No pasa desapercibido el miércoles de ceniza, aunque sea en medio
del verano. Tan popular es esta fecha, que en algunos lugares es el día en que
más gente va a Misa, aunque no sea día de precepto. El salir de la iglesia con
una marca en la frente –aunque algunos se la borren al cruzar el umbral– es una
manifestación pública de la fe que se profesa, y por lo mismo, es como una
invitación a ser interpelado.
Pero la interpelación más fuerte no viene de fuera, de
quienes preguntan por qué se lleva una cruz en la frente o simplemente señalan
que hay una mancha, sino de dentro del templo: “recuerda que eres polvo y en
polvo te convertirás” (en algunos lugares se usa la fórmula atenuada
“conviértete y cree en el Evangelio”). Una frase tan dura no está en
consonancia con los tiempos tan sensibles, con el ambiente, que propone un
ideal de vida larga, saludable y placentera, además de la acumulación de gran
cantidad de cosas y experiencias. Es la adulación de la publicidad y de la
política. Frente a eso contrasta el recuerdo de lo tratamos de ignorar: “eres
polvo y al polvo volverás”. Es el memento
mori; el et in arcadia ego; el vanitas vanitatis. Frases en una lengua
muerta para recordar la muerte, y eso en la mitad de las vacaciones.
No se trata de cultivar el terror y la desesperación frente
a una realidad ineludible, eso sería paganismo, como también sería paganismo
vivir ignorando la muerte (“si estoy vivo, no está la muerte, si está la
muerte, yo no estoy”). No, se trata de sacar una lección de esta realidad; no
se vive de cualquier manera si es que hay un plazo en el que todo se acaba, si
es que al final lo comido y lo bailado y lo ganado quedan en la tumba y el
olvido.
La negación de la muerte (es cosa de ver los cementerios
modernos tan bien descritos por Evelyn Waugh en Los seres queridos, que invitan más a un pic-nic o un partido de
fútbol que a meditar sobre las verdades eternas), en todo caso, es una
manifestación del anhelo de inmortalidad que hay en el ser humano. Eso ya es un
dato interesante. Es imposible imaginarse no existiendo, y no se puede querer
el vacío o la nada, porque para querer hay que existir. El descanso del sueño
sólo tiene sentido si hay un despertar. La inmortalidad que se anhela tampoco
puede ser una duración indefinida de lo que ya existe, que al final sólo puede
conducir al tedio, al agobio y al sinsentido (en un mundo en el que fuera
realmente posible dejarlo todo para mañana). Habrá que buscar otro tipo de vida,
entonces, antes de que se acabe ésta, mientras nos recuerdan lo que rara vez
queremos recordar.