interesante conocer los documentales de Leni Riefenstahl. Casi no me atreví a pedir en voz alta El triunfo de la voluntad, en aquel videoclub alternativo, cerca de la universidad de Columbia. Cuando lo hice, una de las personas presentes me miró extrañada y dijo "eso es propaganda nazi". Una señora mayor se limitó a añadir "pero está hermosamente filmada". Se pueden reconocer ambas cosas; en nuestro mundo caído el bien y la belleza no van estrictamente unidos, pero eso no implica, jamás, que haya que dar reconocimiento público a quienes pusieron sus talentos artísticos al servicio de una ideología totalitaria (y nos cuesta convencernos de que el comunismo lo es, tanto y más que cualquier otra). Hay que distinguir entre investigar, admirar (parcialmente) y rendir tributo.

El asunto de la prudencia en la acción frente situaciones como ésta queda para otra ocasión.

martes, 17 de noviembre de 2015

El latín y el inglés

Desde hace algunas semanas han aparecido varios artículos en el principal diario nacional en los que varios académicos defienden la enseñanza del latín. Es bonito leer tales cosas pero, por supuesto, nada va a cambiar. El estudio del latín no volverá a nuestros mejores colegios y universidades y seguiremos siendo bárbaros. Es común que se defienda la enseñanza de una lengua muerta desde un punto de vista utilitario: se dice que el estudio del latín es muy útil para el estudio de la gramática castellana (y a la inversa, el estudio de la gramática castellana es útil para aprender latín) y para entrenar la mente en el arte del pensamiento riguroso.  Si se trata de utilidad siempre habrá formas más prácticas de aprender gramática castellana (como estudiarla directamente) o rigor a la hora de pensar (cómo estudiar lógica).

El problema del latín es similar al de los idiomas modernos que se enseñan en Chile y es similar al problema de la educación chilena en general: el utilitarismo. Si se enseña inglés en vez latín o griego, no es que se suponga que la lectura de Shakespeare en su lengua original sea preferible a la lectura de Cicerón en su lengua original, es sólo que el inglés permite hacer más y mejores negocios. No es que eso sea algo malo, pero un idioma es más que una herramienta para generar ingresos, y una educación es algo más que una herramienta para generar ingresos. El problema es que eso sólo puede saberlo una persona educada, por lo mismo, no es fácil salir del problema, ni siquiera estudiando latín.

Es casi obvio que la educación no puede ser sólo una herramienta para conseguir ingresos: si la vida del ser humano se agotara en el mismo mantenerse vivo, no tendría sentido. Pero si después de conseguir el sustento –techo, comida y abrigo– lo único que se busca es la satisfacción de las pasiones (de manera más o menos sofisticada), se vive como un irracional (más o menos sofisticado).  Quizás la falta de un sentido no-utilitario para la educación explica el comportamiento de gran parte de la población educada o en vías de educarse. La solución no pasa tanto por enseñar latín, sino por afirmar que el ser humano está hecho para la vida del intelecto, sea cual sea su forma de ganarse la vida. Si se es capaz de gozar de lo bello y de lo verdadero, sin ninguna consideración utilitaria, entonces se puede entender el sentido de estudiar una lengua que ya no se habla. Si se busca la comprensión del mundo, no para dominarlo, sino simplemente porque eso permite el propio conocimiento, el conocer la lengua de la cultura que dio origen a la nuestra puede hasta resultar atractivo. Pero si se trata de estudiar sólo para ganarse unos pesos, pocos o muchos, cualquier estudio resulta tedioso, y sólo unas pocas materias, útiles.

martes, 10 de noviembre de 2015

Colusiones y codicia

“El mercado es cruel” fue una de las frases famosas de Patricio Aylwin. La competencia salvaje es una de las cosas que se le critica al sistema de libre mercado. Por supuesto: la competencia exige innovar, perfeccionarse, ser más eficiente, creativo… Es mucho más cómodo tener la seguridad de que las cosas se van a mantener como están, pero para eso hay que amarrar algunas piezas móviles.  Lo curioso, o no tanto, es que los grandes empresarios comparten estos sentimientos, y si algo ha dejado el escándalo que han causado los últimos casos de colusión, es una reivindicación del libre intercambio; el control de precios (antes practicado por el Estado) ya no parece una medida tan sensata, aunque genere estabilidad. La gente se da cuenta de que la competencia es beneficiosa para ella. Por otra parte, los grandes empresarios que tanto se han beneficiado de una economía libre no parecen entender que el sistema puede ser reventado desde dentro –y desprestigiado hacia afuera– por conductas como las que hemos visto. Hay ciertas cosas, como el mismo mercado, que no pueden ser privatizadas: siempre requieren de acción  en común.

El sentimiento que esto ha generado es de indignación, que da lugar a juicios mediáticos, linchamientos en las redes sociales y cosas por el estilo. Es natural, la impotencia es de las cosas que dan más rabia. Pero esta indignación pública no es fácil de manejar porque, colectivamente, hemos renunciado a aquello que nos permitiría comprenderla. El problema no es técnico, sino moral. Sobre lo técnico se pueden decir muchas cosas, incluso que las últimas colusiones no han dañado al mercado puesto que no impedían la entrada de nuevos jugadores (si los precios hubieran sido demasiado altos, otros hubieran entrado a competir, pero no lo hicieron), pero lo importante no está ahí. El problema está primero en el corazón del hombre. ¿Por qué unas personas que tienen mucho quieren todavía más? Existía un nombre para eso: codicia. Nadie está a favor de la codicia, claro, pero como la codicia es un amor excesivo por las riquezas, la mentalidad contemporánea naufraga ante un concepto como ese. ¿Quién puede decirle a otro que lo que ama, o cómo lo ama, no está bien? Si cada uno tiene su moral personal, la codicia puede ser tan buena como la generosidad (como lo explica el tango “Cambalache”). Es verdad que para convivir ha de haber reglas comunes, pero de ahí a decir que una conducta o disposición es objetivamente mala…

Por supuesto, aquí se está olvidando algo, que el relativismo contemporáneo se ha protegido introduciendo una salvedad: cada uno define lo que es bueno para sí, siempre que no dañe a los demás. Esto puede servir de consuelo, hasta que surge el desacuerdo sobre lo que constituye daño, o hasta que alguien simplemente decide ignorar la salvedad porque es suficientemente poderoso como para hacerlo sin mayores consecuencias. Y surge la indignación ante el atropello, pero sin la capacidad real de comprender lo que ha ocurrido.

martes, 27 de octubre de 2015

¿Y si el Papa Francisco tuviera razón?

“Él les dijo: ‘Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida … Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: ‘No queremos que este sea nuestro rey’…” (Lc, 19: 12-14).

El nombramiento de Mons. Juan Barros como Obispo de Osorno y su posterior respaldo por el Papa Francisco siguen dando que hablar. Es curioso el revés de la fortuna: quienes habían aclamado a Francisco como un Papa distinto, “profético”, que estaba cambiando la Iglesia, ahora han llegado hasta preguntase si el Papa es tonto y a declarar que Francisco no es más que otro conservador. Este Papa es inclasificable y todo el asunto demuestra que es inútil tratar de apropiarse de su figura para una agenda propia. Por supuesto, si el Papa criticaba la codicia o la dureza de corazón era fácil estar de acuerdo con él, pero vino el nombramiento de Mons. Barros como Obispo de Osorno y el desacuerdo llegó hasta la prensa extranjera. Sin embargo el Papa se negó a retirar el nombramiento pese a las presiones. Se agrió la relación, los que estaban tan entusiasmados con Francisco empezaron a decir cosas como que el Papa debiera escuchar a la gente (¿pero no era este un Papa especialmente cercano?), que los poderes fácticos todavía gobernaban en el Vaticano (¿pero no era este un Papa que clamaba con voz de profeta sin miedo a los poderosos?) y por el estilo. Sin duda que es más agradable que el Papa esté de acuerdo las propias sensibilidades a tener que acatar la autoridad petrina. 

Al final vino la guinda de la torta, que todavía tiene crispados los ánimos de algunos osorninos y de más de algún santiaguino (que es lo que realmente importa). El Papa Francisco mandó a decir a la gente de la diócesis de Osorno que no fueran tontos, que toda esta campaña contra el obispo Barros la han armado los zurdos. Fuertes palabras (ya casi nadie habla de los zurdos). A esas palabras se respondió que el Papa le debía disculpas a los osorninos, que había un pacto (tácito) entre el Papa y la Iglesia chilena para manejar la crisis, etc. Es natural, quien lo ve todo bajo el prisma de una lucha de poder no tiene muchas alternativas para entender la realidad. Quizás lo que no se ha planteado es la explicación más sencilla de todas, a saber, que el Papa tiene razón: que la campaña contra el obispo Barros ha sido armada por los zurdos porque Mons. Juan Barros no es, como decirlo, zurdo. Por supuesto, eso es algo que los zurdos no pueden llegar a reconocer. Mientras tanto, el obispo de Osorno, nombrado y ratificado por el Papa Francisco, sigue siendo insultado e increpado por las calles de su diócesis. Es que el odio, de quienes se han auto-eregido como voceros de un pueblo, no descansa, lo que hace a la explicación del Papa más creíble que cualquier otra.

martes, 20 de octubre de 2015

“Como si le interesara”

Puede ser extraño impartir uno de esos cursos optativos de formación general en alguna universidad. No es fácil, quizás porque los alumnos esperan que sea fácil. La mayoría de ellos va a la universidad a obtener un título y ciertos conocimientos –competencias, se dice ahora– que les permitirán ganarse honradamente la vida en el futuro. No hay nada de malo en eso, salvo que deja fuera mucho de bueno. Pero la universidad hace como que pretende educar además de instruir y obliga a sus alumnos a tomar algunos ramos que no son parte de su carrera (en algunas universidades estos ramos pueden agruparse bajo una palabra cursi como “minor”). Son los optativos obligatorios. Es fácil simpatizar con el predicamento del alumno: ya tiene bastante con estudiar para Cálculo II, para que el profesor de Historia del Arte –por poner un ejemplo cualquiera– le pida que se lea algunos capítulos del Gombrich; pero la lección que el alumno nunca acaba de aprender es que la vida no se adecua a uno (se supone que la universidad prepara para la vida, pero nadie tiene muy claro en qué sentido).

Siendo esta la situación, algunos alumnos no llegan a darse cuenta que lo único optativo que tiene un ramo optativo es que se puede tomar uno u otro, y no siempre (“es que profesor, yo tomé su ramo porque era el único que calzaba con mi horario”). Una vez inscrito, deja de ser optativo; pero las cosas del alma no se pueden forzar, como dice Benedicto XVI en el discurso en la Universidad de Ratisbona. No es fácil ni agradable hacerle clases a alguien que ha decidido de antemano que el ramo que uno está dando no le interesa ni es importante (porque no le sirve). Entonces se hace la petición inesperada: “trate este ramo como si le interesara”. Nunca deja de sorprender un poco. Lo que pide el profesor es algo considerado tan inferior que es asombroso que se mencione: simple acatamiento externo. No se trata de que el alumno, a fuerza de parecer llegue a ser, no, eso no se alcanza en un semestre, se trata simplemente de convivir como personas civilizadas (“aunque este ramo no le importe, llegue a la hora, no se pase la clase mirando su smartphone o conversando, tenga el cuaderno abierto y un lápiz encima aunque no pretenda tomar apuntes”.)

Creo que la sorpresa de los estudiantes cuando escuchan esa petición se debe al sentimentalismo que permea nuestra cultura: lo interno, que es lo que realmente vale, debería reflejarse en lo externo, que no vale nada; lo contrario sería hipocresía. (Es común que se confundan los impulsos con la interioridad, lo espontáneo con lo auténtico, pero eso daría para muy largo.) Que alguien pida simplemente una conducta externamente buena, sin intentar conseguir la adhesión interior, es algo pocas veces visto. Y aun así, puede que una petición de ese tipo haga referencia a algo tan interno que sea hasta desconocido: el auto-dominio como la única manera de salir de uno mismo.

martes, 13 de octubre de 2015

A los buenos profesores

Cuando se proclama la igualdad a los cuatro vientos parece que se olvida que, si bien somos todos igualmente humanos, que es lo esencial, somos distintos en tantos otros aspectos. El sólo pensar en la idea de jerarquías o en relaciones de dependencia no elegidas puede causar incomodidad a más de uno. Pero hay muchas cosas recibidas sin que se las haya pedido, que generan esas relaciones. La más obvia es la vida, que se recibe de los padres, y ese don establece con ellos una situación de deuda que no puede saldarse. No es la única. Como al ser humano no le basta simplemente con vivir porque es un ser racional, además de la vida biológica, ha de recibir la vida intelectual, la vida del espíritu, que tampoco puede dársela a sí mismo (sólo una vez que la ha recibido puede fortalecerla y acrecentarla por sí mismo). Frente a quienes le han dado vida, ya sea la del cuerpo o la del intelecto, el hombre tiene una deuda impagable. Pero que no se pueda retribuir el beneficio recibido no quiere decir que no se pueda hacer nada. Las deudas que no se pueden pagar requieren de una actitud apropiada, la gratitud. Al respecto, dice Josef Pieper, que es por eso que el pago en dinero que se le da a los que ejercen ciertas profesiones, como la medicina o la enseñanza, es un honorario más que un sueldo: la vida y el saber no pueden equipararse a ninguna cosa material, en estricto rigor, no se pueden pagar, sólo se pueden compensar de manera simbólica. ¿Cómo puede retribuirle uno quien le enseñó a leer o a quien le mostró un mundo nuevo en la literatura, el arte o las ciencias? Imposible, no se puede devolver la mano. Es una deuda impagable. Vaya pues en este día del profesor un agradecimiento a todos aquellos que nos enseñaron algo. Trataremos, a su vez, de trasmitirlo a otros.

martes, 6 de octubre de 2015

Aborto: religión, ciencia y falacias

Las argumentaciones a favor del aborto contienen tantas falacias que es cansador tener que sentarse a refutarlas. A veces uno duda si vale la pena el esfuerzo de tratar de exponer el propio punto de vista a quién ya tiene todas sus conclusiones decididas de antemano, pero nunca se pierde la esperanza de que en el diálogo de sordos a alguno se le abran los oídos.

Quizás lo que corresponde hacer en primer lugar es referirse a las etiquetas: “ultra-conservador” (parece que en Chile hay sólo dos posiciones políticas, los ultra-conservadores y los razonables). Que los conservadores seamos contrarios al aborto no implica que no haya gente pro-vida en otras partes del espectro político. Que figuras tan emblemáticas de la izquierda como Norberto Bobbio o Tabaré Vázquez hayan sido contrarios al aborto se oculta convenientemente (al respecto, recomiendo leer esto). Pero en última instancia eso da lo mismo: no importa si una postura es ultra-conservadora o ultra-liberal, lo que importa es que sea correcta o errónea. Poner una etiqueta es asumir de antemano la conclusión a la que se quiere llegar.

Otra etiqueta de la que hay que hacerse cargo es la referencia a la religión. Es verdad que la religión prohíbe el asesinato (y respecto de la imposibilidad de prohibir el asesinato desde una ética laica habría que leer a Adorno y Horkheimer en su Dialéctica de la Ilustración, pero eso ya sería demasiado en un debate como este), pero eso no hace que el argumento sobre el aborto sea un tema puramente religioso. El asunto es que esta prohibición se hace extensiva a los no nacidos. Lo que habría que ver es qué argumentos dan las iglesias para oponerse al aborto, eso sí sería diálogo (un creyente puede dar argumentos basados en la razón natural). Por lo demás, la prohibición del aborto es compartida por agnósticos como Bobbio y su origen puede rastrearse hasta el juramento de los médicos, redactado antes de la aparición del cristianismo.

También está el asunto de la agrupación: por supuesto, quienes hoy se oponen al aborto son los mismos que ayer se oponían a un montón de cosas buenas. Aunque decir algo así implica simplificar la historia y dar por resueltos debates aun abiertos, pase (en beneficio de la brevedad), pero, de nuevo, eso no zanja el tema. Se podría hacer la operación inversa: por ejemplo, quienes hoy apoyan el aborto ayer eran partidarios de la eugenesia racial o de los totalitarismos (los llamados progresistas tienen, naturalmente, mala memoria), pero eso sería subir innecesariamente el volumen, y además sería injusto con algunas personas particulares que no caben dentro de los grupos.

Pero yendo más allá de las etiquetas, lo que es verdaderamente útil en el debate sobre el aborto es aclarar algunas nociones ambiguas y revisar algunos postulados que no se cuestionan. Una distinción que hay que hacer es entre el todo y la parte. Una parte de un ser vivo estará viva, pero no constituye un ser vivo individual. Si una parte de un ser vivo puede mantenerse viva fuera de éste hay que ver si tiende a permanecer como parte (ayudada desde fuera) o a formar un nuevo todo (dirigiendo su desarrollo desde sí misma). Una célula de piel humana que se multiplica en una placa de Petri, por lo tanto, es humana (de la especie Homo sapiens) pero no es un individuo humano. Esta distinción permite aclarar algunos equívocos. Si bien todo ser humano tiene su inicio en una célula, no toda célula humana es un individuo humano.

Por otra parte, la consideración acerca de la capacidad de una célula de dirigir su propio crecimiento y diferenciación permite entender mejor porqué es arbitrario atribuir la condición humana al desarrollo de ciertas estructuras, como la corteza cerebral o el sistema nervioso. Si un embrión que no tiene sistema nervioso no puede tener percepciones, sí tiene la capacidad de desarrollar su sistema nervioso que le permitirá tener percepciones. (Puesto de otra manera, un ser sin cerebro puede “fabricar” su propio cerebro.) Basar la “humanidad” en ciertas cualidades y no en la pertenencia a una especie es imponer una definición asumida de antemano (imposición que hacen quienes ya cumplen con la definición, por supuesto). Además, aparece el problema de que las cualidades son graduales (¿si para ser humano hay que tener auto-conciencia, una persona con mayor auto-conciencia es más humano que una que recién la ha adquirido?), pero no se puede pertenecer a medias a una especie. También podría cuestionarse el por qué de una cualidad y no otra (¿por qué poner la humanidad en la percepción –que es algo que se comparte con los animales– y no en el lenguaje?).

Queda el problema del nacimiento (en lo que respecta a la ley civil, también es necesario comprender la intención y los límites de la ley, pero eso alargaría tomaría demasiado espacio, en todo caso, la ley siempre se puede cambiar). El nacimiento algo que le ocurre a un ser, y que le puede ocurrir en un momento u otro, sin mayor diferencia. La dependencia que implica no haber nacido no tiene por qué implicar menos derechos. (Puesto de otra manera: un niño puede nacer prematuramente a las 30 semanas de gestación y quedar inscrito en el registro civil con su nombre y rut, mientras que otro que sigue en el útero a las 35, a pesar de estar más desarrollado, de llevar más tiempo vivo, no tiene existencia legal plena.)

