martes, 24 de diciembre de 2013

Antes de Navidad, después de Navidad

Hay fechas que reclaman una columna especial, y no es fácil decir algo nuevo sobre lo mismo cada año. El Wall Street Journal resolvió este problema publicando la misma columna todas las Navidades, desde 1949 (“In Hoc Anno Domini” por Vermont Royster).

Lo que plantea esta fiesta tan entrañable es qué trajo al mundo el cristianismo, o Cristo. Es decir, qué, o por qué, celebramos. Se puede contestar desde muchos ángulos. Quizás sea bueno intentarlo, porque muchas cosas que se dan por supuestas podrían haber sido de otra manera sin la difusión de la religión cristiana. El descanso dominical es un ejemplo. En todo caso, los puntos de vista pueden reducirse a dos: se puede contestar la pregunta en un plano meramente humano, desde abajo, o desde el “punto de vista” de Dios, desde arriba.

Convendría hacerlo desde la teología, porque el cristianismo es una religión. Pero para el que pregunta  desde el conflicto (alguno por ahí alega porque hay un pesebre en la Moneda; debería reclamar también porque el día 25 es feriado legal), o desde la pura curiosidad, no es, pedagógicamente, un buen punto de partida. Mejor comenzar desde abajo.

Se podría aludir a las cantatas de Bach, a los motetes de Palestrina, al arte Barroco Europeo y Latinoamericano, a la poesía de San Juan de Cruz, a la creación de las universidades, como cosas que el cristianismo ha traído al mundo, pero eso sólo sería la superficie. Se puede ir más profundo, para llegar más alto.

Tomemos algo específico, como ejemplo y punto de apoyo. En las sociedades pre-cristianas el perdón es poco conocido. (Para conocer las sociedades pre-cristianas hay que leer el Gilgamesh, el Hávamál, la Odisea, etc.) La ley que rige al hombre es la venganza, que retribuye con creces el mal recibido. En el Bushido, japonés, la salida para el caído en desgracia era el seppuku; suicidio ritual. La ley del Talión, hebrea, que a nosotros nos parece tan dura, es un límite a la venganza. El mundo antes de la primera Navidad es un mundo sin perdón, pero con conciencia de ofensa.

(Por supuesto que hoy un ateo sabe del perdón, pero en eso es deudor del cristianismo, como lo es cuando descansa el domingo. El mundo moderno surge de una civilización cristiana y no se da cuenta de la magnitud de su dependencia.)

Al hombre antiguo la conciencia le pesaba pero no alcanzaba el perdón. El hombre moderno, post-cristiano, se absuelve a sí mismo. Niega la ofensa, y así no tiene que pedirle perdón a nadie y tampoco se siente necesitado de un Salvador. Pedir perdón supone una humillación, abatirse. Con la venida de Cristo el perdón entra en el mundo, porque Él trae el perdón de Dios a los hombres. Y con el perdón, la misericordia –que alguno intentará suprimir– porque un mundo que viva sólo de la estricta justicia de derechos y deberes es insufrible. En el pesebre de Belén, el Cielo baja a la Tierra, para que los necesitados de perdón podamos alcanzarlo: el hombre, sin el cristianismo, no puede humillarse tanto, ni subir tan alto.

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