martes, 28 de mayo de 2013

Por unas décimas más

Uno de los columnistas que más admiro es el inglés Anthony Daniels (nada que ver con el actor), que suele escribir, a veces con su propio nombre, otras con el pseudónimo de Theodore Dalrymple, en diversos medios de habla inglesa a uno y otro lado del Atlántico. El City Journal, el New Criterion, el Salisbury Review, el Spectator o el Telegraph reciben sus colaboraciones. Sus columnas recopiladas han dado origen a varios libros interesantísimos. Es una lástima que no sea muy conocido en estas pacíficas costas.

Este autor es un estudioso de la realidad humana. Su método está en iluminar alguna verdad profunda de la naturaleza del hombre a partir de alguna noticia del diario o anécdota cotidiana, más que en apoyarse en numerosas cifras. Puede que este método no sea muy científico, pero es muy ilustrativo. Además, las anécdotas se acumulan hasta formar un cuerpo de evidencia respetable.

Daniels es médico de profesión, además de gran lector y viajero, y por años ejerció como psiquiatra en una cárcel inglesa. Los encuentros con sus pacientes y  personas relacionadas suelen darle un punto de partida - y abundante material - para hacer alguna observación que vaya más allá de lo que se presenta a la vista. De manera análoga, mis alumnos, en toda su variedad, también me abren una ventana a la humanidad, y las anécdotas - buenas y malas - ocurridas en clases ilustran el mundo más allá de los muros de la academia.

Aquí va un ejemplo: La tercera prueba del ramo también fue un desastre. Los estudiantes no acababan de convencerse de que estaban en la universidad y de que ir a clases no es lo mismo que poner a atención, de que ver pasar letras no es igual a leer y de que leer no es equivalente a estudiar.

Para que las notas no estuvieran tan bajas se dieron (nuevamente) segundas oportunidades. El alumno en cuestión no las tomó – sin considerar que la principal oportunidad para subir nota es estudiar antes de la prueba. Pero al momento de recibir su prueba, encontró un resquicio, una pregunta que estaba redactada de manera que podía llegar a considerarse ambigua, aunque todo el resto del curso la hubiera entendido correctamente. Hallada esa oportunidad no la soltó y mostró un apego a la literalidad de lo escrito digno gente más seria.

No se trataba de pelear por una décima para llegar al 4.0, porque su nota no alcanzaba a llegar al 3.0. Costaba entender cómo una persona que podía demostrar ese nivel de ingenio y tenacidad al momento de revisar su prueba no los tuviera a la hora de estudiar para ella. Pero, habiendo nacido en los años noventa, el alumno en cuestión había oído hablar mucho de derechos y poco de deberes. ¿Será, en el futuro, capaz de aportar algo a la sociedad quién tan tempranamente demuestra que prefiere obtener las cosas por medio del reclamo y no del trabajo?

Afortunadamente son pocos los que encaran la vida de esta manera, y menos los que mantienen esa actitud en la edad adulta (la vida reprueba a quien no reprueba el profesor, decía un viejo profesor mío). Pero desafortunadamente son suficientes como para salir en las noticias de vez en cuando.

martes, 21 de mayo de 2013

La candidata afectiva

Algunos esperábamos que la candidatura de Michelle Bachelet reventara por su evidente incompetencia, pero la irritación seguía al asombro al verse que parecía imposible botar a la candidata.

Sin embargo las cosas ocurren de manera distinta a lo esperado y, en vez de reventar, la candidatura de Bachelet parece irse desinflando de a poco. Habrá que ver cuánto alcanza a desinflarse de aquí a noviembre. Por lo mismo escribo esta columna antes que quede obsoleta.

A pesar de la baja de entusiasmo en las filas del bacheletistas, aún muchos se preguntan cómo es posible que el actual gobierno tenga menos aprobación que el anterior, cuando por donde se mida lo haya hecho mejor. No se trata sólo del crecimiento económico y empleo, sino también de la reducción de la desigualdad y pobreza, aumento del ingreso mínimo real, etc.

Una explicación posible está en el hábil manejo, por algunos sectores, de cierto descontento acumulado, y en la poca habilidad comunicacional del gobierno. Algo de eso habrá. Pero me parece que para buscar la causa hay que ir un poco más profundo.

Lo que todos queremos, en última instancia, es felicidad, y el actual Presidente hace muchas cosas pero no entrega eso. Michelle Bachelet, en cambio, a pesar de su falta de carácter para actuar y de su nula responsabilidad para hacerse cargo de lo que hace, sí entrega felicidad o al menos un sentimiento que se le parece.