Por último, es bueno comprender lo que la ciencia (palabra mágica) puede dar a conocer y lo que no. La ciencia puede determinar si un ser vivo es de una especie o de otra (aunque el concepto de especie sea complejo), la observación empírica puede determinar si algo es un ser vivo, una parte de un ser vivo o un conjunto de individuos, o si algo está vivo o muerto, pero no puede determinar si un ser vivo es persona o tiene derechos, puesto que esos son conceptos filosóficos.

Puede que una discusión sobre el aborto en que la intención sea comprender mejor los temas involucrados mediante el razonamiento riguroso, más que la descalificación del contrario por cualquier medio, ayude a superar algo el diálogo de sordos que hemos tenido hasta ahora. 

martes, 29 de septiembre de 2015

“Regalatis Gratis”

Un rasgo típico de la sociedad de consumo es echarle la culpa a la misma sociedad de consumo por la conducta de sus miembros (“es que la sociedad te obliga a hacer esto o a tener esto otro…”). Por supuesto: de existir responsabilidad personal, de haber capacidad para tomar decisiones sin la influencia de la moda, de lo que hacen todos lo demás, no habría sociedad de consumo. Y por lo mismo, cuando se habla de este tema, el problema es siempre es ajeno; son los demás los que están sumidos en la sociedad del consumo, uno, en cambio, suele ser capaz de tomar distancia y criticar. A pesar de esto, no es fácil vivir de otra manera, porque si todos los demás participan activamente de la sociedad de consumo, uno no quiere quedar al margen. Tendrá que ser algún otro el que tome el riesgo, asuma los costos y se oponga a la sociedad de consumo en los hechos más que en las palabras. Pero la culpa es de la sociedad, no de uno.

Mientras tanto, todo sigue igual, casi sin que uno se dé cuenta, hasta que algún hecho común y corriente inesperadamente ilumina la situación. Hace unos días fui a visitar a una persona que recién había estado de cumpleaños. Había regalos por todas partes, todos entregados con la mejor voluntad, pero ninguno realmente necesitado o querido. (Muchos, además, venían con su ticket de cambio, que es casi como regalar plata.) Estos regalos dan trabajo: hay que encontrarles destino, y ese destino no puede ser a su vez regalarlos, porque entre los conocidos y amigos puede que un regalo llegue a dar la vuelta completa y eso sería fatal. Algunos pueden cambiarse en la tienda por alguna otra cosa (y ahí uno se entera de cuánto costó el regalo) pero eso toma tiempo, y como nunca puede cambiarse el regalo por algo que valga exactamente lo mismo hay que resignarse a perder unos pesos (impensable) o pagar algo más encima (que es lo que ocurre). Por último, a cada uno de los que regalaron algo hay que regalarles algo (igualmente inútil) para sus cumpleaños.

¿Será tan absurdo esto de los regalos de cumpleaños (a pesar de las buenas intenciones)? La respuesta a esto –como a tantas otras cosas– esperaba desde hace años a quién quisiera descubrirla en el libro Mi hermana Ji, por Papelucho, de Marcela Paz. Papelucho y su amigo estadounidense, el Jolly, concluyen que lo importante en la vida es ser feliz, y que uno es requete feliz cuando recibe regalos. Por lo tanto, crean una sociedad llamada “Regalatis Gratis” cuyos miembros se llaman “Recibitis Tutis”. Los miembros tienen que hacerse regalos mutuamente todos los días. Es un éxito: al segundo día tienen ciento cincuenta y un socios, pero la sociedad es inmediatamente disuelta porque “porque tener que conseguirse 151 porquerías para recibir otras 151 mugres, no valía la pena…” 

martes, 22 de septiembre de 2015

¡Qué importa la ética!

Todavía no perdemos la capacidad de asombrarnos frente los escándalos políticos y económicos, pero al mismo tiempo no podemos tener ninguna discusión moral seria, porque en una sociedad pluralista no hay una idea compartida acerca de lo bueno. Se lamenta la falta de ética pública y algunos piden que se enseñe ética en las universidades (particularmente en las escuelas de negociosos) pero al mismo tiempo la sociedad rechaza cualquier intento de que a haya una moral que no dependa del individuo.

Hace ya varios años, el profesor M.B.E. Smith se refirió a este problema, señalando que la enseñanza de la ética en la educación superior (en particular en las escuelas de derecho) era contraproducente: los alumnos iniciarían el curso con ciertas convicciones éticas personales, pero luego de ser expuestos a diferentes corrientes de pensamiento– presentadas como equivalentes – probablemente algunos de ellos terminarían confundidos, pensando que estas cuestiones no tienen respuesta (es decir, adoptando algún tipo de relativismo moral) y, por consiguiente, guiarían su actuar futuro más por conveniencia que por ética. No estoy completamente de acuerdo con el profesor Smith, ya que, según lo que he podido observar, la teoría moral de la mayoría de los alumnos que toma un curso de ética (a pesar de que se puede decir que son buenas personas) es precisamente el relativismo. Si ese es el punto de partida, reflexionar sobre estos temas sólo puede ser beneficioso.

Sin embargo hay otra razón, de otro orden, que desaconsejaría que se enseñe ética en las universidades. En mi experiencia, al menos, los cursos de ética son tratados por las distintas facultades de manera poco seria, como el pariente pobre de los demás ramos. Ejemplos abundan: un alumno que toma el ramo después de un mes de comenzadas las clases (“¿Y cómo fue que lo dejaron tomar el ramo tan tarde? - No sé profesor, me lo inscribió el jefe de carrera”), otro alumno al que se le permite tomar el curso de ética en el mismo horario que otro ramo (“No voy a poder quedarme a la segunda hora, porque en Cálculo II me piden asistencia completa…”) y así. Un caso extremo fue el del estudiante que reprobó Ética por ser sorprendido copiando en el examen: el jefe de la carrera le pidió al coordinador del Programa de Ética que no lo reprobara, de otra manera el alumno no se titularía a tiempo (el coordinador respondió con la teoría pedagógica de moda: si copió en un examen de ética es porque no adquirió las competencias pertinentes).

