Hace unos días, en la sede del Movilh y recibiendo un
galardón de la embajada de Finlandia, un funcionario de la Armada reconoció
públicamente su condición homosexual. Todo un hito, recalcaron algunos medios,
pero la noticia no se comentó mayormente porque el país está entrando
nuevamente en una fase en que la economía es lo que más importa. Aun así, es
asunto merece un poco de atención.
Si bien Mauricio Ruiz actuó con permiso de la institución,
no sabremos realmente qué piensan los marinos de esto; en Chile las Fuerzas
Armadas no son deliberantes y ningún marino hará comentarios, salvo que quiera
terminar su carrera. Nos queda, pues, a los civiles decir algo.
No vale la pena entrar a hablar de la homosexualidad, ya
sabemos que hay sólo un discurso públicamente aprobado y la disidencia es
duramente penada por la policía del pensamiento. Está demás entrar en las
complejidades que implica introducir tensión sexual en un ambiente de
convivencia estrecha, como puede ser un buque o un regimiento en campaña, y
además altamente jerarquizado. Pero sí se puede hablar de las Fuerzas Armadas y
lo que este tipo de cosas puede significar para ellas.
Comencemos por lo básico: la función de las Fuerzas Armadas
es la defensa de la soberanía de la nación. Esto implica que la integración de
la sociedad, el reflejo de la diversidad y otras buenas aspiraciones no son
parte esencial de su función. Esas pueden ser funciones de la política, no de
la defensa, pero la política tiende a ocupar más de lo que le corresponde.
Como la función de las FF. AA. es la defensa todo lo que
reste de esta función debe ser evitado por ellas. Ahora bien, quién decide lo
que suma y lo que resta en este ámbito es un tema delicado. En principio,
deberían ser los propios integrantes de las FF.AA. ya que son ellos quienes mejor
conocen su oficio. Pero los militares, marinos y aviadores no pueden hablar
libremente sobre esto porque dependen de los políticos. El tema de las mujeres
en las FF.AA., por ejemplo, ya es bastante delicado, pero no se puede tocar.
Los políticos, que deciden las leyes que gobiernan a las
FF.AA., nombran a los comandantes en jefe y controlan el presupuesto, no suelen
tener en mente la defensa de la soberanía, sino más bien la próxima elección y,
por lo mismo, la sensibilidad del momento. De hecho, al juzgar por la
injerencia de organismos internacionales en asuntos chilenos y la reciente
pérdida de territorios, la soberanía parece importarles muy poco.
En este caso, un sector minoritario en Chile, con el apoyo
moral de otros países, se ha servido de una de las ramas de las FF.AA. para
promover una causa que nada tiene que ver con la defensa. Qué efectos pueda
tener esto en la cohesión de las unidades militares y navales o en el
compromiso de las FF.AA. con el resto de las instituciones del país, los
civiles no lo sabremos: sólo nos enteraremos de lo que los interesados quieran
mostrarnos. Probablemente no sea nada apocalíptico, pero sí un pequeño debilitamiento
de las instituciones, que en vez de cumplir su misión, son usadas en pos de
agendas ideológicas particulares.