martes, 10 de diciembre de 2013

¿Es tan grave no ir a votar?

Hace unos días entré a la sala de profesores y me encontré una escena un tanto incómoda. Una profesora había anunciado que votaría por Evelyn Matthei. Las demás personas en la sala, incrédulas, le pedían explicaciones. Fui señalado como posible sospechoso de haber convencido a dicha profesora para que votara de forma tan políticamente incorrecta. La situación era grave. Me pregunto cómo habría sido la escena, si, por ejemplo, la profesora en cuestión hubiese anunciado su intención de no ir a votar. Me imagino que no se le habrían pedido tantas explicaciones. De hecho, cuando los que votamos nos vemos enfrentados a alguien que no vota, la reacción suele ser más bien tibia. Causa mucho más indignación quien se cambia de equipo de fútbol que quien no va a las urnas.

La abstención ya se venía dando en Chile antes del voto voluntario. Además, la experiencia de otros países mostraba cuáles serían los efectos si esa medida se implementaba acá. Sin embargo la inscripción automática y el voto voluntario se implementaron sin mayores problemas. ¿Es que a nadie le importaba mucho, o es que no sabemos escarmentar en cabeza ajena?  (Dado que a similares iniciativas, similares resultados, deberíamos estar atentos a lo que se ha hecho en otros lados antes de hacer otro tipo de cosas acá.)

Respecto del voto, ahora muchos dicen que hay que volver a cómo era antes. ¿Será bueno echar pie atrás? (Un cuestionamiento directo a la noción del progreso.) Vamos por partes. El voto es el ejercicio del autogobierno. ¿Puede ser uno obligado a autogobernarse? El problema es la baja participación o la falta de cohesión social, la abstención es un síntoma. Las leyes pueden servir para resolver un problema así (al final, la ley siempre termina teniendo un fin educativo), pero también pueden simplemente taparlo. Votar es un acto físico, que puede ser forzado por la ley, pero ser parte de la sociedad es algo de otra naturaleza.
 
Fomentar la cohesión social implica una visión de la persona, y de la sociedad, que ha estado ausente por mucho tiempo – y que por lo mismo tomará mucho tiempo recuperar. Esta visión asume que existen deberes que uno no elige (naturales). Acepta que desde que se nace se  está vinculado con un pasado que a uno lo constituye. Que rechazarlo radicalmente (refundar la sociedad, por ejemplo) sólo puede resultar en la autodestrucción, porque, en el fondo, el que odia a sus antepasados se odia a sí mismo. Implica que la libertad no es sólo individual, sino que también política.

No está de moda hablar de estas cosas a nivel público; sólo se ofrecen derechos, bonos, regalías, o una mayor eficiencia en la administración. Pero tampoco a nivel privado: mientras los que votamos no estemos dispuestos mostrarles a los que no participan en la vida pública que se comportan como menores de edad, ellos simplemente aprovecharán las facilidades y privilegios de vivir en una sociedad que otros sustentan. 

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