Cómo la ética, al fin y al cabo, es una ciencia práctica, y se aprende sobre todo por imitación, la lección de fondo que les queda a los alumnos es que lo que realmente importa es aprender las técnicas de su futura profesión, y titularse a tiempo. El estudio de la moral sería un adorno que estaría bien tener, pero que no habría que tomarlo tan en serio. Después nos quejamos.

martes, 15 de septiembre de 2015

Legalidades y correos

Hay dos películas, en estos días, que recomendaría a los políticos que pretenden tener algo de conciencia. Una de ellas es Un Hombre de dos Reinos (t.o. A Man for all Seasons, 1966). No voy a referirme al problema central de la trama, sino a algo marginal, pero que en este momento puede ser de interés. Hay una escena en que el protagonista, Santo Tomás Moro, deja escapar a un adversario suyo, porque éste no ha violado ninguna ley. Frente a las recriminaciones de sus familiares, Tomás Moro responde que no hay ninguna ley contra “ser malo” y que en iguales circunstancia dejaría libre al mismísimo diablo, mientras éste no violase la ley. Su yerno, enardecido, dice que él, en cambio, cortaría todas las leyes de Inglaterra para perseguir al diablo. “¿Y cuando el diablo se dé vuelta, dónde te esconderías de él?” pregunta Moro.

Recordé esta escena a propósito del asunto de los correos electrónicos del Cardenal Errázuriz y el Cardenal Ezzati. Los prelados no han quedado muy bien parados, aunque los correos no digan nada del otro mundo. Pero el énfasis ha estado en el contenido y en la interpretación de los correos mientras que el hecho que hayan sido obtenidos de manera ilegal parece ser un detalle. La Iglesia y los obispos han sido perjudicados y comentaristas de la prensa, políticos y académicos se dan un festín. Los intereses de algunos han sido favorecidos, y éstos en vez de ponerse del lado de la ley, se alegran. Sin embargo este desprecio por la ley puede ser peligroso. Si se puede “hackear” la cuenta de correo de un cardenal, también se puede hacer lo mismo con la de un diputado o la de un rector universitario ¿Qué podrán alegar en su defensa si eso llega a ocurrir? Quienes hoy desprecian la ley mañana podrían necesitarla, pero la exaltación del momento los ciega (y esa ceguera, producto de la hýbris, puede traer consecuencias insospechadas, como se ha visto en otros casos de la política reciente).

Es verdad que para que haya una democracia saludable es necesaria una prensa libre, pero no una prensa por encima de la ley, como no pueden estar sobre la ley los ciudadanos de a pie ni los poderes del Estado. Si se erosionan las leyes, los vientos que soplarán entonces –en palabras del protagonista de Un Hombre de dos Reinos– serán tan fuertes que nadie podrá tenerse en pie.

martes, 8 de septiembre de 2015

Agotamiento y renuncia

Se puede tocar el cansancio del gobierno a dos años de haber empezado la tarea de transformar Chile. Las críticas ya no vienen sólo de la oposición. El gobierno está agotado y la presidente parece estarlo también. Pero no todo es su culpa: Michelle Bachelet ganó las elecciones no por las prometidas reformas, sino por su carisma. A ella la trajeron para recuperar el poder perdido y de paso implementar un programa que había sido interrumpido en 1973. ¿Quería ella ser presidente, o fue candidata sólo por lealtad y obediencia a su partido y coalición? ¿Se imaginaba ella lo que podía pasar en un segundo gobierno suyo? No viene al caso conjeturar sobre lo bien que estaba Bachelet en Nueva York, el hecho es que ella misma ha declarado que nunca más será candidata a nada. Su popularidad, que era su capital político, se acabó. ¿Qué queda para los próximos dos (largos) años? 

Se habla de una renuncia. Rumores, sí, pero motivados por algo más que la schadenfreude propia de la oposición. Sería el último clavo en el ataúd: realismo con la peor de todas las renuncias. El sucesor que se perfila es Ricardo Lagos (lo que muestra que la coalición de izquierda está agotada: no se ven nombres nuevos, todos los últimos candidatos han sido ex-presidentes). Y aunque no pase de ser una especulación, uno puede preguntarse qué pasaría si la presidente renunciara. Por una parte, sería lamentable que la popularidad, tal como la miden las encuestas pueda ser algo tan determinante en la política nacional. El país puede estar mal, sí, pero ha aguantado situaciones peores. Además, que alguien no apruebe la gestión de la actual administración no quiere decir que esté a favor de la oposición. No deja de ser irónico (la antigua rueda de la Fortuna sigue girando aun en un mundo donde todo parece estar asegurado) que el juego de la popularidad y las encuestas se haya vuelto en contra de quienes dijeron que un país no merecía un presidente con baja aprobación.

No parece razonable, sin embargo, que un presidente renuncie por una baja en las encuestas. Esto sentaría un precedente, y dado que las encuestas y la opinión pública son manipulables, podría haber nuevas formas de presión sobre un sistema democrático que ya ha mostrado ser influenciable desde fuera. Ya se ha visto que las emociones son volubles, quién está en la cúspide un día (como Sebastián Piñera luego del rescate de los mineros) puede estar en el suelo al día siguiente (como Piñera durante las manifestaciones estudiantiles): la encuestocracia tiene sus riesgos. Por lo demás el presidente es elegido por los ciudadanos por un período que ya ha sido calificado como demasiado corto. La posibilidad de echar presidentes con unas cuantas encuestas o manifestaciones callejeras podría transformarse, por una parte, una manera de manipular la democracia, y por otra, en una forma de irresponsabilidad: si el pueblo elige alguien, es de esperar que se haga responsable por su elección; los que no votaron, que asuman los costos de su apatía; y los que votaron en contra, tendrán que aprender de sus errores y corregirlos (hacer algo más que ir a la urna) en la elección siguiente.

Sin embargo, dado que una renuncia que lleve a Lagos a la presidencia sería una solución de corto plazo que podría aliviar a la coalición de izquierda, es muy probable ocurra en marzo. Después de todo, si Bachelet se sacrificó una vez, puede ser sacrificada de nuevo.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Los camioneros fascistas

Algunos comentadores de la realidad nacional han elogiado al gremio de los camioneros –y a su marcha– por su valentía, sentido común, solidaridad entre sí… Pero desde el otro lado se los ha atacado y etiquetado de fascistas. La acusación de fascismo es un indicador de que se acabó la conversación, una consigna hueca, el recurso barato del izquierdista que se quedó sin argumentos. Se ironiza sobre la derecha porque ve comunistas en todos lados, pero es la izquierda la que tiene alucinaciones de fascistas por todas partes. El partido comunista, por lo menos, es real y tiene algunos militantes en el Congreso y en gobierno, pero en Chile no se ven camisas negras (o, en su defecto, pardas o azules).

