por Federico García (publicado en El Diario de Concepción)
Acaba de concluir la Semana por la Vida en Chile. Es poco tiempo, pero en una semana puede lograrse bastante. Se puede recordar, por ejemplo, lo que notó C.S. Lewis en la Abolición del Hombre, que el dominio de la naturaleza por parte del hombre no es sino dominio de unos hombres sobre otros usando la naturaleza como medio. Principalmente, es el dominio de la generación presente sobre la generación futura.
No se trata de ser alarmista, pero tampoco que los cambios graduales pasen inadvertidos. Toda tecnología y conocimiento científico aumentan el poder del ser humano. Pero si la técnica aumenta nuestras posibilidades, el mero hecho de estar en el siglo XXI no garantiza que la usemos bien.
Este poder tan grande puede ejercerse –y de hecho se ejerce– sobre los que no pueden defenderse: quienes están al inicio o término de sus vidas, los más indefensos. La tentación es grande y nuestra generación –como las anteriores–tiende a tratar a algunos seres humanos como si fueran cosas.
El recuerdo las atrocidades del siglo XX, mediante películas o libros, puede servir de advertencia. Cuándo se estudian, salta a la vista el efecto que tiene el dañar la dignidad humana sobre el que daña. Si la víctima (lo sea por su color de piel, nación, edad o etapa de desarrollo) sufre un daño físico, pero el victimario que banaliza la vida humana queda deshumanizado, “se transforma en un muerto en vida”, como dijo Mons. Chomalí en la conferencia inaugural de la Semana por la Vida.
Las ventajas materiales que puedan ganarse pasando por sobre la dignidad del otro (esclavitud, manipulación genética, aborto, eutanasia) no son nada comparadas con la destrucción interna de la persona que trae consigo la cultura de la muerte, que termina siempre por devorar a sus cultores.
Pero mientras haya quienes promuevan iniciativas a favor de la dignidad de la persona, habrá razón para esperar que los errores del pasado no se vuelvan a cometer, no al menos en la misma escala. El enemigo más de temer es la indiferencia y aún no llegamos a eso.
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