Desde hace algunas semanas han aparecido varios artículos en
el principal diario nacional en los que varios académicos defienden la
enseñanza del latín. Es bonito leer tales cosas pero, por supuesto, nada va a
cambiar. El estudio del latín no volverá a nuestros mejores colegios y
universidades y seguiremos siendo bárbaros. Es común que se defienda la
enseñanza de una lengua muerta desde un punto de vista utilitario: se dice que
el estudio del latín es muy útil para el estudio de la gramática castellana (y
a la inversa, el estudio de la gramática castellana es útil para aprender latín)
y para entrenar la mente en el arte del pensamiento riguroso. Si se trata de utilidad siempre habrá formas
más prácticas de aprender gramática castellana (como estudiarla directamente) o
rigor a la hora de pensar (cómo estudiar lógica).
El problema del latín es similar al de los idiomas modernos
que se enseñan en Chile y es similar al problema de la educación chilena en
general: el utilitarismo. Si se enseña inglés en vez latín o griego, no es que
se suponga que la lectura de Shakespeare en su lengua original sea preferible a
la lectura de Cicerón en su lengua original, es sólo que el inglés permite
hacer más y mejores negocios. No es que eso sea algo malo, pero un idioma es
más que una herramienta para generar ingresos, y una educación es algo más que
una herramienta para generar ingresos. El problema es que eso sólo puede
saberlo una persona educada, por lo mismo, no es fácil salir del problema, ni
siquiera estudiando latín.
Es casi obvio que la educación no puede ser sólo una herramienta
para conseguir ingresos: si la vida del ser humano se agotara en el mismo
mantenerse vivo, no tendría sentido. Pero si después de conseguir el sustento –techo,
comida y abrigo– lo único que se busca es la satisfacción de las pasiones (de
manera más o menos sofisticada), se vive como un irracional (más o menos
sofisticado). Quizás la falta de un
sentido no-utilitario para la educación explica el comportamiento de gran parte
de la población educada o en vías de educarse. La solución no pasa tanto por enseñar
latín, sino por afirmar que el ser humano está hecho para la vida del
intelecto, sea cual sea su forma de ganarse la vida. Si se es capaz de gozar de
lo bello y de lo verdadero, sin ninguna consideración utilitaria, entonces se
puede entender el sentido de estudiar una lengua que ya no se habla. Si se
busca la comprensión del mundo, no para dominarlo, sino simplemente porque eso
permite el propio conocimiento, el conocer la lengua de la cultura que dio
origen a la nuestra puede hasta resultar atractivo. Pero si se trata de
estudiar sólo para ganarse unos pesos, pocos o muchos, cualquier estudio resulta
tedioso, y sólo unas pocas materias, útiles.
Liviano y desesperanzado análisis del aprendizaje de lenguas clásicas y de idiomas en general.
ResponderEliminarCuando nos lanzamos al aprendizaje de una lengua -viva, agonizante o muerta- iniciamos una aventura fascinante que solo nos deparará beneficios, ya que una lengua es el testimonio de una cultura, de un modo de vida, de un ejercer la humanidad. El hombre se distingue de las bestias solo por el don del lenguaje, todas las demás funciones y categorías las comparte con las criaturas 'inferiores'. De hecho, el hombre se hizo 'sapiens' solo cuando se hizo 'loquens'.
La manida aserción de que el lenguaje genera realidades no puede ser más cierta. Mediante él, nos validamos, creamos espacios y entendemos nuestro tiempo y el de los que nos antecedieron. De ahí que, incursionar filológicamente en las lenguas que hablaron quienes brillaron en otros tiempos y espacios nos harán entender de dónde venimos y para dónde vamos, y nos dará luces de cómo podemos sacar lección y enmendar. Ver las lenguas como sistemas instrumentales vacíos de humanidad es perder de vista el don más preciado que ha permitido al hombre proyectarse al futuro a velocidades increíbles y con posibilidades incomensurables.