Es el pánico por un trauma del pasado, se ha dicho. El sueño de Allende se desmorona, de nuevo, entre ineptitud, frivolidad y corrupción. La historia parece repetirse y sabemos cómo termina. (¿Será que el socialismo es simplemente inviable, o es que todavía no surge la persona capaz de conducirlo a su plenitud?) Pero el trauma del pasado no es suficiente para explicar tanta rabia contra los camioneros. Se puede intentar explicar esto por lo que son, pero se puede llegar más lejos poniendo atención en lo que los camioneros no son.

Los camioneros no gente del barrio alto, no hablan con una papa en la boca, no son grandes empresarios – aunque muchos de ellos sean dueños de su fuente de trabajo. No son economistas neo-liberales, no trabajan en las cómodas oficinas de algún moderno edificio de acero y cristal. Son trabajadores (sí, trabajadores), de los que hacen trabajo físico, que trabajan largas horas y no terminan su jornada en un happy hour de algún bar de moda. Los camioneros deberían estar con la izquierda, pero están en contra. Deberían sentirse alienados en su trabajo, sentirse explotados por la clase dominante, pero no; en cambio se sienten amenazados por una causa defendida por la izquierda (indigenismo y trabajadores industriales nunca podrán ir de la mano). La marcha de los camioneros es como una bofetada en la cara, algo que no calza y por eso produce esas diatribas. Es que nada enfurece más a un político o intelectual de izquierda que un trabajador no se le someta.

lunes, 31 de agosto de 2015

La ineptitud política

El día jueves 27 de agosto quedó claro cómo es al actual gobierno (en caso de que a alguien le quedara alguna duda): una mezcla de incompetencia, corrupción e ideología, con las correspondientes improvisaciones, divisiones internas, caos, doble estándar, violencia e irresponsabilidad.

Lo que podría haberse manejado de manera normal, sin sobresaltos, desató reacciones incomprensibles. Aclaremos: lo que pide alguien no es lo mismo que lo que quiere. Si se le da lo que pide, puede negársele lo que quiere y vice versa. Esto lo sabe cualquiera que haya estado en una discusión. Es verdad que a veces se pierde la cabeza y la situación se descontrola, pero es de esperar que a un equipo de gobierno sepa tratar políticamente con otros seres humanos. 

Lo que los camioneros querían era la atención de los medios para mostrar que en la Araucanía reina la violencia, llegar a la Moneda para entregar una carta era algo secundario. De haberlos dejado marchar libremente por la Alameda y haberles permitido llegar a la Moneda, todo hubiera acabado sin mayores problemas, en una mañana. Pero para unos gobernantes que hablan repetidamente del sueño de Allende, la visión de los camioneros es algo más allá de cualquier pesadilla (un fantasma recorre Chile, el fantasma de León Vilarín...) y perdieron el control de sí mismos primero y luego de la situación. La ideología impide el razonamiento. De paso, le dieron a los camioneros lo que querían: la atención completa de los medios de comunicación, el protagonismo en la agenda y la constatación -frente a todo el país- de que al gobierno no le preocupa el terrorismo en la Araucanía; la confirmación de que este gobierno divide al país, fomenta el odio y se sirve del poder y las leyes para sus propios fines y los de sus partidarios. 

En medio de la agitación, la presidente desaparece, para emerger al día siguiente hablando de la importancia del diálogo (pero ya nadie le cree). Este gobierno no pasó agosto. Lo que queda es esperar que los que tengan el poder de hacerlo mantengan una semblanza de orden hasta las próximas elecciones.

jueves, 27 de agosto de 2015

Lagos y la nueva crisis de la derecha

Hace apenas unas semanas un amigo politiquero me decía que en la derecha estaban tan seguros de ganar la siguiente elección presidencial, que la elección iba a decidirse en las primarias del sector. Difícil no estar de acuerdo, hace tiempo que no se veía un gobierno como el actual: una mezcla perfecta de ideología, incompetencia y corrupción. La próxima elección, en dos años más, parecía carrera corrida para la derecha. Después de este desastre de gobierno, imposible que el país no anhelara un gobierno ordenado, eficiente, y sobre todo, con un enfoque económico distinto; una vuelta a la derecha de siempre: sin grandes pretensiones, pero que haga bien su trabajo.

Hasta que (re)apareció Ricardo Lagos. No es que el de Lagos haya sido un buen gobierno (es cosa de pensar en el Transantiago, la relación con los países vecinos, o en su sucesora patrocinada por él mismo) pero dio la impresión de serlo y eso es lo que importa. En ese sentido, Michelle Bachelet es una buena hija de Ricardo Lagos. Si ella ganó por su empática imagen materna, con el delantal blanco como fondo, Lagos suscita adhesión por su seria imagen paterna, enmarcada en un terno gris. Además, los empresarios quedaron contentos con Lagos, no necesitan una derecha para lograr lo que quieren.

Esta situación pone a la derecha en aprietos, pero también presenta una oportunidad. Ganar la próxima elección ya no es algo dado, la consigna del cambio ya no es suficiente. Si a la izquierda parecía sobrarle “relato”  (lucha contra la desigualdad, promoción de la igualdad y acabar con las desigualdades…) y faltarle competencia, la derecha no acaba de darse cuenta que la mera buena administración sin un sustento verdaderamente político es una base muy débil, porque no constituye un proyecto común. Los ingenieros y economistas que trabajan 24/7 aun no parecen darse cuenta de que si siguen haciendo las cosas como siempre, los resultados serán los mismos, y si además, aparece alguien en izquierda capaz de buena gestión a la derecha le esperan otros cuarenta años en el desierto. Pero la derecha también puede plantearse si acaso su rol en el país es simplemente ser la facilitadora de los grandes empresarios, diferenciarse de Ricardo Lagos y ofrecer un proyecto político y no sólo administrativo.

lunes, 24 de agosto de 2015

Conversación de cosas no dichas

“Acá hay una conversación de cosas no dichas, en Chile hay aborto” ha dicho nuestra presidente en una entrevista radial, repitiendo un conocido argumento que puede usarse a favor de lo que sea, afirmando que tal o cual cosa “es una realidad”. Por supuesto que en Chile hay aborto, además, se ha dicho hasta el cansancio. También hay maltrato a las mujeres, conducción a exceso de velocidad, malversación de fondos públicos, evasión de impuestos, etc. El hecho material que algo ocurra no implica absolutamente nada en su favor o en contra. La cuestión es qué se hace con eso que ocurre. Como argumento es banal, por no decir estúpido, y como algunas de las personas que lo repiten son bastante hábiles, lo que hay que hacer es indagar, precisamente, sobre lo implícito, sobre lo no dicho.

