jueves, 14 de abril de 2011

Regulación

por Federico García

Dice Hermógenes Pérez de Arce que esta vez el Senador Girardi tiene algo de razón. Y no queda más que admitir que la población está obesa. No es que sea algo muy terrible, sería peor si hubiera desnutrición rampante. Por lo demás, la solución está fácilmente al alcance del que tenga el problema. No tiene que hacer nada, sólo dejar de hacer algo.

A pesar de esto, el problema continúa y se agrava. Es natural que un político decida hacer lo que hace mejor: regular. Estoy seguro de que lo hace con la mejor de las intenciones, pero podría ser que muchos doctores maten al paciente.

Se nota, en primer lugar, un desconocimiento de cómo funcionan las cosas: si regula la comida envasada, los productores y comerciantes encontrarán la manera de dejar las cosas muy parecidas a cómo están ahora, pero cumpliendo con la regulación (para qué andamos con cosas, los emprendedores suelen ser bastante más inteligentes que los reguladores). Además, por muy agradable que sea pensar que éste es un problema que el gobierno debe solucionar, es un problema que el gobierno no puede solucionar, salvo con un control que ningún amante de la libertad aceptaría. Y no puede solucionarlo porque se trata de algo muy personal: el auto-control. Pero el Estado tiende a tratar a las personas como a menores de edad, incapaces de solucionar los problemas por sí mismos. Lo entiendo. Si las personas solucionaran sus propios problemas no harían falta tantos políticos, ni a los políticos les harían falta tantos fondos.

Auto-control no es un concepto que esté muy de moda. Ni entre los publicistas, o entre los comerciantes, ni menos entre los políticos. ¿Se imaginan un político que predique el esfuerzo? La tendencia ha sido más bien tratar paliativamente los efectos del descontrol. No es sorprendente, entonces, que en vez proclamar que comamos menos y más sano porque estamos gordos, se le eche la culpa a la rotulación de los envases.

Pero no habrá ningún cambio mientras los niños manejen suficiente dinero para comprar golosinas a toda hora. No pasará nada mientras una persona prefiera un litro de coca-cola ($ 645) a un litro de leche descremada ($ 640), o pasar horas frente a facebook a subir un cerro. La regulación no da para tanto.

Lo que sí sirven son los incentivos, pero no se ven muchos de parte del Estado (es notable, en cambio como las carreras promovidas por las marcas de zapatillas convocan a miles de personas periódicamente). Sin entrar mucho a juzgar intenciones me atrevo a decir que los políticos prefieren regular a incentivar porque incentivar obliga a cumplir lo prometido, a abrir la mano, sin aumentar la cuota de poder. La regulación, en cambio, deja claro quién tiene el sartén por el mango. Pero en lo que se refiera a mi comida, el sartén prefiero manejarlo yo.

viernes, 8 de abril de 2011

La Intocable

(posteado en El Mostrador)
por Federico García

He leído con interés la columna  de Elizabeth Subercaseaux "Los Intocables II" aparecida en El Mostrador y confirmo que las segundas partes nunca fueron buenas. Después de leerla, me queda más de una duda acerca del mundo en que vive su autora.

Dice la escritora que a las personas se las juzga individualmente y por actos concretos. Quizás en su mundo sea así, pero yo conozco a sacerdotes que han sido insultados en la calle, en pleno centro de Santiago. Quizás en su mundo no haya sacerdotes. He escuchado también condenas en masa a los empresarios y en alguna oportunidad supe, incluso, que una escritora descalificaba a toda la sociedad chilena como clasista, pero en el mundo de Elizabeth Subercaseaux eso no ocurre. He visto, en cambio, que no es extraño que justos paguen por pecadores. Quizás en su mundo no hay pecadores. Me ha tocado ver juicios mediáticos de proporciones circenses; quizás en suyo sólo juzgan los jueces o quizás  todos los que juzgan son automáticamente investidos con esa dignidad. En este mundo hay grupos de presión, lobby, cyberbulling, cosas que en mundos más puros no existen y ni siquiera se conciben.

No logro imaginarme el mundo de Elizabeth Subercaseaux, salvo por una cosa que parece tener en común con el mundo real: no todo está abierto al debate. Hay temas que se han dado por resueltos y ¡ay del que se atreva a mencionarlos!

Esto es patente en su columna, donde más que diálogo hay sólo acusación, acusación en la que ella es también oficia de jueza. En su mundo se juzga a las personas por sus actos, y si una columnista se atreve a proponer que la homosexualidad sea una enfermedad, recibe una bula condenatoria ipso facto. ¿El pecado? Recordar que la homosexualidad dejó de ser una enfermedad no por sesudas investigaciones científicas, sino por un agresivo lobby de los interesados. Es que en este mundo nuestro los científicos son falibles, son seres humanos sujetos a intereses y presiones, y el caso en cuestión no es el único dónde la ciencia no ha alcanzado su meta.

Por supuesto que la autora de "Los Intocables" (I) ofreció pruebas, las que puede llegar a ofrecer un medio de este tipo (ni las columnas de Carlos Peña, por pedantes que sean tienen notas al pie de página) pero hasta el momento nadie se hace cargo de ellas.

Seguramente en el mundo de Elizabeth Subercaseaux no existe el Journal of Homosexuality o el Archives of General Psychiatry, por lo que tampoco hay estudios que confirmen que el comportamiento sexual de los homosexuales no es saludable, o que como grupo tienden a sufrir más enfermedades psiquiátricas que el resto de la población. Podría seguir, pero para que sirviera de algo habría que invitar a todos los detractores de los  "Los Intocables" (I) a que dejaran de lado sus prejuicios y se pasearan por el mundo real.

No puedo terminar sin referirme a la mención que hace Subercaseaux a Estados Unidos. Me alegra que se ponga a ese gran país como ejemplo de algo, pero me da la impresión de que ella no alcanzó a conocer más que la isla de Manhattan o la península de San Francisco. Quizás en algún viaje futuro la escritora pueda conocer al dr. Robert Spitzer, que lideró la moción que retiró la homosexualidad del DSM en la reunión de la APA en 1973, y que tiempo más tarde se retractó. Quizás, si va Holanda, un país dónde no hay discriminación, pueda conversar con el dr. Van den Aardweg sobre el tema que ella se niega a discutir. Quizás ... pero lo más probable es que en no los considere en su sano juicio, como dice en su columna.  Es más fácil descalificar así al que discrepa y no darse el trabajo de debatir informadamente.  No la culpo por querer vivir en su propio mundo ¿quién soy yo para juzgar a alguien que dispensa la razón o la locura a las personas, según sean sus opiniones en un tema de controversia entre especialistas? Pero prefiero vivir en el mundo real, con sus dificultades, dolores y enfermedades, a vivir en el mundo de las novelitas livianas, llenas de lugares comunes.