por Federico García (posteado en El Mostrador)
La reciente columna del profesor Bustamante en El Mostrador (“Chateau versus Peña”) es un joyita. No tanto por las cualidades del lenguaje o el rigor de la argumentación – no es lo que interesa en este caso – sino porque hace algo que ocurre muy de vez en cuando: muestra a un liberal despojado de su máscara, muestra un proyecto sin adornos ni ocultamiento.
Dice el profesor Bustamante que la democracia tiene límites como sistema participativo: ciertos principios deben imponerse y promoverse sin consulta a la mayoría. En cierto sentido es esperanzador ver que hasta para un liberal hay ciertos valores absolutos, que van más allá del valor de la libertad o la democracia. Es decir, no todo es discutible, ni siquiera en la sociedad ilustrada. La democracia limitada ha pasado a ser un valor liberal, quién lo diría.
Además del problema insoslayable de cómo se puede saber cuáles son esos principios que deben imponerse, qué es lo que puede hacerse si es que no se logra acuerdo sobre ellos y hasta qué punto se puede llegar para imponerlos, el problema más grave que presenta la columna del profesor Bustamante es que no explica con qué derecho se "imponen" estos principios.
El proyecto democrático ilustrado solía poner la legitimidad de los gobiernos en el consentimiento de los gobernados. Pareciera que esto ya no se aplica, pues se trata precisamente de lo contrario. El resultado una especie de derecho divino laico, después de todo, el profesor Bustamante trae a la memoria los déspotas ilustrados. Al parecer la diosa razón no sólo se revela a unos pocos, sino que además otorga poder de gobierno. ¿Qué criterio hay para saber quién es el verdadero depositario de esta revelación? Quién sabe, podrían empezar a oírse palabras como “naturaleza humana” desde los rincones más insospechados.
Lo que más llama la atención, en todo caso, es el medio que propone el profesor Bustamante para lograr la sociedad que a su juicio es la mejor: imponer. La palabra promover aparece en un segundo plano, y los términos convencer y proponer no aparecen. ¿Podrá ser porque el programa ilustrado no admite las demoras que esto implicaría? ¿Será el desprecio que siente el iluminado por la masa, incapaz de comprender nociones complejas? ¿Dónde quedó la igualdad de todos que es la finalidad de lo que se busca? ¿Habrá respeto para los que propongan un programa distinto?
Por mi parte, pido al profesor Bustamante que antes de imponer me convenza de lo que propone, y que a su vez me permita proponer algo distinto. Si no se logra nada, le pido paciencia. Espero que no sea mucho pedir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario