martes, 26 de marzo de 2013

El tabaco, en serio

Hace unas semanas escribí algo liviano sobre el tabaco, y aunque pedí al lector que no se escandalizara, hubo alguno que lo hizo. Al parecer hay cosas sobre las que no se puede bromear.  He aquí, entonces, una columna seria sobre la situación actual del tabaco.

En honor a la transparencia, comencemos con una declaración de intereses: soy fumador ocasional de pipa, y fumo habanos cuando me los regalan. No fumo cigarrillos, y no recibo dinero ni especies de la industria tabacalera.

Podemos continuar aclarando que todos los fumadores de tabaco que conozco incluyéndome están conscientes que el humo del tabaco es dañino para la salud corporal de quien lo respire. (Algo que, acerca de su propia hierba, los fumadores de marihuana son reacios a admitir –una vez un marihuanero me habló durante media hora sobre los beneficios de fumarse unos pitos regularmente– pero esto es accidental.) No es eso lo que se discute: el asunto es el celo con que se persigue a los fumadores, considerando el daño total del tabaco.

El tabaco, a diferencia de otras drogas legal o socialmente aceptadas, no genera crimen o patologías sociales, tampoco llega a alterar la conducta de manera en que se disminuya la conciencia o la capacidad de decidir. Esto hace que, socialmente, el tabaco sea bastante más inofensivo que otras sustancias que no parecen llamar mucho la atención de las autoridades. No por ello es el tabaco una planta inocente, pero dado que los recursos legislativos son limitados, el fumador se pregunta si acaso el legislador no tiene cosas mejores en las que ocupar su tiempo. No vamos a enumerar factores, o conductas, permitidos e incluso fomentados, que sí causan un deterioro social, para no ofender a quienes puedan sentirse aludidos.

El daño que causa el fumar está bien establecido, pero un análisis equilibrado muestra dos cosas. Primero, que el daño físico –enfermedad y muerte–  es el destino que aguarda a todos, quiéranlo o no. Esto no implica que no se deba hacer un esfuerzo por conservar la vida, pero sí que la muerte o la pérdida de la salud no deban ser tratadas como el peor de los males. Ese parece ser el mensaje que trasmiten las autoridades. Este mensaje, por supuesto, implica una visión del mundo que pone casi todo el énfasis en un solo aspecto del ser humano. Esta manera de ver la vida es tan fuerte que hace que se justifique el morbo y el recurso al miedo (mediante imágenes) para impedir el tabaquismo, cosa que de tratarse de otros males generaría total rechazo.

En segundo lugar, si bien está establecida la relación causal entre tabaco y enfermedad mortal, esta relación no es completa: no todo fumador muere de causas relacionadas con el tabaquismo. (Además, si un fumador deja de fumar, al disminuir su riesgo de morir de cáncer pulmonar aumenta el de morir de otra causa.) Lo preciso sería hablar de riesgos, pero cuando se trata de tabaco la autoridad no usa matices,  llega al punto que algunas cajetillas de cigarrillos llevan frases como “Cuando tu fumas, todos mueren” o “El tabaco te matará a ti y a los que te rodean” lo que es manifiestamente una exageración, pero si se trata de oponerse al tabaco, todo vale.

Dado el tipo de daño que provoca el tabaco, el celo con el que se lo persigue parece exagerado. Este celo exagerado es manifestación de un desorden humano más grave que el fumar habitualmente unas hojas de tabaco. Eso es lo que tenemos los fumadores contra quienes han hecho del fumar un crimen horrible e imperdonable, cuando entre gente razonable este tipo de diferencias se solucionan con buenos modales.

martes, 19 de marzo de 2013

Los otros expulsados

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

No conozco las razones prudenciales o buenas intenciones que puedan haber pesado a la hora de tomar las decisiones, pero el hecho es que en los dos últimos años ha habido paros, tomas y destrozos en las universidades y no se ha expulsado a casi nadie. En la mía, me parece que hubo solamente un expulsado, que había atacado físicamente a un profesor. Mi impresión es que algo parecido ocurrió en las demás universidades donde hubo paros, tomas y violencia.

