por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)
“Si falla el alumno, es porque fallamos nosotros” dijo el director del programa. Bastante de cierto hay en eso, pero si los alumnos llegan a enterarse que esa es la política oficial, sería el acabose. Por lo demás, una postura como esa puede entrañar un cierto desprecio hacia al estudiante, sobre todo cuando se habla de educación superior.
Es mucho lo que depende del profesor. Mucho depende también de los otros educadores, sobre todo de los padres (tema que casi no aparece en el debate sobre la educación chilena). Pero el estudiante tiene un poder tan grande que puede anular los mejores esfuerzos de todos quienes lo educan: es libre.
El alumno, como cualquier persona, se ve influido por sus circunstancias, pero no es automáticamente producto de ellas, hay algo en él irreductible. Es por esto que se lo educa y no se lo adiestra, como se hace con un animal. Por cierto, es mucho más fácil adiestrar que educar.
Por el alumno se puede, y se debe, hacer todo; desde entregarle libros e incentivarlo a que los lea, hacer las clases interesantes y asegurarse que asista regularmente, motivarlo, evaluarlo con frecuencia y hasta darle segundas oportunidades según sea oportuno, y cómo no, también ejercer la presión de una posible nota o de la sanción disciplinar cuando corresponda. Se le puede enseñar, pero no se le puede hacer aprender. Eso depende de él y de nadie más.
Este es el problema crucial del educar: tienen que coincidir la enseñanza con el aprendizaje. Si bien uno puede, de mejor o peor manera, enseñarle a otro, nadie puede aprender por otro. El que aprende se decide libremente a intentarlo, o no hay educación posible.
En este equilibrio, que se inclina más hacia un lado en la medida que el alumno sea más libre por su madurez, quizás sea poco lo que puede hacer un estudiante, pero ese poco es crucial. Es la chispa que encenderá el material que pone a su disposición el profesor. Es abrirse a recibir lo que se le entrega. Lo triste es que entre tantas distracciones y experiencias a destiempo, parece que muchas veces la chispa se ha apagado o que la mente simplemente ya está cerrada.
Cuántas veces uno a escuchado algún alumno lamentarse por haber venido a clases el día en que el profesor no pasó lista, o de haber estudiado la materia que no se preguntó en el examen, como si lo importante fuese cumplir con ciertas reglas arbitrarias.
Cuando se da esta situación, la educación puede transformase en una especie de entrenamiento, porque se ha dejado de creer en la libertad del alumno. Se ve en la universidad: se exige asistencia a clases, porque se asume –o se sabe por experiencia– que sin esto el alumno no asiste, se controlan las lecturas, porque es raro el estudiante que lea por motivación propia. Pero ellos ya son adultos, y yo se los recuerdo de cuando en cuando. Creo en su libertad con lo que eso implica, y se los digo: si fallan, casi toda la culpa puede ser mía, pero para esto de enseñar y aprender siempre se necesitan dos.
Tu blog ya me atrapó. A mi me parece que esa actitud paternal que tienen algunas escuelas en lugar de formar, deforman al alumno. Tal vez a nivel de secundaria sea valido el exigirles entrar a clases pero a nivel medio superior y superior, se les debe dejar ser libres para decidir si entran o no a clases,esto lejos de perjudicarlos va a ir formando personas responsables ante si mismos y ante la sociedad, y se crearan profesionistas verdaderamente capacitados ya que aisitiran a clases para aprender no solo para aprobar.
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