lunes, 3 de diciembre de 2012

Información y participación

por Federico García (publicado en ChileB)

Hablar de la crisis cívica en Chile ya es un lugar común, del cual no parece haber mucha salida. Curiosamente esta crisis tiene dos manifestaciones contrarias: por un lado la apatía que hace que la mayoría de las personas no sólo no vote, sino que tampoco asista a actividades como una reunión de la junta de vecinos o tome medidas como escribir un correo electrónico al diputado de su distrito. Al otro lado tenemos la actividad frenética y muchas veces violenta: marchas, rayados de paredes, bloqueo de caminos y cualquier cosa que llame la atención de la prensa y presione a las autoridades con urgencia. Es frecuente que para reclamar por derechos legítimos algunos pasen a llevar los de otros, sin mayores miramientos.

Podría añadirse, además, que hay muchas otras manifestaciones de la crisis de civismo, como el descuido por el cuidado del entorno físico, u otras más graves, como los casos de corrupción a los que nos estamos acostumbrando.

¿Será que hay un par generaciones a las que nadie les enseñó a vivir en sociedad? ¿Será que después de su experiencia de vida muchos han concluido que siempre prevalece el más fuerte o el más astuto? Es un problema, porque aunque el ser humano necesita de la sociedad para poder vivir y desarrollarse, no se integra automáticamente: tiene que aprender a hacerlo. El fracaso de esto es la ley de la selva, que parece imperar en algunos aspectos de nuestra sociedad. El debate, en cambio, aun dentro del más profundo desacuerdo implica la búsqueda de algún punto en común –aunque sea sólo la afirmación que es mejor pelear con palabras que con golpes. Pero involucrarse en la vida común implica cierto sacrificio, y ocurre, como en tantas cosas, que muchos se contentan con lo mínimo y viven en su propio mundo, casi al margen de la sociedad.

No es que no haya relaciones con otras personas, al contrario, las hay muchas e intensas, pero concentradas en el ámbito privado, tan privado que a veces son más virtuales que reales; lo público corre el peligro de quedar reducido a un mínimo. Es cosa de ver como las redes sociales se transforman en cajas de resonancia para las ideas favoritas de los que están conectados, y el que se atreve a cuestionarlas de manera directa recibe una avalancha de descalificaciones.

En parte, el problema es que la realidad es compleja, y por lo mismo, participar en ella no es fácil. Es imposible estar al tanto de los problemas económicos, medioambientales, políticos, educacionales, etc. que nos rodean. Además de compleja, es cambiante, lo que hace aún más difícil estar al día.

Frente a esto, la tentación de la comodidad es fuerte: la participación parece difícil y estéril, y es más fácil dejar que otros hagan el trabajo de configurar la sociedad. Pero esa puede ser la impresión del que mira desde la banca, el que participa sabe que tendrá que mojar la camiseta, pero que también que el resultado, y el proceso, será satisfactorio. El primer paso para participar, para entrar en lo público, es salir de sí mismo y abrirse al mundo más amplio. Lamentablemente esto no es algo que pueda generarse por decreto o técnica, es fruto de un convencimiento personal. El segundo es informarse. No es poco lo que está en juego; dependiendo de cómo se resuelvan los problemas de hoy, será la realidad por muchos años.

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