Hace unos días entré a la sala de profesores y me encontré
una escena un tanto incómoda. Una profesora había anunciado que votaría por
Evelyn Matthei. Las demás personas en la sala, incrédulas, le pedían
explicaciones. Fui señalado como posible sospechoso de haber convencido a dicha
profesora para que votara de forma tan políticamente incorrecta. La situación
era grave. Me pregunto cómo habría sido la escena, si, por ejemplo, la
profesora en cuestión hubiese anunciado su intención de no ir a votar. Me
imagino que no se le habrían pedido tantas explicaciones. De hecho, cuando los
que votamos nos vemos enfrentados a alguien que no vota, la reacción suele ser más
bien tibia. Causa mucho más indignación quien se cambia de equipo de fútbol que
quien no va a las urnas.
La abstención ya se venía dando en Chile antes del voto
voluntario. Además, la experiencia de otros países mostraba cuáles serían los
efectos si esa medida se implementaba acá. Sin embargo la inscripción
automática y el voto voluntario se implementaron sin mayores problemas. ¿Es que
a nadie le importaba mucho, o es que no sabemos escarmentar en cabeza ajena? (Dado que a similares iniciativas, similares
resultados, deberíamos estar atentos a lo que se ha hecho en otros lados antes
de hacer otro tipo de cosas acá.)
Respecto del voto, ahora muchos dicen que hay que volver a
cómo era antes. ¿Será bueno echar pie atrás? (Un cuestionamiento directo a la
noción del progreso.) Vamos por partes. El voto es el ejercicio del
autogobierno. ¿Puede ser uno obligado a autogobernarse? El problema es la baja
participación o la falta de cohesión social, la abstención es un síntoma. Las
leyes pueden servir para resolver un problema así (al final, la ley siempre
termina teniendo un fin educativo), pero también pueden simplemente taparlo.
Votar es un acto físico, que puede ser forzado por la ley, pero ser parte de la
sociedad es algo de otra naturaleza.
Fomentar la cohesión social implica una visión de la
persona, y de la sociedad, que ha estado ausente por mucho tiempo – y que por
lo mismo tomará mucho tiempo recuperar. Esta visión asume que existen deberes
que uno no elige (naturales). Acepta que desde que se nace se está vinculado con un pasado que a uno lo
constituye. Que rechazarlo radicalmente (refundar la sociedad, por ejemplo)
sólo puede resultar en la autodestrucción, porque, en el fondo, el que odia a
sus antepasados se odia a sí mismo. Implica que la libertad no es sólo
individual, sino que también política.
No está de moda hablar de estas cosas a nivel público; sólo
se ofrecen derechos, bonos, regalías, o una mayor eficiencia en la
administración. Pero tampoco a nivel privado: mientras los que votamos no
estemos dispuestos mostrarles a los que no participan en la vida pública que se
comportan como menores de edad, ellos simplemente aprovecharán las facilidades y
privilegios de vivir en una sociedad que otros sustentan.
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