Se ha dicho que hay que tomarse la libertad en serio. Que
eso implica respetar las opciones que, libremente, toman los demás. Que la
libertad no es sólo económica, sino también moral, o sea completa. Y sin duda
que la libertad es importante: es a través de esa capacidad de decidir que se
puede ver la dignidad humana, puesto que sólo un ser que de alguna manera sea
inmaterial puede escapar la determinación. Es a través de la libertad, ese
dirigirse desde dentro, que el hombre es dueño de sí mismo, y por lo tanto un
sujeto y no un objeto.
Pero la pregunta por la libertad es inseparable de la
pregunta por lo bueno (aunque la libertad como facultad sea, también, un bien).
La libertad es siempre intencional, no existe en el vacío: se elige algo, y
siempre que se elige alguna cosa es porque se considera buena, o al menos,
mejor que la alternativa. Y la pregunta es “¿por qué?”, ¿por qué se elige una
cosa por sobre otra?, ¿qué es lo que hace que algo sea mejor que su
alternativa? No basta decir que algo es mejor precisamente porque se lo elige
libremente. Si la libertad diera valor a lo que se elige, si bastara elegir
para que lo elegido fuese bueno, no habría ninguna razón para elegir una cosa
por sobre otra, sería igual quedarse en la cama que levantarse para ir a
clases. La libertad sola es insuficiente, no alcanza a ser el bien supremo.
Aquí se ve la dependencia de la libertad respecto del
intelecto (que busca razones), y del intelecto, por su parte, de la realidad.
Esto es sabido y aceptado en un nivel físico -nadie diría que la comida más
saludable es la que uno libremente elige- pero es más difícil de reconocer en un
nivel superior.
Ahora bien, se podría pensar que lo que se elige, que lo que
parece bueno, se elige por la educación recibida, por los impulsos de la propia
constitución, por los hábitos formados a temprana edad, pero esto sería anular
la libertad volviendo a un determinismo. No es la idea de los defensores de la
libertad. Tiene que haber alguna razón para decir que algo es mejor que otra
cosa, para elegir, y esa razón no puede ser ni el impulso, que no es razón ni
es libre, ni la libertad que no producir razones ya que las necesita para
actuar.
El problema de anteponer el bien a la libertad es el de
definirlo, sobre todo en una sociedad como la nuestra. La prudencia exige
respeto por las distintas concepciones de lo bueno, por los distintos proyectos
de vida, precisamente porque la tranquilidad y la paz social son mejores que
sus alternativas. Pero este respeto no dispensa por la pregunta por el bien, al
contrario, la hace más acuciante, más compleja, a la vez que supone ciertos
bienes distintos de la misma libertad. Pasarla por alto es tomarse la libertad
a la ligera.
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