por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)
Los estudiantes interesados en mejorar la calidad de su
educación han decidido tomarse algunos edificios de la universidad donde enseño
y rayar las paredes de otros. Lo primero
que llama la atención es lo realmente necesitados que están los alumnos de
educación de calidad. La mayoría de los rayados presentaba algún tipo de error
gramatical u ortográfico. No me refiero a la grafía anarquista, esa es bien
conocida y se entiende que gente no convencional prefiera usarla. (Aun así no
logro explicarme cómo se supone que se pronuncia una frase como “lxs presxs
políticxs”.)
El elenco de errores era variado. En algunos grafitis no
concordaba el número del verbo con el del sujeto, en otros había tildes donde
no correspondía y no las había donde correspondía, aún en otros los signos
puntuación estaban mal usados. Daban ganas de tomar un tarro de pintura roja y ponerse
a corregir, entregando algo de educación a quienes tan desesperadamente la
pedían. Consideré, sin embargo, que a las autoridades universitarias podría
parecerles mal que un profesor rayase las paredes, aun en defensa del lenguaje.
Había, hay que decirlo para no cometer una injusticia, un
mensaje que sí había sido corregido, seguramente por los mismos estudiantes. En
un grafiti que llamaba a la liberación de los “mapuches”, la “s” final había
sido tachada para dejar el plural de “mapuche” más adecuado a la sensibilidad
de los tiempos y a la gramática de la lengua original más que a la del
castellano.
No deja de ser digna de mención la violencia de algunos mensajes:
amenazas de muerte para dos profesores y
llamados al odio y a la venganza, no decía por qué agravios. Estoy tranquilo respecto a mi persona porque
suelo corregir las pruebas con mano blanda (de lo contrario la tasa de
reprobación sería estratosférica). Si no fuera porque uno sabe que estos
mensajes son consignas tan vacías como las cabezas que las repiten, y que la
violencia en estas situaciones no es sino un juego cuidadosamente orquestado,
uno podría preguntarse si tiene el revólver cargado y bien aceitado (“es broma
– tuve que tranquilizar a una alarmada profesora – no me hago ese tipo de
preguntas porque siempre tengo las armas en óptimas condiciones”).
Estas tomas parciales incomodan a los alumnos que quieren tener
clases, por lo que el jueves tuve que dictar la mía estoicamente en el pórtico
de un edificio tomado. Las próximas podrían hacerse en el bosque cercano, luego,
cuando mejore el tiempo, en los jardines
de la universidad, y por último caminando por todo el campus, para incluir a
todas las escuelas filosóficas. En una de esas el resultado de las actuales
adversidades es la mejora de la educación chilena.
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