La primera de las cosas no dichas es que esto no es una conversación ni un debate, porque un argumento del tipo usado por la presidente ya asume que el aborto no algo ni tan malo ni tan grave como para prohibirlo en toda circunstancia. Y si los ricos pueden hacer algo que lo pobres no pueden permitirse, eso tampoco es razón para permitirlo o prohibirlo, depende de la cuestión previa, que algo asumido pero no dicho. Si los ricos lo hacen y es grave, entonces la solución es una mayor fiscalización, no una despenalización. La voluntad de imponer el aborto en Chile es clara y previa a cualquier debate. Dada la solidez de las razones médicas, éticas (y prudenciales) para defender el derecho a la vida del que está por nacer, la actitud de nuestras autoridades sólo puede ser calificada de contumaz (como lo hizo el profesor Jorge Martínez Barrera, del Instituto de Filosofía de la PUC).

Una segunda cosa no dicha es que si bien en Chile hay aborto, no sabemos cuántos casos de los abortos que hay quedarán cubiertos por las tres causales que contempla la despenalización (probablemente muy pocos). Tampoco sabemos a ciencia cierta cuántos abortos hay; es un delito que la víctima no denuncia (porque muere) y la familia tampoco (porque es cómplice). Lo que sí sabemos es que las estimaciones más serias, como las del Dr. Elard Koch, están muy por debajo de las cifras que entrega la propaganda pro-aborto. También sabemos, por el testimonio del Dr. Nathanson, que el lobby pro-aborto no tiene problemas en inflar las cifras para su conveniencia.

La tercera cosa no dicha es la intención que hay detrás de la despenalización del aborto. Una cierta desconfianza de los ciudadanos hacia el gobierno es siempre saludable, pero en este caso (y con este gobierno) es algo obligatorio. Los principios invocados en dos de las tres causales abren la puerta a una despenalización más amplia, éste ha sido el camino seguido por los países dónde hay aborto. Tampoco se ha dicho cuánta presión internacional ha habido para despenalizar el aborto, ni los intereses económicos involucrados.

Y la última cosa no dicha es el horror del aborto, la deshumanización de una sociedad que se permite destruir a sus miembros más inocentes y más débiles. Para ver esto es cosa de mirar a los países donde se ha impuesto, de a poco, siempre de a poco, la cultura de la muerte. 

martes, 4 de agosto de 2015

Naturaleza, hombre, Dios (o una encíclica con tres Franciscos)

Y entonces le pregunté: Suponga que el Papa mirara al cielo, viera una nube y dijera: “Va a llover”. ¿Llovería forzosamente? “Oh, sí, padre.” “Pero suponga que no lloviera.” Lo pensó un rato y al cabo dijo: “Supongo que estaría lloviendo espiritualmen­te, pero que somos demasiado pecadores para verlo”.
Evelyn Waugh, en Retorno a Brideshead


Laudato si, la última encíclica del Papa Francisco, como casi todas las encíclicas papales desde la Rerum novarum hasta la Veritatis splendor, pasando, por supuesto, por la Humanae vitae, ha dado que hablar. Algunos la han encontrado perturbadora y se alegran por la incomodidad que está causando, otros han mostrado su desacuerdo. Es, sin duda, un documento fuerte, que nos recuerda que si hemos de vivir cristianamente, y humanamente, tenemos mucho que cambiar y mucho a lo que renunciar. Toma posturas audaces y desciende a detalles pedestres, hasta sugerir, por ejemplo, que se modere el uso del aire acondicionado. El lenguaje llega a ser duro: compara el estado del mundo con un basural (como si hubiera visto nuestras playas y parques después de una fiesta universitaria). Algunos se han quedado en detalles y buscado inconsistencias. No se trata de eso, lo que importa es la cuestión de fondo: la conexión que existe entre el uso de los recursos de la tierra y la conducta moral y religiosa.

El tono de la Laudato si recuerda la visión de la ciencia y dela técnica de C.S. Lewis (planteada en La Abolición del Hombre) y el planteamiento ecológico-económico de J.R.R. Tolkien y de G.K. Chesterton, es decir, se refiere a la disposición moral que anima la conducta, más que a las aplicaciones técnicas que la habilitan. Al parecer, una de las cosas que más preocupan al Santo Padre, en congruencia con sus encíclicas anteriores, es la codicia humana y sus consecuencias e implicancias en todo orden de cosas. Si algunos de los referentes, y el mismo tono de la Laudato si, parecen demasiado medievales, no es coincidencia: el mismo título de la encíclica está tomado del Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís. Laudato si se remonta a una visión del mundo anterior a Francis Bacon (“torturar a la naturaleza hasta arrancarle sus secretos”).

Esta visión del mundo, va más allá, incluso, de la misma conducta moral. Propone una visión teológica de la naturaleza, un cuidado de ella basado en la doctrina judeocristiana de la Creación. Nuevamente nos podemos remitir al título: Alabado seas. ¿Quién? (El Cántico de las Criaturas se dirige a Dios, no al mundo y su preocupación es el destino final del hombre: termina con consideraciones sobre la muerte que no suelen oírse en los púlpitos contemporáneos. Cito el poema completo abajo.) Ésta es, tal vez, la única manera de plantear el problema ecológico salvando a la vez al hombre y a la naturaleza.

La ecología da por supuesto el fundamento del problema ecológico y por lo tanto lo oculta. Quizás conviene re-plantearse el problema de la manera más fuerte posible: cuestionando que sea un problema. Si, en un futuro no muy lejano desde una perspectiva cósmica, el sol engullirá a la Tierra reduciéndolo todo a cenizas, qué importa que se extingan algunas especies o se ensucien algunas aguas en el intertanto: todo acabará igual. O puesto de otro modo: ¿Qué problema hay en comerse el último huemul asado sobre las brasas del último alerce, si los únicos que los verán serán unos pocos turistas extranjeros? ¿Por qué no aplicar a rajatabla el lema no-oficial de Luis XV: después de mí, el diluvio?

Si se pretende justificar la ecología desde un antropocentrismo (con argumentos del tipo que la biodiversidad es fundamental mantener el equilibrio necesario para el sustento de la vida humana), esa misma línea de argumentación puede usarse en el sentido contrario: los maoríes, por ejemplo, cazaron hasta la extinción a varias especies de aves en Nueva Zelanda y no sucumbieron por ello. Hemos contaminado mucho, pero igual seguimos aquí y vivimos vidas más largas y cómodas ahora que en tiempos menos contaminados. ¿Y qué pasará con las futuras generaciones? Por una parte parece razonable que nos preocupen, pero por otra, podemos volver a Luis XV ¿qué nos puede importar cómo les dejemos el mundo, si nosotros no estaremos ahí para verlo? Además, como indica Lewis en La Abolición del Hombre, las futuras generaciones dependen de la actual para llegar a existir (y a juzgar por las tasas de natalidad en occidente, no habrá muchas futuras generaciones).

No es fácil dar una respuesta sólida acerca del valor intrínseco (que no esté en relación al ser humano) que pueda tener un animal o una planta. El Papa Francisco responde diciendo que el valor de la naturaleza radica en que fue creada por Dios y manifiesta su Gloria. Esta fundamentación, metafísica y teológica, pone orden en el universo. Sin este orden, el caos que reina (es cosa de verlo) surge de la lucha por el poder. El lugar del hombre queda entre las criaturas, por eso San Francisco de Asís se refiere a ellas como hermanas y hermanos, pero sin duda que es una criatura muy especial. Y a pesar de que una visión teológica del problema ecológico resulte inaceptable para muchos en un mundo del cual Dios ha sido expulsado, la gravedad del asunto se puede ver en las alternativas que quedan.

Si se expulsa a Dios del universo, o el hombre se hace dios y domina sin contrapeso sobre la naturaleza (la visión de la modernidad), o la naturaleza se transforma en diosa y domina al hombre hasta anularlo (la visión pagana y neo-pagana). La propuesta del Papa Francisco, tomada del Génesis y en continuidad con el Magisterio de siempre, pone al hombre como administrador de un mundo del cual no es dueño absoluto. Cuando el hombre se hace dueño absoluto de la naturaleza la explota y destruye para satisfacer sus apetitos y su codicia que, al no estar sometidos a una realidad superior, pasan a ser la guía última de su conducta. Los resultados, me parece, son bastante evidentes.

Pero cuando la naturaleza se deifica, resulta ser una diosa cruel, que se vuelve contra el hombre exigiendo sacrificios humanos. Tiene esas dos caras la naturaleza: por una parte es bella, pero por otra es extremadamente cruel. No puede ser de otra manera; para que unos vivan otros tienen morir, y esas muertes pueden ser muy dolorosas. Esta crueldad se manifiesta en los cultos a las fuerzas naturales y a los impulsos básicos del ser humano: el fuego, el sol, la fertilidad, el agua… El mismo C.S. Lewis lo expresó en un poema, escrito durante su período ateo, en el que mira al mundo natural sin sentimentalismo (como poema no es muy bueno, pero lo cito completo abajo; contrasta con el Cántico: una naturaleza absoluta, sin Dios frente a la naturaleza como Creación). Aztecas, mapuches, griegos, fenicios, polinesios… sacrificaban víctimas humanas –mejor si eran inocentes– a sus dioses cósmicos. El nuevo culto a la naturaleza sigue la misma regla aunque más sutilmente. En cualquier caso, el anti-humanismo del ecologismo profundo, en algunos casos explícito, lo permea todo. A modo de muestra, en un reciente seminario de ética la profesora concluyó que el ser humano no era más que una plaga sobre el planeta. Muchos de mis alumnos me han expresado sentimientos parecidos. (Ah, pero siempre son otros los que están demás: quiénes son esos, tal cosa es decidida por los sacerdotes de este nuevo culto.)

El cuidado de la “casa común” presenta diversos problemas y retos. La solución a los problemas técnicos pasa por la técnica (y el Papa dice más de una vez que no existe una solución única en materias temporales), pero lo que el Santo Padre recalca es que la raíz de estos problemas no es técnica, sino moral y espiritual, y por lo tanto, la solución implica una conversión hacia el Creador.

Habla Satán 
C.S. Lewis (1919) 

Yo soy la Naturaleza, la Madre Poderosa, 
Yo soy la ley: no tendrás otra. 

Yo soy la flor y la fresca gota de rocío, 
Soy la lujuria en tu carne ansiosa. 

Yo soy la inmundicia y la tensión de la batalla, 
Soy el dolor vacío de la viuda.

Yo soy el mar, para ahogar tu aliento, 
Soy la bomba, la muerte que desciende.

Yo el hecho y la aplastante razón 
para frustrar de tu fantasía la recién nacida traición.

Yo soy la araña tejiendo su tela, 
Yo soy la bestia con las fauces empapadas en sangre. 

Yo soy el lobo que persigue al sol 
y lo alcanzaré antes de que acabe el día.



Cántico de las Criaturas 
San Francisco de Asís (1224)  

Altísimo y omnipotente buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.
A ti solo, Altísimo, te convienen
y ningún hombre es digno de nombrarte. 

Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas,
especialmente en el Señor hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas. 
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación. 

Alabado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas. 

Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento. 

Alabado seas, mi Señor por la hermana Agua,

la cual es muy humilde, preciosa y casta. 

Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego, por el cual iluminas la noche,
y es bello y alegre y vigoroso y fuerte. 

Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra,
la cual nos sostiene y gobierna
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas. 

Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor,
y sufren enfermedad y tribulación;
bienaventurados los que las sufran en paz,
porque de ti, Altísimo, coronados serán. 

Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar. 
Ay de aquellos que mueran en pecado mortal.

Bienaventurados a los que encontrará
en tu santísima voluntad
porque la muerte segunda no les hará mal. 

Alaben y bendigan a mi Señor
y denle gracias y sírvanle con gran humildad.