Ahora bien, el que ningún alumno haya sido expulsado de la universidad por causar destrozos o interrumpir el trabajo académico no quiere decir que todo haya quedado igual. Están los otros expulsados: los auto-expulsados. Son los que en estos dos años, al ver que algunos de sus compañeros no los dejarían avanzar en sus estudios -que es la principal razón para matricularse en una universidad- decidieron cambiarse a alguna otra más tranquila, que las hay. La prensa reportó algunos casos, y conversaciones personales  con profesores y administrativos, me confirmaron que eran muchos, aunque ignoro si se habrá hecho un catastro exhaustivo. No está demás mencionar que los que abandonaron las universidades en paro por las que funcionaban con normalidad eran, en general, muy buenos alumnos, estudiantes que se tomaban su propia educación muy en serio.

Dentro de los auto-expulsados también están –si es que se puede usar esa  expresión- los que no llegaron.  Al menos donde yo enseño, las postulaciones han bajado. Es difícil explicar esta baja por el declive demográfico; eso se viene en unos años más. Al parecer los alumnos han elegido otros lugares para estudiar. (Chile tiene un índice de natalidad bajo el nivel de reemplazo y la tendencia es sostenida.  Esto está comenzando a afectar a los colegios, pero no alcanza todavía a la educación superior. En todo caso, pese a ser un problema, las autoridades no dicen ni hacen nada al respecto.) La baja en matrículas tiene repercusiones muy directas –recortes de presupuesto–  porque la universidad depende de los estudiantes para su sustento y funcionamiento. Esto es en sí mismo es un tema importante, pero tendrá que ser tratado en otra ocasión. Las políticas de austeridad, si bien insoslayables en casos como estos, repercuten en cosas como la dotación de las bibliotecas, el recambio de materiales, etc. afectando la capacidad de universidad para realizar bien su labor de investigar y enseñar.

Al final del día, aunque no haya habido expulsados por faltas a la disciplina, la universidad igual perdió alumnos. Los más perjudicados han sido los que se quedaron, que han visto bajar el nivel de su casa de estudios, y los profesores, que entre otras cosas, hemos visto nuestro trabajo interrumpido, sin que haya nada que pueda disuadir a los que quieran interrumpirlo de nuevo. Todo por no darse el trabajo de expulsar a unos pocos que se sirven de la universidad para fines ajenos a ella. 

martes, 12 de marzo de 2013

Los más ricos de Chile

El ranking de la Forbes sobre las personas más ricas del mundo, entre los que hay varios chilenos y un informe de la OECD, provocaron nuevamente la acostumbrada discusión sobre la desigualdad. Mientras unos miran con anhelo el modelo de la vieja Europa ignorando que se derrumba –porque el famoso estado de bienestar alcanzó sólo para una generación- otros apuntan a la igualdad que campea en países donde la libertad es un artículo de lujo.

Nadie ha notado ni ha querido decir, sin embargo, que de las fortunas más grandes de Chile que aparecen en el ranking de Forbes, casi todas son recientes y forjadas por familias de inmigrantes llegados a Chile en el siglo XX.

En otras palabras, la desigualdad que se denuncia es real, pero eso no implica que Chile sea un país donde  no se puede surgir, incluso desde muy abajo. De otra forma no se explica que dentro de los más ricos del país haya cada vez menos familias antiguas y cada vez más personas que llegaron a estas tierras con poco más que lo puesto. Algún entusiasta aventurará que dentro de este grupo hay incluso algunos que no accedieron a la educación superior (como Paulmann), pero esos casos son excepcionales por lo que se pueden considerar anecdóticos.

¿Qué pasó, entonces, con la antigua elite castellano-vasca que se repartió las fértiles tierras del Chile tradicional? No es que se haya extinguido a punta de no reproducirse (como les pasó a los WASP en Norteamérica), sino que ha sido superada por otros en creación de riqueza. Mientras unos seguían apegados a la tierra o a las profesiones liberales, los inmigrantes desarrollaron negocios poco explorados en el ámbito del comercio o de la manufactura, o crearon otros que antes no existían en áreas como el turismo, produciendo riqueza donde antes sólo había potencial.