Esto es serio, porque nos remite a la pregunta sobre qué debe hacer un gobierno por los ciudadanos. La respuesta que casi siempre obtengo cuando pregunto esto a mis alumnos (estudiantes en una universidad tradicional no-estatal) es que la función del Estado es satisfacer todas las necesidades. Eso explica bastantes cosas. Si les pregunto si eso incluye las necesidades afectivas, se ríen un poco. Pero eso es lo que hace Bachelet.

Si el actual gobierno reemplazó la política por la técnica, el gobierno anterior politizó hasta los sentimientos. Quizás el error de Piñera y asesores, fue querer cumplir los anhelos más profundos de los chilenos sólo con un gobierno eficiente, olvidando que lo que estaba en juego era algo más amplio: dejar claro que la función del Estado no es hacer que los ciudadanos se sientan queridos y felices, sino velar por el bien general. Esto puede parecer la receta para una derrota, pero el ofrecimiento de Churchill al pueblo inglés fue “sangre, trabajo, lágrimas y sudor”, y el Primer Ministro obtuvo apoyo.

Ahora, si la frase de Churchill suena a locura, no es sólo porque sean estos otros tiempos, sino porque la costumbre de esperar la satisfacción directamente desde el Estado (más que un orden que habilite para conseguirla) ha calado tan hondo que a pocos se les ocurre cuestionarla. Alguien que intente ganarle a Bachelet no en su propia cancha de generar sentimientos simpáticos y afectuosos, sino que quiera cambiar la manera de entender la función del gobierno y la política, tendría que ser un estadista, y en el modelo de nuestra ex-presidenta, los estadistas no caben.

martes, 14 de mayo de 2013

Que el mundo se amolde a mis comodidades

La primera prueba fue un desastre: de no haberse ajustado la escala, la nota más alta hubiera sido un 3,5. Era esperable, a un mes de haber entrado a la universidad los estudiantes no habían alcanzado a darse cuenta dónde estaban. El tener dieciocho años los hacía legalmente adultos, pero no personas responsables.

Como lo importante no es la nota sino lo que se aprende (¿cuántos llegarán a darse cuenta de eso?) el profesor dio una oportunidad para mejorarla, y algunos –no todos– la tomaron. Un alumno en cuestión quedó de ir a ver al profesor el viernes a las 13:00 horas. Ese día le fue fijada al profesor una larga reunión, de 9:00 a 13:00 en otro lugar. Para llegar a la cita con el alumno, se retiró antes, quedándose sin oír las conclusiones de la reunión.

Como a las 13:20 el alumno no llegaba, el profesor revisó el correo electrónico. En un correo enviado a las 10:40 el alumno pedía al profesor si podía correr la hora de la interrogación para subir la nota, a las tres de la tarde. ¿La razón? Al alumno le habían cancelado una clase, y en consecuencia sólo tendría  una hora de clases ese día, al finalizar la tarde, y no quería pasar tanto tiempo en la universidad.

El profesor pensó en negarse rotundamente. Pensó que así lo habrían hecho sus propios profesores. Pero no toda la culpa era del alumno: había sido criado así desde que nació. Esperó al alumno, leyendo, y cuando llegó, sin decirle nada le mostró su agenda en la que se leía la reunión fijada a una hora –de la cual tuvo que retirarse antes- y la cita con el alumno. El alumno miraba como si no hubiera visto una agenda en su vida. Probablemente era el caso.

Le explicó lo que significa decir una cosa y cumplir, lo que significa no cambiar los planes unilateralmente sin anticipación, sobre todo cuando se está recibiendo un favor. Le hizo que ver que el hecho que él no tuviera nada que hacer un viernes no significaba que todo el mundo estuviera en la misma condición. Le mostró que no le correspondía, a sus dieciocho años, disponer del tiempo de los demás.

El alumno entendió. Entendió también que la universidad no es un lugar para pasar el menor tiempo posible, aprendió que existe en la universidad un lugar llamado biblioteca, dónde se puede estudiar cuándo no se tienen clases. El alumno no tenía mala intención, es que nadie le había enseñado estas cosas.

¿Serán este tipo de estudiantes los que causan revueltas y destrozos? Poco probable, a la mayoría, como a éste, ya  le cuesta salir de su casa un día viernes. Pero son estas mayorías las que por su pasividad permiten que otros, minoritarios pero más enérgicos, más decididos, los conduzcan cual rebaño y hagan lo que les plazca con ellos. Más todavía si les prometen unos días sin clases.

