En el día del profesor corresponde agradecer a
los que nos han enseñado. Sería largo recordarlos a todos, profesores de
colegio y universidad y a otros aun que lo son sin tener un título. Quizás,
entre los profesores, los más recordados sean los que pueden combinar un gran
entusiasmo por aquello que enseñan, con un gran interés por los alumnos.
A pesar de que son muchos a quienes debo mis
agradecimientos, quiero recordar a uno que si bien no despertaba tremendos
entusiasmos (la química es un gusto adquirido que no logré adquirir) dejó en
varios de sus alumnos una lección imposible olvidar.
Había que hacer un trabajo en grupo –para la
asignatura de química– sobre el método científico, partiendo de un experimento
hecho en clases. Dijo el profesor que iba a evaluar todo, incluida la
ortografía.
Me junté con mis compañeros e hicimos el trabajo
con especial esmero. Un detalle: escribimos los subtítulos de cada apartado,
que eran varios, con mayúsculas, porque pensamos que mejoraba la presentación.
Entregamos el trabajo y unos días después recibimos la nota. Todo correcto: un
5,6. No habíamos puesto tildes en las mayúsculas de los subtítulos, lo que nos
costó casi un punto y medio. No habíamos cometido ningún otro error
ortográfico, o del tipo que fuera, en todo el informe.
Como alumnos que éramos, fuimos a alegar. El profesor Mario Fernández, inconmovible, dijo que él había explicado cómo iba a evaluar por lo que no teníamos nada que alegar. Un lástima, no sólo habíamos tenido todo bueno, sino que además habíamos sido el único grupo que había aplicado correctamente el método científico al analizar el trabajo de laboratorio, nos dijo. Pero otros grupos con mejor ortografía (o sin la genial idea de usar mayúsculas en los subtítulos) habían sacado mejor nota.
Como alumnos que éramos, fuimos a alegar. El profesor Mario Fernández, inconmovible, dijo que él había explicado cómo iba a evaluar por lo que no teníamos nada que alegar. Un lástima, no sólo habíamos tenido todo bueno, sino que además habíamos sido el único grupo que había aplicado correctamente el método científico al analizar el trabajo de laboratorio, nos dijo. Pero otros grupos con mejor ortografía (o sin la genial idea de usar mayúsculas en los subtítulos) habían sacado mejor nota.
Apelamos al profesor de castellano, seguros de
que la Real Academia Española de la Lengua, habitualmente tan laxa en lo que se
refiere a vocabulario y conjugación verbal, dejaba alguna libertad en el uso de
tildes y mayúsculas. Pero no. Nos informó el profesor de castellano –el
inolvidable don José Araus– que estaba establecido que las mayúsculas debían
llevar acento gráfico.
Y para siempre quedó registrado en el libro de
clases ese 5,6 por un trabajo que era perfecto en su contenido. La verdad es
que no creo que esa nota mediocre me haya afectado mayormente en el desarrollo
de mi vida. Pero la lección de ortografía, y más aún la de pedagogía, no se me
han olvidado, ni creo que se me vayan a olvidar, aunque me caiga de viejo.
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