martes, 20 de octubre de 2015

“Como si le interesara”

Puede ser extraño impartir uno de esos cursos optativos de formación general en alguna universidad. No es fácil, quizás porque los alumnos esperan que sea fácil. La mayoría de ellos va a la universidad a obtener un título y ciertos conocimientos –competencias, se dice ahora– que les permitirán ganarse honradamente la vida en el futuro. No hay nada de malo en eso, salvo que deja fuera mucho de bueno. Pero la universidad hace como que pretende educar además de instruir y obliga a sus alumnos a tomar algunos ramos que no son parte de su carrera (en algunas universidades estos ramos pueden agruparse bajo una palabra cursi como “minor”). Son los optativos obligatorios. Es fácil simpatizar con el predicamento del alumno: ya tiene bastante con estudiar para Cálculo II, para que el profesor de Historia del Arte –por poner un ejemplo cualquiera– le pida que se lea algunos capítulos del Gombrich; pero la lección que el alumno nunca acaba de aprender es que la vida no se adecua a uno (se supone que la universidad prepara para la vida, pero nadie tiene muy claro en qué sentido).

Siendo esta la situación, algunos alumnos no llegan a darse cuenta que lo único optativo que tiene un ramo optativo es que se puede tomar uno u otro, y no siempre (“es que profesor, yo tomé su ramo porque era el único que calzaba con mi horario”). Una vez inscrito, deja de ser optativo; pero las cosas del alma no se pueden forzar, como dice Benedicto XVI en el discurso en la Universidad de Ratisbona. No es fácil ni agradable hacerle clases a alguien que ha decidido de antemano que el ramo que uno está dando no le interesa ni es importante (porque no le sirve). Entonces se hace la petición inesperada: “trate este ramo como si le interesara”. Nunca deja de sorprender un poco. Lo que pide el profesor es algo considerado tan inferior que es asombroso que se mencione: simple acatamiento externo. No se trata de que el alumno, a fuerza de parecer llegue a ser, no, eso no se alcanza en un semestre, se trata simplemente de convivir como personas civilizadas (“aunque este ramo no le importe, llegue a la hora, no se pase la clase mirando su smartphone o conversando, tenga el cuaderno abierto y un lápiz encima aunque no pretenda tomar apuntes”.)

Creo que la sorpresa de los estudiantes cuando escuchan esa petición se debe al sentimentalismo que permea nuestra cultura: lo interno, que es lo que realmente vale, debería reflejarse en lo externo, que no vale nada; lo contrario sería hipocresía. (Es común que se confundan los impulsos con la interioridad, lo espontáneo con lo auténtico, pero eso daría para muy largo.) Que alguien pida simplemente una conducta externamente buena, sin intentar conseguir la adhesión interior, es algo pocas veces visto. Y aun así, puede que una petición de ese tipo haga referencia a algo tan interno que sea hasta desconocido: el auto-dominio como la única manera de salir de uno mismo.

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