¿Y el otro incidente? En la mitad de la clase un alumno de otro curso toca la puerta y pide una silla: tiene prueba y no hay suficientes sillas. El profesor le pregunta por qué no tomó una del pasillo; esas no tienen apoyo, dice (por lo que decide interrumpir la clase). 

Una vez acabada la interrupción el profesor pregunta a los alumnos por qué el mundo ha de adaptarse a la comodidad de un estudiante que llega tarde – pasado el mediodía – a  dar su prueba (hay profesores que le hubieran puesto un 1.0). "¿Por qué no?" aventura una alumna.  “¿Por qué no?” no es razón, porque sirve para justificar casi cualquier cosa y traslada la carga de la prueba del que afirma al recibe o acepta, pero para dar una respuesta rápida el profesor cita a Mark Twain: el mundo ya estaba ahí de antes. Se ríen. Saben que alguna vez necesitarán que el mundo se amolde a sus comodidades – nadie quiere sufrir las consecuencias negativas de sus acciones – pero el sentido común basta para darse cuenta del caos que resultaría si esto se transformara en norma, y de lo absurdo que resulta esperarlo.   

martes, 7 de mayo de 2013

Compromiso del alumno de calidad

Como casi todos los estudiantes de Chile, me doy cuenta que hay muchos problemas en la educación. Como me interesa que la educación mejore, por mi propio bien y el de mi patria, quiero hacer lo que esté de mi parte para lograr una educación de calidad. Soy consciente que educación de calidad se desperdicia si no hay un alumno de calidad dispuesto a recibirla. Por eso me comprometo:

-A llegar a clases a la hora, incluso unos minutos antes del comienzo, para que la clase pueda comenzar a la hora. Llegar atrasado sería una injusticia para con mis compañeros, que tienen derecho a una clase ininterrumpida.
-A apagar o silenciar el celular al entrar a clases, por las razones de arriba.
-A no conversar en clases.
-A no jugar juegos en mi teléfono o computador durante la clase, es una falta de respeto hacia el profesor y una distracción para mis compañeros. Si no me interesa la clase, me abstendré de asistir.
-A no faltar a clases por flojera.
-A ponerme al día cuando falte a clases.
-A llegar a clases duchado: mi comodidad no es razón para generar un ambiente desagradable para mis compañeros.
-A no quejarme cada vez que se anuncia una evaluación.
-A leer los textos asignados por el profesor.
-A leer más allá de lo obligatorio: conformarme con lo mínimo no sería buscar una educación de calidad.
-A desterrar el garabato y la vulgaridad de mi conversación habitual: hablar con precisión ayuda a pensar con claridad.
-A ser capaz de conversar sobre otros temas además de fútbol y farándula.
-A buscar los profesores y los ramos que sean más provechosos, no los más fáciles.
-Asistir a clases para aprender, no para pasar el ramo.
-A tratar mi casa de estudios como un lugar serio: que mi atuendo y postura reflejen mi disposición interna de tomarme en serio mi educación.
-A no fumar marihuana, porque debilita mis capacidades cognitivas, necesarias para recibir una buena educación.
-A vivir como si mi educación (de la cual los estudios son parte esencial) fuera lo más importante durante estos años, y no la evasión del fin de semana.
-A aprovechar las oportunidades que me da la universidad: conciertos, coloquios, charlas, sociedades académicas, publicaciones, etc.
-A conocer íntima y extensamente la biblioteca.
-A intentar comprender quienes piensan distinto antes de condenarlos desde una superioridad moral asumida.
-A cuestionar las consignas: el desarrollo del pensamiento crítico es parte de la educación.
-A leer el diario periódicamente.
-A participar en el debate público de manera razonada, no emitir insultos ni en persona ni en foros de internet.
-A inscribirme en el registro electoral.
-A no usar la fuerza en la universidad, que es lugar de la razón.
-A limitar el tiempo dedicado a facebook, twitter, televisión, etc. y aumentar el tiempo dedicado a los libros.
-A no copiar en pruebas ni plagiar en los trabajos escritos: sería la subversión de mi propia educación.
-A terminar mis estudios siendo alguien distinto quien los empezó, y no el mismo joven recién salido del colegio con una capacidad productiva añadida.
-A hacer un empeño serio en comprender la realidad en todas sus dimensiones.

Entiendo que es más fácil pedir que otros cambien a cambiar yo mismo. Comprendo, así mismo, que mi lucha por la educación no tiene sentido si no pongo empeño en ser un alumno capaz de recibirla.

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