por Federico García (publicado en El Diario de Concepción)
Hidroaysén en la Patagonia y la planta de cerdos en Freirina generan protestas, hoy. Ayer fueron la central en Barrancones y la mina en la Isla Riesco. El problema ecológico, el de la relación del hombre con la naturaleza, parece estar siempre presente. No parece que tenga una solución satisfactoria. Una vuelta al pasado pre-industrial seguramente disminuiría los niveles de contaminación pero también implicaría una reducción en el nivel de vida que pocos estarían dispuestos a aceptar; no sólo en cuanto a comodidad, sino también en cuanto al nivel de salud, entretención y hasta de acceso a la cultura.
Hidroaysén en la Patagonia y la planta de cerdos en Freirina generan protestas, hoy. Ayer fueron la central en Barrancones y la mina en la Isla Riesco. El problema ecológico, el de la relación del hombre con la naturaleza, parece estar siempre presente. No parece que tenga una solución satisfactoria. Una vuelta al pasado pre-industrial seguramente disminuiría los niveles de contaminación pero también implicaría una reducción en el nivel de vida que pocos estarían dispuestos a aceptar; no sólo en cuanto a comodidad, sino también en cuanto al nivel de salud, entretención y hasta de acceso a la cultura.
La dificultad del problema ecológico radica, en parte, en su planteamiento. Si el hombre es parte de la naturaleza, es decir, un animal que está al mismo nivel de las demás especies, y por lo mismo no tiene derecho a imponerse sobre ellas, entonces no hay problema: cualquier acción humana sería tan natural como la de un animal o vegetal. No habría diferencia, más que cuantitativa, entre un panal de abejas y un edificio de departamentos, entre un estacionamiento subterráneo y la cueva de un conejo. Evidentemente esto no es así.
Pero si el hombre no es parte de la naturaleza, ¿puede plantearse la posibilidad de que tenga algún derecho de uso sobre ella? Después de todo, sería el único ser sobre este planeta que no forma parte del medio en que vive. Es interesante notar que todos los seres vivos tienen su nicho ecológico propio, una función dentro del todo, mientras parece que el hombre no encaja. ¿De dónde le vendría el derecho de uso? No es fácil, en tiempos de una conciencia ecológica exacerbada, pero poco reflexiva, afirmar la superioridad humana sobre el resto de las especies. Pero aquí ya está el germen de la solución; el hombre es el único animal que se cuestiona su derecho a usar del resto. Los otros lo hacen sin más.
Aún después de notar lo anterior, no queda resuelto el problema. El hombre es distinto de la naturaleza, y no parece formar parte de ella, pero la necesita para poder sobrevivir. Cualquier cosa que haga causará una disrupción (si es poca gente en un territorio extenso, no se nota mucho, pero la hay de todas maneras). El hombre usa y transforma la naturaleza, no siempre con medida, a veces cruelmente, e incluso llega a dañarse a sí mismo cuando lo hace. Aún así, no puede dejar hacer eso si es que quiere permanecer.
¿Pero debería permanecer sobre la tierra quien puede ser tan a veces tan cruel con las otras criaturas? No debe olvidarse que la naturaleza también es cruel, pero de todos los que seres que causan dolor a otros en su lucha por la supevivencia, el hombre es el único que es capaz de cuestionarse a sí mismo por ello. Ahí está la respuesta.
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