martes, 14 de octubre de 2014

La libertad, más en serio todavía

Se ha dicho que hay que tomarse la libertad en serio. Que eso implica respetar las opciones que, libremente, toman los demás. Que la libertad no es sólo económica, sino también moral, o sea completa. Y sin duda que la libertad es importante: es a través de esa capacidad de decidir que se puede ver la dignidad humana, puesto que sólo un ser que de alguna manera sea inmaterial puede escapar la determinación. Es a través de la libertad, ese dirigirse desde dentro, que el hombre es dueño de sí mismo, y por lo tanto un sujeto y no un objeto.

Pero la pregunta por la libertad es inseparable de la pregunta por lo bueno (aunque la libertad como facultad sea, también, un bien). La libertad es siempre intencional, no existe en el vacío: se elige algo, y siempre que se elige alguna cosa es porque se considera buena, o al menos, mejor que la alternativa. Y la pregunta es “¿por qué?”, ¿por qué se elige una cosa por sobre otra?, ¿qué es lo que hace que algo sea mejor que su alternativa? No basta decir que algo es mejor precisamente porque se lo elige libremente. Si la libertad diera valor a lo que se elige, si bastara elegir para que lo elegido fuese bueno, no habría ninguna razón para elegir una cosa por sobre otra, sería igual quedarse en la cama que levantarse para ir a clases. La libertad sola es insuficiente, no alcanza a ser el bien supremo.

Aquí se ve la dependencia de la libertad respecto del intelecto (que busca razones), y del intelecto, por su parte, de la realidad. Esto es sabido y aceptado en un nivel físico -nadie diría que la comida más saludable es la que uno libremente elige- pero es más difícil de reconocer en un nivel superior.

Ahora bien, se podría pensar que lo que se elige, que lo que parece bueno, se elige por la educación recibida, por los impulsos de la propia constitución, por los hábitos formados a temprana edad, pero esto sería anular la libertad volviendo a un determinismo. No es la idea de los defensores de la libertad. Tiene que haber alguna razón para decir que algo es mejor que otra cosa, para elegir, y esa razón no puede ser ni el impulso, que no es razón ni es libre, ni la libertad que no producir razones ya que las necesita para actuar.

El problema de anteponer el bien a la libertad es el de definirlo, sobre todo en una sociedad como la nuestra. La prudencia exige respeto por las distintas concepciones de lo bueno, por los distintos proyectos de vida, precisamente porque la tranquilidad y la paz social son mejores que sus alternativas. Pero este respeto no dispensa por la pregunta por el bien, al contrario, la hace más acuciante, más compleja, a la vez que supone ciertos bienes distintos de la misma libertad. Pasarla por alto es tomarse la libertad a la ligera.

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