Es que la riqueza no es un juego de suma cero, como parecen creer los que llaman a redistribuir: crece a medida que se agrega valor a las cosas, y ese valor se agrega mediante el trabajo. Si Chile es un país más rico de lo que era antes y la población ha aumentado, es porque se ha creado riqueza. Y la riqueza, obviamente, no se genera espontáneamente: la crean personas innovadoras, dispuestas a arriesgarse y a trabajar duro. Si al chileno medio no le calza bien esa descripción, no hay que extrañarse entonces que la mayoría de los más ricos pertenezcan a las distintas “colonias”.

La desigualdad se podría suprimir eliminando las grandes fortunas o impidiendo la acumulación de riqueza. Pero junto con los ricos desaparecerían también las de fuentes de trabajo (y los ingresos tributarios) que crean esos hombres que surgieron no porque la torta se repartiera de manera más equitativa, sino porque hornearon la suya propia.

No es esto una propuesta de solución a los problemas económicos de Chile, sólo que antes de repetir lugares comunes, es interesante considerar los inicios de personas como Paulmann, Yarur, Saieh, Hites, Falabella, y otros. Muy probablemente, en su juventud no perdían el tiempo leyendo columnas como ésta, y mucho menos, comentándolas.

martes, 5 de marzo de 2013

Pensamientos edificantes de un fumador de tabaco

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

No vaya a escandalizarse el lector contemporáneo, ahora que acaba de entrar en efecto la nueva ley contra el tabaco, con este título. Felizmente no es mío, sino de un poema anónimo al que el gran Johann Sebastian Bach se dignó ponerle música e incluirlo en el libro de música para su mujer, Anna Magdalena.

En el texto original, el poeta reflexiona sobre la vida, la muerte y la salvación de su alma, a partir de las evocaciones que le causa su pipa. Nuestro Jenaro Prieto hizo algo parecido en su ensayo “Humo de Pipa” y en algún otro, y en tan buena compañía, me dispongo a hacer lo mismo.

No quedan muchos que fumen pipa. ¿Será una señal de la decadencia de Occidente? Puede parecer una pregunta exagerada, pero aunque no sea inmediatamente evidente, le mostraré al despreocupado lector, cómo la pipa, aunque en forma muy pequeña, es una afirmación de la civilización y la cultura. ¿Cómo puede ser esto si el tabaco mata? Cierto, pero al final todos acabaremos en la tumba y quizás no esté demás tener a mano un memento mori.  Al prender su pipa y recordar su mortalidad, el fumador recuerda que en esta vida no se encuentra el fin último: el olvido de esta verdad puede rebajar al hombre a la más espantosa frivolidad, como lo demuestra la movilización de ingentes recursos contra el tabaco, habiendo males mucho peores contra los que se hace poco y nada.

Pero eso no es todo. Para tener civilización, nos dice el profesor Pieper, compatriota de Bach, es necesario el ocio (se entiende que ocio no es un no hacer nada, sino actividad intelectual, contemplativa de la verdad, la belleza y el bien), y la pipa, por su misma naturaleza, lleva a separarse de la actividad directamente productiva que es la negación del ocio. Nadie puede fumar una pipa en apuros, como quien se fuma un cigarrillo entre clases o reuniones, para retomar luego su lugar en el frenesí cotidiano. Para fumar una pipa llena de tabaco hay que estar dispuesto a hacerse el tiempo y en ese tiempo se ponderan la vida y los hombres, como lo hicieron fumadores de pipa como Tolkien, Lewis, Eliade, Einstein y tantos otros.

La pipa tiene, además, sus propias virtudes; por ejemplo es generosa. El tabaco de pipa, a diferencia del de cigarrillo, es aromático y place a toda persona de buen gusto. La experiencia universal de los fumadores de pipa es que el fumador goza y los demás también con él.

Es cierto que la cultura puede perdurar, e incluso florecer, sin que los hombres fumen sus pipas, pero no puede haber pipas sin ella. Por eso, todo aquel que enciende su pipa con una llama brillante y exhala una nube de humo dulce y oloroso que sube al cielo, se rebela en contra de la barbarie y afirma la bondad de vivir humanamente, sabiendo que algún día volverá al polvo de dónde salió.