por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)
Causó sorpresa que se descubriera fraude en la acreditación de ciertas universidades. Pero que algún funcionario del CNA haya recibido sobornos para poner una buena nota no debería sorprender a nadie: en Chile el fraude académico es algo tan común que es casi parte de nuestra (falta de) cultura.
Es grave, además, que estas irregularidades se hayan descubierto no por la calidad de los egresados o porque alguna persona honesta haya decidido poner fin al abuso, sino porque los problemas financieros de una universidad motivaron una investigación más profunda. Este tipo de cosas suelen aparecer sorpresivamente, no porque nadie sospeche, sino porque es más cómodo mirar para el lado y hacer como que no pasa nada, hasta que la situación revienta.
Pero nada llega a grande sin tener pequeños comienzos. El fraude académico empieza en la sala de clases, entre copias y torpedos. Muchas cosas contribuyen a esto, pero me parece que un momento como este conviene concentrarse en uno: una gran cantidad de personas simplemente no tiene otro fundamento para actuar bien que la presión social. Sin embargo, la presión social no opera mucho cuando se trata de cosas que por su naturaleza se mantienen ocultas.
Lo anterior es patente cuando se pregunta a los alumnos algo como “¿por qué está mal copiar en un examen?” Si la pregunta es parte del examen, la reacción es de risa – una risa corta y nerviosa. Pero las respuestas suelen dejar bastante que desear. “Porque lo prohíbe la ley” dice uno. No estoy seguro si entre las miles de leyes que imperan sobre el territorio haya alguna que prohíba la copia. “Porque es mal visto por la sociedad” dice otro, pero resulta que al menos en la sociedad estudiantil es una práctica completamente aceptada, incluso podría decirse que en algunos casos es bien vista. Algún otro dice que copiar está mal porque implica mentira, y la mentira, porque implica engaño, pero no es capaz de explicar por qué está mal engañar. (El que va más lejos indica que con esas prácticas se disgrega la sociedad, pero no puede articular por qué hay que preservarla).
No es que los alumnos, copien o no, sean malas personas: todos aceptan que el fraude es algo malo, ninguno dice que se puede engañar mientras uno no sea descubierto. Pero no pueden dar razón de lo que afirman. No parece ser tan grave, en general se portan bien, pero como no hay un fundamento sólido, la disposición a actuar bien es débil y puede derrumbarse en la primera dificultad. Si ha habido poco tiempo para estudiar, si el mejor alumno del curso está sentado justo adelante, si la nota de presentación es baja, si el profesor se distrae… la tentación es demasiado fuerte para quien se mueve sólo por lo que es bien visto.
Por eso nadie debiera sorprenderse que haya fraude académico entre los garantes de la calidad de la educación. Lo hay desde la enseñanza básica hasta el último de año de universidad. Es común y se lo castiga poco. Muy pocos pueden explicar bien por qué debieran abstenerse de engañar al resto si nadie se va a dar cuenta, y algunos, de hecho, lo hacen al más alto nivel.
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