El día 18 de agosto es San Alberto Hurtado, un nombre reciente en el santoral. Es por ese día y ese santo que agosto es el mes de la solidaridad. Sin duda que Alberto Hurtado fue uno de los grandes hombres de Chile y aunque suscite universal admiración, sigue siendo poco conocido.
En torno a su canonización, hace siete años, la prensa publicó algunos artículos en sobre su persona y la Pontificia Universidad Católica (que lo contó entre sus alumnos) publicó algunos de sus escritos inéditos y reeditó los ya publicados. ¿Cuántos los habrán leído? Puedo asegurar a quienes se atrevan a hacerlo que se verán sorprendidos.
No se trata de un interés erudito, sino de conocer al hombre no sólo por lo que otros cuentan de él sino también por lo que él dice de sí mismo. Sólo si conocemos los motivos profundos que movieron al gran ejemplo de solidaridad que se recuerda este mes podremos plasmar su espíritu en nuestro país. Las obras siempre podrán continuar por fuerza de inercia, pero la solidaridad es algo más que instituciones de promoción social. No es fácil perseverar en estas cosas y si el camino se hace arduo es bueno ir beber directamente de la fuente.
Además, no deja de ser importante cultivar la solidaridad, porque una sociedad no puede vivir sólo de justicia, aunque ésta se cumpla a cabalidad (cosa que en el mundo de los hombres es bastante difícil). Si no hay una unión que vaya más allá de la satisfacción de ciertas necesidades materiales, por muy bien que esto se logre, las relaciones humanas derivan en la mera exigencia y reivindicación de derechos y deberes que sólo tensionan la sociedad y hasta pueden terminar en la lucha.
Pero estos vínculos sociales, ¿en qué se fundan? Habría que buscar la respuesta del padre Hurtado dónde habla de su vida interior. Puede que para algunos esto sólo se quede en palabras. Mucho me temo que para otros una visión trascendente –y cristiana– de la persona y de la sociedad suene simplemente como algo de lo que no se puede hablar en público.
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